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Seasteading: el sueño de colonias libertarias en alta mar

¿Es posible, técnica y legalmente, crear sociedades en alta mar que se autogestionen como ciudades o naciones autónomas? Este viejo sueño libertario, mil veces evocado y descartado, vuelve a tomar forma gracias al interés influyentes emprendedores.

Crear una sociedad compleja en aguas internacionales que responda a sus propias reglas. Parece un sueño digno de una novela juvenil en la que un grupo de ilustrados deciden crear una nación de la nada, no ya en una isla remota, rememorando la colonización del islote de Pitcairn a finales del siglo XVIII por los amotinados del Bounty, sino en una plataforma artificial.

Ya no hay islas desiertas que colonizar

Julio Verne escribió sobre las aventuras de los amotinados del Bounty, pero quienes apoyan el “seasteading“, o colonización en alta mar, no hablan de un sueño irrealizable e ilusorio en un mundo interconectado y cada vez más abarcable, donde las telecomunicaciones acercan Internet a cualquier rincón.

Convertir plataformas marítimas en aguas internacionales en alta mar es una idea tecnológicamente cada vez más realizable, asegura uno de los principales abogados de la idea, fundador de Paypal y primer inversor en Facebook Peter Thiel, que apoya el concepto con ayuda de The Seasteading Institute (TSI), fundado en 2008 por Wayne Gramlich y Patri Friedman (nieto del economista Milton Friedman y trabajador de Google hasta 2008).

El instituto nos ha confirmado por correo que prosigue con sus planes y actividades, dirigido por el desarrollador de software Michael Keenan. Friedman ha dejado su responsabilidad como presidente, pero permanece en el consejo de dirección junto al propio Peter Thiel, además de John Chisholm, Joe Lonsdale y Michael Strong.

Las ciudades o naciones autónomas en plataformas artificiales sobre aguas internacionales va en serio, asegura el Seasteading Institute en su página web. Ahora bien, pasar de la idea a prototipos de estructuras que alojaran a miles de micronaciones en alta mar suena casi tan utópico como un viaje tripulado a Marte: realizable, pero costoso y al margen de las prioridades de la mayoría.

Instituto para la colonización del mar

La idea de Gramlich y Friedman, que recibieron en 2008 500,000 dólares de Peter Thiel, no es nueva, pero sí la seriedad del empeño, como reconocieron Wired (en artículos de 2008 y 2009), CNN y The Economist en su artículo sobre ciudades en el océano de diciembre de 2011.

La teoría es conocida desde la Edad Moderna, cuando el florecimiento del comercio transoceánico, dominado por España y Portugal, hizo proliferar la piratería y filibustería en lugares como el Caribe y Centroamérica. Los orígenes de Haití en La Española se remontan a esta práctica, derivada de los intereses comerciales y el choque entre potencias.

En la Época Moderna, las aguas internacionales se convirtieron en un nuevo territorio por explorar y dominar, dado que ninguna monarquía podía adjudicarse el mar por derecho de conquista. Inglaterra, por ejemplo fomentó las patentes de corso y la piratería contra España para puentear su abuso del derecho de conquista.

De filibusteros a ilustrados utópicos

Los piratas y filibusteros crearon a menudo ciudades-estado de facto, similares a la micro-sociedad creada por los descendientes de los amotinados del Bounty. En la mayoría de las ocasiones, no fueron reconocidas y se sirvieron de leyes y moneda extranjeras. El peso español (el real de a 8, la primera moneda global) funcionó a menudo como moneda de cambio en estas proto-sociedades libertarias, como las que darían paso a Haití o la Honduras Británica.

En el siglo XXI, en un mundo post-colonial y post-industrial, más de medio siglo después de haber pisado la luna, los estados actuales controlan un mundo cuyos rincones y lugares más remotos pueden observarse desde el teléfono o el ordenador usando aplicaciones como Google Earth.

El mundo está económicamente más interconectado que nunca, como aprendemos a diario leyendo informaciones sobre la crisis de la deuda europea o temas similares; la política va detrás de la economía, pero incide, a la larga, sobre la vida de cualquier persona.

Más de 200 años después de que los amotinados del Bounty siguieran con sus vidas en la isla de Pitcairn, donde todavía viven sus descendientes, el derecho marítimo internacional se rige por las mismas normas.

Las primeras micronaciones en alta mar

Los estados dominan sus aguas territoriales en la llamada zona económica exclusiva, una franja marítima o mar patrimonial hasta 200 millas marinas (370 kilómetros). A partir de esta zona, las aguas internacionales (alta mar) no están sujetas a las leyes de ninguna nación soberana, más allá de la bandera soberana con la que el barco navegue.

Esta legislación ha fomentado la picaresca en las compañías navieras de todo el mundo, que han elegido históricamente banderas de conveniencia. Pero, ¿qué ocurriría si un grupo de personas decidiera vivir sobre una plataforma en aguas internacionales.

Existen ejemplos que se han acercado a la idea de Peter Thiel de fundar un territorio independiente en alta mar. Destacan iniciativas como la organización Women on Waves (mujeres sobre olas), una asociación holandesa defensora del aborto fundada en 1999 que ofrece salud reproductiva, evitando las leyes restrictivas de los países con un barco-clínica que navega en aguas internacionales.

De Radio Essex a micronaciones libertarias

Otro ejemplo ampliamente citado son las radios piratas que, durante los 60, emitieron desde barcos y una plataforma abandonada del Mar del Norte para evitar las restrictivas leyes británicas sobre frecuencias, como rememora la película The Boat that Rocked.

La plataforma marina abandonada donde la emisora pirata Radio Essex empezó a emitir el 2 de septiembre de 1967 es, desde entonces, el territorio del Principado de Sealand, una micronación que rara vez pasa de los 5 habitantes, suscritos al derecho marítimo internacional.

¿Podía un grupo de amotinados crear una nación en el Pacífico hace 200 años, o un grupo de amantes de la contracultura fundar una micronación sobre una plataforma de 550 metros cuadrados en el Mar del Norte? Son ejemplos radicales que demuestran dos momentos históricos dispares.

El sueño descartado del Freedom Ship

Peter Thiel está convencido, no obstante, de que la vieja idea libertaria de anclar una micronación en alta mar es más factible que nunca, pese a los fiascos históricos.

Uno de los últimos fracasos (o “retrasos indefinidos”) más sonados de los últimos años fue protagonizado por el Freedom Ship, un gigantesco transatlántico con miles de habitantes y todo tipo de facilidades (incluyendo aeropuerto) que nunca superó el paso de las animaciones por ordenador.

Planeado en 1999 por la compañía Freedom Ship International, el barco-ciudad debía medir 1.371 metros de longitud y 106,7 metros de altura (25 pisos).

La maqueta del proyecto Freedom Ship, oficialmente no descartado pese a que tendría un coste estimado de 11.000 millones de dólares (7.000 millones en el plan original) y 18.000 camarotes, 3.000 tiendas, 2.400 zonas de pasatiempo y 10.000 plazas de hotel.

Dada la austeridad imperante entre varios países ricos con deudas externas públicas y privadas gigantescas, proyectos como el Freedom Ship parecen propios del defenestrado optimismo del cambio de milenio.

Peter Thiel y el club de los libertarios californianos

Para evitar el síndrome del Freedom Ship, Peter Thiel y el resto de emprendedores con espíritu libertario que apoyan los estudios sobre colonización en alta mar del Seasteading Institute, se centran en estudiar la viabilidad técnica de plataformas instaladas sobre el océano, así como las incógnitas legales y financieras más importantes.

Si el objetivo es crear colonias que escapen de los tentáculos de los estados tradicionales, la idea del “seasteading” es sólo viable, dice el instituto, si pueden establecer sus propias normas y mantenerse al margen de las leyes de países tradicionales. 

Para libertarios como Peter Thiel, las micronaciones en alta mar son un difícil pero viable primer paso para colonizar territorios más allá de la atmósfera terrestre, donde rigen las mismas normas supranacionales que en alta mar.

La tecnología “seasteading”: barcos, barcazas o plataformas

Inicialmente, Wayne Gamlich y Patri Friedman planeaban instalar un primer prototipo de su plataforma colonizadora modular, ClubStead, en la Bahía de San Francisco en 2010, pero los últimos planes han movido la fecha hasta 2014.

Mientras tanto, el Seasteading Institute y otros abogados de “la colonización de la alta mar” debaten acerca de los modelos y prototipos más adecuados para alojar a poblaciones permanentes en aguas internacionales.

En un artículo de diciembre de 2011, The Economist divide las hipotéticas localizaciones en alta mar en tres categorías:

  • Estructuras en forma de barco y, por tanto, con su diseño esencial, ventajas e inconvenientes: movilidad, tecnología comprobada y posibilidad de usar navíos modificados. Su principal inconveniente es su inestabilidad en mares tormentosos.
  • Estructuras similares a gigantescas barcazas, sustentadas en pantalanes o muelles flotantes. La opción más barata, pero también la más vulnerable a grandes tormentas. Grandes armadores, como Mitsubishi, han propuesto enormes ciudades flotantes sobre barcazas, pero los diseños son sólo adecuados para situaciones de mar calma.
  • Plataformas montadas sobre columnas semi-sumergibles, una tecnología ya usada en plataformas de prospección petrolera en alta mar, algunas de las cuales destacan por su considerable superficie y resistencia a incluso las peores tormentas. Es estructura más resistente, pero también más cara. Además, su estabilidad es muy inferior y es posible percibir sobre su superficie el oleaje y los cambios de corriente, incluso en situaciones de mar calma.

Cuestiones legales por resolver

Si los retos técnicos son titánicos, independientemente de la tecnología elegida, no lo son menos los legales. Si bien los estados han respetado históricamente los tratados marítimos internacionales, que garantizan que cualquier individuo en alta mar no está sujeto a las leyes de ninguna otra nación soberana ajena a la bandera de la nave usada.

Pero la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar no contempla la posibilidad que una “estructura” en alta mar cree su propia bandera y jurisdicción.

Otro problema creciente es la violación de los tratados internacionales por parte de varios países, notablemente estados Unidos, que se reserva el derecho de extender su jurisdicción a cualquier lugar del planeta en cuestiones que afecten a sus ciudadanos.

Según The Economist, muchos habitantes potenciales de ciudades-flotantes con su propia jurisdicción preferirían vivir en colonias relativamente cercanas a la costa, a unas 12 millas náuticas (22 kilómetros), el límite de las aguas territoeriales. No obstante, las mencionadas leyes marinas internacionales permiten a los países aplicar sus leyes hasta un máximo de 24 millas náuticas de la costa, así como regular actividades económicas hasta a 200 millas.

¿Primer paso para colonizar otros planetas?

Las colonias tendrían que ceder y reconocer ciertos derechos jurisdiccionales a los países, de construirse dentro de estos límites o, por el contrario, necesitarían situarse en lugares más alejados, una opción más costosa y menos apetecible, que dificultaría la movilidad de sus habitantes e imposibilitaría grandes flujos de visitantes.

Sea como fuere, el Seasteading Institute prosigue con sus planes y su proyecto estrella, ClubStead, una ciudad turística sobre una plataforma modular erigida sobre columnas semiflotantes, como las de las plataformas petroleras, es tecnológicamente viable.

La idea es erigir una pequeña colonia para 70 habitantes y capacidad para 200 invitados, a 100 millas de la costa californiana. ClubStead incluiría las comodidades de los cruceros de lujo, con edificios de varias plantas, helipuerto y pequeños muelles aledaños.

¿Un sueño trasnochado o la última utopía ilustrada y librepensadora, antes de partir a colonizar otros planetas?