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PIB y bienestar: el fin del culto al producto interior bruto

Diversos organismos debaten la utilidad de mantener un indicador de riqueza para zonas económicas, países e individuos basado en el tradicional cálculo de renta: actividad económica generada por unidad de población. La renta per cápita, por ejemplo, indica la relación entre el producto interior bruto (PIB) de un país y su número de habitantes.

El cálculo es tan sencillo como equívoco: ¿se puede medir el nivel de riqueza o bienestar (y, por tanto, la felicidad) de un país dividiendo simplemente el producto interior bruto (PIB) por su población? Los críticos del indicador lo tienen claro, y responden negativamente.

La renta per cápita, como unidad de medida del bienestar social y calidad de vida de los habitantes de un país, ha perdido su credibilidad. Entre sus principales defectos:

  • El PIB o renta per cápita ignora las desigualdades de la renta en una sociedad. Por ejemplo, Estados Unidos sigue siendo el país más rico del mundo y el que es capaz de crear más riqueza; pero 2/3 de las ganancias totales del país entre 2002 y 2007 fueron acaparadas por el 1% de la población, explica The Economist. Algunos indicadores alternativos tienen en cuenta cuán uniforme es la distribución de riqueza en un país o región, como el coeficiente de Gini y el índice de Atkinson.
  • No contabiliza las externalidades negativas (la contaminación no penaliza y, si genera negocio, puede incluso pesar positivamente en el indicador).
  • Equipara producción (o creación de actividad económica) con riqueza. Varios gastos incluidos en el PIB, como el militar y el de seguridad, no son consumidos ni aumentan las posibilidades de producción, sino que sólo pretenden “proteger”. Aumentar el gasto militar o de inteligencia puede tener consecuencias catastróficas para un presupuesto, aunque el PIB podría incluso crecer con un aumento de estas partidas. La renta per cápita, o PIB dividido por los habitantes de un país, también aumentaría.

Por ejemplo, el aumento del esfuerzo militar de la anterior Administración estadounidense no repercutió negativamente sobre el indicador de PIB del país, sino todo lo contrario. Estados Unidos empleaba en 2005 el 4,06 de su PIB en gastos militares, más de 663.000 millones de dólares, poco menos de la mitad del PIB anual de España, la novena economía del mundo.

Esta factura, que representa el 41,5% del gasto militar en todo el mundo, es contabilizada como parte de la “riqueza”, o renta, de Estados Unidos. Y repercute al alza no sólo en el PIB del país, sino en la renta per cápita estadounidense.

Si el coeficiente de Gini y el índice de Atkinson son dos métodos que informan sobre la desigualdad de renta y bienestar entre los habitantes de una sociedad, otros indicadores también tratan de tener en cuenta externalidades negativas como la contaminación o emisiones de CO2 generadas por una sociedad; o descuentan el gasto militar y de seguridad del PIB per cápita, al entender que no mejoran directamente la calidad de vida o el bienestar.

En ocasiones, aunque de modo indirecto, lo empeoran: mayor esfuerzo militar con una presión fiscal similar o igual a otros momentos comporta una disminución del presupuesto público en otros departamentos, como educación, investigación y desarrollo, infraestructuras, etc.

La brutalidad del producto interior bruto

El cálculo del PIB equipara riqueza a crecimiento. Una sociedad, según los indicadores tradicionales basados en el PIB, no seguirá mejorando si no aumenta su PIB total y PIB per cápita. Además de las limitaciones del PIB para juzgar la salud real de una economía, que podría estar creciendo artificialmente a partir de prácticas basadas en una industria anticuada y contaminante, o a partir de un aumento en los gastos militares y de seguridad, este indicador relaciona desarrollo humano con necesidad de crecimiento. Más y más grande significa más rico y próspero. Y, por tanto, más “desarrollado” y “feliz”.

Además de omitir la distribución de la riqueza entre la sociedad, el nivel educativo, la esperanza de vida o la huella ecológica de una sociedad para calcular su “bienestar” real, el PIB no tiene en cuenta los siguientes matices:

  • Transacciones que no tienen lugar en el mercado, de acuerdo con las leyes del mercado. Por ejemplo, el desarrollo de software de código abierto y aplicaciones web que no comportan ninguna transacción económica no aporta nada al PIB, pero su valor estimado es de miles de millones de dólares al año.
  • Economía sumergida: el PIB valora a la baja a países que cuentan con una mayor economía sumergida, o aquella que realiza un mayor número de transacciones al margen del fisco.   
  • Economía no monetaria: el tamaño de la economía local informal no aparece en ningún indicador. Un pueblo, ciudad o región que emplee alternativas al intercambio monetario regulado para comercializar, por ejemplo, productos agroalimentarios locales, no tendrá en cuenta el valor de esta economía paralela para el cálculo del PIB.
  • Producción de bienes de consumo de primera necesidad que no generan transacción económica (producción de subsistencia).
  • Calidad de los productos: no importa que un producto sea peligroso para el ser humano o el medio ambiente, o que sus especificaciones sean ilegales de acuerdo con la normativa local: si ha sido producido y comercializado, es tenido en cuenta por el cálculo del PIB.
  • Posibles mejoras en la calidad de los productos: al no estar reconocidos en el PIB, la calidad o durabilidad son atributos de un producto que han perdido sentido estratégico en las últimas décadas. Un producto poco duradero puede tener a corto plazo una ventaja inmediata, que será contabilizada positivamente en el cálculo del PIB. Al ser de mala calidad, el producto deberá ser sustituido antes.
  • Externalidades de todo tipo que no estén relacionadas con una transacción económica.
  • Sostenibilidad del crecimiento. No importa que un bien, servicio o actividad económica contamine o no, sino sólo su comportamiento en el mercado transaccional.
  • El poder adquisitivo del dinero evoluciona en el tiempo de un modo distinto en función del tipo de producto.
  • Arbitrariedad en la comparativa del PIB entre países: el coste de los distintos productos de la cesta de la compra puede variar de un modo tan dispar que resulta difícil calcular el coste de la vida en distintos países a partir de un indicador tan generalista como el PIB.
  • El PIB no tiene en cuenta el diferencial económico entre el precio pagado por un producto y el valor subjetivo recibido con éste.

El economista austríaco Frank Shostak, cree que “el marco del PIB no puede decirnos si los bienes y servicios finales que fueron producidos en un momento concreto son un reflejo de expansión de riqueza real, o un reflejo de consumo de capital […]. Por ejemplo, si un gobierno se embarca en la construcción de una pirámide, que no aporta absolutamente nada al bienestar de los individuos, el marco del PIB se referirá a ello en términos de crecimiento económico. En realidad, sin embargo, la construcción de la pirámide desviará fondos que iban destinados a la creación real de bienestar, asfixiando la producción de riqueza”.

La construcción de la pirámide, en el ejemplo del economista Shostak, no difiere del aumento del esfuerzo militar y de seguridad en los países. El PIB tendrá en cuenta este esfuerzo y lo contabilizará como crecimiento de la renta, aunque se trate sin embargo de una actividad que haya desviado fondos destinados a actividades generadoras de bienestar.

¿Quién podría estar interesado en mantener el PIB como principal indicador económico mundial? Una pregunta obviamente retórica.

Renta per cápita vs Índice de desarrollo humano

Hace tiempo que los organismos internacionales han dejado de usar la renta per cápita de un país como indicador objetivo del nivel de vida de una sociedad; pese a ello, y a los esfuerzos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) por extender el uso de un indicador que tiene en cuenta más parámetros para medir el bienestar, “riqueza real” o “calidad de vida”, el Índice de Desarrollo Humano, o IDH, sigue jugando un papel secundario en estudios e informes económicos.

Sin embargo, el IDH se ha consolidado como el esfuerzo con más reconocimiento para medir el bienestar de una sociedad, a partir de baremos que fueran más allá de los empleados en economía para calcular el nivel de renta. Concebido por el propio PNUD, tiene en cuenta tres parámetros:

  • Esperanza de vida: tener una vida larga y saludable está relacionado con el bienestar y el desarrollo, según el IDH. No tenerla en cuenta reduce el nivel de información relevante para calcular conceptos tan esquivos y difíciles de definir como la felicidad.
  • Nivel educativo: tasa de alfabetización o la tasa de matriculación en las enseñanzas primaria, secundaria y universitaria.
  • Nivel de vida: medido a través del criticado método del PIB per cápita.

El IDH es un indicador más completo y relacionado con parámetros que no tienen sólo en cuenta la creación de riqueza a través del consumo, sino la propia vida de los ciudadanos y su nivel educativo.

Pero el PIB y PIB per cápita siguen siendo usados prácticamente como sinónimo del IDH, al aprovecharse de la tesis de que todos los ciudadanos se beneficiarían del incremento de la actividad económica en el país en su conjunto.

Una figura como el PIB per cápita podría crecer sostenidamente en el tiempo mientras, al mismo tiempo, el salario medio ajustado al coste de la vida de la mayoría de la población podría aumentar menos que esta figura, mantenerse plano o incluso descender en términos reales. Un fenómeno que podría ocurrir mientras las figuras de PIB mantienen su vigor.

Por ejemplo, en Estados Unidos, en el período 1990-2006, los beneficios ajustados a la inflación obtenidos por los trabajadores del sector privado y los servicios, aumentaron menos de un 0,5% anual, mientras el PIB ajustado a la inflación aumentó una media del 3,6% en el mismo período.

El PIB per cápita se beneficia del hecho de ser usado con regularidad, ampliamente y de un modo consistente; la mayoría de los países proporcionan información sobre PIB y renta per cápita cada trimestre, con el fin de observar tendencias macroeconómicas y aplicar medidas en función de cómo se comparan los datos de un trimestre con los del mismo período de años anteriores, o con los facilitados por países vecinos, de naturaleza similar, socios comerciales, etc.

Al ser empleado por todos los países del mundo, el PIB ha acabado sirviendo como indicador comparativo para medir algo para lo que no ha sido diseñado: el nivel de vida de la población.

Para el Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, el PIB “sólo compensa a los gobiernos que aumentan la producción material. […] No mide adecuadamente los cambios que afectan al bienestar, ni permite comparar correctamente el bienestar de diferentes países. […] No tiene en cuenta la degradación del medio ambiente ni la desaparición de los recursos naturales.”

La difícil tarea de medir el bienestar

Además del Índice de Desarrollo Humano, otros baremos han sido propuestos como alternativa al uso del omnipresente PIB.

Es el caso de los ya mencionados coeficiente de Gini (mide el nivel de igualdad social existente en una sociedad); el índice de Atkinson (calcula el “bienestar, contando también las externalidades negativas, como la contaminación); el índice de bienestar económico sostenible o IBES (en lugar de contabilizar los bienes y servicios, tiene en cuenta el gasto de los consumidores, el trabajo doméstico, además de dscontar la polución y el consumo de recursos) y el índice de progreso genuino, o IPG (similar al IBES).

El desconocimiento generalizado de estos baremos es un síntoma de su insignificancia para las instituciones, organismos estatales e internacionales encargados de realizar mediciones económicas.

Tanto el IDH como los otros indicadores mencionados se conforman con intentar medir el “nivel de vida”. Pero, ¿existe algún método reconocido capaz de medir la calidad de vida de la ciudadanía?

Al menos, existen algunos intentos que intentan aportar pistas sobre el bienestar humano, teniendo en cuenta factores de sostenibilidad:

  • Encuesta Europea sobre Calidad de Vida: intenta tener en cuenta no sólo indicadores objetivos relacionados con el nivel de vida, sino que aporta información de una amplia encuesta realizada en todos los países de la UE (“satisfacción subjetiva sobre la vida”) para calcular conceptos tan etéreos como el tiempo, el amor, el bienestar, la felicidad, etc.
  • Felicidad Interior Bruta (en lugar de Gross National Product, o GNP -siglas en inglés de PIB-, Gross National Happiness, o GNH): el Centro de Estudios Bhutaneses de Bhután, un pequeño país agrario y relativamente aislado, con mayoría budista, se vanagloria de contar con una población que tradicionalmente ha desligado felicidad, bienestar y relaización personal del concepto Occidental de bienestar, más relacionado con la actividad económica y la acumulación de bienes. El indicador Felicidad Interior Bruta, un indicador que ha tenido gran repercusión en los mayores medios del mundo, es la aportación de un país que asegura estar entre los más felices del mundo. Como ocurre con el país centroamericano de Costa Rica, la población de Bhután cuenta con una huella ecológica muy pequeña en comparación con la de los ciudadanos de los países más ricos, además de con un legado natural que ha sabido preservar.
  • Índice del Planeta Feliz (Happy Planet Index): índice interesado tanto en medir el bienestar humano como en conocer su impacto sobre el medio ambiente, introducido por la New Economics Foundation (NEF) en julio de 2006. El Happy Planet Index surgió como crítica expresa al hecho de que el IDH, principal anternativa al PIB per cápita, tampoco tiene en cuenta la sostenibilidad para medir el bienestar de la población. Según este indicador, la intención última de la mayoría de los seres humanos no consiste en ser rico, sino en ser feliz y estar sano. El país que encabeza la lista de 2009 es Costa Rica, seguida por la República Dominicana y Jamaica, mientras Tanzania, Botsuana y Zimbabue aparecen en el final de una lista compuesta por 178 países. Alemania aparece en el puesto 81, España en el 87 y Estados Unidos en el 150. El país mejor clasificado en el índice de la OCDE es el que aparece siempre en último lugar en los principales indicadores del “club de los ricos”: México (posición 38 del Happy Planet Index de 2009).
  • Índice Prescott-Allen: según esta medida, el bienestar no se mide considerando sólo el nivel adquisitivo de los habitantes de un país (PIB), o las capacidades humanas de la población (IDH), sino sumando a los mencionados indicadores la huella que produce en la ecología el mantener el estilo de vida de una sociedad dada.

Uno de los intentos para lograr un método capaz de medir un término tan esquivo como la “felicidad” es el Satisfaction with Life Index (Índice de Satisfacción con la Vida), creado por el analista de la Universidad de Leicester Adrian G. White y con una cierta repercusión en los medios.

En el cálculo de este índice de “satisfacción con la vida”, se calcula el bienestar a partir de la salud relativa de los habitantes, su riqueza y el acceso a la educación básica. Además de estos aspectos, que igualan el índice con el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, se realiza una encuesta donde se pregunta a las personas elegidas qué felices se sienten, una novedad algo arbitraria, ya que dependerá de lo dispuestos que estén los encuestados de expresar sentimientos subjetivos, así como en función del universo de encuestados elegido en cada caso.

Encabeza este listado Dinamarca, seguida de Suiza, Austria e Islandia.

Otros motivos por los que desconfiar del PIB como indicador

Tanto medios de comunicación como, en los últimos tiempos, blogueros, emplean el PIB igualado en términos de poder adquisitivo para así comparar de manera realista el nivel de vida entre distintos países.

Aplicando la corrección de la paridad del poder adquisitivo, la renta per cápita puede equilibrarse en términos del coste de vida en cada país.

Ocurre que la paridad del poder adquisitivo es obtenida a partir del llamado arbitraje internacional: el estudio más o menos arbitrario de los mercados internacionales en busca de diferencias de precio entre los mercados.

Cuando Mark J. Perry publicó su aparentemente inofensiva entrada de blog explicando que el Estado considerado más pobre de Estados Unidos, el sureño Misisipí, tiene una renta per cápita ajustada a la paridad del poder adquisitivo más elevada que la de la Unión Europea o Japón, recibió decenas de comentarios en los que se ponía en duda este dato.

Efectivamente, en términos de PIB per cápita, Misisipí bien puede ser más “rica” que Francia, Italia, España o Japón. Con sólo este dato, no obstante, es imposible afirmar que la salud, nivel educativo, esperanza de vida, huella ecológica o calidad de vida de sus ciudadanos sea superior a la de un país como Francia.

Sea como fuere, con el uso actual de los indicadores aceptados internacionalmente, seguimos confundiendo actividad económica con riqueza, acaparación de bienes materiales con bienestar, renta per cápita (mera actividad económica, independientemente de su redistribución en la sociedad, la contaminación que genere, etc.) con calidad de vida, felicidad con rentas altas e IDH (nivel educativo, nivel de vida, esperanza de vida) elevado, dejando a un lado el cálculo del impacto ecológico necesario para mantener las rentas elevadas y el IDH entre los primeros puestos del mundo.

Ha llegado el momento de replantearse la utilidad de los dos principales indicadores internacionales de bienestar, PIB per cápita e IDH, y por qué ambos ningunean el principio del equilibrio ecológico.