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No posesión: depender menos de lo externo para vivir mejor

Para filosofía y psicología, acaparar bienes está relacionado con una dependencia que funciona como una adicción: la del individuo que espera obtener un bienestar impostado con cosas externas.

Plinio el Viejo reconocía uno de los fenómenos que cualquier adulto ha experimentado en incontables ocasiones: “Un objeto en posesión rara vez conserva el mismo encanto que cuando era deseado”.

La insaciabilidad nos causa desazón, pero hay mecanismos que han funcionado durante siglos para convertir la carrera por adquirir el último modelo de algo en una reflexión sobre las ventajas de las cosas que ya poseemos.

La carrera por mantener la ilusión

Desde que el estoico Crísipo usara la técnica de la “visualización negativa” para aprender a apreciar las cosas que ya tenía y, de este modo, convertir la desazón cotidiana en dicha, filosofías de vida como el estoicismo han sido conscientes de un fenómeno conocido por la psicología moderna como “adaptación hedónica“.

Los psicólogos Shane Frederick y George Loewenstein han estudiado este fenómeno y creen que el bienestar cotidiano de millones de personas depende de algo tan sencillo como reconocer una limitación humana: cuando ya poseemos algo, nos cuesta mantener la ilusión del primer momento.

Cuando algo es irresistible hasta que ya lo tenemos

La psicología moderna y los estoicos coinciden en el diagnóstico: los humanos somos en gran parte infelices por no reconocer y asumir nuestra insaciabilidad. Tras perseguir algo hasta obtenerlo, perdemos interés en el objeto que deseábamos con fruición, una vez es “nuestro”.

La adaptación hedónica es un comportamiento obsesivo que se comporta en nuestro cerebro como cualquier adicción: al obtener el último objeto anhelado, notamos el mazazo de la normalidad, la indiferencia… ¡somos los mismos! Como respuesta a la abulia, nuestra mente parte en busca de nuevos deseos, todavía mayores. Hay que aumentar la dosis.

Para ilustrar su hipótesis, Shane Frederick y George Loewenstein han estudiado la adaptación hedónica en ganadores de la lotería y en consumidores convencionales, con resultados concluyentes en ambos casos.

El espejismo exterior no genera el bienestar de la introspección

Tras el período inicial de euforia desatada, o felicidad orgásmica, a raudales, llega el dramático pinchazo. El bienestar no crece en el interior del individuo, sino que depende de un espejismo: la fortuna externa en forma de premio por el que no se ha luchado, o la compra de algo que a menudo no necesitamos.

Un modo más intuitivo de entender la profundidad psicológica y la auténtica capacidad de destrucción de la adaptación hedónica puede resumirse con una pregunta: ¿cuántos propietarios del iPhone 4 comprarán el iPhone 5 en cuanto el nuevo modelo esté a la venta? ¿Necesitan actualizar su móvil?

La adaptación hedónica afecta a todos los aspectos de nuestra vida y posesiones materiales, desde el interior de nuestra vivienda hasta el vehículo que usamos, la ropa que vestimos o el estado de nuestra relación conyugal.

Adaptación hedónica y lo eternamente irresistible

El carácter universal de esta dolencia invisible, no declarada ni reconocida hasta que se convierte en patológica o deriva en otras adicciones tratadas por la psicología y la psiquiatría, confirma que la adaptación hedónica encaja con nuestra herencia genética ancestral.

Nuestro cerebro prioriza, por ejemplo, las recompensas que hasta hace unas décadas garantizaban nuestra supervivencia.

El neurocientífico británico afincado en California Peter Whybrow ha dedicado su carrera a reconocer nuestra tendencia a acaparar lo que consideramos irresistible desde tiempos inmemoriales, cuando la carne y los azúcares eran escasos, y la población humana era ínfima y dispersa: comportamiento grupal gregario, alimentos ricos en azúcares y grasas, sexo y todo aquello que emule estos “premios”, como acaparar bienes de consumo.

El viejo truco que siempre funciona: estimular las vías de recompensa

Whybrow, autor del ensayo American Mania, es citado por Michael Lewis en Vanity Fair, exponiendo los orígenes ancestrales de la adaptación hedónica: “Cuando es enfrentado a la abundancia, las antiguas vías de recompensa del cerebro son difíciles de suprimir”.

Filósofos clásicos y psicólogos humanistas contemporáneos concluyen que una de las claves para lograr un bienestar duradero consiste en anticiparse al proceso de adaptación hedónica, aprendiendo a apreciar las relaciones y cosas que ya poseemos.

“¿Preguntas qué es la libertad -escribió Séneca-? No ser esclavo de nada, de ninguna necesidad, de ningún accidente y conservar la fortuna al alcance de la mano”.

La libertad descrita por Séneca depende del cultivo interior y una vida sensata usando la razón, y “de acuerdo con la naturaleza” (siguiendo su flujo, el equivalente al “tao” de la filosofía oriental); aprendiendo a controlar -no a suprimir- el carácter insaciable de nuestros instintos.

Contraatacar con un razonamiento consistente: la visualización negativa

El mecanismo usado por los estoicos para combatir la insaciabilidad de las posesiones valorando en cada momento lo que ya tenemos es conocido como “visualización negativa”.

Apreciamos más a nuestros seres queridos, o los dispositivos y la ropa que usamos, cuando somos conscientes de la fragilidad de nuestra existencia y la de los otros, cuando disfrutamos del presente, sin olvidar planear para el futuro.

Buena parte del consumo cotidiano es inconsciente, incluso en momentos de dificultad económica como los actuales. Invertimos tiempo, dinero y energía -física, emocional- en acumular cosas, muchas de las cuales apenas son usadas y nos restan tranquilidad, ocupando los espacios más valiosos de nuestra vida diaria. La vivienda, el habitáculo del automóvil, la mochila, el monedero.

Acumular cosas nos angustia

Los últimos estudios, llevados a cabo en decenas de familias del sur de California, concluyen que, lejos de aumentar nuestra calidad de vida, acumular cosas nos angustia.

Como respuesta a la tendencia contemporánea a acumular bienes de todo tipo hasta hacer que el interior de muchas casas sea impracticable, con garajes donde no hay espacio para aparcar y despensas repletas de alimentos que nunca abriremos, crece el interés por los consejos para reducir posesiones hasta un número esencial, diferente en cada individuo.

Reducir, editar, desencallar. Dar o vender lo superfluo o innecesario. El arte de editar gana adeptos y, según expertos como el fundador de la bitácora TreeHugger, Graham Hill, una de las habilidades más valoradas del siglo XXI será la capacidad del individuo para “editar”, sean posesiones, amigos en Facebook, etc.

La obesidad es la malnutrición de antes; las posesiones, la nueva desposesión

El sobrepeso, signo de refinamiento y estatus social en la cultura occidental hasta finales del siglo XIX, cuando los progresos agrarios permitieron alimentar en abundancia a toda la población, es ahora un símbolo de carencias: déficit educativo y económico, inactividad, infelicidad, dependencia. La obesidad es sólo el extremo de esta dolencia moderna.

La obesidad se ha convertido en el equivalente en el nuevo siglo a la malnutrición del pasado.

El paralelismo entre la evolución histórica del consumo y la ingestión de alimentos es chocante: el consumo desaforado, hace unos años símbolo de estatus, es ahora practicado por las clases medias emergentes de todo el mundo, así como por los más desfavorecidos de los países ricos.

La educación, el cosmopolitismo, la práctica deportiva y la delgadez son, reflexiona The New York Times, los nuevos símbolos de estatus, que distinguen a las nuevas élites de las anteriores, apegadas todavía a las posesiones materiales.

La polución de lo superfluo

De los objetos que poseemos, ¿cuáles son imprescindibles o incrementan con claridad nuestra calidad de vida? ¿Cuáles son irrenunciables? Y, por el contrario, ¿qué porcentaje dificulta el día a día, más que mejorarlo?

Nuestra lista de productos irrenunciables cuenta casi con toda seguridad con objetos que dos promotores de la vida sencilla, Henry David Thoreau y Mohandas Gandhi, no conocieron en su época.

A excepción del material tecnológico más ubicuo de la actualidad -ordenador portátil, teléfono-, el resto de productos de la lista de Thoreau durante sus 14 meses de estancia en el bosque del lago Walden, o de Gandhi en la última etapa de su vida, son viejos conocidos.

Lo esencial

Entre los objetos que sirvieron a Thoreau en Walden y a Gandhi antes de ser asesinado tras la independencia de la India, hay calzado y ropa básica, camastro, silla, escritorio, gafas -cuando necesarias-, reloj -distintivo de su pasado funcionarial británico que Gandhi conservó-, un bastón -cuando necesario- y poco más.

Una vez despojados de lo prescindible, los objetos básicos de ambos no son tan distintos de los de Séneca, pero tampoco de los de cualquier individuo contemporáneo.

Thoreau: “Buena parte de los lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no sólo no son indispensables, sino dulces obstáculos a la elevación de la humanidad”.

El valor simbólico de unos anteojos

Gandhi reconoció la inspiración de los escritos de Thoreau, sobre todo Walden (vida sencilla) y el ensayo Desobediencia civil (resistencia pacífica). Los coetáneos que le conocieron decían que el líder indio podía contar sus posesiones con los dedos de las dos manos, adquiridas en 2009 en una polémica subasta por un millonario indio que pagó 1,8 millones de dólares por los humildes objetos.

Entre las posesiones, se incluían unos anteojos comprados en Londres durante su juventud, reloj de bolsillo -también inglés-, cuenco y plato de latón, juego de cubiertos y sandalias de cuero.

En los últimos años, coincidiendo con el mayor interés por la vida sencilla y la existencia consciente, basada en un consumismo crítico y una mayor atención por vivir en el presente sin desatender el mañana -siguiendo los preceptos del “beatus ille” de la Época Clásica y el Renacimiento-, inspira a pensadores, escritores, blogueros o artistas a reducir sus posesiones.

Objetos para siempre

Se han sucedido proyectos para vivir con menos de 100 posesiones, mientras el periodista británico Leo Hickman ha propuesto que el objetivo debería ser reducir la lista de objetos imprescindibles a la decena de bienes imperecederos, bien diseñados, resistentes. Los llamados “objetos para siempre” (“forever objects“).

Mientras Annie Leonard elaboraba el proyecto The Story of Stuff y su secuela, un grupo de estudiantes escandinavos se ha fotografiado junto a la totalidad de sus posesiones, y el fundador de TreeHugger Graham Hill decidió vivir mejor en una buena localización (Manhattan), en menos espacio y con menos objetos, en el marco de su proyecto Life Edited (nuestra vídeo-entrevista con Hill sobre el proyecto).

Los objetos esenciales cambian con cada persona y aumentan en los espacios compartidos, pero cualquier reflexión individual o en grupo descarta de una tacada muchos de los objetos que condicionan nuestra vida y espacio a diario.

El “más grande por si acaso”

En ocasiones, pensar o planear con una mentalidad anclada en la abundancia posterior a la II Guerra Mundial puede conducir a más de una familia primeriza a, por ejemplo, comprar un enorme e ineficiente vehículo 4×4 para acudir 2 veces al año a esquiar o acampar en la montaña.

Es la misma mentalidad que convierte muchos apartamentos en búnkeres de abundancia preparados para batallas imaginarias.

Leo Babauta, fundador de la bitácora Zenhabits y autor del ensayo Focus: a simplicity manifesto in the age of distraction, ha logrado notoriedad haciendo algo sencillo que, por alguna razón, resulta a muchos tan complicado que podría confundirse con una patología.

Se trata de sencillos consejos sobre minimalismo, vida sencilla, cómo simplificar y desatascar la vida cotidiana de objetos y rutinas innecesarias, acumuladas sin ton ni son.

Entender la adaptación hedónica y reaccionar como uno considere

Incluso bitácoras sobre decoración doméstica, interiorismo y arquitectura, como Apartment Therapy, escriben sobre “lo mínimo: 10 objetos absolutamente esenciales para cada casa”.

Por no hablar de nuestra Kirsten Dirksen, co-fundadora de *faircompanies, directora y editora de todos nuestros vídeos, cuyo documental sobre el movimiento de las casas pequeñas We the Tiny House People ha superado las 200.000 visitas, los 2.500 “likes” y los 450 comentarios -sólo en YouTube– mientras escribo estas líneas.

Queramos aplicar sus preceptos con suavidad o radicalidad, o simplemente nos interesen los consejos y propuestas de otros en temáticas como la autosuficiencia económica, la vida sencilla, los espacios reducidos, o la simplificación y edición de posesiones superfluas, la temática genera interés y debate sobre qué nos hace felices y qué es, por el contrario, superfluo e incluso contraproducente, cuando no tóxico.

No hace falta dormir en una tinaja

La tendencia que reacciona contra el materialismo superfluo y sus consecuencias espirituales, espaciales o medioambientales, alberga una rica y matizada escala de grises.

Destacan tanto la moderación del estoicismo y sus derivados, como la radicalidad ascética de otras tendencias también clásicas, próximas a la escuela cínica griega, cuya filosofía de vida renunciaba a todas las posesiones materiales.

Diógenes de Sinope, uno de sus proponentes, vivió en una tinaja, renunciando a las normas sociales. Algo que no le impidió conocer a Alejandro Magno.

Su estilo de vida y comportamiento no fue compartido por los estoicos, que sí valoraron muchas de las ideas sobre frugalidad y vida sencilla de esta corriente.

No-posesión y su significado

La “no-posesión“, es una filosofía derivada de los preceptos de tradiciones ascéticas de Asia Menor, así como de filosofías clásicas como el estoicismo, pasadas por el filtro del trascendentalista Henry David Thoreau y su discípulo intelectual Mohandas Gandhi, y a medio camino entre ambos.

La “no-posesión” combina las tradiciones oriental y occidental, guardando equidistancia con la radicalidad cínica y la mesura estoica, filosofía de vida plagiada por la escolástica cristiana, el Renacimiento y la Ilustración.

Para el escritor estadounidense Mark Twain, “cualquiera de las cosas materiales que deseamos es meramente un símbolo: lo queremos no por su valor intrínseco, sino porque contendrá nuestro espíritu en ese momento”.

Sea cual fuere nuestro punto de vista acerca de cuán necesarias son nuestras posesiones, merece la pena reflexionar sobre los riesgos de un fenómeno aparentemente universal como la adaptación hedónica, así como aprender a valorar lo que ya poseemos.

Depende de nosotros, y eso son buenas noticias.