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Optimismo + templanza = mejor salud y longevidad (estudios)

Un nuevo estudio reitera la hipótesis de que los individuos más optimistas y que gestionan mejor sus dificultades viven más años y con mejor salud que el resto.

Tener una actitud positiva hacia la vida no sólo facilitaría, por tanto, las relaciones interpersonales: el principal beneficio es la propia salud. De nuevo, resuenan los ecos de las filosofías de vida clásicas en los resultados de una investigación científica.

Los responsables del estudio, de la Yeshiva University de Nueva York, han detectado un rasgo común entre la mayoría de centenarios: una personalidad que sabe relativizar los problemas y sacar partido a los pequeños placeres de la vida, como el optimismo, la indolencia ante el devenir y la templanza.

Recetas clásicas para una vida plena actual

Sin saberlo, los centenarios estarían aplicando las recetas por las que abogan filósofos clásicos y teóricos de la psicología positiva por igual.

Séneca, Henry David Thoreau y Abraham Maslow, por mencionar tres pensadores en tres épocas distintas, coincidieron en que el bienestar consiste en disfrutar del momento -impermanencia, “beatus ille“-, apreciar lo que uno ya tiene, controlar la insaciabilidad de lo que Freud llamaría en el siglo XX “subconsciente“, saborear la mesura y no obsesionarse con lo que no podemos cambiar -pasado, presente y cosas que están fuera de nuestro alcance-.

Para los filósofos estoicos y los autores posteriores en los que resuenan sus teorías (el pionero de la Ilustración René Descartes en el siglo XVII y, en el XIX, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer y el trascendentalista estadounidense Henry David Thoreau), la “tranquilidad” -bienestar, plenitud, felicidad- se obtenía usando la razón y lo que llamaron “virtud” acorde con la naturaleza.

Uso de la razón + búsqueda de lo interior = ¿plenitud?

Inspirados por Sócrates y el eudemonismo de Aristóteles, los estoicos relacionaban la vida virtuosa con el uso de la razón, ya que el ser humano había sido concebido como ser racional, capaz de dominar los afectos y pasiones: lo irracional, la implacable tendencia a buscar la gratificación instantánea de la que habló Freud.

La virtud era una facultad activa que había que cultivar, muy similar al modo en que la ciencia actual identifica la fuerza de voluntad, considerada cada vez más por la ciencia como un músculo que puede ejercitarse o, a falta de uso, atrofiarse.

En El discurso del método, René Descartes reconoce su inspiración en el estoicismo como filosofía de vída para beneficiarse de la existencia virtuosa y la tranquilidad explicadas por los filósofos de esta escuela.

Conquistarse a uno mismo en lugar de golosinas externas

Descartes: “Buscar siempre conquistarme a mí mismo en vez de la fortuna, cambiar mis deseos en lugar del orden establecido y, en general, creer que nada excepto nuestros pensamientos está por completo bajo nuestro control, así que después de haberlo hecho lo mejor posible en las cuestiones externas, lo que queda por hacer es absolutamente imposible, al menos por lo que se refiere a nosotros”.

Las palabras de Descartes no se alejan de innumerables citas de los principales estoicos, Séneca y Marco Aurelio entre ellos. Antes incluso que los estoicos, Sócrates ya aconsejaba que el secreto del bienestar no se encuentra en buscar más, sino en desarrollar la capacidad para disfrutar con menos.

Las ideas de Sócrates resonarían en los escritos de sus discípulos directos y en las posteriores filosofías de vida de las principales escuelas fundadas después de que Aristóteles. El estoicismo se eleva sobre el resto, por su consistencia e influencia posteriores, así como paralelismos con la sabiduría del pensamiento oriental (sin ir más lejos, con el Tao Te Ching).

Ramas de un mismo árbol

En la tradición oriental, el taoísmo y el confucianismo coincidirán con las escuelas filosóficas greco-romanas en que el secreto de la felicidad radica en el cultivo personal de las virtudes, y la razón y el dominio de los impulsos, así como en (re)aprender a valorar lo que uno ya tiene, conducen a la tranquilidad (un estadio superior de sabiduría y “felicidad”).

El profesor William B. Irvine, que se declara practicante del estoicismo como filosofía de vida en Guide to the Good Life, la tranquilidad de los estoicos -similar al eudemonismo de Aristóteles-, era un “estado psicológico marcado por la ausencia de emociones negativas, como aflicción, ira o ansiedad, así como la presencia de emociones positivas, como alegría”.

El ensayo de Irvine, recomendado por Mark Frauenfelder de BoingBoing, James Wolcott de Vanity Fair o el periodista de la emisora de radio NPR Matt Miller, menciona cómo algunos individuos practican, sin siquiera proponérselo, muchos de los preceptos por los que aboga el estoicismo.

Pensamiento analítico para alcanzar la buena vida

Irvine eligió el estoicismo como filosofía de vida por encima del budismo zen, que él considera el equivalente oriental a esta corriente, debido al protagonismo que el estoicismo otorga al uso de la razón y el pensamiento analítico para alcanzar la “buena vida”.

En cambio, dice, la meditación budista es menos cartesiana y está más relacionada con la estricta práctica de una tradición. Hay que “creer” más y no es necesario “razonar”.

William B. Irvine explica, no obstante, que hay individuos que practican una sabia templanza ancestral equivalente al estoicismo y al budismo zen, sin por ello habérselo planteado: “hay personas que no necesitan que los estoicos o un sacerdote les expliquen que la clave para tener una disposición alegre consiste en relativizar periódicamente sus pensamientos negativos”.

“[Estas personas -prosigue Irvine-] no analizan sus circunstancias en función de lo que carecen, sino en términos de lo que ya poseen y cuánto lo echarían de menos si lo perdieran”.

El más mísero y el más afortunado

“Muchos de ellos -prosigue Irvine- han tenido bastante mala suerte, hablando de manera objetiva, en sus vidas; sin embargo, te explicarán con pelos y señales cuán afortunados son -por estar vivos, por poder hablar, por poder vivir donde viven, y así sucesivamente-“.

Es instructivo, expone el profesor Irvine, comparar a este tipo de personas, optimistas por naturaleza, con aquellos “que lo tienen todo” en términos materiales pero que, al no haber aprendido a apreciar nada de lo que tienen, son personas atormentadas.

Y, como vemos, según los estudios, su tormento interior les conduce a vivir menos que quienes cuentan con una aparente actitud optimista y desenvuelta ante la vida.

Los centenarios han aprendido los secretos del estoicismo

La mayoría de centenarios, al parecer, “comparten rasgos específicos de personalidad, incluyendo un bajo neuroticismo, una elevada extroversión y una conducta recta”.

Debido a que estos rasgos son en buena parte hereditarios e influyen sobre la salud, la personalidad del individuo estaría relacionada, dice el estudio, con mecanismos biogenéticos que contribuirían a una longevidad excepcional: una prueba de que los rasgos espirituales y la filosofía de vida influyen en la salud a largo plazo.

Ello explicaría por qué determinadas familias o poblaciones registran una esperanza de vida muy superior a la media, incluso en países con una ya de por sí elevada esperanza de vida.

Rasgos predominantes entre los más longevos

Los resultados del estudio de la Yashiva University dilucidan dos rasgos de personalidad predominantes entre las personas que llegan con mejor salud a edades más avanzadas:

  • actitud positiva ante la vida (PATL en sus siglas en inglés): optimismo, tolerancia, buen humor, o introversión con iniciativa;
  • y expresión emocional (EE), o capacidad para analizar las propias emociones y evitar así reprimirlas de manera contraproducente.

Voluntad contra determinismo genético

De nuevo, el determinismo genético parece superar a la fuerza de voluntad individual para forjar nuestro propio futuro y bienestar.

Pero, ¿hasta qué punto puede una persona no predispuesta a tener una actitud positiva en la vida lograr bienestar y autorrealizarse?

Es posible, nos explica la tradición del pensamiento racional y empírico occidentales, sobreponernos a tendencias e instintos para, así, vivir tanto y tan bien como quienes cuentan con una herencia genética y entorno que les allanará el camino para lograr bienestar duradero.

Psicología moderna: entre el “impulso” de Freud y la “virtud” de Maslow

Además de las dos guerras mundiales, en el siglo XX se libraron dos contenciosos condicionaron nuestro modelo de sociedad… y algunos rasgos de nuestra personalidad.

Por un lado, tuvo lugar el paso de la cultura de la necesidad a la del deseo (frugalidad contra consumo; o consumo consciente contra hedonismo desaforado). La otra batalla, relacionada con la primera, es resumida por la psicología moderna: las teorías de Sigmund Freud contra las de Abraham Maslow:

Sobre la complejidad del ser humano y la ausencia de “curas” milagro

Entender la evolución comercial e industrial del siglo XX, así como apreciar las aportaciones en psicología y ciencias sociales de los pensadores del siglo, no otorga la razón absoluta a Sigmund Freud, ni tampoco a Abraham Maslow.

Investigaciones posteriores dan la razón parcial a Freud y a Maslow, y sus visiones sobre la psicología del ser humano son complementarias: los impulsos primarios de nuestra especie condicionan nuestras decisiones (psicoanálisis freudiano), mientras la razón y el pensamiento crítico conducen al individuo a la autorrealización (psicología positiva, concepto de “inteligencia emocional” maslowiano).

La propia trayectoria vital de Abraham Maslow demuestra lo que teorías filosóficas, tanto clásicas (eudemonismo, estoicismo) como contemporáneas (el objetivismo de Ayn Rand), sugieren en su concepción del mundo: por muy tóxico que sea un ambiente de opinión, una actitud positiva y analítica ayuda a sobreponerse.

El positivismo de la pirámide de las necesidades

El hijo de inmigrantes judíos europeos, padeció discriminación en su vida y fue capaz de sobreponerse a los problemas de seguridad de la base de su pirámide de las necesidades, para alcanzar con esfuerzo personal su cima de autorrealización.

Qué mejor persona para elaborar una hipótesis relacionada con la psicología positiva y las ciencias sociales que alguien que ha conocido en primera mano cómo las condiciones externas que uno no puede controlar (discriminación, guerras, inestabilidad económica y política, extremismos), inciden sobre su propio proyecto vital.

Los impulsos humanos y la influencia del subconsciente descritos por Freud, y la capacidad de las personas -descrita por Abraham Maslow- para atender sus necesidades básicas y, a continuación, autorrealizarse con aportaciones creativas basadas en la razón: una dualidad insertada en la sociedad desde finales de la II Guerra Mundial.

Revulsivos del bienestar duradero

El estudio de la Yeshiva University que relaciona la longevidad con un modo de optimismo casi congénito no es el primero en citar, como revulsivos del bienestar duradero, la mesura, la moderación, la consciencia de la impermanencia y la apreciación de lo que uno ya tiene con bienestar mental y físico y, en última instancia, con la longevidad.

Ya hemos mencionado varios estudios que exponen cómo la frugalidad cotidiana, desde la restricción calórica y la alimentación saludable a realizar ejercicio regular, pasando por reforzar la fuerza de voluntad (que actúa como un músculo) y el cultivo personal, contribuyen al bienestar y a la longevidad.

Todos estos estudios inciden sobre los mismos conceptos observados ya por Sócrates y atribuidos a él por sus discípulos, Platón y Xenofonte entre ellos, y desarrollados por Aristóteles (eudemonismo), origen del estoicismo y las otras filosofías de vida relacionadas, menos equilibradas y más radicales en sus postulados (cinismo, epicureísmo).

Sobre los riesgos de las mieles de la gratificación instantánea

¿Qué hay de malo en buscar el placer y practicar una filosofía consistente en una mezcla de afluencia, estatus social y placer, donde no falte un poco de fama y, quizá, algún lujo fastuoso de vez en cuando?

William B. Irvine cree que esta aspiración a buscar, a través de todos los métodos de gratificación instantánea a nuestro alcance, el mayor número de recompensas a corto plazo posibles, con el menor esfuerzo posible, es el “hedonismo inconsciente” practicado por millones de personas que nunca se han planteado una alternativa a lo que consideran una aspiración vital.

Su versión consciente, que Irvine reconoce como “hedonismo ilustrado”, consiste en una mezcla similar de afluencia, estatus y placer, aunque con conocimiento de causa. ¿El problema? Los estudiosos de todos los tiempos coinciden en que alimentar los impulsos que nos han hecho evolucionar como especie causa desazón, más que autorrealización.

“Por cada deseo que saciamos, otro ocupa su lugar”

La estrategia de lograr la felicidad obteniendo lo que se nos antoje en cada momento ha sido usada, explica William B. Irvine en Guide to the Good Life, por la mayoría de la gente a lo largo de la historia y en distintas culturas. En ningún caso se ha logrado un bienestar duradero.

La gratificación instantánea tiene un defecto importante, como todos estos individuos han reconocido en distintos momentos y lugares: “por cada deseo que saciamos de acuerdo con esta estrategía, un nuevo deseo aparecerá en nuestra cabeza para ocupar su lugar”.

“Ello significa que no importa lo duro que trabajemos para satisfacer nuestros deseos, puesto que no estaremos más cerca de la satisfacción que si no hubiéramos cumplido ninguno de ellos”.

La insatisfacción de la satisfacción impulsiva

La imposibilidad de lograr la satisfacción a través del hedonismo, sea consciente (para, Irvine, una filosofía de vida al fin y al cabo, equivocada o no) o inconsciente (la versión más tóxica para un individuo, y la prevalente), es una de las temáticas recurrentes en la creación humana. “I can’t get no satisfaction”, dice la canción.

Un modo mucho mejor, aunque menos obvio, de lograr la satisfacción, sugieren la filosofía y algunos estudios científicos como el de la Yeshiva University, no consiste en satisfacer nuestros deseos e impulsos, sino en aprender a dominarlos de manera racional.

Irvine especifica los riesgos, detectados por el estoicismo y otras corrientes filosóficas, así como la psicología moderna, de seguir el mandato de la gratificación instantánea: aumenta el riesgo de desarrollar patologías físicas y mentales y, por ende, de vivir menos y peor.

Aprender a apreciar lo que tenemos

“En vez de perseverar en saciar cualesquiera deseos que se nos ocurran, necesitamos trabajar para evitar que se formen ciertos deseos y eliminar muchos de los que ya se han formado. Y, en vez de querer cosas nuevas, tenemos que esforzarnos por apreciar lo que ya tenemos”.

William B. Irvine recoge también en su ensayo Guide to the Good Life el exotismo que tiene en la actualidad el conocimiento filosófico en general, cuanto más interesarse por el estoicismo o escuelas equivalentes y, si uno lo estima oportuno, convertirse en “estoico practicante”.

Por eso, Irvine, él mismo profesor de filosofía y estoico, tras haber pasado la mayor parte de su vida por una fase en la que profesaba un desatendido “hedonismo ilustrado”, recomienda a quien se interese por los principales preceptos del estoicismo que no es necesario enarbolar ninguna bandera ni dialéctica filosófica.

El camino hacia la introspección

Robustecer la fuerza de voluntad (que, recordemos, se ejercita o atrofia como un músculo), aprender a disfrutar de la gratificación aplazada, dominar los impulsos, disfrutar de lo que ya se tiene, aceptar el pasado y el presente como son o han sido, ver el lado positivo de las situaciones en que podemos influir y aceptar que hay otras que se escapan de nuestra capacidad de influencia.

Estas son algunas de las prácticas que, recordadas de manera periódica, distinguen el optimismo ante el devenir de la vida del estoico, el clásico y el contemporáneo, en contraposición a la actitud insaciable y quejumbrosa, atormentada, de quien va saltando de premio en premio, en la carrera de la gratificación instantánea.

¿Pueden funcionar en la actualidad las filosofías de vida consistentes de la Época Clásica? En efecto, el estoicismo y la vida sencilla ganan adeptos.

No sólo funcionan, a juicio de Irvine y otros expertos, sino que su ausencia explica en parte la crisis de valores de las últimas décadas, así como la desorientación que ha llevado a la práctica inconsciente y poco reflexiva del hedonismo protestón y acomodaticio.

Ayudar a la gente corriente a vivir mejor

El principal objetivo de los filósofos clásicos consistía en ayudar a la gente corriente a vivir vidas más plenas, con un bienestar tranquilo y duradero. Sin prometer premios falsos, ídolos, golosinas y otros oasis de gratificación instantánea, tan habituales hoy.

Ello no va en contra de la ambición personal, como demuestra la preponderancia social de, por ejemplo, los principales filósofos estoicos y sus alumnos, desde preeminentes hombres de negocios (Séneca) a emperadores romanos (Marco Aurelio), pasando por esclavos que ganaron su libertad y holgura económica debido a la perseverancia y el uso del intelecto (Epicteto).

Los estoicos menospreciaban el éxito, pero ello no les impidió, siendo diligentes en su vida personal e interior, lograr la comodidad material, pese a que practicaban a diario para no dar la riqueza por sentada ni hacerla acomodaticia, narcotizante.

Riesgos del borreguismo

Por ejemplo, Catón el Joven, biznieto de Catón el Viejo, descrito por los filósofos romanos como el arquetipo de estoico, decidió llevar ropa humilde y oscura, cuando entre los patricios se estilaba el púrpura. Si los romanos llevaban túnica y zapatos, él rehusaba hacer lo mismo.

Según Plutarco, Catón el Joven no buscaba vanagloriarse; al contrario, se vestía de manera diferente para acostumbrarse “a estar avergonzado sólo de lo que realmente era vergonzante, y a ignorar las bajas opiniones de la gente en cuestiones superfluas”.

Séneca se refirió a este sentimiento interior: “Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti”.

Importa la sustancia, no la etiqueta

Si se quiere, en lugar de llamarlo eudemonismo, o estoicismo, u objetivismo, o budismo zen, uno lo puede llamar sentido común y profunda convicción en el uso de la razón y la fuerza de voluntad como herramientas para autorrealizarse y, en última instancia, vivir mejor y más años, dicen los estudios.

Quienes se declaran agnósticos, o creyentes de alguna de las principales religiones (abrahámicas, orientales o minoritarias), ateos o, simplemente, ni saben ni contestan, rechazarán el análisis de Séneca o William B. Irvine, al no reconocerse ellos mismos “hedonistas inconscientes”.

Asimismo, ¿cómo se puede reconocer la valía de una filosofía de vida que explica que Zeus nos creó? Muchos transforman la idea de Zeus en su propio dios, compatibilizando las enseñanzas de la razón y cultivo de la virtud según la naturaleza con su religión (y, por tanto, permanecería la explicación religiosa, no racional).

Lo hizo el cristianismo desde sus orígenes, considerando a Séneca y Marco Aurelio como pensadores “de los nuestros” y distinguiéndolos del resto de los paganos.

San Agustín los menciona a menudo, Tertuliano se refirió a Séneca como “saepe noster” (“a menudo uno de los nuestros”) y San Jerónimo incluyó a Séneca en su catálogo de santos. Qué menos, cuando se aprovechó tanto de una filosofía “pagana”.

El estoicismo contemporáneo

William B. Irvine responde a un distinto grupo de estoicos, más racionales y educados en el pensamiento epistemológico. Para ellos, el estoicismo funciona como filosofía de vida y tiene ventajas con respecto al budismo zen o prácticas más exigentes e “irracionales”.

Para definir el estoicismo, “hablaría de la teoría evolutiva, según la cual los humanos son el resultado de una interesante serie de accidentes biológicos”.

“Después hablaría de psicología evolutiva, según la cual los humanos, además de ganar una cierta anatomía y psicología mediante procesos evolutivos, obtuvieron rasgos psicológicos concretos, tales como sentir miedo o ansiedad bajo circunstancias concretas y una tendencia percibir placer bajo otras circunstancias”.

Estoicismo y teoría evolutiva

Irvine explica que, en su visión del estoicismo en la que se sustituye Zeus por la teoría evolutiva, nuestra especie prioriza desde sus inicios la gratificación instantánea no para vivir mejor, sino para sobrevivir.

De ahí, el placer que sentimos con alimentos ricos en azúcares y grasa, el sexo, el gregarismo, etc. “Desarrollamos estas tendencias no para que pudiéramos tener una buena vida, sino para garantizar nuestra supervivencia y reproducción”.

Nuestro pasado evolutivo contribuye a nuestro comportamiento psicológico. Nuestra capacidad para percibir dolor, peligro, placer, se corresponden con nuestros orígenes como especie y no tienen nada que ver con deidades mencionadas por alguna corriente filosófica o confesión.

No obstante, gracias a nuestra capacidad para beneficiarnos de la razón y la fuerza de voluntad, podemos tamizar los impulsos evolutivos para obtener el mayor bienestar interior, más allá de la situación material.

Torcer el determinismo para vivir mejor (y más)

“Gracias a nuestra habilidad para razonar, tenemos en nuestras manos emplear de otra manera nuestra herencia evolutiva” y torcer, de paso, el determinismo. Sea evolutivo y genético, religioso (el fatalismo de la predestinación), o psicológico (Freud y su baja consideración del ser humano).

En El Manantial (The Fountainhead), la escritoria, filósofa objetivista y pensadora libertaria Ayn Rand escribe:

“Hace miles de años un primer hombre descubrió cómo hacer fuego. Sería quemado en la hoguera; probablemente había enseñado a sus hermanos a la luz, pero legó un presente no concebido hasta entonces y levantó la oscuridad de la faz de la Tierra “.