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Sant Jordi: sobre el Kindle y el invento de Gutemberg

Con las últimas lluvias caídas sobre Cataluña, ni mucho menos suficientes para paliar la situación de emergencia provocada por la sequía (de la que se habla ya en todas partes), la agenda informativa se da una semana de respiro para tratar otros temas. O, al menos, mi agenda informativa. La semana viene cargada: hoy martes 22 de abril, Día de la Tierra y lo que significa su celebración en un contexto de concienciación sobre el cambio climático. 

Miércoles 23 de abril, diada de Sant Jordi, con rosa, flor y grupo de aficionados del Manchester United de regalo, a los que se invitará a que se vayan a la playa del Port Olímpic a celebrar las horas anteriores y posteriores al partido de Champions League centre Barça y el equipo inglés. El objetivo es evitar altercados o tiranteces en Las Ramblas, centro neurálgico de la fiesta del libro.

Rambleando

La arteria de Ciutat Vella se prepara, como cada año, para albergar las decenas de paradas de editoriales, librerías, asociaciones y partidos políticos.

Los escritores mediáticos, quienes más trabajan en la firma de ejemplares, hacen ejercicios de estiramiento con su muñeca y antebrazo, no sea que el túnel carpiano juegue alguna mala pasada de tanto firmar.

Con el Maradona de Las Ramblas –vídeo en YouTube- jubilado a la fuerza (Joan Sabaté, vecino de Sant Feliu de Llobregat, está retirado desde la semana pasada de su labor de malabarista del balón junto a Canaletas), los autores recuperarán el testigo de los repetitivos toques, en este caso con la pluma, boli o lápiz, en función de la calidad y aspiraciones de cada uno.

A buen seguro que los aficionados del Manchester disfrutarían más de Sabaté (entrevistado el otro día en El Larguero de la SER, algo que difícilmente conseguirá Chikilicuatre, aunque gane Eurovisión) que de Carlos Ruiz Zafón, por no hablar ya de autores minoritarios.

Del Día de la Tierra a Sant Jordi

La simbiosis de los dos grandes acontecimientos de la semana (si el Barça no gana mañana, seguirán siendo el Día de la Tierra y Sant Jordi) consiste en abordar la sostenibilidad de la industria editorial, una temática de la que todos nos olvidamos en un día que consiste en vender libros, muchos de ellos menos literatura que producto de anuncio televisivo (bromas o pensamientos de un presentador o celebridad, memorias de un deportista no escritas por él, etcétera).

El libro de Gutemberg todavía no ha sido superado. Manejable, fácil de transportar, con un sencillo diseño lineal (empieza y acaba por el mismo sitio), con un poso histórico que todo usuario reconoce e interpreta correctamente.

Las librerías y bibliotecas, como las bibliotecas de Babel Jorge Luis Borges y Umberto Eco -o el propio Zafón– han sabido describir, son santuarios del conocimiento, que evocan las aventuras de todos los tiempos, la memoria que debe conservarse, el olvido de un libro antiguo perdido por Occidente como esas obras de Aristóteles que tan poco gustaban al guardián de la fe Jorge de Toledo, en El Nombre de la Rosa.

El libro, insuperable en su diseño, es el único medio que todos los tiranos de la historia humana han querido arrasar. Ahí sigue; ha aguantado el envite de los periódicos y revistas, el cinematógrafo, la radio, la televisión e Internet. Imagino a un ejecutivo apurado acudiendo a una impersonal cafetería de aeropuerto a cargar su teléfono Blackberry, o su ordenador portátil, para poder usarlo.

La dependencia energética de las nuevas tecnologías las convierte, en ocasiones, en artilugios extraños y mal concebidos a ojos de quienes han tenido la suerte de ver libros en casa desde que empezaron aquello que las abuelas llaman “criar conocimiento”.

El libro como formato difícilmente sustituible

Yo tuve esa suerte. De ahí que mis padres todavía guarden algún libro (La Guerra de los Mundos, de H.G. Wells, en una edición que recuerdo perfectamente, con tapas duras de un vivo amarillo y con el emblema de Bruguera en la parte superior) con garabatos de niño en sus páginas interiores y alguna que otra página arrancada. Afortunadamente, años más tarde comprobé que sólo algunas páginas preliminares habían sido arrancadas.

Jim Botón y Lucas el Maquinista, de Michael Ende, comprado a Círculo de Lectores, es el primer libro que recuerdo haber leído porque sí, porque me apetecía e interesaba. Cien años de Soledad, en una edición -también de Círculo de Lectores- de 1970 que siempre estuvo en casa, también pasó por mis manos antes de la pubertad.

Para el cerebro de un púber, ni todo el polen o la jalea real del mundo pueden superar la energía ofrecida por una imagen que incluya en la comparación a un huevo de dinosaurio: “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Suficiente para que un niño siga leyendo.

También reconozco haber seguido amando al libro, ese formato que parece insuperable, con obras que no tienen reconocimiento alguno, como los libros de Alberto Vázquez-Figueroa, que me enseñaron palabras como “nordestino”, “Manaos” o “imohag“. No puedo recordar una sola palabra, enseñanza o aportación de el Ulises de Joyce, por ejemplo.

Cómo mejorar un libro

Enlazando el tejido de esta entrada de blog con la palabra “imohag”, que el mencionado Vázquez-Figueroa (uno de esos “escritores menores” que alimentan la juventud de uno, los tiempos muertos comprendidos entre insuperables partidas de futbolín y salidas con grupos de amigos), muchos de nosotros volvemos a ser nómadas.

Los imohag, o tuareg, se mueven por el desierto y deben transportar, con cierta aparatosidad, toda su familia y riqueza consigo.

Las costumbres de los nómadas actuales, descritas por The Economist (Our nomadic future), varían: la movilidad global es una realidad al alcance de cada vez más personas. Trabajar o vivir ya no está sujeto a mantener una presencia ininterrumpida en un lugar determinado, gracias a las tecnologías inalámbricas de acceso a Internet.

Muchos de nosotros podemos trabajar, literalmente, desde cualquier lugar del mundo donde podamos plantar nuestro portátil y conectarnos, aunque sea durante sólo un instante, a la Red. Emerge una nueva generación: algo así como imohags digitales.

Según la revista, “la clase emergente de nómadas digitales vagan de un lugar a otro, aunque no llevan consigo prácticamente nada; dondequiera que vayan, pueden mantenerse fácilmente en contacto con personas e información. Y las barreras de entrada están cayendo. Ya no es necesario ser rico para convertirse en nómada digital.”

Y es en este contexto donde el libro, ese insuperable medio en el que muchos nos seguimos refugiando, pierde el sentido que ha logrado mantener desde hace milenios. Ya no estamos todo el año en un mismo lugar, y los numerosos viajes y escapadas se aprovechan para trabajar y seguir llenando la faltriquera de la experiencia; también para leer.

Y aquí llega el problema: el punto débil del libro -dejando de lado su huella ecológica- es su peso y volumen. Y mi mochila de viaje tiene una clara limitación física: sólo caben un puñado de revistas y tres o cuatro libros.

Los límites del libro en la sociedad nómada: espacio

Mi mochila no puede almacenar los libros que quiero leer o citar en mi trabajo periodístico, mientras viajo. Puedo cargar mi reproductor de música con lo que antes llamábamos discoteca personal, consistente en decenas de discos y miles de canciones.

Están ahí, y las escucho si me apetece, en cualquier lugar y circunstancia, lo que constituye una nueva fuente de melómanos liberados de la dictadura del formato físico.

Desde el primer cantante de masas, el italiano Enrico Caruso (el primero en vender millones de copias de sus canciones), la industria musical no había cambiado tanto como en estos últimos años. Pues bien, la industria editorial todavía no se ha trasladado al formato electrónico, sobre todo por el delicioso diseño industrial que hay detrás de un libro.

Nadie es lo suficientemente valiente como para apostar por que el libro electrónico acabe sustituyendo al libro, del mismo modo que todavía son poco imaginables las ciudades sin librerías ni bibliotecas. Ni fiestas de Sant Jordi.

Todavía no ha llegado el iPod para los libros, ¿o sí lo ha hecho?

Libros que no son árboles y libro electrónico

En los últimos años, empresas y centros de investigación trabajan en la posible mejora o superación del libro, cuya tecnología o materiales no han cambiado esencialmente desde el siglo XV, a través de dos líneas de mejora esenciales:

  • Desde el punto de vista medioambiental: como William McDonough i Michael Braungart explican en Cradle to Cradle (De la cuna a la cuna), el libro del futuro no será un árbol. Para ellos, el diseño del formato sigue siendo válido en su concepción (papel impreso de un modo lineal, protegido por cubiertas), pero no en sus materiales. Imaginan un libro con materiales que no provengan de la pasta de papel, no sean contaminantes y no generen residuos, sino que los residuos sirvan, en todo caso, de “alimento” o “nutriente” (“gasto equivale a comida”, en una superación del tradicional “reduce, reusa, recicla”).
  • Desde el punto de vista práctico: una nueva generación de profesionales caracterizada por su constante movilidad geográfica demanda un nuevo modo de acceso a sus libros, periódicos, revistas y otras lecturas, tales como bitácoras (espacios como en el que estás ahora). Se trata del libro electrónico, un dispositivo que actúa como continente de un numeroso contenido; más que tratarse de un libro tradicional, un dispositivo electrónico bien diseñado y con un acceso sencillo e instantáneo a la descarga de miles de libros se parece más a una librería que a un sólo título. Una especie de iPod para la lectura. Pese a necesitar energía para funcionar, su escaso consumo energético no es comparable al de otros aparatos electrónicos. De generalizarse su uso, el libro electrónico evitaría la enorme huella ecológica generada por el material impreso. Para muchos críticos, la primera aproximación comercial seria al libro electrónico ideal es el Amazon Kindle, disponible sólo en Estados Unidos.

El libro, según McDonough y Braungart

Para los autores de De la cuna a la cuna, la llamada eco-eficiencia es un mero modo de retrasar la catástrofe provocada por la constante fabricación de bienes contaminantes. Un libro de papel reciclado es más eco-eficiente que un libro con pasta de papel convencional.

No obstante, con una mirada más crítica y analítica, el libro reciclado ha seguido procesos de fabricación contaminantes y grandes cantidades de energía, al tener que convertir el papel usado en pasta que pueda usarse de nuevo.

Su lectura es, además, menos clara, debido al color y gramaje. Un libro reciclado es eco-eficiente, pero no eco-efectivo. Es una continuación a medio gas del viejo modelo del producto desechado, y su última creación políticamente correcta, la “eco-eficiencia”, según McDonough y Braungart.

A diferencia de la eficiencia energética, que consiste en contaminar menos y usar menos energía, pero seguir contaminando y usando energía al fin y al cabo, la efectividad ecológica, o eco-efectividad, consiste en productos que imitan, por ejemplo, al cerezo.

Sí, el árbol. Miles de flores permiten la llegada de fruta que alimenta a insectos, aves, humanos y otros animales. Sólo un puñado caen al suelo -o son transportadas en el estómago de las aves- y llegan a crecer en forma de árbol.

Para el modelo tradicional de la eficiencia, este modelo es un malgasto (miles de flores que crean centenares de frutos que, a su vez, son repartidos por doquier para asegurar la descendencia de unos pocos individuos).

Según el modelo “de la cuna a la cuna”, los productos deben imitar procesos como el que ha perfeccionado el cerezo durante milenios.

El cuento de los tres libros, según Cradle to cradle. Había una vez tres libros:

  • Primer libro: es un libro convencional, como los que siempre hemos usado. Hermoso. Papel cremoso y agradable al tacto. Objeto concebido inteligentemente teniendo en mente la portabilidad y la durabilidad. Este libro, no obstante, no durará siempre, está confeccionado con pasta de papel (procedente de la tala de árboles) y, pese a que el papel es biodegradable, la tinta usada contiene metales pesados muy contaminantes. La cubierta, además, no es papel, sino una amalgama de polímeros de plástico, tintas, metales pesados e hidrocarbonos halogenados. Esta cubierta dura no puede ser fácilmente reciclada y, si es quemada, el material produce dioxinas, uno de los materiales más cancerígenos creados por el ser humano.
  • Segundo libro: familiar para los ojos contemporáneos, se trata de un libro reciclado. No tiene tapa dura y tanto la portada como el interior han sido impresos con una sola tinta. Tiene un aspecto algo incómodo, pero su imagen es familiar para aquellos concienciados con la sostenibilidad (papel rugoso, poco contraste y mayor incomodidad en la lectura, aunque “responsable”, en nuestra opinión). El uso de tinta de soja hace que este libro no se lea demasiado bien. Asimismo, el papel reciclado no está libre de clorina, ya que es necesario emplear pulpa virgen para evitar totalmente la presencia de este peligroso compuesto para la vida marina. Es complicado, como explican McDonough y Braungart, decidirse por una versión lo más sostenible posible de este tipo de libro. Incluso la tinta de soja tiene aditivos para garantizar su durabilidad, y suele poseer más hidrocarbono halogenado que la tinta convencional.
  • Tercer libro: es el libro del futuro, el libro en el que confían McDonough y Braungart. Se preguntan: ¿es un libro electrónico? “Quizá, aunque esa forma todavía se encuentra en su infancia”. Mucha gente cree que el libro tradicional es “tan conveniente como delicioso”. De modo que ellos imaginan un libro con la forma convencional, aunque con materiales innovadores, ecológicamente efectivos.

“Imaginemos un libro que no es un árbol. Ni siquiera está hecho de papel. En su lugar, está confeccionado con plásticos desarrollados en torno a un paradigma completamente distinto para los materiales, polímeros que son infinitamente reciclables y mantienen el mismo nivel de calidad (…).”

También de Cradle to cradle, en referencia al tercer libro del cuento que imaginan los autores. “Este papel no requiere la tala de árboles ni la emisión de clorina en acuíferos. Las tintas no son tóxicas y pueden ser borradas del polímero a través de un simple y seguro proceso químico o mediante un baño en agua extremadamente caliente, momento a partir del cual puede ser recuperado totalmente y usado de nuevo.”

Existen algunas editoriales y empresas de desarrollo de materiales de impresión que desarrollan ideas similares. El material plástico Durabook de Melcher Media, en el que está impresa la edición en inglés del libro, es resistente al agua, no envejece con el tiempo, tiene un contraste incluso mejor que el libro convencional y puede reciclarse fácilmente.

El libro, según Amazon y los nuevos nómadas: Kindle

“Imagina en un libro que quieras leer y puedas hacerlo en un minuto. Eso es el Amazon Kindle“. (Jeff Bezzos en una entrevista promocional).

Según McDonough y Braungart, el libro electrónico está todavía en pañales. Cradle to Cradle llegó a las librerias, no obstante, antes de que el Kindle fuera siquiera concebido por Amazon.

El Kindle (vídeo explicativo de Amazon -en inglés-) no es el aparato electrónico más espectacular del mundo. Su diseño, entre liviano e insípido, permite lo que muchos buscamos cuando leemos un libro: sumergirnos en la historia y olvidarnos del resto.

Jeff Bezzos (entrevista en Business Week), consejero delegado y fundador de Amazon, encargó al veterano diseñador industrial Robert Brunner (creador del primer Apple PowerBook) el diseño de un dispositivo liviano y práctico, del que el lector pudiera olvidarse, para centrarse, sin barreras ni florituras, en la lectura del contenido.

La tecnología Electronic Ink, que también incorporan los rivales comerciales del Kindle (con el Sony eReader, más veterano, en cabeza), permite leer tipografías a un contraste similar al de la letra impresa.

Los dispositivos E-Ink son lo suficientemente cómodos de leer y ligeros. La tecnología de la pantalla ha dejado de ser una barrera para la expansión comercial de estos aparatos.

Si la tecnología estaba lista, ¿por qué hasta la llegada del Kindle apenas se habían vendido libros electrónicos? El secreto del aparato de Amazon estriba en que se trata, en realidad, de un servicio, más que un dispositivo. Pese a que su precio ha suscitado críticas (399 dólares), incorpora acceso a la tienda Amazon a través de redes móviles.

Ello permite poder comprar un libro y descargarlo en menos de un minuto. También hay suscripciones a diarios estadounidenses e internacionales, revistas y blogs (hay que pagar por estas suscripciones) y acceso gratis a Wikipedia.

Los claroscuros del aparato

Los usuarios pueden convertir documentos de texto propios en el formato del Kindle; eso sí, previo paso por caja. Asimismo, la lectura pormenorizada de las condiciones del servicio arroja dudas sobre quién es el propietario real de los libros que el usuario compra.

Si queremos compartir uno de los libros que hemos adquirido (algo que hacemos con el libro físico), tenemos que dejar el dispositivo entero, ya que no hay modo de compartir ficheros digitales entre distintos dispositivos Kindle. Si no puedo compartir los libros que compro con libertad, no soy su dueño efectivo, pese a tener el teórico derecho de poder hacerlo.

Pese a las limitaciones, el Kindle es el primer paso realista hacia el iPod de los libros. En palabras de Guy Kawasaki -captado por Amazon para la promoción del aparato-, “esto es un Blackberry para libros”. Kawasaki, que declara conocer a la perfección el límite espacial de su bolsa de mano cuando viaja, cree que el Kindle libera al viajero habitual del fardo de libros y publicaciones periódicas que antes debía arrastrar.

Imagino cómo sería el próximo viaje con un dispositivo como el Kindle en substitución del puñado de libros y revistas que acarreo por el mundo. Existe una irresistible comodidad en saberse portador de todo lo necesario para sobrevivir intelectualmente (toda la música en el reproductor, todos los libros en el “otro” reproductor).

Leyendo

Si hay algo que me causa respeto de un ordenador con conexión a Internet, es la extraordinaria facilidad con la que uno puede desconcentrarse y “deambular” por feeds, sitios web, correos electrónicos y demás pequeñas y adictivas píldoras. El tiempo puede pasar rápido y la sensación de diletantismo pueden exasperar en un mal día.

Es la ventaja del libro (o del libro imaginado por los autores de Cradle to cradle; o del libro electrónico de Jeff Bezzos). Una vez estás dentro de la historia, nunca sales de ella con sensación de agotamiento intelectual.

Seguiremos necesitando imágenes y metáforas como las usadas por García Márquez en la primera descripción de Macondo, en Cien años de soledad. Esas son las buenas noticias.

Si, además, pudiéramos acceder a ellas con la mínima huella ecológica posible, sería maravilloso, además de enriquecedor. Hoy, Día de la Tierra; mañana, diada de Sant Jordi. No hay que olvidarse de leer libros.