(hey, type here for great stuff)

access to tools for the beginning of infinity

Ratón de campo, ratón de ciudad: auge demagógico anti-urbano

De nuevo, la fábula de Esopo: eterno retorno o día de la marmota, como queramos entenderlo. La tensión entre el campo y la ciudad alimenta fenómenos como el nativismo entre los peor adaptados a la mundialización, mientras las ciudades movilizan recursos para contrarrestar el voto reaccionario de la población ajena a su dinamismo.

La dicotomía campo-ciudad no es una invención mediática: explica en gran medida por qué el Reino Unido abandonará la Unión Europea, así como la victoria de Donald Trump. Son las ciudades más pujantes -y sus habitantes- las únicas entidades que pueden frenar el auge del populismo.

En la primera mitad del siglo XIX, Manchester, en el norte de Inglaterra, se convirtió en la primera ciudad industrial global
En la primera mitad del siglo XIX, Manchester, en el norte de Inglaterra, se convirtió en la primera ciudad industrial global

Así lo argumenta Ishaan Tharoor en un artículo para The Washington Post.

Las zonas rurales, más aisladas y con menor nivel educativo, se han mostrado más expuestas al fenómeno de la propaganda informativa y el sesgo de confirmación, respaldando teorías conspirativas para votar contra unas supuestas “élites” urbanas, cosmopolitas y, según esta información a menudo tendenciosa o directamente falsa, contrarias a “los intereses de la gente corriente”.

Breve historia de 2016 en 2 mapas

Las ciudades concentran mayor capacidad adquisitiva y nivel educativo, además de diversidad y tolerancia. Por regla, los grandes centros urbanos cuentan con una población más joven y preparada tanto para aprovechar nuevas tecnologías como para adaptarse a grandes transformaciones.

El cosmopolitismo urbano también se traduce en la desconfianza ante el voto reaccionario (no así al contestatario), fenómeno que puede comprobarse gráficamente observando dos mapas que subrayan los resultados electorales en las dos mencionadas contiendas electorales, contrarios a los intereses de la población urbana:

  • el mapa que muestra el voto en el Reino Unido en el referéndum de pertenencia a la UE: Londres y Escocia votaron por la permanencia, respaldadas por otros núcleos urbanos, mientras el resto del país (sobre todo la Inglaterra rural) votó masivamente por la salida (un voto más contrario a los intereses de Londres que a los de Bruselas);
  • así como el mapa que muestra el voto popular en Estados Unidos, relativizado por la aritmética del Colegio Electoral (diseñada en el pasado para garantizar la representatividad rural, y ahora responsable de desatinos difíciles de explicar con rigor): en el gráfico, las amplias zonas del interior que votaron a Trump encierran pequeñas manchas distribuidas por el territorio con un incontestable voto a Clinton, que muestra la localización de las grandes ciudades y las ciudades universitarias.

Larga decadencia de las ideologías, vista desde el campo y la ciudad

La crisis de las grandes ideologías surgidas en las primeras sociedades industriales durante el siglo XIX (idealismos que derivaron en reacciones al liberalismo burgués: nacionalismo -a veces regenerador, a veces elitista con voluntad de retorno al Antiguo Régimen- y materialismo dialéctico), se ha manifestado con crudeza tras años de dificultades después de la Gran Recesión.

El desencanto ante un vacío ideológico y programático de los grandes partidos se ha prestado a la caricaturización de los más hábiles, que se han servido de nuevas herramientas como las redes sociales para, mediante técnicas dignas de la agitación propagandística de otras eras, llamar a un supuesto “voto contra las élites”.

Muchos de los votantes de opciones populistas en los países desarrollados ahondan en una herida alimentada por medias verdades y estereotipos que alcanzan niveles registrados en sociedades menos prósperas.

Pero este voto de protesta no se explica únicamente con los efectos de la mundialización sobre las perspectivas laborales de segmentos de población como los habitantes de zonas rurales: es también un voto contrario al cosmopolitismo y a procesos que el tradicionalismo identifica con la ciudad, tales como el aumento de la diversidad étnica y posiciones sociales progresistas.

Cuando el juego de equilibrios se hace insoportable

La tensa la difícil relación de equilibrio entre el campo y la ciudad -al fin y al cabo, entre las zonas menos dinámicas y expuestas a la diversidad; y los núcleos del talento y una actividad económica centrada en los servicios- podría agrandarse, a medida que los ciudadanos y gobernantes de las ciudades más dinámicas demandan mayor control político y económico para garantizar su dinamismo.

No es casual que los ciudadanos del Gran Londres y de las grandes urbes californianas muestren su estupefacción ante los últimos resultados electorales en los países a los que pertenecen, llamando a poco menos que a la autonomía total con respecto a realidades que tienen menos que ver con las suyas que las observadas en otras grandes urbes del resto del mundo.

Las ciudades demandan un poder ejecutivo que se corresponda con su importancia económica y simbólica en el territorio, al atraer no sólo talento del campo, sino del resto del mundo, además de concentrar la actividad económica y el turismo.

Dialéctica urbanismo/ruralismo en tiempos de vacas flacas

Pero, de momento, las ciudades deben conformarse con lo que son, meras entidades de proximidad con las mismas dificultades de recaudación, financiación y gobernanza que los niveles de gobierno superiores, y la dificultad de encontrarse en la primera línea de asistencia a la población: asumen la asistencia de emergencia y afrontan problemas a menudo derivados de situaciones complejas relacionadas con disfunciones que desbordan sus competencias.

Con más de la mitad de la población mundial viviendo en ciudades, el proceso de concentración de poder económico y cultural a cargo de las ciudades podría acelerarse, mientras la tensión con los habitantes menos beneficiados del dinamismo urbano y la mundialización podría consolidar una dicotomía:

  • urbanismo cosmopolita: opciones políticas moderadas y/o cosmopolitas, con aspiración empírica y confianza en la educación y la tecnología como ingredientes del progreso;
  • ruralismo tradicionalista: y corrientes reaccionarias que aboguen por la desconexión de procesos como la sociedad de la información (productos cada vez más intelectuales, con menos material y que requieren menos obreros) y el mundo global, optando por un localismo que adoptaría particularismos en función de su contexto, desde el nativismo al fundamentalismo religioso.

Omnívoros culturales

Los grandes perdedores de una hipotética polarización entre los procesos y velocidades del campo y la ciudad son los “omnívoros culturales”, que se convierten -por su versatilidad y libertad de movimientos-, en los ganadores de un mundo cada vez más tecnificado.

Según esta hipótesis, las ciudades concentrarían no sólo un mayor porcentaje de talento (población con mayor nivel educativo e ingresos), sino intangibles más difíciles de medir, pero tan o más importantes, como el potencial creativo o la capacidad de adaptación a distintas situaciones y circunstancias.

En una sociedad que valora la combinación creativa de recursos e información, cuya producción inicial tiende a perder su valor (debido a la facilidad de su distribución digital, con un coste ínfimo en comparación con el soporte físico), los más preparados y habituados a extraer valor de la inabarcable señal digital son las nuevas élites.

Ilustración del ratón de ciudad, realizada por Milo Winter para una edición de las fábulas de Esopo de 1919
Ilustración del ratón de ciudad; realizada por Milo Winter para una edición de las fábulas de Esopo de 1919

Shamus Khan, profesor de la Universidad de Columbia y autor del ensayo Privilege: The Making of an Adolescent Elite at St. Paul’s School, equiparaba en un artículo de opinión (2012, The New York Times) las “nuevas élites” con los “omnívoros culturales”.

La sutilidad de los nuevos marcadores

Según Khan, los nuevos snobs no se distinguen por viejos marcadores del privilegio, desde posesiones materiales al acceso a viejas instituciones de acceso limitado, tales como colegios universitarios, clubs, teatros y óperas: en cambio, estos nuevos “privilegiados” acceden a las herramientas culturales y digitales con facilidad, y muestran mayor flexibilidad que el resto de ciudadanos.

“Mientras las viejas élites usaban su cultura para expresar una distinción explícita entre ellos y el resto, si uno hablara con los miembros de las élites actuales, muchos explicarían que su cultura es simplemente una expresión de su ética abierta, creativa, lista para aprovechar cualquier oportunidad. Otros, para empezar, simplemente objetarían sobre la mera idea de ser considerados parte de cualquier élite.”

Pero, explica el profesor de Columbia, un análisis concienzudo de las ciudades de hoy muestra el auge de los mejor adaptados entre el grupo socioeconómico que el profesor de la Universidad de Toronto y ensayista Richard Florida bautizó como la “clase creativa”.

Capitalizando la rabia de un mundo idealizado

Los gustos y capacidad de criba/mezcla de la información al alcance de cualquiera separan de un modo cada vez más claro a los mejor preparados en la sociedad del acceso, del resto de la población: sobre todo los habitantes de zonas rurales, que continúan identificándose con rígidos marcadores sociales propios de sociedades rurales e industriales, pero nunca post-industriales.

Asimismo, mientras los “omnívoros culturales” -urbanitas, cosmopolitas, abiertos a la diversidad, atentos al cambio y preparados para adaptarse a éste- muestran gustos más amplios y una tolerancia muy superior a fenómenos como la movilidad geográfica, varios estudios confirman que las poblaciones rurales mantienen su rigidez tanto en sus preferencias socio-culturales como en su movilidad.

No es casual que las zonas que más han padecido el cierre de viejas industrias concentren el mayor porcentaje de voto de descontento y el súbito auge en preferencias nativistas y apoyo a soluciones-milagro para problemas complejos, tanto en Norteamérica como en Europa.

Sans-culottes (desposeídos) en el París revolucionario; Ilustración de Georges Montorgueil para la novela "Bonaparte" (firmada por Job y el propio Montorgueil, y publicada en 1910)
Sans-culottes (desposeídos) en el París revolucionario; Ilustración de Georges Montorgueil para la novela “Bonaparte” (firmada por Job y el propio Montorgueil, y publicada en 1910)

Una vez la Administración de Donald Trump muestre su incapacidad para reavivar el interés por la industria del carbón (como prometió en la región de los Apalaches), o sea incapaz de convencer a las empresas estadounidenses a que repatríen empleos perdidos tanto a manos de la mecanización como en regiones con menor coste y protección laboral, quienes creyeron en la solución-milagro deberán considerar otros puntos de vista para explicar la realidad a la que se enfrentan.

Ocurrirá algo similar en las zonas más deprimidas del interior y norte de Inglaterra.

Estratos de civilización: el empuje de las ciudades

A medida que nos adentramos en el siglo XXI, los cambios anunciados por ensayistas atentos a la transformación tecnológica y social, tales como el futurólogo y ensayista Stewart Brand (pionero de hippy y de la sociedad de la información, auto-declarado eco-pragmatista, abogando por soluciones polémicas a los retos de hoy, entre ellos la defensa de las ciudades y de la energía nuclear como herramientas del progreso humano), se materializan de un modo u otro.

Donald Trump o el referéndum de salida del Reino Unido de la UE (y su resultado) no aparecen en Whole Earth Discipline, el ensayo de Stewart Brand sobre sus propuestas para afrontar los retos del siglo, desde la transformación de la vida y el trabajo a la subida de temperaturas y el aumento de acontecimientos climáticos extremos.

Energía que no afecte la atmósfera, ingeniería genética, geoingeniería o mejores diseños para adaptarse a un mundo que debe producir más con menos recursos y mayor esfuerzo de conservación, forman parte de un plan de “disciplina ecológica” que, en opinión de Brand, lograrán que el ser humano afronte con éxito el límite físico a sus ambiciones.

Mundialización: los adaptados, los enfadados y los chivos expiatorios

Pero esta adaptación humana no será posible, opina Stewart Brand, sin el mayor y mejor artilugio de progreso jamás creado por nuestra especie, donde se ahorran recursos y surgen más y mejores ideas: las ciudades.

No es casual que las ciudades sean competitivas en la era de Internet y la mundialización, al acelerar el proceso que conduce a ambos fenómenos. Pero el éxito urbano acumula también perdedores, quienes viven ajenos a sus beneficios, padeciendo las consecuencias de su atracción de dinamismo económico y social:

  • habitantes de suburbios alejados de las mejores oportunidades;
  • habitantes de zonas rurales;
  • inmigrantes económicos que, a diferencia de los inmigrantes mejor educados (concentrados en epicentros tecnológicos como Silicon Valley), llegan a la ciudad para realizar los trabajos más precarios.

Paradójicamente, los que llegan en peores condiciones a la ciudad, contribuyendo a su riqueza y dinamismo con su trabajo en posiciones que otros no quieren hacer, son caricaturizados por quienes se aprovechan de la polarización campo-ciudad para explotar opciones populistas.

El chivo expiatorio de estas opciones políticas extremas recuerda a fenómenos de otras épocas: son los urbanitas mejor y peor adaptados (los omnívoros culturales, por un lado; y los trabajadores menos cualificados -a menudo inmigrantes recién llegados a la ciudad-, por otro), quienes son caricaturizados.

Éxito de un charlatán

Según el relato de las opciones extremistas, con una pasmosa coincidencia en el diagnóstico entre la extrema izquierda y la extrema derecha (incluyendo idénticos compañeros de gala entre, por ejemplo, Jill Stein y Donald Trump, ambos igualmente proclives a difundir leyendas urbanas), el “establishment” y su supuesta “oscura agenda” es responsable de cualquier afrenta imaginable.

Y en el caso de las opciones de extrema derecha, el rechazo y la caricaturización del “Establishment” (ya sea económico o económico e intelectual, entre el que se encontrarían los “omnívoros culturales”, desde periodistas a cualquier profesional que se gane la vida como experto en algún sector de servicios o tecnológico), se combina con la demonización de los últimos en llegar.

Todos recordamos las -por otro lado, muy populares entre su electorado- palabras de Donald Trump sobre hispanos, musulmanes y otras minorías.

El ataque a las clases intelectuales y urbanas no es un fenómeno exclusivamente contemporáneo, ni su inicio se remonta únicamente a la Europa anterior al auge del fascismo: la tensión entre el campo y la ciudad (o, en el pasado, entre las estructuras del Antiguo Régimen y los ganadores de los avances comerciales e industriales), empieza con el propio fenómeno urbano, cuya estructura permitió, por primera vez, en desarrollo de clases especializadas que podían permitirse labores ajenas a la propia supervivencia.

Mentalidad urbana

Greg Clark argumenta en The Guardian el largo proceso que, acelerado desde la Ilustración y, de nuevo, con la explosión demográfica en el siglo XX, ha producido que más de la mitad de los habitantes del planeta sean hoy urbanitas.

El éxito del proceso de urbanización del planeta es la constatación del avance en la complejidad de las civilizaciones que las han hecho posibles, incluyendo la actual, que pasa de la mentalidad de la “aldea global” de Marshall McLuhan a un tejido dominado por varias megaciudades con capacidad de atracción global, conectadas capilarmente a ciudades con estatus de polo regional.

Pero los procesos de comercio de bienes e ideas entre ciudades que actúan como polos de atracción padecen los efectos de decisiones culturales, políticas, religiosas, climáticas.

En su tributo a un mundo más multipolar que el que explica el canon occidental, el historiador británico Felipe Fernández-Armesto expone en 1492: The Year the World Began por qué la Europa periférica contó con los alicientes que no tuvieron las civilizaciones china e india de la época. La cultura funcionarial china, influida por el confucianismo, frenó cualquier intento de apertura, exploración y conquista más allá de los dominios históricos chinos.

Rutas de la seda de la historia

De manera similar, fenómenos climáticos y geopolíticos han precipitado la caída de grandes ciudades y civilizaciones, así como el abandono de rutas de comercio como las precolombinas en Mesoamérica y los Andes, la ruta de la Sal entre el África ecuatorial y la Europa medieval, la Ruta de la Seda, etc.

Greg Clark cita en su artículo para The Guardian al ensayista Peter Frankopan, quien nos recuerda en The Silk Roads que procesos similares a lo que llamamos globalización se han sucedido en los últimos 4.000 años:

“Pensamos que la globalización es un fenómeno exclusivamente moderno, pero hace 2.000 años era un fenómeno vital: uno que presentaba oportunidades, creaba problemas, e incitaba el avance tecnológico.”

Las ruinas redescubiertas de viejas ciudades nos recuerdan que podemos cometer errores… y que no deberíamos dar por sentado que las ciudades más cosmopolitas, abiertas y conectadas al mundo, mantendrán la energía que las caracteriza si las sociedades que las han hecho posible cambian hasta tal punto de mentalidad que conducen a su lento declive.

Algunos buscavidas de la Wiener Moderne

La Wiener Moderne, o Viena de principios del siglo XX, por ejemplo, con su bohemia cosmopolita procedente de las clases urbanas de un imperio (el Austro-Húngaro) que no existe, y con abundante presencia de una comunidad prácticamente exterminada durante la II Guerra Mundial por la Alemania nazi (la comunidad judía asquenazí), es hoy otra ciudad. Próspera, pero incapaz de concentrar el talento que, en una generación, influyó el mundo contemporáneo de manera decisiva.

Las ciudades globales de hoy padecen sus ataques nativistas, y viejas metrópolis imperiales como Londres tendrán que demostrar que la estrategia aislacionista de su política y de parte de su intelectualidad es compatible con la vocación global de una capital que no puede sobrevivir sin su vocación atlantista, pero también paneuropea.

A menudo, estos ataques van dirigidos contra los mejor adaptados en una economía que gira en torno al dinamismo urbano, y los efectúan urbanitas y profesionales en posición de privilegio… A principios de siglo, varios jóvenes buscavidas que luego cambiarían el mundo convivieron (y se aprovecharon) del cosmopolitismo de Centroeuropa que poco después contribuirían a detonar: Hitler, Tito (el dictador yugoslavo) y Stalin pasearon por las calles y visitaron los cafés donde charlaban Trotsky, Freud y otros intelectuales.

En ocasiones, las contradicciones no pueden contrarrestar un discurso que se populariza al canalizar con efectividad frustraciones patentes en la sociedad, aprovechando a menudo el fenómeno del chivo expiatorio estudiado por filósofos y sociólogos como René Girard.

Reacción contra el fantasma de lo “políticamente correcto”

Así, los “omnívoros culturales” se convierten, entre otras cosas, en responsables de un discurso “políticamente correcto” (Moira Weigel reflexiona en The Guardian sobre la instrumentalización que la derecha radical ha realizado de un enemigo fantasma: la “corrección política”), así como en agentes del cambio que el discurso reaccionario considera negativos: diversidad, derechos sociales y civiles, mundialización, laicismo, etc.

El fenómeno de la radicalización del “lobo solitario” no concierne únicamente a los extremistas islámicos: Jack Hitt explica en The New York Times que, cuando se trata de la más que patente radicalización de jóvenes varones blancos, no hablamos de “radicalización”. Deberíamos hacerlo, reflexiona.

Estos jóvenes solitarios han sido descritos por expertos como Tom Nichols, profesor de relaciones internacionales y ensayista conservador estadounidense (además de distinguido -por su consistencia- republicano opuesto a Trump), como uno de los mayores fracasos de la sociedad contemporánea.

Flânerie en tiempos revueltos

El nihilismo tampoco es un fenómeno nuevo, y el fenómeno es uno de los catalizadores del surgimiento de la filosofía moderna, a través de los pre-existencialistas más notables (Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche), pero Internet permite canalizar e instrumentalizar el odio e impotencia de muchos ciudadanos y jóvenes que se sienten abandonados hacia objetivos extremistas.

Las ciudades deberán mejorar su gobernabilidad, pero también deberán asegurarse de que hay métodos para no ceder su potencial creativo a demagogos cuyos objetivos son contrarios a los del propio concepto de urbanidad: cosmopolitismo, omnivorismo cultural, concentración de oportunidades, polinización de ideas… progreso. Oportunidad.

Los alcaldes de las ciudades más simbólicas y pujantes del mundo hacen bien al intentar frenar la polución (prohibiendo a medio plazo los motores más contaminantes –lo harán París, México DF, Madrid y Atenas en 2025-, favoreciendo el desplazamiento en transporte público, en bicicleta o a pie, etc.), pero deberían extender su activismo y colaboración para reivindicar su importancia y capacidad para favorecer más oportunidades y atajar el radicalismo más pernicioso.

Hay responsabilidades competenciales, mientras otras son de índole natural, moral. Las ciudades pueden hacer más con su poderoso “soft power”: despresurizar el auge del nativismo, atajar la especulación con la vivienda, favorecer el dinamismo y la contratación al facilitar trámites (y no lo opuesto)… manteniendo su espíritu.

Las ciudades no pueden eludir su responsabilidad en el mundo. Retirarse ahora, escudándose tras la fuerza nativista o el poder estatal no sólo puede ser negativo, sino catastrófico.