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Popper, Wikipedia y sistemas abiertos que mejoran el debate

2016 eleva todavía más la estatura de Karl Popper como pensador que escribía para prepararnos ante momentos como el actual: ascenso del populismo, descrédito de los medios y, como consecuencia, una polarización de la opinión pública.

Alejados ya de la memoria traumática de las dos guerras mundiales y mirando la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín, el conflicto yugoslavo o la ampliación europea al Este como hechos ajenos a los votantes más jóvenes de Europa y Norteamérica, los totalitarismos han dejado de hacer miedo y se acuñan nuevos términos para sancionar como normales posturas abiertamente contrarias a la democracia liberal y a sus valores.

"Saturno devorando a su hijo", por Francisco de Goya; modificación de la serie "Art X Smart" (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información
“Saturno devorando a su hijo”, por Francisco de Goya; modificación de la serie “Art X Smart” (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información

Así, en este potaje de extremismos: representantes de la izquierda y la derecha anti-establishment cenan en la misma mesa con Vladímir Putin; antisemitas y supremacistas sureños, autoproclamados “salvadores de la raza blanca” -como David Duke-, y el mismísimo KKK, felicitan a Julian Assange y a Wikileaks por acabar con las élites globales; y la “derecha alternativa” estadounidense (supremacistas que apoyan a Trump y el acercamiento con Rusia) promueve sin miramientos a las organizaciones europeas de extrema derecha… a través de los intereses mediáticos de un asesor directo del nuevo presidente estadounidense: Steve Bannon.

Olla podrida como manjar estrella

La receta de Steve Bannon es una representación casi paródica (y alimentada con la económica y efectiva propaganda a medida distribuida en redes sociales por medios tendenciosos como Drudge, Breitbart -cabecera electrónica del propio Bannon-) de los riesgos detectados por Karl Popper en los medios de masas.

Tras analizar con detenimiento los mecanismos y efectividad de la agitación propagandística en la Europa de entreguerras, Karl Popper denunció el poder de la “charlatanería” mediática en La sociedad abierta y sus enemigos (ensayo publicado en Londres en 1945).

Para Popper, los medios de masas son “una tremenda fuerza para el mal, pero podrían ser una tremenda fuerza para el bien”. El único modo -según Popper- de evitar que los medios de masas se conviertan en una maquinaria propagandística al servicio de intereses dudosos (el beneficio económico sin consideraciones morales, el adiestramiento de la población en contra de supuestos enemigos internos o externos, etc.), consistía en regular medios como la televisión con un consejo público formado por profesionales, capaces de servirse del racionalismo crítico para detectar cualquier deriva totalitaria.

Planes para internacionalizar una estrategia demagógica

Los medios de masas eran, según Popper, la principal herramienta de socialización pública en sociedades modernas, y la capacidad crítica no era una condición intrínsecamente humana, sino un valor surgido en la filosofía occidental que debía cultivarse, si querían evitarse nuevos desastres.

Los mensajes que han ayudado a Donald Trump a lograr el poder, y que Steve Bannon pretende usar en Europa, parecen surgidos de un manual de Karl Popper sobre lo que hay que evitar en sociedades abiertas y democráticas: Bannon denuncia unas supuestas élites globales, conectadas con el sionismo, el libre mercado y valores sociales relacionados con el progresismo (caricaturizados como “multiculturalismo” y discurso “políticamente correcto”).

"El caminante sobre el mar de nubes" (Caspar David Friedrich); modificación de la serie "Art X Smart" (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información
“El caminante sobre el mar de nubes” (Caspar David Friedrich); modificación de la serie “Art X Smart” (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información

Quienes crean que la información falsa es un fenómeno nuevo, deberían acudir a los escritos de Karl Popper, y a sus directrices para detectar derivas totalitarias, así como a sus recetas (mayor transparencia y participación de ciudadanos con capacidad crítica dispuestos a denunciar falacias) para desactivar dichos procesos.

Antídoto contra la charlatanería: una sociedad abierta y educada

El descrédito de las “élites cosmopolitas” (sobre todo, los “intelectuales”) y de los medios, así como el éxito de la información tendenciosa, las tertulias que ofrecen espacio a diseminadores de teorías conspirativas y leyendas urbanas, o las redes sociales que ofrecen noticias falsas a la carta (en función de los prejuicios detectados por algoritmos en cada usuario, y con el objetivo de ganar dinero: mayor tiempo y acciones en Facebook implica mayor efectividad publicitaria), resultaría familiar a Popper.

El filósofo austro-británico creía que sólo la transparencia y el debate público abierto entre ciudadanos informados (un “demos” maduro y educado, más difícil de engañar con mentiras y caricaturas groseras), podía contrarrestar la tendencia de los medios propagandísticos y su audiencia a perder interés en “la verdad”.

Como ahora ocurre, Popper detectó en los medios una peligrosa indiferencia al modo de ver las cosas, que aprobaba la charlatanería siempre que ésta tuviera capacidad de sugestión: el espectáculo y la desfachatez se imponían a los modales socráticos del diálogo respetuoso basado en convicciones de inspiración racional.

Fabricación mediática de la realidad según Popper

Este “desdén” de la realidad no caricaturizada, creía Popper, se multiplicaba en sujetos “encerrados en la caverna” (alusión a Platón), al consumir sin espíritu crítico lo procedente de la televisión: la eficacia de la mentira permitía la “fabricación mediática de la realidad”.

Más de medio siglo después, lo expuesto por Popper es especialmente relevante, cuando observamos el flagrante intento de Facebook por desentenderse de su responsabilidad (al insistir que no es un “medio”, sino un repositorio que no crea contenido) de diseminar información falsa personalizada.

Si bien preocupa la nueva facilidad para la agitación propagandística desde el interior y el exterior de las sociedades democráticas (Rusia, por ejemplo, financia granjas de internautas que se dedican a diseminar la información deseada en cada momento y en los canales más adecuados, adaptándose en tiempo real: el sueño de cualquier líder totalitario de envergadura), Karl Popper observó que el diálogo público se equilibra promoviendo el derecho de acceso y la libertad de palabra.

Educación, participación, transparencia: una sociedad inclusiva tiene a la cohesión

Dicho de otro modo: si una sociedad está compuesta por individuos que se creen con acceso y autoridad para participar en el proceso democrático y el debate público, su aportación será responsable, al creerse parte de una dinámica con “espíritu racional” o científico, lo que limita al máximo la flexibilidad interpretativa (el sesgo, la tendenciosidad, la opinión propia) y tiende a aspirar a la veracidad.

La “aspiración a la veracidad” de las sociedades abiertas sólo puede mantenerse si estas sociedades aspiran a mantener su espíritu crítico: si las sociedades logran, en palabras de Popper, mantenerse en una “revolución permanente”: cuestionando cualquier discurso o falacia, refutando teorías con la técnica del “falsacionismo”, comprendiendo que es imposible evitar el error, pero se puede detectar lo tendencioso.

"La última cena" de Leonardo da Vinci; modificación de la serie "Art X Smart" (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información
“La última cena” de Leonardo da Vinci; modificación de la serie “Art X Smart” (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información

Más aún: en sociedades abiertas, cuatro ojos ven más que dos y todo es susceptible de una revisión crítica, lo que evita derivas totalitarias (ocurrió en el corazón de Europa: primero, censar una minoría; luego, marcarla públicamente; luego, internarla; luego, exterminarla).

Popper habría suscrito el fenómeno de Wikipedia y su estructura de “wiki”, o mantenimiento abierto de un contenido con aspiración a la veracidad, donde la participación libre de usuarios logra el fenómeno expuesto por el filósofo falsacionista de que cuatro ojos detectan más errores que dos.

Cómo se construye la percepción de “objetividad”

En Wikipedia, no hay más autoridad que someter el contenido a la revisión permanente de todo por todos. Y funciona. Qué mayor esperanza que comprobar en experimentos como Wikipedia que, como decía Popper, la objetividad y la veracidad de la ciencia no residen en la sabiduría de algún iluminado (sea Platón o algún machote que lo regurgita sin siquiera ser consciente de ello), sino “en los mecanismos sociales de control establecidos”.

Popper:

“Y -extraña ironía- la objetividad se halla únicamente ligada al aspecto social del método científico, al hecho de que la ciencia y la objetividad científica no resultan (ni pueden resultar de los esfuerzos de un hombre de ciencia individual por ser objetivo, sino de la cooperación de muchos hombres de ciencia […]”

Pese a este proceso, dice el filósofo, siempre habrá quien intente arrimar el agua a su molino, sancionando con su crédito o con el de otros la parcialidad o arbitrariedad de una u otra cosa.

Este fenómeno es especialmente perverso en las humanidades, sometidas todavía con mayor agresividad a la opinión de los demagogos. La política y la información relacionada con ésta son, quizá, el extremo más tóxico del fenómeno de la tendenciosidad interesada.

Paralelismos

Por eso, creía Popper, hay que perseverar en instituciones abiertas que fomenten los ideales de la veracidad y la objetividad, aunque nunca logremos otear la “Verdad” absoluta, ya que el control público y la expresión abierta de la opinión pública logran el mejor resultado posible de la realidad observada por todos.

El nuevo panorama habría preocupado a Karl Popper. Nadie habría refutado con mayor facilidad el castillo de naipes demagógico que ha podido erigir el círculo operativo más próximo a Trump, con acceso a análisis de “big data” (Peter Thiel es fundador de la firma de análisis Palantir y miembro del consejo de dirección de Facebook) y estrechas relaciones con personas y financiación próximas al Kremlin (no lo digo yo, lo dice la CIA).

Como buena parte de los personajes centroeuropeos que marcarían el siglo XX, Karl Popper también pasó sus primeros años de formación en Viena, una ciudad cosmopolita que se resistía a perder el estatus de capital de un imperio multinacional, donde rugían ideas y sucedáneos del idealismo del siglo XIX: el materialismo dialéctico, el nacionalismo (y prólogo del nazismo), las vanguardias del modernismo…

La socialdemocracia de la época trataba de contener los extremismos, pero promesas como la extensión europea de la revolución bolchevique, o el surgimiento de un pangermanismo que se impusiera en Europa y el mundo, lograban la atención de los jóvenes buscavidas que deambulaban por el centro de la ciudad.

Buscavidas y charlatanes en la Viena de inicios del siglo XX

Por allí andaban quienes se aprovecharon del cosmopolitismo de la ciudad, dedicando el resto de sus existencias a destruirlo: Hitler, Stalin, Trotsky y Tito habían compartido barrio. No debería extrañar a nadie.

El Círculo de Viena era la respuesta pretendidamente racional a las presiones palpadas en discusiones de café y arengas de taberna (a las cuales era asiduo el joven Adolf Hitler).

Las frustraciones de los veteranos de la Gran Guerra, así como los estragos causados por el conflicto, influirían sobre una frustración que diversas recetas maximalistas prometían remediar: comunismo y nacionalismo aseguraban que les había llegado su momento histórico.

"El balcón" (Manet; izquierda) y "El ajenjo" (Degas); modificación de la serie "Art X Smart" (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información
“El balcón” (Manet; izquierda) y “El ajenjo” (Degas); modificación de la serie “Art X Smart” (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información

Poco podía hacer el liberalismo clásico frente al auge de los idealismos: los estragos de la guerra habían atizado rencores contra la burguesía intelectual, contra la minoría judía, contra la población eslava rezagada de un Imperio hecho añicos. Comunismo y nacionalismo tenían chivos expiatorios donde elegir.

Aprendemos refutando, no afirmando de manera inequívoca (algo imposible)

Los asiduos al círculo de Viena se declaraban herederos del positivismo y estaban convencidos de que el método científico y el empirismo inglés eran la base del progreso científico y tecnológico. Entre los asiduos al Círculo, un joven Ludwig Wittgenstein trataba de convencer al resto sobre el potencial de la filosofía analítica.

El joven Karl Popper veía las cosas desde otro prisma: había acudido a las reuniones del Círculo de Viena, pero pensaba que el empirismo inglés reivindicado era otro idealismo maximalista más, tan platónico y poco basado en la realidad como el propio materialismo dialéctico y el nacionalismo.

Popper trasteaba ya en sus años de Viena con un concepto, el de falsacionismo, auténtica herramienta del progreso desde inicios de la Ilustración, según él. Consistía en reivindicar el espíritu crítico presocrático, y aplicarlo a todo el conocimiento científico humano: toda teoría es provisional y sirve como la mejor opción posible hasta que un contraejemplo la refuta, obligando a mejorar la conjetura.

Este proceso falsacionista, explicaba así a sus conocidos vieneses, era el mecanismo que propulsaba en realidad el progreso del conocimiento. Sin llevarse mérito alguno, el viejo método filosófico de refutar una conjetura encontrando su punto débil (el “modus tollendo tollens” de los estoicos), es el pilar de todo nuestro saber y progreso, denotando implícitamente su debilidad: basta con encontrar un cisne negro para refutar la idea de que todos los cisnes son blancos.

Cambian las convenciones (y la percepción de la realidad se adapta)

Para Karl Popper, aprendemos de la experiencia, pues todos somos fruto de nuestro tiempo y cultura, y nuestra relación con conceptos como el de Verdad dependen tanto de nuestras convicciones como de nuestra percepción de la sociedad en que estamos inmersos, que define el “tono” de conceptos abstractos como el de sentido común, opinión pública, etc.

Así, nuestra concepción de la justicia, la tortura, la esclavitud, el voto femenino, fumar en lugares públicos… o cualquier otro fenómeno dependerá no sólo de su naturaleza intrínseca, sino de nuestros valores y concepción del mundo, así como de los valores que percibimos en la sociedad y el tiempo al que pertenecemos, que ponderamos con otros referentes de índole cultural (libros, etc.), metafísica, etc. No hace tanto tiempo, recordemos, varios de los redactores de la Constitución más respetada (con razón) eran propietarios legales de otros humanos.

Y yo todavía recuerdo acudir a la consulta del médico de cabecera en la Barcelona metropolitana cuando era un niño, y observar sobre la mesa de aquel sancionador de la salud pública un cenicero repleto de colillas.

En cuanto al voto femenino, si bien creemos que ha estado ahí siempre, todavía hoy hay quien cree que ni mujeres ni minorías “no propietarias” deberían tener derecho a votar (sin ir más lejos, alguno de los asesores de Donald Trump creía en sus años mozos que el voto de las mujeres no era tan buena idea).

Los valores democráticos no son intrínsecos

Antes de aplicar sus intuiciones sobre el falsacionismo a las ciencias humanas, Karl Popper asistió a la deriva que se temía en la Europa de entreguerras: retroceso irreversible (hasta el traumático fin de la II Guerra Mundial) de los valores democráticos del liberalismo clásico (sociedad abierta, libertades individuales, separación de poderes efectiva), sustituidos por el ascenso imparable del nacionalismo, el marxismo revolucionario y toda clase de sucedáneos del idealismo hegeliano.

Todos, según Popper (como también así lo había creído Nietzsche), descendientes del platonismo.

Todos, como el platonismo, obsesionados en lograr fórmulas perfectas para un individuo y una sociedad ideales; todos, también como el platonismo, erigidos sobre la falacia de que se puede objetivizar la historia, del mismo modo que se puede definir con perfección matemática la realidad (y, a partir de ahí, predecir qué consecuencias tendrán unos actos planeados).

"En el conservatorio" (Edouard Manet); modificación de la serie "Art X Smart" (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información
“En el conservatorio” (Edouard Manet); modificación de la serie “Art X Smart” (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información

El destino histórico y la mentalidad del “fin justifica los medios”, promovidos por nacionalismo y marxismo en la Europa de inicios del siglo XX, acabó en la destrucción material, anímica e intelectual del continente, convirtiendo a su pueblo más cultivado (según un traumatizado Thomas Mann), en cómplice de la exterminación de un pueblo usado como chivo expiatorio.

Busca el error

Hay que buscar los fundamentos de “La sociedad abierta y sus enemigos” en un ensayo que Popper había publicado en 1935 (dos años después del ascenso de Hitler al poder en Alemania; tres años antes de la Noche de los Cristales Rotos; y cuatro antes de la anexión de Austria y los Sudetes y el inicio de la II Guerra Mundial): La lógica de la investigación científica, donde describe el falsacionismo.

En el ensayo, publicado en alemán (Logik der Forschung), Popper explica por qué la ciencia y el progreso no funcionan como el positivismo nos ha hecho creer: los enunciados informativos de la ciencia (el conocimiento humano basado en afirmar proposiciones e hipótesis, base de la lógica), no pueden justificarse de manera inequívoca por medio de “pruebas” (enunciados) que recojan el resultado inequívoco a partir de la observación o la experiencia:

“(…)no es posible proponer un enunciado científico que trascienda lo que podemos saber con certeza ‘basándonos en nuestra experiencia inmediata’.”

Por ejemplo, para confirmar que todos los cisnes son blancos, deberíamos contar todos los cisnes que jamás han existido y existirán, y comprobar si se cumple la hipótesis. Para refutar la hipótesis, basta con ir en busca de un único cisne no blanco.

Riesgo de los rebaños

La ciencia, según Popper, se basaba en enunciados descriptibles que trascienden nuestras posibilidades de experiencia inmediata, lo que denotaba provisionalidad (creamos las mejores conjeturas en cada momento, que son refutadas y sustituidas por conjeturas mejores -más difíciles de refutar-).

La ciencia, basada hasta entonces en “verdades”, se convirtió en un proceso siempre abierto de ensayo y error a base de conjeturas provisionales (y susceptibles al racionalismo crítico).

La gran lección de Popper consiste en su advertencia: el idealismo dualista que parte de Platón y se desgaja en la Ilustración entre un empirismo a ultranza (cartesianismo, positivismo inglés) y las soluciones maximalistas que parten de Hegel (el nacionalismo y el marxismo no hacen más que sustituir a Dios, manteniendo el mismo sistema de gregarismo y moral de rebaño denunciado por Schopenhauer y Nietzsche), no es más que una solución-milagro que conduce al desastre.

El gran problema de este modelo, según Popper, es tanto su interpretación “a medida” (por falsa) de la historia (creyendo que se pueden predecir las consecuencias exactas de acciones, por ejemplo), como su incapacidad para tener en cuenta los acontecimientos fortuitos que influyen sobre la realidad.

Luz prometeica

Aprendemos, dice Popper, de la experiencia, pero lo hacemos de un modo crítico (no positivo o “empírico”): aprendemos de nuestros errores. Así, cuando elaboramos una conjetura, ésta es siempre provisional (carece de fundamentos de “Verdad” y no equivale al conocimiento “puro” al que aspiran Platón, Descartes o Hegel), y sirve sólo para ir un poco más allá. Su utilidad acaba cuando podemos refutar el modelo con otro mejor (más difícil de refutar y, por tanto, provisionalmente “verídico”).

Los gigantes de la Ilustración se desinflan ante Popper: el examen crítico nos obliga a dudar de la observación, de la tradición, del propio “razonamiento”. La única “autoridad”, el único conocimiento acumulable, es el error: avanzamos demostrando falsedades. Desenmascaramos lo falso y nos acercamos a modelos más precisos.

"El sueño" (Pablo Picasso; izquierda) y "El grito" (Edvard Munch); modificación de la serie "Art X Smart" (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información
“El sueño” (Pablo Picasso; izquierda) y “El grito” (Edvard Munch); modificación de la serie “Art X Smart” (Kim Dong-kyu); click en la imagen para más información

En palabras de Eugenio Moya, profesor de la Universidad de Murcia (Verdad y sociedad abierta. Popper: Un filósofo para el siglo XXI, del ensayo “Pensadores de hoy para problemas de hoy: Filósofos”; 2014), el error…

“…es la tenue lucecilla que nos ayuda a salir a tientas de las oscuridades de nuestra caverna.”

Hay que encontrar un precedente a la higiene de Popper sobre el concepto idealizado de la razón: en su Crítica del Juicio, Immanuel Kant habla del concepto de “sensus communis”. Bien entendido, el sentido común es fruto de su tiempo y de la comunidad que le otorga sentido y autoridad, que se renueva a medida que se reflexiona sobre él en sentido práctico.

Oráculo

Para Kant, el “sensus communis” es un sentido comunitario que -explica Eugenio Moya-:

“hace a quien lo posee (generalmente todos, pues ‘no se llega a él por mérito ni privilegio’) guiarse por la máxima de pensar por uno mismo, pero atendiendo siempre al juicio del otro.”

La verdad es fruto de “la razón humana global” en una época determinada. De ahí que la llega al poder de charlatanes tan tóxicos como Donald Trump nos hace, literalmente, peores. Nos guste o no, la demagogia del personaje nos toca. Por ejemplo, cada vez que algún cantamañanas se siente autorizado para hacer algo intolerable bajo la excusa de que el nuevo presidente del país más poderoso del mundo lo ha hecho, o bajo la constatación de que semejante feriante no es mejor que él.

Una vez consideradas las reflexiones de Karl Popper en La lógica de la investigación científica y en La sociedad abierta y sus enemigos, podemos apreciar en toda su extensión la sabiduría de Sócrates, aquel lejano filósofo que no escribió una palabra, decidió morir para mantener su coherencia (sabiendo que su muerte serviría, mucho después, para vestir malos argumentos con los mejores ropajes que ha dado el género humano) y equiparó el conocimiento razonado con la mayor bondad humana.

Sócrates no iba de farol al constatar que sólo tenía una certeza: no saber nada. Comprendía el único método de conocimiento racional para avanzar entre las tinieblas: agotando conjeturas hasta refutarlas, construyendo otras más resistentes. Siempre provisionales.

Popper y Anaximandro

Según el filósofo alemán, deberíamos reconocer el legado de los presocráticos que llega hasta nuestros días: la actitud crítica no es algo innato, sino una conquista cultural que aparece antes de Sócrates. A diferencia de los “sabios” de otras civilizaciones, que guardaron para sí los míticos sobre el mundo, los sabios griegos se dedicaron desde el siglo VII a.C. a la discusión crítica de “la palabra dada y auténtica”.

Popper:

“No puede ser un mero accidente que Anaximandro, el discípulo de Tales, desarrollase explícita y conscientemente una teoría que se apartaba de la de su maestro ni que Anaxímenes, el discípulo de Anaximandro, se apartase de un modo igualmente consciente de la doctrina de su maestro.”

La única explicación, según Popper es que el propio fundador de la escuela desafiara a sus discípulos a criticar su teoría usando el razonamiento y la retórica.

Si podemos aprender algo de Popper, es en su confianza en el conocimiento de la opinión pública en las sociedades abiertas, democráticas, educadas. Al filósofo le habría gustado asistir a corroboraciones prácticas de sus postulados teóricos, tales como el más que decente “promedio” que surge de Wikipedia y su “sabiduría de los grupos”.

La cima cubierta de nubes

Esta sabiduría se contrapone a la moral de rebaño denunciada por Nietzsche, así como a fenómenos como el del linchamiento en redes sociales (tan parecido al deplorable espectáculo del ajusticiamiento público en la Edad Media, uno de los pasatiempos preferidos de la turba). De los grupos bien informados y con sentido crítico, abiertos a reconocer el error y aprender a base de mejorar conjeturas.

Hay que huir de falsos expertos (los que poseen la “Verdad” y denuncian al resto con un discurso maniqueo y perdonavidas, como el de Nassim Taleb) y de líderes mesiánicos tanto como de los charlatanes de la caverna mediática.

Hay que leer a Karl Popper. Recomendarlo. Quienes crean que lo que ocurre a la sociedad contemporánea no tiene parangón en la historia, que lean las reflexiones del filósofo austro-húngaro sobre el conocimiento, los riesgos de medios de comunicación sin responsabilidad moral, las fortalezas de sociedades abiertas contra la demagogia, la propia idea de la mejora humana a base de una escalera de peldaños infinitos sustentados sobre errores.

La verdad es, para el filósofo del falsacionismo, como la cima de una montaña permanentemente envuelta en nubes. Si un alpinista llega a ascender, le sería difícil distinguir si ha llegado o no a la cima principal o se trata, por el contrario de algún pico secundario.

El alpinista no la distingue con certidumbre absoluta, pero la cumbre sí existe.