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Por qué no todos los biocombustibles son malos

La inflación del precio de varios alimentos básicos en los mercados mundiales, como el arroz, el maíz o la harina, ha afectado a la población de los países más pobres, mientras es una simple anécdota en Europa o Norteamérica. 

Eso sí, una anécdota con la suficiente fuerza como para comprobar, tras la cobertura internacional de la noticia, que las existencias de arroz en varios supermercados descendieron de un modo visible incluso para un barcelonés, que sigue más preocupado en estos momentos por la situación del Barça o todavía sensible a las palabras “sequía”, “imagen”, “barco”, “mini-trasvase”, “trasvase-a-secas”, “provisional”, “bidireccional”, “caudal ecológico”, “lluvia”, “sostenibilidad”, “baltasar”, “cultura-del-agua”, “nueva-cultura-del-agua”, “demagogia”, “manolo tomàs”, “tertuliano” y otras cuestiones de la coyuntura hídrica.

Extraña agenda

La ONU dice que es el FMI, el FMI dice que son los biocombustibles, los productores de biocombustibles miran hacia otro lado y nosotros, los espectadores privilegiados de los países ricos, tenemos la cara de cuando nos preguntamos, como Neo en The Matrix, que todo esto es un “déjà vu” y que la situación ya la hemos vivido. 

Pronto llegarán las fotos de niños africanos muriéndose de hambre. Extraño que los “desajustes” nunca nos toquen de lleno a nosotros, europeos y norteamericanos.

Lectura recomendada, después de este párrafo: si tienes tiempo, El Informe Lugano (hablamos aquí del libro), de Susan George, es imprescindible.

Nos preguntamos, sin investigar demasiado para corroborarlo o desmentirlo, si los biocombustibles forman parte de la solución o del problema.

Biocombustibles

Vuelvo a los combustibles. Como explica Álex Lasmarías en La otra cara de los biocombustibles, es cada vez más difícil encontrar auténticos beneficios a los combustibles obtenidos a partir de la biomasa, si éste está relacionado con el aumento de los precios mundiales de alimentos básicos como la harina o el arroz. 

No hay situación de riesgo para los consumidores de los países ricos, y pagan de nuevo los habitantes de los países con rentas más bajas. Hasta aquí, nada nuevo. Los subsidios a cultivos como la soja o el maíz en Estados Unidos y la Unión Europea siguen siendo generosos, y tienen más que ver con los desequilibrios alimentarios en el mundo que con “la fiebre” de los biocombustibles .

Pero ahora “no toca” hablar de subsidios en los medios.

Es algo feo y habría que situar el problema mucho más cerca de casa.

Sea como fuere, existe una relación causa-efecto entre el aumento en el precio de la pasta en Italia, el aumento en el precio del pan en España, el del maíz para elaborar tortillas en Méjico o el del arroz y la harina en países africanos y asiáticos y el mayor uso de biocombustibles.

La crisis alimentaria mundial no es un invento, aunque los biocombustibles no son el único factor que incide sobre esta situación.

Y, con el barril de petróleo muy por encima de los 100 dólares, la situación no mejorará, a menos que las políticas sobre subsidios cambien tanto en Estados Unidos como en Europa.

En Europa, la Directiva sobre Biocombustibles de 2003 quería fomentar el uso de combustibles que no generaban emisiones de CO2 (sobre el papel), reducían la dependencia de la UE con respecto al crudo exterior (es conocida la incomodidad con que Europa mira hacia Rusia y Oriente Medio, debido a que las explotaciones del Mar del Norte y otras zonas del mundo no suplen la necesidad de crudo de la mayor zona económica del mundo) y favorecían con subsidios a los campesinos europeos, casi un deporte en la UE.

Lo que era un sueño para la UE es en 2008 algo más parecido a una pesadilla. El aceite de palma, una “energía verde” para Europa en 2003, es ahora una de las cosechas que causan más desequilibrio ecológico y destrucción de ecosistemas en el mundo (ver este reportaje del New York Times).

Una vieja relación amor-odio

Los biocombustibles más usados y extendidos son el bioetanol y el biodiésel.

Tanto el vehículo eléctrico como el motor de explosión propulsado con biocombustibles perdieron la batalla ante el uso de los combustibles fósiles tradicionales.

Una historia que no sólo todos conocemos, sino que padecemos y olemos en nuestras ciudades.

Cuando vamos a comprar, paseamos, hacemos deporte o acompañamos a alguien en coche a la estación de metro o tren.

El motor de explosión quema combustibles fósiles, y éstos son emitidos (con más o menos regulación, en función del lugar del mundo en donde nos encontremos) a la atmósfera.

En ciudades como Barcelona, pasear por calles como la Via Laietana supone inhalar conscientemente estas partículas. Renunciar a la búsqueda de combustibles alternativos provocará un empeoramiento de esta situación.

Sustituir a los combustibles fósiles

Los combustibles fósiles no sólo son perniciosos para nuestro aparato respiratorio, sino que son uno de los principales contribuyentes del cambio climático. Hasta aquí, nada nuevo. Quién va a poder cambiar esta realidad en cuatro días, pensamos.

Y al día siguiente uno va al concesionario y, sin relacionar una cosa con la otra, compra un enorme coche para acompañar a los niños al colegio, de un modo “seguro”.

No pasa nada, creemos, por un coche más en un ya de por sí congestionado sistema de transporte privado, totalmente dependiente de los combustibles fósiles. Además, los coches actuales son muy eficientes. ¿Lo son?

Los grandes defensores de los combustibles biológicos, que constituyen un éxito en países como Brasil, que ha apostado estratégicamente por el etanol para no depender de la importación exterior de petróleo, parecían la apuesta realista y menos cara para iniciar una transición desde el petróleo hasta el hidrógeno (todavía se apuesta por el hidrógeno).

Mientras se espera al hidrógeno… ¿Aceite de palma? 

Mientras el hidrógeno no fuera una solución realista, nos decían, el bioetanol y el biodiésel son la solución más “sostenible”. Sin embargo, la auténtica razón de esta apuesta por los biocombustibles es su conveniencia tecnológica.

Cualquier motor de explosión convencional, con una modificación que incluso un aficionado a la mecánica puede hacer tras visitar un par de tutoriales de Internet, está preparado para funcionar con bioetanol o biodiésel.

No existe, por tanto, una costosa inversión en investigación y desarrollo de la industria automovilística. Una razón de peso.

Esta apuesta -por conveniencia y vagancia investigadora- por los biocombustibles descartaba implícitamente el desarrollo de automóviles híbridos y completamente eléctricos.

No todo cuela: ¿qué biocombustibles aguantan un informe en contra?

Ha costado, pero los principales fabricantes automovilísticos, incluso los europeos, prometen para 2010 o incluso antes la llegada de modelos híbridos o íntegramente eléctricos. El etanol o el biodiésel ya no son una apuesta clara y sin aristas.

Las fuertes inversiones continúan produciéndose, y las plantaciones de aceite de palma crecen más que cualquier otra cosecha en el sureste asiático. Los mercados internacionales culpan a esta carrera por suplir la demanda de biocombustibles al aumento en el precio de los alimentos básicos.

No obstante, ¿cuánta de esta culpa es directamente achacable al aumento de la demanda de biocombustibles, que compiten por materias primas?

Varios medios (Theoildrum.com y TreeHugger entre ellos) se hacen eco de una tabla comparativa del Seattle Post-Intelligencer, donde se explica con datos contrastados cuáles son los auténticos problemas asociados al cultivo y uso de distintos tipos de cosecha para elaborarbiocombustibles.

El artículo, como señala TreeHugger, es especialmente relevante porque basa sus conclusiones en dos serios estudios, de The Nature Conservancy y de un equipo de científicos estadounidenses.

Lo “bueno”, lo menos malo, lo malo y lo muy malo 

Como se aprecia en la tabla (detalle) que compara a los distintos biocombustibles publicada por el Seattle Post-Intelligencer, no todos los biocombustibles causan pandemias, contribuyen a la deforestación de zonas selváticas y tienen que ver con la pérdida de hábitat del orangután, entre otras causas achacadas a la moda de este tipo de carburante, que ya pocos tildan de auténticamente “ecológico” o “sostenible”.

“Los biocombustibles formarían parte de la solución si -y éste es un gran “si” condicional- su producción es energéticamente eficiente en relación a si coste y no desplaza cosechas destinadas a la alimentación o hábitats nativos (es más fácil decirlo que llevarlo a cabo).”

Echando un vistazo a la comparativa, no hay sorpresas:

Desde prácticamente la aparición del automóvil, varios pioneros industriales ya empleaban distintas versiones de combustible biológico para propulsar un todavía primitivo motor de explosión. El mismo motor que, más de un siglo después y sin grandes cambios, sigue presente en prácticamente todos los vehículos del mundo.

  • Maíz: Su empleo como biocombustible es una concesión al poderoso lobby del sector ganadero estadounidense, fuertemente subsidiado (como el europeo, no hay que engañarse aquí). Usar maíz como biocombustible implica no sólo no tener escrúpulos y fomentar el aumento del precio de este alimento, sino que no hay beneficio medioambiental alguno en su uso. Usa mucha agua, fertilizantes y plaguicidas químicos y requiere mucha energía para su producción. Un peligroso engaño contra el que habría que protestar como ciudadano del mundo con escrúpulos. / A favor y en contra: si bien la tecnología está lista y es relativamente barato, reduce el suministro alimentario y provoca el aumento de precios.
  • Caña de azúcar: Otra cosecha que no genera beneficios claros en su uso como biocombustible. Requiere grandes cantidades de agua, fertilizantes y plaguicidas químicos. No una apuesta tan incoherente como el maíz, aunque no se entiende por qué una firma con escrúpulos invertiría por su desarrollo. / A favor y en contra: tecnología lista, aunque el espacio requerido para producir grandes cantidades de combustible no es realista.
  • Mijo: su producción no genera contaminación ni compite con el consumo humano; no obstante, se requeriría destinar grandes superficies para lograr producciones significativas. / A favor y en contra: pese a que su producción no se destina a la alimentación humana, la tecnología de refino no está lista.
  • Pulpa de madera: el coste de la gestión de los residuos generados en un bosque, así como la superficie necesaria para hacer su producción viable, son los dos grandes inconvenientes de esta apuesta, con un claro beneplácito ecológico. Contribuye a mantener los bosques limpios y reduce el riesgo de incendios. / A favor y en contra: usa madera desechada de bosques y es compatible con la explotación sostenible, aunque la tecnología no está del todo lista y requeriría gestionar grandes espacios para producir las cantidades necesarias.
  • Soja: como en el caso del maíz, constituye una injusticia injustificable destinar el cultivo de soja a los biocombustibles. Uno de los errores que han provocado la actual crisis alimentaria / A favor y en contra: la tecnología está lista, aunque su uso como biocombustible produce el aumento de su precio y reduce su disponibilidad. Millones de personas consumen este producto, considerado de primera necesidad en amplias zonas de Asia.
  • Canola: se suma al maíz, la caña de azúcar y la soja como alimentos que deberían ser destinado al consumo humano. Requiere menos pesticidas y agua que el maíz o la soja, aunque sigue siendo muy inconveniente. / A favor y en contra: tecnología lista, aunque también reduce el suministro de alimentos.
  • Algas: Es aquí donde a uno le gustaría ver al capital riesgo en funcionamiento. Si el ser humano es capaz de explotar las algas marinas comobiocombustible y gran proveedor de alimento y medicamentos, el siglo XXI tendría un guión diferente. Se requiere una gran inversión, aunque el capital riesgo estadounidense, sobre todo el relacionado con Silicon Valley, invierte en varios proyectos independientes relacionados con algas. / A favor y en contra: mucho a favor, casi nada en contra. Potencial para niveles de producción enormes. Único hándicap: la tecnología no está lista.

El aceite de palma no aparece en esta tabla comparativa, aunque los perniciosos efectos de su cultivo se dejan oír en el sureste asiático, donde complejos y ricos ecosistemas han sido sustituidos por plantaciones de aceite de palma.

Varias especies se encuentran en peligro de extinción, incluyendo al mencionado orangután. Quizá su cercano parentesco con el ser humano y su poder mediático ayuden a las organizaciones que denuncian la situación a situar el foco mediático sobre esta absurda apuesta por el aceite de palma.

Dicho esto: como se observa en la tabla comparativa, el empleo de residuos boscosos, mijo o, sobre todo, algas para producir biocombustibles no puede ser descartado porque una errónea política de subsidios haya provocado que los grandes productores de maíz, caña de azúcar o soja prefieran vender su producto a los productores de biocombustible, aprovechando los precios astronómicos del barril de petróleo.

Quienes han fomentado que el maíz, la soja, la caña de azúcar y el aceite de palma sean usados para la producción de biocombustibles son también los gobiernos europeo y estadounidense. La imagen es más complicada de lo que una noticia o teletipo pueden dibujar en media página de diario.

De ahí que debamos estar atentos y realizar el esfuerzo de investigar -a través de Internet, por ejemplo- para exigir a continuación a nuestros gobernantes que no malgasten el dinero de los impuestos de todos ensubsidiar a quienes provocan el aumento de productos alimentarios de primera necesidad.

Y estas cuestiones están relacionadas con el voto.

¿No había pronto elecciones en Estados Unidos?