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Reencantamiento: redescubrir lo primordial en la era técnica

Una de las críticas más recurrentes a la sociedad moderna y burocratizada es su efecto sobre el individuo, al que desconecta de su relación directa (¿primordial?) con la naturaleza.

La primera generación de inmigrantes del campo a la ciudad mantiene su interés por cultivar una porción de terreno (aunque sea un huerto baldío junto a una línea férrea), pero la siguiente generación carece del mismo interés: ha nacido sin vivir esta relación primordial en primera persona.

La intuición orgánica desde el prisma romántico

El movimiento romántico del siglo XIX buscó la inspiración “orgánica” y “emergentista” de la naturaleza como reacción al reduccionismo que propugnaban el mecanicismo y el positivismo.

Desde los pensadores liberales clásicos a los primeros marxistas, todos daban por sentado que la modernidad era irrenunciable y, con ella, el auge de la sociedad urbana ajena a la relación con la tierra.

En la época de las discusiones sobre sociedades más equilibradas (utópicas, usando la terminología del romanticismo tardío), se discutió sobre la conveniencia de crear una sociedad urbana, industrial o científica, o por contrapartida abogar por una civilización de prósperos propietarios agrícolas.

Cuando Jefferson y Hamilton discutieron su modelo

En Estados Unidos, esta discusión se materializó en el debate de modelos de país entre Thomas Jefferson y Alexander Hamilton:

  • Jefferson abogaba por una próspera y culta sociedad agraria, conectada a la tierra y a la localidad y con ciudadanos librepensantes que seguirían su propósito vital sin necesidad de un gobierno federal fuerte;
  • Hamilton creía en un gobierno federal fuerte y extenso, capaz de organizar una sociedad urbana e industrial, según el modelo positivista.

Esta discusión, que precede en Estados Unidos a la formación de las facciones republicana y demócrata, se sucedió de manera más velada en el resto de las sociedades donde Ilustración coincidió con la tensión entre campo y ciudad.

Las tesis de Hamilton acabaron imponiéndose, y la migración masiva desde una existencia agraria a una sociedad urbana y burocratizada fue decisiva para el auge de los movimientos idealistas que capitalizaban el resentimiento de quienes trabajaban en condiciones infrahumanas en el nuevo y alienado mundo.

Ganó, en principio, el modelo más acorde con los tiempos, más moderno y racional. También el más implacable con el uso de la naturaleza como proveedor de materias primas, olvidando su papel maternal y metafísico en la historia humana, desde las sociedades primitivas al agrarismo ilustrado que Jefferson defendía (muy próximo al que Lev Tolstói defendería después para Rusia).

Cuando el materialismo de Hegel y Marx se impuso al panteísmo de Spinoza y Thoreau

Mientras el idealismo alemán ayudaba a los trabajadores británicos a organizarse de un modo más inteligible, el idealismo estadounidense reivindicaba el espíritu individualista y agrario de un país joven que todavía debatía sobre su evolución.

El idealismo estadounidense evolucionó hacia el trascendentalismo: Thoreau y Emerson escribieron sobre la necesidad de reflexionar en medio de la naturaleza para lograr un bienestar racional y a la vez natural, de inspiración panteísta, como el defendido Spinoza o el de los filósofos clásicos.

Si los movimientos obreros simplemente se conformaban con cambiar de manos los medios de producción y mejorar las condiciones de la población sin poner en duda el “progreso” (la base hegeliana del materialismo histórico, irrenunciable para Karl Marx y sus sucedáneos), los trascendentalistas reivindicaban la conexión irrenunciable entre individuo y naturaleza.

Hijos de la burocratización

La posición de Henry David Thoreau le llevó a denunciar la burocratización de la sociedad de su tiempo, personificada en la experiencia “aséptica” del viaje en tren (la vía férrea pasaba junto a su retiro en Walden) o la deshumanización de la maquinaria estatal, que usaba los impuestos para financiar objetivos con que el ciudadano podía o no estar de acuerdo.

Si alguien tiene que trabajar varios días para pagarse un viaje en tren que le lleve de una ciudad a otra y desplazarse andando implica un tiempo inferior al empleado en financiar el billete, es preferible ir andando y no renunciar a la experiencia del trayecto “a la antigua”, reflexionaba Thoreau a mediados del siglo XIX.

La posición panteísta y jeffersoniana de Emerson o Thoreau derivó en propuestas filosóficas y sociales de resistencia al mecanicismo y la burocratización del mundo desarrollado: la desobediencia civil y los métodos de vida alternativos, a menudo versiones románticas y moderadas de un mundo que abrazara la modernidad sin renunciar a la naturaleza: la propia creación de los primeros parques nacionales en Estados Unidos parten del extendido interés por conservar sin renunciar al progreso.

Defensores de la “vida sencilla” ante la “tecnicidad”

En el otro extremo de los abogados del anarquismo panteísta y jeffersoniano se encuentran activistas violentos que deciden luchar contra el avance de lo que el sociólogo Max Weber llamó burocratización del devenir histórico.

Entre estos lobos solitarios opuestos al avance de lo que Martin Heidegger bautizó como “tecnicidad” se encuentra el individualista anarquista estadounidense  Ted Kaczynski, conocido como Unabomber, cuyo manifiesto Industrial Society and Its Future toma ideas expresadas por Jefferson, Thoreau o Weber, que atentó contra inocentes en su lucha contra la erosión de las libertades humanas causada, según él, por la burocratización de las sociedades tecnológicas.

Las intuiciones de Ted Kaczynski sobre los efectos de la tecnología y la burocratización en la desconexión entre sociedad y naturaleza se remontan a antes de (en sentido cronológico decreciente) Heidegger, Webber, Thoreau y Jefferson.

Inicios del perspectivismo

Ya en 1725, el -injustamente olvidado- filósofo italiano Giambattista Vico publicaba Scienza Nuova (La nueva ciencia), una crítica sólida al reduccionismo tecnológico que se imponía en la Ilustración, y un ensayo precursor de la investigación multidisciplinar.

Giambattista Vico, cuya estatura intelectual fue reconocida por Carlos III cuando todavía era rey de Nápoles, escribió “Scienza Nuova” como respuesta de peso al cartesianismo, recordando que la realidad no constaba únicamente de mediciones empíricas.

Vico intuyó que el fenómeno de la burocracia sustituiría la labor del intelectual introspectivo e independiente: tecnocracia y burocracia, fenómenos interdependientes, requerían métodos de instrucción y especialización a gran escala.

Este intento de “objetivizar” la realidad no tenía sentido para quienes, como el propio Vico, o también Gottfried Leibniz, y Michel de Montaigne antes que ambos, consideraron que la experiencia humana dependía de una perspectiva determinada y, por tanto, estaba sujeta a la interpretación.

Cuando la burocratización se convierte en Terror

La metafísica “objetiva”, como la defendida por Hegel, fue rechazada por estos pensadores “perspectivistas” (entre ellos, Friedrich Nietzsche), que creían que una sociedad burocrática trataría de imponer a la sociedad una forma de ver el mundo que considera verdadera, cuando otras perspectivas pueden ser igual de válidas.

Giambattista Vico creía que la visión del ser humano sobre la realidad era producto del devenir histórico (historicismo), y apartar a un individuo de su relación con sus referentes basados en la costumbre de generaciones producía una pérdida de valores y era la antesala de posibles catástrofes.

Justo después de Vico, el británico Edmund Burke criticó las aberraciones de la Revolución Francesa, que según él se debería haber ahorrado masacres, al rechazar la historia y la costumbre como condicionantes de cualquier proceso renovador: según los historicistas, el fin no justificaba los medios y no todo se valía en pos del progreso.

El desencantamiento: la pérdida de la conexión con la naturaleza

Otra preocupación de los historicistas fue la separación entre ser humano y naturaleza. Max Weber, considerado fundador de la sociología moderna, profundizó en este fenómeno: la sociedad se encaminaba hacia un punto de no retorno en la “racionalización” impulsada por la burocracia, exponiendo su hipótesis en una metáfora que influiría más tarde en el trabajo de Martin Heidegger y Michel Foucault: la jaula de hierro.

La jaula de hierro expone la progresiva tecnificación de la vida social, con el objetivo de mantener el control, aunque también con resultados positivos: a diferencia de los sistemas feudales, donde la promoción de una persona se basaba en las relaciones personales, las maquinarias burocráticas favorecen una promoción con procedimientos objetivables: cualificación, mérito, resultados, etc.

Las consecuencias negativas de la burocracia detectadas por Max Weber tienen una vertiente literaria conocida por todos: Franz Kafka y el adjetivo a partir de su apellido.

Riesgos de la tecnificación de cada aspecto de la existencia

Asimismo, hay otros riesgos como el control fraudulento de las organizaciones burocráticas, lo que multiplicaría el riesgo y capacidad de impacto de conductas como el adoctrinamiento; Weber también observó que las burocracias modernas tienen a generar una oligarquía más o menos meritocrática.

La oligarquía que controla la racionalizada “jaula de hierro” lidera a menudo la tendencia de las élites (políticas, sociales, intelectuales) a intentar escapar en sus vidas personales de la omnipresente maquinaria que controlan.

Como consecuencia, a medida que las sociedades se adentran en la tecnificación, cambia el grado de conceptos como el de autonomía individual, cultura del trabajo, especialización e interdependencia.

El último peldaño conocido de este fenómeno, descrito también en el siglo XX por Martin Heidegger y Michel Foucault, es el avance hacia una versión compleja y con diseño neuronal de lo que la ciencia ficción denomina “mente colmena”.

Ricorso

Como consecuencia de esta burocratización de una sociedad cada vez más racional y tecnificada, similar al país con que Alexander Hamilton soñaba cuando pensaba en el Estados Unidos del futuro, Max Weber llega a una conclusión similar a la de los trascendentalistas: se produce un desencantamiento, o retroceso de todos los valores que no puedan burocratizarse, secularizarse, objetivarse.

Un siglo después del trabajo de las reflexiones de Weber, ¿existe alguna respuesta a las consecuencias negativas de un mundo cada vez más tecnificado e interconectado? ¿Estamos desconectados de la naturaleza? Si es así, ¿cómo recuperar esta relación primordial con los ritmos y actitudes del naturalismo abogado, entre otros, por Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger?

Renace en interés por la obra multidisciplinar de Vico y su visión historicista: el pensador italiano es responsable del concepto de “ricorso”, o proceso sostenido de acción y reacción en la filosofía de la historia, que abogaría por mayor racionalidad en una era, para demandar una respuesta opuesta a continuación.

Para Vico, “a medida que las sociedades se desarrollan socialmente, la naturaleza humana también evoluciona, y ambas manifiestan su avance en cambios del lenguaje, los mitos, el folclore, la economía, etc.; en resumen, el cambio social produce un cambio cultural”.

Cómo “reconectarse” o “reencantarse”

Conscientes de la interrelación entre el devenir de la sociedad y el pensamiento, la filosofía existencialista ha abogado desde Kierkegaard y Nietzsche por una mayor lucidez individual, debido a la deriva burocrática y gregaria de la civilización.

Max Weber llamó a la racionalización cultural “desencantamiento”, mientras el existencialismo abogaría por un “reencantamiento”, o reconexión del ser humano con una realidad primigenia, naturalista, conocedora de los mitos compartidos y del potencial humano.

¿Es posible el reencantamiento? En el siglo XIX, Thoreau intuyó que era posible a través de un cambio de actitud, mientras en el siglo XX autores como Carl Jung y Claude Lévi-Strauss relacionaron mitos y símbolos compartidos de la humanidad como pistas de un holismo primordial olvidado por la historia.

Comprender más es aumentar la superficie en contacto con lo desconocido

Visitar la naturaleza, leer literatura de distintas culturas, filosofar… Hay muchas actitudes que nos encaminarían hacia una posible reconexión con el mundo que nunca hemos comprendido del todo.

Quizá haya respuestas en la lectura de Así habló Zaratustra; o quizá sea mejor irse a arar la tierra después de someterse a un duro trabajo intelectual, como prefería Lev Tolstói.

Como recuerda el colaborador del magazine contracultural de San Francisco Whole Earth y fundador de Wired, Kevin Kelly, el avance científico expande nuestra ignorancia con mayor rapidez que nuestro conocimiento, “lo que es bueno”, sentencia.

Explicado por Blaise Pascal: el conocimiento es como una esfera en la que, a medida que aumenta su volumen, mayor es su contacto con lo desconocido más allá de sus límites.

Quizá podamos salirnos con la nuestra adoptando la tecnología con sentido y mesura, y recopilando nuestra rica memoria con lo natural para no olvidarnos de nuestra profunda relación con la naturaleza.