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Qué hay de innato y adquirido en lo que somos y queremos ser

¿Hasta qué punto puede una sociedad transformar a la población que la compone? ¿Qué parte de lo que somos es innata y qué parte debemos otorgar a los indicadores contextuales que la sociedad empleará para encasillarnos?

Cumpliéndose el primer aniversario del sorpresivo resultado electoral estadounidense y la reacción en amplias capas de esta sociedad, abundan los artículos y reflexiones de personalidades en torno a la vigencia del llamado “sueño americano”.

Ilustración que hace referencia a la trayectoria vital (como “lector”, que es lo que, según él mismo repetía, el escritor había hecho ante todo en la vida) de Jorge Luis Borges y la recurrencia de su metáfora más rica, por su insondabilidad y carácter infinito de su interpretación: el laberinto. Ilustración: NM, todos los derechos reservados

¿Existió alguna vez esta construcción del utilitarismo ilustrado inspirado en las ideas de Thomas Paine y Jeremy Bentham (padre del utilitarismo), entre otros, o el “sueño” se refirió implícitamente sólo a la población patricia que, para los “padres fundadores”, conformaba la “sociedad” estadounidense (varones adultos blancos y propietarios)?

¿Y qué hay de la versión europea del supuesto valor ilustrado de atacar al Antiguo Régimen para prosperar, el “derecho de rebelión” teorizado por Thomas Paine en las Trece Colonias, y ejemplificado en los aciertos y excesos de la Revolución Francesa? ¿Confirmaba la rebelión de la incipiente “sociedad” francesa?

La relativa modernidad de conceptos que creemos “objetivos”

Los conceptos de “sociedad” y “opinión pública” modernas surgen en este abandono del despotismo ilustrado a favor del liberalismo democrático.

Con la independencia y constitución estadounidense, así como con la Revolución Francesa, el “derecho de rebelión”, donde el fin justificaba los medios para derribar al Antiguo Régimen e instaurar una democracia burguesa con derechos individuales y colectivos, así como con separación de poderes, los intelectuales estadounidenses y franceses se apartaban de la línea británica de transición tranquila y respetuosa con la costumbre de los británicos, personalizada en los escritos de otro polemista a la altura de Thomas Paine o el marqués de Condorcet (girondino, liberal moderado de convicciones consistentes): Edmund Burke.

Defendiendo el modelo de evolución no traumática desde el despotismo hacia una monarquía parlamentaria controlada por representantes de alta sociedad, burguesía y pequeños comerciantes y propietarios, Burke se enfrentó ideológicamente a Paine, partidario de la emancipación y la creación del “sueño americano”, al considerar que el liberalismo no podía fundarse sobre una tierra arrasada por la rebelión y la sociedad dirigida que surgiera en este supuesto “derecho de rebelión”.

Edmund Burke, Thomas Paine y el supuesto derecho de rebelión

En el fondo de la polémica entre Edmund Burke y Thomas Paine yacen todas las contradicciones y limitaciones del pensamiento ilustrado hasta nuestros días, y en sus argumentos se entrevén las posiciones de moderados y revolucionarios que, medio siglo después, fundarán:

  • el liberalismo conservador, por un lado;
  • y distintas opciones revolucionarias, tanto las que tratarán de cambiar las injusticias del industrialismo dentro de la sociedad liberal burguesa, como las que apelarán al uso continuado del “derecho de rebelión” (comuna de París, materialismo dialéctico, etc.).

Experimentos en sociedades con burguesías en posición más débil con respecto a las estructuras del Antiguo Régimen en zonas rurales, no lograrán consolidar ninguno de estos modelos de transición desde el despotismo a la democracia liberal (España, tras un rey ilustrado eficaz y formado, Carlos III, degenerará en el desgobierno de Carlos IV y la invasión napoleónica).

Experimentos ilustrados

Con la expulsión francesa, España parecerá deshacerse también de las ideas ilustradas, acabando con el amago de Constitución moderna, “la Pepa” (1812), y entrando posteriormente en derroteros de Antiguo Régimen.

Los liberales españoles serán tildados de afrancesados, y algunos, como el periodista y crítico literario José María Blanco White, de origen irlandés, emigraron para influir en la modernización de España (Blanco White se instaló en Londres, donde fundó El Español, periódico sobre España y sus posesiones coloniales que pretendía afianzar una hispanidad ilustrada), con el conocido poco éxito y ostracismo de la historia.

“Mano con esfera reflectante” (1935), de M.C. Escher, una reflexión sobre la percepción y la conciencia humanas; una versión gráfica de los espejos deformados del Callejón del Gato en “Luces de Bohemia”, la obra teatral de Valle-Inclán

Las colonias americanas aprovecharán la debilidad e incapacidad de la metrópolis para volver a su mejor versión despótica (Carlos III) o moderna (cortes de Cádiz, sólo posibles en la España urbana), y sus clases dominantes se inspirarán -con un éxito cosmético, limitado a la vida de salón de la sociedad criolla- en franceses, estadounidenses y británicos.

Los estadounidenses, sociedad de emigrantes, fundaron su “ciudad sobre una colina” apelando tanto al fervor religioso de las comunidades protestantes atraídas por la relativa tolerancia de las Trece Colonias como a los valores ilustrados y revolucionarios de los propietarios que lideraron una rebelión contra la metrópolis británica originada, sobre todo, por desavenencias económicas relativas a los impuestos sobre el comercio colonial.

El utilitarismo y el “sueño americano” van de la mano desde el origen y, si bien proclamó la igualdad entre los hombres, sin importar las creencias o la cuna, el fin de la influencia del Antiguo Régimen se limitó a la sociedad compuesta por los propietarios (no sólo varones y blancos, sino en un principio protestantes). Mujeres y minorías no formaron parte de los planes iniciales de “búsqueda de la felicidad”.

El debate sobre la condición humana: lo innato y lo adquirido

¿Y qué ocurrió con el problema filosófico el hipotético “derecho de rebelión” ilustrado pretendió haber resuelto, el dilema natura-nurtura, o libre albedrío en contraposición al supuesto determinismo de la sangre y la costumbre?

El nuevo modelo de sociedad, dominado por la burguesía, rechazará las teorías sobre el innatismo (derecho de cuna, o condiciones hereditarias, que inspirarán tanto el romanticismo como el eugenismo de Francis Galton), y asumirá que son las experiencias personales (el entorno, la educación) las que nos hacen en tanto que ciudadanos.

El supuesto derecho a ser lo que uno quiera ser sin importar condiciones sociales o rasgos heredados, tan ligado al germen de la Constitución estadounidense y la Revolución Francesa, partirá pues de la supuesta bondad intrínseca del ser humano, defendida por ilustrados como Denis Diderot o Jean-Jacques Rousseau, y que se remonta al ideal socrático de virtud (la bondad se potencia con la razón y el conocimiento, y la maldad se retroalimenta con el desconocimiento y la superstición).

Pronto, liberales clásicos inspirados por la teoría evolutiva de Charles Darwin, tales como el británico Herbert Spencer (el de la “supervivencia del más apto”), pondrían en entredicho los ideales de Rousseau, mientras el surgimiento de teorías sobre eugenesia (racialismo, supremacismo, etc.) tratará de demostrar científicamente la supuesta superioridad intelectual y moral no ya del hombre (en este caso sólo varón) blanco, sino del varón blanco protestante del norte europeo (para Galton y sus seguidores, irlandeses y europeos del sur conformaban tipologías inferiores, algo demostrable según ellos en su tipología craneal y facial).

Los extremos ideológicos de la Ilustración

Las herramientas de la época para demostrar las teorías eugenésicas más trasnochadas, instauradas como base de supuestas técnicas científicas como la antropometría (y la psicología y criminología derivadas del estudio de facciones y aspecto “heredado”), fueron pronto puestas en entredicho; sin embargo, su supuesta relación científica con Charles Darwin e ideológica (con “respetables” como Herbert Spencer o Francis Galton), permitieron que los estereotipos derivados del estudio superficial de individuos se popularizaran en mundo académico y sociedad, hasta el punto de reforzar, todavía hoy, estereotipos de género, orientación sexual, raza o aspecto físico.

Las ilustraciones del artista holandés M.C. Escher, con una inspiración matemática referente al determinismo del caos y los diseños fractales y paramétricos, son el equivalente gráfico a las reflexiones de Jorge Luis Borges; he aquí uno de sus dibujos más célebres, “Relatividad” (1953), con puntos de vista múltiples y escaleras imposibles

Paralelamente, el mundo de la filosofía sufría un cisma similar al expuesto entre postuladores del determinismo del ser humano y abogados (aunque fuera por convicción humanista) del libre albedrío y el derecho de cada ser humano, sin importar su origen o aspecto, a forjar su propio contexto y potencial autorrealización.

El mundo anglosajón se decantó por la filosofía analítica, más apegada al positivismo científico y el estudio lógico del lenguaje como clave de la conciencia y el comportamiento humanos; en Europa continental, el idealismo dominante (Hegel y sus peligrosos vástagos: nacionalismo, materialismo dialéctico) cedió terreno a los críticos de la idea ilustrada de que el ser humano era moldeable, perfectible y predecible como una máquina (y, por tanto, sujeto a modelos matemáticos y construcciones de sociedades utópicas que sólo funcionarían sobre el papel).

El cisma de la filosofía analítica y la continental

Estos críticos, vitalistas y exploradores de las profundidades complejas y contradictorias del ser humano, se preguntarían sobre la diferencia entre lo que sentimos o intuimos y lo que decimos: Schopenhauer se adelantará a teorías posteriores como la del subconsciente (Freud) y la diferencia entre autenticidad y mala fe que establecerán Heidegger y Sartre.

Ni la filosofía analítica, con problemas y limitaciones personalizados en la incapacidad de sus filósofos más importantes (Wittgenstein, por ejemplo) para no contradecirse a ellos mismos; ni tampoco la filosofía continental, lograrán establecer teorías sólidas sobre el problema natura-nurtura.

A mediados del siglo XX, el auge de los estudios interdisciplinares y avances científicos en la comprensión de genética, neurociencia o psiquatría, originarán nuevos métodos para encontrar pistas sobre nuestro comportamiento, toma de decisiones, inteligencia (si se puede, a estas alturas, hablar de “una” inteligencia), intentos englobados en la ciencia cognitiva.

Otra rama del pensamiento sistémico, la cibernética, inspirará no sólo muchas de las herramientas que nos rodean hoy (lenguajes de programación, informática personal, hipertexto, WWW), sino que dará pie al sueño de la filosofía analítica (recordemos, el cisma anglosajón de la filosofía moderna) no sólo de desentrañar los secretos de la conciencia humana, sino de crear entidades de inteligencia artificial.

Distinguir entre lo hereditario y lo ambiental

Y en esas estamos, entre el conocimiento clásico, con sus limitaciones y dogmas, y la tendencia reduccionista de las teorías filosóficas dominantes en el mundo tecnológico, acusadas de reduccionismo, al considerar que la conciencia y los fenómenos incluidos en ella no son más que la suma de procesos que pueden emularse con suficiente capacidad de computación.

“Metamorfosis”, de M.C. Escher, una clase magistral de la transición entre patrones orgánicos de la naturaleza, geometría y determinismo

Volviendo a los dilemas que instigaron las polémicas entre ideólogos de la ilustración con principios enfrentados, como Thomas Paine (partidario del libre albedrío y la conquista personal de la felicidad) y Edmund Burke (ilustrado conciliador de la costumbre, o condiciones hereditarias, y educación): ¿qué pruebas empíricas acumulamos del supuesto libre albedrío o, en su defecto, de la tendencia a la casta hereditaria?

En la actualidad, los estudios sobre el comportamiento (entre gemelos, poblaciones fácilmente aislables, generaciones de familias, entornos representativos en lo que se pretende aislar e investigar) exponen resultados contradictorios sobre la porción de nuestras aptitudes y comportamiento que podemos atribuir al entorno (desde la existencia “no jurídica” de los momentos prenatales a los distintos eventos de la trayectoria vital) o a condiciones hereditarias.

Epigenética y reloj interno

Varios estudios demuestran no sólo que el entorno influye sobre nuestra salud y comportamiento, sino que determinados contextos potenciarían el rendimiento de determinados genes sobre otros: heredamos el código genético, pero no infinidad de otros detalles como la salud de los telómeros (los extremos de los cromosomas, cuyo estado determinará condiciones físicas e intelectuales).

Por no hablar de condicionantes a medio camino entre “natura” y “nurtura”, como el campo de la epigenética, que estudia la relación entre la salud y el comportamiento de nuestros padres durante el momento de la procreación y la influencia que ello tendrá sobre nosotros.

A medida que conocemos más sobre código y comportamiento genético, así como condicionantes ambientales, más clara queda la imposibilidad de alcanzar conclusiones fáciles acerca de la dicotomía naturaleza/ambiente: apenas hemos empezado a desentrañar el increíble nexo entre descanso, alimentación y la salud de nuestro sistema nervioso, e incluso la microbiota de nuestro estómago (la fauna bacteriana que nos acompaña en procesos como la digestión o la propia conciencia) incide sobre las células nerviosas; y qué decir de los últimos estudios sobre nuestro “reloj biológico”, o relación entre ritmo circadiano y procesos cognitivos o desarrollo de enfermedades (desde la depresión al cáncer).

“Ojo” (1946) de M.C. Escher, una reflexión sobre el “memento mori”

Difícil llegar a conclusiones inequívocas cuando se trata del espíritu humano, que la ciencia cognitiva (y la filosofía oriental) ligan al cuerpo que ocupa como un todo biológico que no puede explicarse sino en su totalidad, contradiciendo la concepción dualista (en filosofía y religión) de la que, nos guste o no, somos herederos.

El extraño mundo de las especialidades profesionales

Todos podemos aportar anécdotas y observaciones sobre los ámbitos del desarrollo humano más influidos por condiciones hereditarias, y aquellos otros que dependen del entorno social, familiar y educativo, así como de aspectos no hereditarios ni necesariamente ambientales que pueden cultivarse, como lo que la filosofía ha llamado virtud, tranquilidad, propósito personal, fuerza de voluntad, etc.

Si recurrimos a la estadística para dar algo de sostén a observaciones o intuiciones, un estudio reciente arroja conclusiones como mínimo curiosas, que explicarían la profunda influencia que el trabajo, las aficiones o las pasiones de nuestro entorno tendrán sobre nosotros mismos: sabemos que la ocupación profesional de nuestros padres influye sobre nuestra propia carrera, explican Quoctrung Bui y Claire Cain Miller en un artículo para The New York Times.

Por ejemplo, los profesores universitarios tienen 5 veces más posibilidades de tener un padre a su vez profesor que el resto de la población. Cuando hablamos de científicos, hay 20 veces más posibilidades de que padre e hijo compartan oficio; en físicos, hay 456 veces más posibilidades.

La familiarización con conceptos a edad temprana y su asociación con el entorno más próximo parece aumentar las posibilidades de indagar en ámbitos ya explorados por otras personas próximas.

Libre albedrío y movilidad social

El Proyecto de Igualdad de Oportunidades, una colaboración entre académicos estadounidenses para servirse del análisis masivo de datos (“big data”) y fomentar la movilidad social (reduciendo el determinismo y favoreciendo el concepto ilustrado de libre albedrío -esfuerzo personal, etc.-) ha publicado un artículo científico que muestra que las posibilidades de ser un inventor aumentan exponencialmente cuando uno de los progenitores ha sido inventor.

Podemos conocer claramente este tipo de datos cotejando estadísticas. Es más difícil responder a la siguiente cuestión: ¿qué parte de esta correlación entre padres e hijos tiene que ver con la predisposición biológica -inteligencia innata, tozudez, conducta solitaria-, y qué obedece por el contrario al entorno -mejores escuelas, entorno más estimulante, acceso a una vida más saludable en alimentación, deporte, etc.-?

No vamos a descubrir la panacea en la respuesta del artículo del Equality of Opportunity Project, pues su respuesta combina tanto circunstancias biológicas como conceptuales.

“Joven mendigo” (1650), óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo; la obra puede interpretarse como una reflexión entre el determinismo y el libro albedrío de los más desfavorecidos; el siglo de Oro español es la antesala de la modernidad (incluyendo fenómenos como las revoluciones sociales y la caída definitiva del Antiguo Régimen como sancionador de un mundo estático donde la cuna prima sobre las habilidades)

Al final, tendremos que dar la razón a la filosofía oriental o a fenomenólogos como Heidegger, que nos recuerdan que ni una persona ni cualquier otro organismo u objeto se pueden comprender como entidades-estanco: siempre estamos inmiscuidos en un sitio y en un momento determinados, y esta relación espacio-temporal con lo que nos rodea (nuestras circunstancias) forman parte de lo que somos.

¿Igualdad de oportunidades?

Así que, en este caso, no hay que conformarse con una respuesta sencilla y unívoca a una cuestión que apenas podemos intuir sirviéndonos de filosofía o arte.

Lo trágico del artículo del Equality of Opportunity Project (basado, recordemos, en el cotejo de estadísticas), es lo que nos estamos perdiendo, recuerda Equality of Opportunity Project David Leonhardt en The New York Times:

“Los estudiantes de pocos recursos que se encuentran entre los mejores alumnos de matemáticas -aquellos que se sitúan en el 5% superior de todos los alumnos de primaria- no tienen más opciones de convertirse en inventores que estudiantes peores de la media que proceden de familias adineradas.”

El entorno priva a muchos niños de desarrollar su auténtico potencial. Quizá no podamos resolver cuestiones filosóficas que nos acompañan desde hace siglos, pero sí que es posible asegurarse de que quienes demuestran habilidad y potencial tienen acceso a herramientas que les permitan florecer.