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Nacidos para correr: Murakami, Bikila, tarahumara y san

Levantarse varios días a la semana y correr una decena de kilómetros antes de emprender otras actividades no suena demasiado placentero. Sin embargo, hay experiencias personales, teorías y estudios que relacionan esta actividad con el bienestar, y no de manera gratuita.

El escritor japonés Hanuki Murakami escribe en su ensayo De qué hablo cuando hablo de correr por qué cree que esta actividad le ayuda a superarse en su trabajo y a intentar ser mejor cada vez que se sienta a escribir. Murakami corre una media de 10 kilómetros durante una hora diaria seis días a la semana, una rutina que empezó a los 33 años, en 1982.

No lo hace por competir. De hecho, su objetivo no consiste en correr cada vez más rápido, ni en comparar su resultado al de otros. Es la soledad de la carrera lo que valora el escritor japonés, la obligación de buscar el camino a solas, de escucharse a uno mismo mientras se avanza en solitario.

Paralelismos entre la carrera y otros esfuerzos humanos

A diferencia de los deportes de equipo, como el fútbol, o los deportes individuales en los que hay que derrotar al contrincante por KO, como el tenis, correr en solitario refuerza la voluntad individual, el tesón, la resistencia, la regularidad.

Algo parecido a la meditación, aunque más exigente físicamente, que estimula la producción de endorfinas y encefalinas, opioides generados en el sistema nervioso para modular el dolor, la reproducción, el hambre y sí, el estado de ánimo -hasta el punto de la euforia-.

Murakami va más allá. Asegura en su corto ensayo que “la mayoría de lo que sé sobre escribir lo he aprendido corriendo cada día”. Escribir, su oficio, requiere en su opinión, prioridad, talento, concentración y resistencia.

Escribir, medita, “es un tipo de trabajo insalubre” porque conduce al autor a un cara a cara con la “toxina que yace en lo más profundo de la humanidad”, sin la cual “no es posible emprender ninguna actividad creativa en el sentido real”.

Superar barreras diarias: el ser humano y el oficio de correr

Muchos de los corredores frecuentes que veo cómo llenan cada mañana el paseo marítimo de Barcelona mientras se ejercitan, no han necesitado leer estudios científicos publicados en The Lancet o Nature que corroboren lo que ya intuyen: que correr a diario les sienta bien y la actividad, si bien supone un sacrificio, tiene sentido en sus vidas.

Quizá, como Murakami, la disciplina necesaria para seguir corriendo cuando uno no cree que es el mejor momento, la instrucción constante al cuerpo para cubrir una distancia, ofrecen enseñanzas que pueden aplicarse a su vida cotidiana.

Pensando en Murakami, en mí mismo -también salgo a correr cuatro o cinco mañanas a la semana durante 40 o 50 minutos- y en todas las personas que veo ejercitarse en solitario, me pregunto si los hombres y mujeres de todas las edades hemos nacido para correr.

Corredores de élite, tribus, personas de todas las edades

No hace falta investigar demasiado para comprobar que otros se han preguntado antes lo mismo, seguramente desde los mismos orígenes de la especie. Es al menos lo que cree el reportero de salud y deportes y escritor estadounidense Christopher McDougall, autor del libro Born to Run: A Hidden Tribe, Superathletes, and the Greatest Race the World Has Never Seen.

En su paso por el ciclo de conferencias TED Talks, McDougall resume los argumentos que le han llevado a responder con un sí sólido y rotundo a la pregunta: ¿hemos nacido para correr? McDougall, cuyo libro ha inspirado al menos un un grupo de seguidores, inicia la charla de TED explicando lo ocurrido en la maratón de Nueva York de 2009.

Compasión entre corredores de élite

La carrera, que destaca por su carácter competitivo, tenía una favorita, la británica Paula Radcliffe, campeona del mundo y poseedora del récord mundial, con una marca no muy lejana a la de los mejores corredores masculinos.

Otra de las participantes ilustres, sin embargo, no entraba en ninguna quiniela siquiera entre las aspirantes a quedar en cabeza, la etíope de 37 años Derartu Tulu, una antigua corredora profesional que llevaba años sin acercarse a sus mejores marcas y, cuatro meses antes de la maratón de Nueva York, había estado a punto de morir dando luz a su segunda hija, en un complicado parto con cesárea. El cénit de su carrera se había producido en Barcelona 92, 17 años antes, donde había ganado la medalla de oro en 10.000 metros.

Lo ocurrido en la carrera desafió toda lógica, pero sirve a Christopher McDougall para presentar su tesis sobre la profunda relación existente entre el ser humano y correr. Ya cerca de la meta, Tulu seguía en el grupo de cabeza junto a Radcliffe. En un momento determinado, Radcliffe empezó a sentirse mal, pero Tulu, en lugar de aprovechar la ocasión para escaparse, retrocedió y ayudó a incorporarse a la corredora inglesa.

La carrera no había acabado. En una segunda ocasión, la campeona del mundo y poseedora del récord mundial vuelve a desfallecer. De nuevo, inexplicablemente para muchas personas ajenas a la carrera, Derartu Tulu prefirió asistir a su rival, en lugar de asegurar la victoria. 

Para la lógica externa a la carrera, Tulu estaba desaprovechando la que era quizá la última oportunidad de su carrera para intentar ganar una competición de prestigio.

Cuidar de los débiles del grupo durante momentos críticos

En aquella ocasión, Paula Radcliffe agradeció el nuevo gesto de la etíope, pero le recomendó que la dejara. La anécdota podría haberse acabado aquí, pero Tulu acabó ganando la carrera, a sus 37 años, 4 meses después de dar a luz a su segunda hija en un parto complicado.

Preguntada sobre su loable actitud durante la cursa, la corredora etíope se limitó a decir que había sentido la necesidad de ayudar a Radcliffe en su momento de debilidad, cuando parecía que sus problemas físicos le harían abandonar la carrera. Para Christopher McDougall, la voluntad que yace en esta necesidad profunda, tan humana, de asistir a otros miembros del grupo en una carrera, un momento de esfuerzo e incertidumbre, ha acompañado al ser humano desde sus inicios.

Evidentemente, McDougall no vende ninguna evidencia histórica de su tesis, pero para él tiene sentido que el ser humano haya dedicado buena parte de su existencia a recorrer grandes distancias. Para ello, se basa en lo que conocemos: 

  • hace 2 millones de años, el cerebro humano multiplicó su tamaño, una ventaja evolutiva que aumentó nuestra inteligencia y nos permitió mejorar una dieta omnívora baja en calorías con las grasas y proteínas procedentes de la carne animal, adecuadas para mantener un cerebro tan grande; 
  • sin embargo, las armas modernas, especialmente adecuadas para la caza, no aparecieron hasta hace aproximadamente 200.000 años, explica McDougall.

Tarahumara, los nativos que hicieron de correr una razón de ser

¿Cómo se las ideó el ser humano para enriquecer su dieta con carne animal si, durante un largo período, no contó con armas sofisticadas para la caza? El autor de Born to Run resume la tesis de su libro en la charla de TED Talks, exponiendo el interesante caso de los tarahumara, un pueblo nativo de México que, tras la llegada de los españoles a Mesoamérica y el sur de Norteamérica, se refugiaron en el altiplano montañoso de la Sierra Madre Occidental, en el actual Estado de Chihuahua, donde los principales rasgos de su cultura no cambiaron durante los siguientes 400 años.

Los tarahumara o rarámuri (literalmente, “corredores a pie” o “quienes corren rápido”) han suscitado interés a antiguos cronistas y a etnógrafos contemporáneos por su legendaria habilidad para recorrer grandes distancias sin aparente sufrimiento.

En las montañas de la Sierra Madre, los distintos grupos de la etnia trazaron una tupida red de largas sendas recorridas a pie, para salvar las largas distancias entre ellos y mantener intercambios comerciales, siempre a través del trueque, así como ritos culturales.

Con asentamientos muy dispersos y un entorno especialmente duro, los tarahumara corrían en una sola sesión hasta 700 kilómetros, o 435 millas, lo que sorprendió a los primeros etnógrafos que estudiaron la cultura, como el noruego Carl Lumholtz. ¿Cómo podía el cuerpo humano recorrer distancias aparentemente inalcanzables para mulas y caballos?

Nativos que beben cerveza y corren varias maratones en una sesión

Antes de sus largas carreras, que muchos tarahumara todavía emprenden, como explicaba Cynthia Gorney en un reportaje de 2008 para National Geographic, los corredores consumen grandes cantidades de cerveza de maíz, con cantidades de carbohidratos especialmente elevadas, y muy bajas en alcohol.

En distancias superiores a los 100 kilómetros, el cuerpo humano necesita consumir miles de kilocalorías (46.000, en 700 kilómetros). Los carbohidratos son adecuados para corredores, al convertirse tras la digestión en glucosa abundante, que será consumida durante el ejercicio físico.

Christopher McDougall cree que la cultura de los rarámuri, tan relacionada con la carrera, ofrece más enseñanzas que la sorprendente capacidad de resistencia de sus corredores de fondo. Se trata de rasgos que ofrecen pistas, dice el autor de Born to Run, sobre el propio pasado del ser humano. No sólo podemos correr mucho más y durante mucho más tiempo de lo que nuestro cómoda realidad socio-cultural nos ha hecho pensar, sino que podríamos correr esas largas distancias tal y como lo han hecho los tarahumara durante generaciones: descalzos.

Grupos familiares de nativos aislados en zonas montañosas que ingieren grandes cantidades de carbohidratos antes de correr durante cientos de kilómetros, y descalzos. No extraña, con estos rasgos culturales (ahora en peligro, al aumentar los lazos y el exterior), que los tarahumara no padecieran la mayoría de las dolencias que afectan a las sociedades modernas, desde enfermedades cardio-vasculares a obesidad o depresión.

Cómo ha corrido el hombre sin lesionarse: Abebe Bikila en Roma 1960

Los tarahumara también demuestran que es posible correr enormes distancias durante toda una vida y hacerlo descalzo sin sufrir constantes lesiones, exactamente el fenómeno opuesto que tiene lugar en la sociedad contemporánea, donde los aficionados a correr padecen constantes lesiones, pese a poseer cómodas y sofisticadas zapatillas deportivas. ¿O es precisamente el uso de zapatillas deportivas demasiado acolchadas, la causa de tantas lesiones?

Los corredores descalzos, demuestran los tarahumara, padecerían menos lesiones, podrían recorrer grandes distancias sin por ello necesitar atributos sobrehumanos. No sólo ellos; en la maratón de los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960, un desconocido corredor etíope, Abebe Bikila, sorprendió al mundo con la ligereza y naturalidad de su zancada.

Había corrido durante toda su vida y, aquel día, lo hizo con la misma naturalidad que en su país natal, con el mismo equipamiento: descalzo. Ver la carrera todavía causa impresión. Cuatro años más tarde y pese a haber padecido una lesión 40 días antes de la carrera, Abebe Bikila vuelve a ganar la maratón en los Juegos Olímpicos de Tokio, durante un día excepcionalmente caluroso. Pese a ello, pulverizó el récord del mundo.

El ser humano no sólo está diseñado para correr, sino que hacerlo descalzo supone una ventaja y evita las lesiones, observando los tarahumara, o la carrera en Roma de Abebe Bikila.

Lentitud y constancia en la carrera: la increíble resistencia femenina

McDougall relaciona la compasión de Derartu Tulu, que la llevó -en un momento de máxima tensión y esfuerzo- a no dudar en asistir a un miembro de aquel “grupo” en apuros, con la facilidad para recorrer grandes distancias de los tarahumara -pese a hacerlo descalzos-. 

Relaciona ambas historias con otros hechos significativos. No sólo los hombres jóvenes más fuertes están preparados para la carrera, sino también las mujeres y hombres, desde la adolescencia hasta la vejez.

La experiencia demuestra, por ejemplo, que las mujeres son mucho más lentas que los hombres por cuestiones fisiológicas, pero destaca su extraordinaria resistencia, que no desfallece incluso después de dar a luz, o durante períodos de lactancia. Es igualmente remarcable que, expone el autor de Born to Run, la resistencia y fortaleza del cuerpo femenino aumenta a medida que lo hace la distancia.

Correr con la misma marca a los 19 y a los 65 años

Si el género no discrimina a hombres y mujeres y ambos demuestran resistencia, aunque la musculatura masculina parece más adaptada para la velocidad y la femenina mejora con la distancia, ¿Qué ocurre con la edad?

Christopher McDougall menciona que, si una persona empieza a correr con cierta regularidad a los 19 años, conseguirá su pico de velocidad y resistencia a los 27 años y, a partir de ahí, reducirá su potencia en los años venideros, aunque no existe proporcionalidad entre la reducción del rendimiento en la carrera y la edad. Sorprende, por ejemplo, que la misma persona obtenga marcas similares a los 19 y a los 65 años.

Otro dato fisiológico significativo que no se le escapa al autor en su charla en TED Talks es la sofisticada transpiración del cuerpo humano, mucho más eficiente en relación con su masa corporal que cualquier otro animal superior a la hora de refrigerar y regular la temperatura de su cuerpo.

De nuevo, como si el cuerpo humano estuviera diseñado para la distancia. El biólogo Dennis M. Bramble, de la Universidad de Utah, ha explicado que no es casualidad que el ser humano tenga tanta facilidad para correr en entornos calurosos. “Tenemos un extraordinario sistema de refrigeración”.

La historia humana: correr en grupo tras la presa hasta extenuarla

McDougall construye su argumentación: el ser humano es compasivo con el grupo mientras corren (el caso de la corredora etíope); es capaz de correr descalzo distancias casi imposibles (se han documentado trayectos de corredores tarahumara de hasta 700 kilómetros); el cuerpo de la mujer parece especialmente diseñado para mejorar en la larga distancia, aunque no sea muy veloz; una persona es capaz de correr con la misma eficacia, rendimiento y velocidad a los 19 años y a los 65; o su modo de transpirar se adecúa a la larga distancia.

Para el autor estadounidense, todos estos hechos y otras evidencias similares bastan para argumentar con cierta solidez una teoría que gusta a muchos antropólogos y etnógrafos. Para procurarse alimento, el ser humano cazó durante miles de años con el método más eficaz a su alcance, a falta de armas mortíferas sofisticadas: persiguiendo a sus víctimas durante decenas de kilómetros, hasta extenuarlas. 

Tiene sentido. A falta de la gran velocidad, o de reflejos propios de la mayoría de mamíferos superiores y animales capaces de proporcionar una cantidad de carne significativa, el ser humano era capaz de competir en resistencia.

Como correr detrás de una presa podía apartar a sus perseguidores del resto del grupo, lo que obligaba a los cazadores a volver al punto de partida tras la caza, podría haber sido mucho más adecuado desplazarse a escasa pero constante velocidad, un ritmo adecuado para niños, adolescentes, adultos y ancianos no enfermos. Todo el grupo se desplazaba tras la presa, según esta teoría.

El legado de la caza persistente

Con anterioridad al desarrollo de hondas o arcos, los primeros cazadores optaron por la caza persistente, que consistía en perseguir a un animal durante horas hasta que éste recibía un golpe de calor debido a su menor capacidad de sudoración. A corta distancia, la presa era entonces más fácil de cazar.

La opinión de McDougall está reforzada por el resultado de estudios como el publicado en 2006 en la revista Current Anthropology, que documenta la misma práctica en algunos grupos supervivientes de cazadores y recolectores, como los san de África.

La amplia difusión del libro de Christopher McDougall desde su publicación en mayo de 2009 ha influenciado no sólo sobre el modo de correr de los aficionados a la carrera de distancia en Estados Unidos, sino que ha iniciado una creciente afición por correr largas distancias con calzado ligero o, a menudo, descalzo.

Paralelamente, varias empresas han desarrollado productos que se adaptan a la tendencia. Por ejemplo, la firma Vibram ofrece una zapatilla sin acolchamiento, llamada FiveFingers por su diseño en forma de guante, con espacio independiente para cada dedo del pie, que imita la sensación y beneficios de ir descalzo en determinados deportes y actividades.

Las enseñanzas de los grupos cazadores-recolectores san

Hay otra evidencia de que la evolución humana favoreció la carrera de resistencia. Un estudio publicado en la revista Journal of Experimental Biology expone que los dedos cortos del pie humano aumentan la eficiencia de la carrera, en comparación con el pie de animales con dedos proporcionalmente más largos y, por tanto, diseñado para actividades prensiles, etc.

El estudio prueba que aumentar el tamaño del pie sólo un 20% dobla el esfuerzo mecánico del pie. Incluso el hecho de que el dedo gordo del pie, el principal despegue y el último en abandonar el suelo, esté alineado con el resto, facilita la carrera. Correr descalzo no es un detalle menor.

Cuando muchas de las actividades inciden sobre el impulso, como obtener éxito y reconocimiento rápidamente y sin esfuerzo, aunque sea de manera poco ética, historias como la que explica Christopher McDougall en su libro y charla Born to Run nos recuerdan que la regularidad, el tesón, el deporte, el esfuerzo constante, la perseverancia, son mecanismos de excelencia o, a lo sumo, de bienestar.

En Fueras de serie (Outliers), Malcolm Gladwell argumenta que, para ser realmente buenos en algo, se necesita siempre mucha práctica. Una vez se ha conseguido, la diferencia entre unos y otros responderá a otros condicionantes. Lo que explicaría la diferencia entre cualquiera de los jugadores de La Masia del FC Barcelona que han triunfado en el primer equipo y en el fútbol mundial, y los que estuvieron a punto de lograrlo.

Existe un objetivo profundo que conecta a un escritor japonés con una corredora de élite etíope, que a su vez se comporta de un modo reconocible por una tribu de corredores de la Sierra Madre mexicana.

Y todos ellos celebran una actividad tan antigua que, como expone Christopher McDougall, podría habernos convertido en lo que somos: descendientes de cazadores y recolectores nacidos para correr, que proveían al grupo con alimento suficiente para mantener un cerebro mucho mayor que el de sus antepasados.

Antes de cazar con ondas y flechas, lo hicimos corriendo detrás de nuestra presa, mostrando nuestra superioridad (paciencia, resistencia, transpiración y termorregulación más eficiente que la de otros mamíferos). La caza por agotamiento es una actividad que, Murakami tiene razón, se parece más de lo que pensamos al trabajo constante necesario para lograr nuestros objetivos personales.

Todos los corredores de fondo mencionados experimentan lo que cualquier ser humano, de cualquier edad, puede comprobar por sí mismo, si logra correr ciertas distancias con regularidad: que seguimos estando muy cerca de los san del África austral, cuando corren tras su presa hasta agotarla.