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Ser y "convertirse": propósito, creatividad y empleo juvenil

Los jóvenes entre 15 y 30 años son la generación más formada y con mayor potencial que quizá haya conocido el mundo.

Pero regulaciones e imposibilidad para trabajar o emanciparse ponen cuesta arriba el proyecto vital un porcentaje demasiado elevado de personas. Retrasar o, en el peor de los casos, perder su contribución complica y debilita la prosperidad y perspectivas del conjunto.

La radicalización de la opción de voto en muchos países está, al menos en parte, relacionada con el descontento de los más jóvenes, que en el mundo desarrollado afrontan problemas para acabar sus estudios sin deudas, emanciparse o garantizar un salario.

Apoyar a los “millennial” y empatizar con ellos no equivale a criticar el “sistema”

Preocupan sobre todo los millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea, expone Pew Research.

Una bomba de relojería social y pasto fácil de distintas manifestaciones de fanatismo.

El cambio necesario será arduo, ya que también depende de algo tan intangible como la actitud y ese cajón de sastre llamado “creatividad”. Tan difícil de definir y poner en práctica como cultivar una filosofía de vida.

El premio tras la autoconfianza: creatividad

La evidencia apunta a un mercado laboral que dependerá más del conocimiento y de las habilidades más difíciles de sustituir trasladando una factoría o automatizando un proceso con un algoritmo o máquina: las vocaciones que dependen de la creatividad y la capacidad de improvisación, decisión y ejecución humanas.

Un algoritmo puede ganar al ajedrez o, últimamente, incluso el complejo juego ancestral chino Go, pero se mantiene una frontera humana esencial: nuestra capacidad para cribar información no necesaria en cada instante y así comprender, por ejemplo, una metáfora.

(Imagen: para Jean-Paul Sartre, una buena actuación jazzística era una muestra palpable de “autenticidad” existencial, un concepto relacionado con la “reconexión” cuerpo-mente en el presente evocada por Friedrich Nietzsche)

Lo que nos hace humanos es la creatividad; la capacidad para innovar es intrínsecamente humano (en efecto, la máquina que ganó a un humano en Go aprendió simulando movimientos consigo misma, pero lo hizo en una única y acotada tarea).

Cualquiera puede encontrar y potenciar sus aptitudes creativas

El neurocientífico Richard Caselli recuerda que la creatividad es un atributo inherentemente humano que puede cultivarse y potenciarse: “Pese a las enormes diferencias cualitativas y cuantitativas entre individuos, los principios neurobiológicos del comportamiento creativo son idénticos entre las personas menos y más creativas”.

El mito de la creatividad, que hemos interiorizado como un metafísico e impredecible talento presente en determinados individuos, es simplemente falso. Crear no es raro, sino una actividad humana tan normal y cotidiana que simplemente hemos aprendido a ignorar. Abrir la nevera e improvisar una comida deliciosa es un acto de creatividad tan válido como cualquier otra expresión menos efímera y más reconocida.

Si la creatividad parece “mágica”, explica Caselli, es simplemente porque nuestra especie ha aprendido a hacerla innata. No todos somos igualmente creativos, del mismo modo que no todos tenemos la misma capacidad física, capacidad de observación, etc.

Además de la perseverancia

Si bien cultivar nuestra creatividad puede ayudarnos, la mejor educación y el esfuerzo más descomunal no garantiza que un niño de hoy sea un genio en el futuro. 

Un artículo del profesor de psicología en Wharton Adam Grant para The New York Times aconseja lo contrario a los padres demasiado ocupados en “curar” la experiencia educativa de sus hijos. 

A éstos, el artículo aconseja un escueto: “relax”, pues cultivar la autonomía y el discernimiento es la antesala cognitiva para que el niño experimente, pruebe, encuentre juegos y actividades con el potencial de convertirse en vocaciones.

El artículo recuerda cómo, desde la aparición del ensayo Outliers de Malcolm Gladwell y su regla de las 10.000 horas de práctica, según la cual el éxito o la excelencia en una disciplina dependen en gran medida del tiempo dedicado a su dominio, se han sucedido los estudios y pseudo-recetas para lograr la mejor formación, con debates acerca del difícil equilibrio entre esfuerzo disciplinario (“tiger mom”), actividades extraescolares (“soccer mum”) y autonomía (desescolarización, etc).

La frescura (y valor) de lo intuitivo

Según Adam Grant, poner el énfasis en el esfuerzo, “estamos pasando por alto cuestiones que importan tanto o más”:

  • ¿puede la práctica reiterativa bloquear nuestra “frescura” y, con ello, diluir nuestro discernimiento para aportar ingenuidad y originalidad a un determinado campo? (un estudio confirmaría que, cuanto más practicamos, más nos habituamos a patrones preestablecidos);
  • ¿cuál es la motivación real que predice buenos resultados en la práctica reiterativa de una actividad? Al parecer, la pasión surgida de la curiosidad aventaja a cualquier alternativa posible (del mismo modo que leer obligado o demasiado pronto un clásico literario condiciona su lectura y disfrute incluso años después).

Otra evidencia que confirmaría que la autonomía y la curiosidad que surge del propio niño son la antesala de su capacidad para improvisar y relacionar talentos y capacidades con ideas, un germen que comparten, ya de adultos, quienes realmente dejan huella con su actividad creativa.

Cultivar la ingenuidad con herramientas o la actitud robótica

Adam Grant cita un estudio dirigido por el psicólogo Benjamin Bloom, que estudió la infancia de músicos, artistas, atletas y científicos de talla mundial, para encontrar una actitud que se repetía entre los padres: éstos no soñaban con criar a niños-prodigio, fomentando de manera instintiva su autonomía, en ocasiones en situaciones socio-económicas delicadas.

Los futuros genios de sus respectivas actividades no eran, en resumen, niños-sargento ni autómatas dirigidos por sus padres, sino que tuvieron oportunidad de buscar su motivación intrínseca: cuando éstos mostraron entusiasmo y/o capacidades innatas, los padres simplemente facilitaron la manera de potenciarlas.

Grant: “Uno no puede programar a un niño para que sea creativo. Trata de prefabricar un cierto tipo de éxito, y lo mejor que obtendrás es un ambicioso robot”.

Y los robots no serán indispensables en un mundo dominado por algoritmos, sino que serán más valiosos quienes sepan combinar sus capacidades con una actitud ingenua e irreverente -humana, en definitiva-, para improvisar y crear cuando sea necesario.

El arte de encontrarse con una vocación

“Si queremos que nuestros hijos traigan al mundo ideas originales, tenemos que dejarles perseguir sus propias pasiones, no las nuestras”. 

Una idea conclusión que coincide con la intuición filosófica de los clásicos (la autorrealización eudemónica consistía en cultivar el propio potencial, razonando y siendo fieles a la propia “naturaleza”), así como las ideas de Nietzsche, Kierkegaard y sus sucesores (entre ellos, la filosofía humanista de Abraham Maslow, o la idea de potencial de Rudolf Steiner), sobre la necesidad de buscar una vocación intrínseca a nosotros y potenciarla hasta que el enriquecimiento de este proceso nos convierta en otros.

(Imagen)

Buscar un propósito personal acorde con nuestro potencial es un complemento esencial en nuestra formación para aprender algo tan intuitivo y que no puede reproducirse, porque depende de la actitud, la ingenuidad y la singularidad de cada individuo: nuestra creatividad y la obcecación para hacer algo con ella.

Geografía de las vocaciones

Uno no se hace más creativo descargando una aplicación de móvil o trabajando más, ni tampoco comprando o asistiendo a un cursillo. Se trata de una compleja combinación de lo que somos y de nuestra experiencia mientras “somos” (ser es un continuo “convertirse” en algo, nos dicen filósofos como Martin Heidegger).

Por ejemplo, Einstein jamás tuvo un talento excepcional para tocar el violín, pero su pasión por el instrumento y por la música están relacionados de manera intrínseca con su proceso creativo y, por ende, con el mundo en que vivimos, con tecnologías que dependen de su visión de la física: hasta la geolocalización GPS depende de la teoría de la relatividad.

No hay un manual para crear genios. Ni ningún padre debería concluir que es su responsabilidad el criar uno; lo que deberíamos hacer es centrarnos en educar para que los niños exploren su potencial por sí mismos.

En ocasiones, tener las cosas difíciles motiva para lograr mayores cotas: en su ensayo Geography of Genious, Eric Weiner nos recuerda que a menudo los individuos que destacan en alguna disciplina crecieron como “insider outsiders” por cuestiones socioeconómicas o discriminatorias, individuos sin miedo para ir a contracorriente y hundir el barco de las convenciones.

Un Prometeo a mano: desencadenar la energía “millenial”

Los jóvenes que basculan hoy entre la formación reglada, las aficiones -próximas o no a su pasión o pasiones- y las primeras experiencias laborales deberán agudizar su capacidad creativa durante su vida laboral.

Porque los “millennial” ya tienen edad para decidir por sí mismos qué camino seguir, aunque no lo tienen fácil. 

Jóvenes, talentosos y desaprovechados. La juventud mundial es, dice el semanario The Economist refiriéndose a los jóvenes entre 15 y 30 años (que, por primera vez, comparten cultura y retos similares en todo el mundo), una “minoría oprimida” que hay que “desencadenar”.

El artículo del semanario es valiente al ir contracorriente y desestimar la retórica preferida por la agenda política actual, que aprovecha el descontento de las apuradas clases medias en los países desarrollados para tensar la cuerda ideológica y vender proyectos de “reacción” contra el establishment y el statu quo.

¿Cuándo los creadores no han tenido inicios difíciles?

Mientras el centro político se vacía y los mensajes se escoran hacia los extremos, demandando mano dura contra élites y burócratas y explotando el nacionalismo económico desde la derecha y el marxismo ajeno a la tradición socialdemócrata desde la izquierda (mensajes que, de momento, se quedan en la retórica), los jóvenes del mundo carecen de oportunidades acordes a su potencial y formación.

La situación es especialmente delicada en Europa, donde el tradicional subempleo de los más jóvenes no puede superarse sólo con medidas de transición hacia un mercado laboral flexible que premiara el talento y la productividad por encima de la antigüedad y el tipo de contrato. 

La situación de emergencia se resume en un gráfico: el paro juvenil en la Europa continental supera el 20%, muy superior a Reino Unido y Estados Unidos (donde, pese a todo, duplican la tasa de desempleo del conjunto de la población activa).

La oportunidad de no tener nada asegurado

El desempleo y subempleo juveniles pueden explicarse por el bajo crecimiento de las economías desarrolladas, pero expertos y organismos internacionales reiteran que las causas reales son estructurales, eufemismo de “va a ser difícil arreglarlo”.

Economistas con un pie en el mundo emergente y otro en el mundo desarrollado, como el peruano Hernando de Soto, creen que la solución se encuentra en una combinación de políticas económicas consistentes (evitando ideas marcianas o cambios de rumbo cíclicos à la Argentina), instituciones que funcionen, acceso de la población al capital y… educación.

Las políticas consistentes en educación (no sólo recursos materiales, sino consistencia y sentido de la corresponsabilidad entre sociedad, profesionales, clase política, etc., apartando la temática del politiqueo) no ganan elecciones.

El problema no se halla sólo en la educación, sino en qué tipo de educación y su relación con un mercado de trabajo que demanda menos empleos tradicionales y mayor autoempleo y especialización: la industria de “cuello azul” del pasado, o los empleos profesionales más fácilmente automatizables (gestión e intermediación, pero también especialidades), no se recuperan a niveles de décadas anteriores.

No confundir aptitudes personales con herramientas

Algunos de los sectores que han mantenido su dinamismo en los países ricos, como el tecnológico, requieren menos personal por valor creado que las industrias del pasado (un caso extremo: Whatsapp, con 47 trabajadores, envía 42.000 millones de mensajes diarios, mientras el sistema global de mensajes SMS envía 20.000 millones).

Si la próxima Revolución Industrial debe ser creativa, descentralizada, urbana e concentrada en torno a los lugares vibrantes que atraigan al mejor capital intelectual (escribía The Economist en 2012), la actual situación no satisface el potencial “millennial” ni aparta a la mayoría de una precariedad crónica.

De momento, la economía P2P (economía colaborativa o “gig economy”) no ha abandonado de momento su nicho marginal más allá de las ciudades con un ecosistema más vibrante, mientras empresas como Airbnb o Uber se ven obligadas a adaptar su oferta a las regulaciones locales debido a la presión de sectores a menudo cautivos.

Llegar a ser

No hay fórmulas para ganarse la vida con una vocación, ni tampoco para ser creativos. 

No obstante un entorno socio-cultural que respete la ingenuidad y la experimentación estimulará con mayor facilidad a quienes deben coger las riendas de su experiencia cognitiva desde la infancia, y comandar su propia existencia cotidiana desde lo que Jean-Paul Sartre denominó “autenticidad”.

Ser auténtico con uno mismo (o proyectarse en el presente con propósito, a la manera del “eterno retorno” de Nietzsche o la doctrina “Dasein” de Heidegger) implica que uno es coherente con las cualidades intrínsecas de intangibles tan difíciles de definir (pero fáciles de “intuir”, otra capacidad que nos define como especie) como la personalidad, el espíritu o el carácter, más allá de las presiones externas.

O, mejor dicho, “pese” a las presiones externas.

Recordemos que la teoría de la relatividad o el jazz surgieron en un caldo de cultivo de “insider outsider”.

Suficientemente cercano al canon, suficientemente alejado de él para detonarlo y bailar sobre sus cenizas.