(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Monopolio vs. hipercompetición: América Inc. necesita plan B

Cuando el periodista británico Matt Ridley escribía que los mercados eran el mejor antídoto contra lo que el gran público percibe como “capitalismo” (en realidad, se refieren a su versión clientelista), sabía perfectamente a qué se refería.

De acuerdo con la teoría económica clásica (Adam Smith et al.), enmendada o no con “correctores” de inspiración liberal y socialdemócrata para evitar especulación y abusos, el “mercado” entendido como lugar de intercambio de bienes y servicios ofrece los mejores réditos a todos sus participantes cuando se garantiza la libre competencia y las autoridades se limitan a evitar abusos y a arbitrar entre conflictos.

Pero hace mucho que los mercados dejaron de ser un mero lugar de intercambio de bienes y servicios, originando un sistema financiero que funciona en otro nivel y a menudo se desentiende de indicadores reales: hay productos financieros basados en deuda pública, materias primas, alimentos o hipotecas, entre otras “mercancías”, que se comportan con independencia de lo que -se supone- representan.

Cuando una empresa crece, gana más, ahorra y… deja de arriesgar

Los mismos bancos centrales hace tiempo que abandonaron su convertibilidad física con su referencia histórica, el patrón oro, aunque haya habido otras, y los mercados financieros han dejado de ser de dominio del inversor privado, dominados por fondos de inversión y conglomerados empresariales como el representado por Warren Buffett

Pero, por mucho que insista el gran público, culpando a Wall Street de todas las dificultades cotidianas acumuladas en los últimos años, los grandes desequilibrios existentes -que conducen a un estancamiento de los salarios ajustados a la inflación mientras se han multiplicado en el mismo período gastos como la educación universitaria-, no son correlativos a los excesos bursátiles de los últimos años, sino que éstos apenas serían un síntoma de un desequilibrio más profundo.

(Imagen)

The Economist apunta en un reportaje de marzo de 2016 uno de los motivos estructurales que frenarían la inversión a gran escala (así como nuevo empleo): la concentración empresarial y el capital acumulado por las principales empresas estadounidenses.

Cuando las mejores empresas se protegen de la intemperie

El reportaje de The Economist insiste sobre una pregunta realizada ya por Adam Davidson en The New York Times el pasado 20 de enero de 2016: ¿Por qué las corporaciones están acumulando billones [si hablamos del billón europeo, o millón de millones, que equivale al trillón anglosajón]?

Entre las razones expuestas por Davidson a partir de las principales teorías sostenidas por analistas, compañías como Alphabet (matriz de Google), Microsoft o Apple, si hablamos del -especialmente exitoso, ahorrativo y conservador en sus reinversiones- sector tecnológico, se mencionan:

  • técnicas de ahorro (no evasión ilegal, sino “ingeniería”, eufemismo usado por quienes se ocupan de estas prácticas) de impuestos, acumulado beneficio entre subsidiarias, etc.;
  • decisión estratégica para evitar grandes movimientos especulativos en contra de una firma con un porcentaje elevado de su cotización disponible al contado;
  • ausencia de empresas para adquirir, proyectos o innovaciones a gran escala que requieran ingentes cantidades de dinero;
  • Adam Davidson también menciona otros motivos menos plausibles en compañías como las mencionadas, tales como una voluntad irracional de sus dirigentes por acumular dinero para fines personales.

Ahorrando dinero al contado y mimando a los “lobbies”

The Economist va más allá que el artículo expositivo de Adam Davidson en The New York Times, explicando que los beneficios empresariales son positivos, faltaría más, pero cuando se trata de demasiados beneficios que, a su vez, son acumulados en la cuenta corriente, este fenómeno podría indicar desequilibrios de fondo que requerirían una corrección.

¿Cuándo son el dominio de un determinado mercado y el anuncio de beneficios síntoma de que una economía carece de una competencia sana entre compañías? ¿Pueden las grandes empresas de éxito estadounidenses, como las mencionadas firmas tecnológicas, haber entrado en un período de autocomplacencia al carecer de problemas legales -gracias a lobbies gubernamentales- y de una competencia viable?

The Economist no sólo expone su hipótesis con información concreta y argumentada, sino que advierte que, de no contribuir a un mayor crecimiento y dinamización de la economía estimulando nuevas empresas y puestos de trabajo, las grandes empresas dominantes se arriesgan a que los ciudadanos confundan el diagnóstico y yerren todavía más con las soluciones.

El riesgo de demasiado confort: alimentando el agravio populista

Si bien el semanario británico no se refiere en concreto al fenómeno populista o al voto “anti-establishment” de las primarias estadounidenses, sí menciona que “la desconfianza en el sistema económico y las compañías con tantos beneficios en él se ha canalizado hasta ahora en forma de llamadas al proteccionismo y a la intervención gubernamental”.

Como ha ocurrido también entre un porcentaje considerable de la opinión pública europea, las dificultades de la clase media en Estados Unidos no se relacionan por ésta con la falta de competitividad (y, por tanto, de un libre mercado más dinámico y con empresas menos dominantes, así como dispuestas a arriesgarse más con sus beneficios y a pagar más impuestos), sino con motivos más caricaturescos y viscerales.

Así, se relaciona -aunque tengan poco que ver- a muchas de las compañías más exitosas con los tildados como “banksters” de Wall Street -se trate de simpatizantes de Bernie Sanders o de Donald Trump-, aunque lograr beneficios legítimos y ahorrarlos tenga poco que ver con el comportamiento al que esta corriente crítica trata de asociar las grandes corporaciones con mayor capital acumulado en su cuenta corriente.

El nacionalismo que anida en el agravio de los peor adaptados

La consecuencia, por tanto, de la excesiva comodidad y posición dominante de muchas de las empresas más exitosas de Estados Unidos, es la proliferación de un sentimiento de afrenta entre un sector de la opinión pública, dispuesto a imponer soluciones falsas a un problema mal analizado. 

Entre otras medidas, piden:

  • aumentar el proteccionismo y favorecer a las empresas que produzcan en el país;
  • limitar el libre mercado;
  • discriminación contra la producción extranjera y las firmas foráneas, sobre todo las chinas;
  • aumentar los salarios;
  • aumentar los impuestos a grandes empresas.

Son medidas, más que lograr el efecto deseado de aumentar el nivel de vida de todos los estadounidenses, acercarían a la economía del país al modelo económico más rígido y menos ágil para innovar modelo imperante en la Europa continental (rigidez que explicaría, por ejemplo, el desafecto de algunas minorías).

Cuando Estados Unidos aspira a la rigidez esclerótica europea

Mientras la Unión Europea trata de aplicar, con éxito discutible, algunas medias que liberalicen un mercado históricamente rígido, local, dependiente de antiguos monopolios estatales y leyes laborales proteccionistas y bizantinas, Estados Unidos trata de hacer el recorrido opuesto. 

A grandes rasgos, la Unión Europea trata de acercarse al modelo estadounidense, mientras los descontentos de Estados Unidos tratan de virar hacia un modelo más nacionalista, rígido y laboralmente estable, como el que la crisis económica ha puesto en entredicho en Europa, dadas sus contradicciones internas.

(Imagen)

Si bien esta reacción al escaso dinamismo de la economía de Estados Unidos no se aplicaría en su integridad incluso en el supuesto de que Donald Trump o Bernie Sanders ganaran primarias, elecciones presidenciales y se salieran con la suya (con un Congreso en contra) para realizar reformas maximalistas, la alternativa menos dañina y capaz de ofrecer los resultados deseados a medio plazo no ha sido reivindicada ni articulada por nadie, dice The Economist.

Promover una alternativa al populismo antes de que sea tarde

En lugar de nacionalismo económico, rigidez laboral y aumento dramático de los impuestos, las reformas que irían en la -según The Economist– dirección acertada pasarían por “desencadenar un revulsivo de competición que sacudiera a los acomodados incumbentes de América Inc [en referencia a las firmas con posición dominante y acomodaticia de la actualidad]”. 

El plan implicaría -prosigue The Economist-:

  • eliminar esquemas de licencias ocupacionales que estrangulan a los pequeños negocios y disuaden a nuevos aspirantes;
  • examinar las leyes laxas que protegen con demasiado celo algunos derechos sobre la propiedad intelectual;
  • debatir en profundidad si tiene sentido que la mayor parte de la información sea gestionada por un puñado de firmas;
  • revisar el rol de los lobbies corporativos, “que se han convertido –expone The Economist– el mecanismo clave con que las firmas incumbentes se protegen a sí mismas”.

Las medidas que propone The Economist para liberalizar sectores de la economía que podrían aumentar su dinamismo invirtiendo parte de su dinero ahorrado -en un momento en que los tipos de interés en productos como bonos soberanos son mínimos o incluso negativos, lo que implica que el ahorrador tiene que pagar un interés por mantener su dinero-, generando trabajo e innovación, apenas suponen un riesgo para la economía.

Un nuevo utilitarismo

Las grandes empresas de Estados Unidos ya no disponen de las plantillas gigantescas de antaño: según The Economist, sólo una décima parte de los asalariados del país trabaja en las firmas que conforman el índice bursátil S&P 500.

“Nuevas firmas invertirían más, emplearían a más personal, y forzarían a las empresas incumbentes a invertir más para competir (…). Un nuevo compromiso con la competición podría ser la fuente de optimismo que Estados Unidos busca con ahínco”.

Lo que sorprende del mensaje de Donald Trump y Bernie Sanders es, sobre todo, su pesimismo; los analistas no recuerdan un precedente en que candidatos con opciones a ganar las primarias de ambos partidos abandonaran el tradicional mensaje optimista que hunde sus orígenes en el utilitarismo (lograr el mayor bienestar para el mayor número de personas), para apelar a la rabia y los instintos de sectores donde cala un mensaje defensivo y de agravio.

La hipótesis de el artículo de Adam Davidson en The New York Times coincide con el reportaje de The Economist en que la acumulación de beneficios sin que éstos se reinviertan en la sociedad (ni en forma de impuestos, ni en nuevos puestos de trabajo, ni en nuevas inversiones que dinamicen la economía) alienta discursos populistas.

Conexión de los extremos

Y, tras los argumentos más demagógicos de los líderes políticos autoproclamados anti-establishment, yace un hecho difícil de refutar: en los últimos años se ha producido una concentración empresarial, especialmente intensa en Estados Unidos, que ha llevado a nuevas cotas de beneficios después de impuestos, depositados en la cuenta corriente de los gigantes industriales, tecnológicos, de la distribución, aéreos, etc.

Esta es parte de la razón -explica The Economist–  por la que dos tercios de los estadounidenses, incluyendo a una mayoría de republicanos, creen que la economía “favorece de manera injusta a los intereses de los poderosos”, según una encuesta de Pew Research.

Los datos de 2015 confirman que los beneficios corporativos, ayudados por la baja inflación y el descenso del precio del petróleo, han vuelto a máximos históricos en retorno de la inversión y, aunque las grandes empresas estadounidenses generan de media una quinta parte de sus beneficios en el extranjero, “su secreto inconfesable es que su retorno de la equidad es un 40% superior en el país”.

Jugar con fuego

Con un mercado laboral y legislativo a medida, así como ingeniería financiera para reducir impuestos, las grandes corporaciones han alcanzado un peligroso grado de comodidad, al contrastar drásticamente con el estado de opinión de un grupo demográfico dispuesto a influir sobre la política de los próximos años: los blancos sin educación universitaria.

Derek Thompson escribe en The Atlantic cómo la beligerancia de este segmento de la población era ya perceptible en los resultados de una encuesta publicada por The Washington Post el 22 de febrero de 2011.

Un lustro después, cualquier acción estratégica que tomaran las grandes empresas estadounidenses, o que el gobierno obligara a tomar, no repercutirá visiblemente en la sociedad por un período de tiempo similar. 

Pero la opinión pública no está dispuesta a pensar en clave de lustros. Se demandan resultados a corto plazo, pero el fenómeno de Donald Trump demuestra que, en un clima de opinión exaltado, los gestos sirven tanto como los resultados, y parte del público no tiene las herramientas para comprender la peligrosidad de su apuesta política.

Monopolios inmovilistas vs. “monopolios creativos”

Si The Economist considera que “elevados beneficios a lo largo de toda la economía puede ser un signo de dolencia”, al revelar hipotéticamente un mayor número de firmas más adeptas para desviar riqueza que para crearla desde cero como hacen los monopolios, la opinión en Silicon Valley es muy distinta.

Una de las personalidades influyentes en el sector tecnológico, el emprendedor, inversor de capital riesgo y ensayista con visiones libertarias y sólida formación filosófica Peter Thiel, argumenta en su ensayo Zero to One que las mejores empresas eluden sectores “hipercompetitivos”, donde hay poco valor y escaso margen de beneficio.

(Imagen)

Según Peter Thiel, la máxima aspiración de una empresa es crear valor desde cero inventando un sector o segmento, con recorrido para captar la mayoría del potencial comercial y convertirse en un monopolio de facto. 

Entre la hipercompetitividad y el dominio aplastante

Silicon Valley, en definitiva, no sólo no considera un problema los monopolios en sectores de nueva creación, sino que los alienta; eso sí, Thiel se refiere a lo que llama “monopolios creativos”, o acaparación de un mercado que antes no existía.

El rédito de haber inventado algo rompedor es, para Silicon Valley, una oportunidad para dominar un mercado multimillonario, pero si este modelo de ahorro de beneficios, bajo coste productivo y elevado retorno de la inversión se traslada a sectores maduros e históricamente hipercompetitivos, el modelo de los monopolios deriva en precisamente lo que denuncian Adam Davidson y The Economist: una deriva autocomplaciente y acomodaticia donde los beneficios no se reinvierten en la sociedad, dado el actual marco fiscal y regulatorio. 

La concentración empresarial en sectores estratégicos y los buenos resultados empresariales, con el mayor retorno de la inversión de estas firmas en el mercado de Estados Unidos, debería animar a estas empresas a reinvertir parte de las ganancias. No está ocurriendo.

Lo inevitable

Para lograr un cambio de mentalidad, The Economist cree que lo primero que deberán hacer los dirigentes de las principales compañías es abandonar una cultura instaurada por Jack Welch (antiguo consejero delegado de General Electric) y el inversor Warren Buffett.

Welch aconsejaba a las grandes empresas abandonar mercados que no dominaban; Buffet animaba a las mejores firmas a construir un foso a su alrededor que actuara como una barrera que ofrezca estabilidad y poder de negociación.

Si Trump y Sanders han abandonado por primera vez el discurso positivo y esperanzador del utilitarismo estadounidense, las mayores firmas del país se preparan para una era de conservadurismo y control del riesgo, en parte por desconfianza ante la volatilidad de los mercados y la economía mundial.

En parte, porque han dejado de creer en las grandes apuestas de futuro. Sus principales competidores son, de momento, ellas mismas, pero otros países preparan alternativas.