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Sobre el arte y oficio de matar animales en la actualidad

“Si uno se preocupa por el medio ambiente, uno se debe preocupar sobre comer animales… Alguien que regularmente come productos criados en ganaderías no puede llamarse a sí mismo defensor del medio ambiente sin divorciar esa palabra de su significado.” Jonathan Safran Foer, Eating Animals.

Sobre el populismo

La Iniciativa Legistativa Popular iniciada por ciudadanos catalanes para lograr prohibir por ley las corridas de toros en Cataluña, que el Parlament de la comunidad autónoma ha aprobado debatir, ha suscitado un encendido debate entre afectados, defensores de los derechos de los animales, clase política y medios de comunicación.

Una sociedad moderna, dice uno, no puede tolerar el maltrato público a los animales. Una tradición secular que tiene sus raíces en las fiestas tradicionales de varias regiones del Occidente del Imperio Romano (o, allende el Mediterráneo, de la Creta minoica, por ejemplo), y propia de Portugal, Castilla, Navarra, Aragón, Cataluña, Aquitania, Camarga, Languedoc o Provenza, que ha sido convertida en arte reconocido mundialmente, justifica el sufrimiento del toro, dicen otros.

Técnicamente, la tauromaquia actual es tan catalana como aquitana o castellana. En términos etnográficos, la tauromaquina cretense no distaría demasiado. Una realidad que, obviamente, desconocen quienes, en Cataluña, muestran en el coche pegatinas de burros catalanes o toros de Osborne que enseñan supuestas filiaciones.

El padecimiento con tronío y muerte de un animal

El espectáculo de los toros no es una tradición catalana, dicen quienes creen que la tauromaquia no es justificable en la Cataluña moderna, secular y respetuosa con los animales, como cualquier otra sociedad moderna europea. El sentido común de las sociedades evoluciona.

El toro sí sufre en la plaza; he aquí un dato objetivo. Que la tauromaquia es un arte que justifica el sufrimiento del animal, o que los toros no son catalanes, son dos argumentaciones fácilmente manipulables y rebatibles, muy entroncadas en las esencias y el ánimo más visceral de la población. 

Los que dedican esfuerzos a lograr que la tauromaquia desaparezca en el siglo XXI, al no considerarla arte, nunca podrán negar objetivamente que la tauromaquia no forma parte de la cultura popular del Mediterráneo. Ni tampoco negar que sus representaciones, en forma de pintura (Goya, Picasso, Manet o Lucas Villamil, entre otros) o escultura, no son representación artística.

En un ejercicio rápido de ciencia ficción, si se lograra levantar al viejo Hemingway de su tranquila tumba en Sun Valley, Idaho (a la que paseé en varias ocasiones durante nuestra estancia en la localidad), y se le explicara que cientos de miles de educados catalanes y españoles consideran la tauromaquia como una simple y plana salvajada y tortura pública a un animal, sin más, sin duda que el autor ilustraría con vehemencia y capacidad de sugestión por qué el toreo ibérico o francés actuales son los descendientes de la tauromaquia clásica, que, afluente tras afluente, llega hasta la Grecia Clásica.

Torear no es matar sin más

Confieso tanto mi ignorancia como mi indiferencia con respecto al toreo. Intuyo su valor como arte. Al fin y al cabo, tengo un abuelo, todavía vivo, de nombre Nicolás, que no hace muchos años evocaba, sentado ante la tele, algunos palabros del diccionario, referentes a acciones y poses, que sólo tienen sentido en ese contexto.

No todos tienen la suerte de entender lo que ni han vivido, ni han tenido el tiempo o interés en aprender. Sin conocer ni querer conocer nada del toreo, lo que se ve en una plaza no es más que la tortura física de un animal que, todo sea dicho, ha evolucionado genéticamente para mostrar su bravura en esa misma fiesta y habría desaparecido probablemente de no ser por ellas. Las dehesas que crían a estos animales les permiten, hasta el día de su tortura y muerte, vivir con una dignidad que nunca estará al alcance de ningún animal de matadero.

Como digo, a mí la intuición ancestral me lleva a ser muy precavido ante la interpretación de lo folclórico, sobre todo si se está hablando de prohibición. Como saben las sociedades democráticas más sosegadas, “prohibir” es un recurso excepcional, una potencialidad a la que en la mayoría de las ocasiones no se quiere llegar.

Ir a los toros hecho un romero, incluso siendo catalán

Quizá el Parlament catalán también deba mirar hacia afuera y conocer la opinión de estudiosos que reconocen en la tauromaquia un vestigio de las fiestas tradicionales con toros a lo largo del Mediterráneo. Otras fiestas de esta y otras regiones del mundo, en las que participan animales o simplemente gente (fiestas con fuego, fiestas con un claro riesgo de caída grave o lesión, fiestas “racistas” según el rasero actual, que representan hechos del pasado, son igualmente polémicas según el prisma social actual).

Lluís Companys, conocido en sus épocas por su carácter “mediterráneo-festivo”, de flor en solapa (que tanto contrastaba con la elegancia de solemnidad y el humanismo sobrio, casi calvinista, que portaba Francesc Macià, como también sabría llevar más tarde Josep Tarradellas), acudía religiosamente a los toros.

Entonces, como ahora, el espectáculo de los toros casa con la persona, no con las esencias. Algo que suscribirían incluso quienes desempolvaron los estudios sobre el carácter colectivo de los pueblos, con Fichte en cabeza y sus interpretadores detrás.

Hoy, pese a que la fiesta de los toros es testimonial en Cataluña y a nadie le haría falta matarla, ya que moriría de inanición debido a las leyes del mercado y a la marginación por espectáculo poco amable con el esencialismo oficial actual (que no el clásico, el de FabraPla y Corominas), la prohibición causará daños y perjuicios a algunos ciudadanos de esta comunidad autónoma.

Del espectáculo de la Monumental al monumental espectáculo

Salvador Boix, apoderado del principal torero actual, José Tomás, es catalán. Como es catalana la familia Balañá, propietaria de la plaza barcelonesa que todavía abre, que padecerá las consecuencias de la prohibición, de hacerse efectiva. Aunque no fueran catalanes o ni siquiera españoles, estos ciudadanos deberán dedicarse a otra cosa.

De aprobarse, la prohibición de la fiesta de los toros se limitaría en Cataluña a las corridas, mientras otros espectáculos tradicionales donde participan toros y otros animales que, pese a no morir en la fiesta, son sometidos a un estrés, se situarían en otra categoría que, al parecer, la sociedad catalana sí podría tolerar.

Una parte de la ciudadanía, la mayoritaria, aunque acaso la que no cuenta con una voz pública representada en los medios controlados por los poderes fácticos catalanes y españoles, asiste atónita ante el enésimo debate que abre tensiones entre ciudadanos de Cataluña y entre catalanes y el resto de españoles, y el debate esencialista deja poco espacio a los temas que más preocupan en un momento difícil.

Lo fino no es lo que se aleja de las tabernas

La imagen de Barcelona y Cataluña, reforzadas con intangibles de talla mundial como la calidad de vida, la gastronomía, la oferta turística equilibrada, las infraestructuras, la modernidad de la sociedad o el FC Barcelona, llevan a que, por ejemplo, Cataluña haya sido nombrada mejor región del futuro en el sur de la UE por el Financial Times (ciudades y regiones europeas del futuro, edición 2010/11).

El supuesto folclorismo barato y chavacanería de los que los impulsores de la Iniciativa Legislativa Popular querían huir es precisamente lo que ellos mismos han logrado transmitir con su iniciativa, tratada en medios como The Economist o The New York Times sin el poso ni las vísceras con que desayunamos en España, cuando se trata de este tipo de cuestiones.

Recordar que la localidad de Arles, en el sur de Francia, donde tampoco se identifica la tauromaquia con sentires ajenos al propio espectáculo, se cede incluso el anfiteatro romano para celebrar corridas. Acaso fueran los anfiteatros romanos, ya destartalados, los primeros cosos taurinos.

El maltrato a los animales y el dilema del carnívoro

Los defensores de la Iniciativa Legislativa Popular no han iniciado medidas similares para llevar al Parlament catalán una propuesta que lograra acabar con todo maltrato animal. La supuesta ley sería tan difícil de cumplir como incongruente con la propia indiosincrasia de las sociedades humanas, por muy avanzadas que éstas se consideren. 

La mayoría omnívora protestaría sólo al primer amago de conversión obligatoria al vegetarianismo. La dieta mediterránea, argüirían, es rica en cereales, pan, aceite de oliva y productos de huerta, pero también en embutidos, productos del mar y guisos con carne de ganado y caza. Y aquí se acabaría el recorrido de la iniciativa.

Un vegetarianismo no sólo practicado y recomendado por personalidades -entre ellas, Antoni Gaudí- que convirtieron su frugalidad en ejemplo universal, sino promovido por la ONU para frenar las emisiones de metano sobre todo por el ganado bovino, un gas 23 veces más efectivo como causante del cambio climático que el dióxido de carbono.

Con solemnidad: la auténtica salvajada está, en todo caso, en el plato

Un antitaurino carnívoro lo tendría difícil para justificar su posición con una solidez argumental que partiera de la tradición empírica. El actual dilema del carnívoro es, de hecho, el reto de que deberían plantearse las organizaciones que dedican sus esfuerzos a evitar el maltrato animal y a promover los derechos de los animales y, sin pudor, comen carne y pescado, carne bovina inclusive, incluso a sabiendas que la cabaña bovina mundial es uno de los principales emisores de gases con efecto invernadero promovidos por el ser humano.

Eating animals (“Comiendo animales”) es un ensayo serio, argumentado, moderno y falto de pasión dogmática, del escritor norteamericano Jonathan Safran Foer. Por la temática que abarca y la ludidez con la que disecciona la implacable lógica y crueldad de las grandes explotaciones ganaderas y pesqueras, Safran Foer no tendría ningún problema en reclamar la condición de periodista de investigación.

Sonando a veces a Raymond Carver, a veces a Michael Pollan, Safran Foer explica al gran público cómo los animales de granja y marinos son consistentemente maltratados, durante su vida y al final de ella, a partir de técnicas que han aumentado su crueldad en las grandes explotaciones, donde la falta de espacio y la propagación de enfermedades forman parte de la cotidianeidad.

Foer recuerda que las vacas norteamericanas son consistentemente “desangradas, desmembradas y despellejadas estando todavía conscientes”.  No se puede hablar mejor de las grandes explotaciones ganaderas del resto del mundo.

El valor de escuchar una entrevista radiofónica

Es igualmente recomendable la entrevista de NPR, la radio pública norteamericana, al autor con motivo de la publicación del ensayo, hace unos meses.

El autor de Todo está iluminado relaciona lúcidamente la carne que llega al plato de los consumidores de los países ricos, con “asesinatos y cosas peores”.

Acabar con algunos datos que me preocupan más que la existencia de la fiesta de los toros: nuestros hábitos alimenticios, el sobreconsumo de carne, el impacto ecológico de la cabaña mundial de ganado y el auténtico respeto a los millones de animales que sacrificamos a diario para llevar a la mesa y que, incluso en las sociedades avanzadas más garantistas y aparentemente sensibles, como la europea, viven en un hacinamiento malsano y mueren en las mismas míseras condiciones, a veces tras viajes que nada envidian a las banderillas o incluso al estoque como herramientas de tortura.

Personalmente, no enarbolo la bandera antitaurina. De hecho, me molesta que se pierda el tiempo “jugando a prohibir” la fiesta de los toros para calentar al personal. Si lo hiciera, me preocuparía mucho de justificar mi postura sin aristas.

Es una vergüenza que nos centremos en un puñado de animales torturados y giremos la vista ante la matanza diaria que ponemos en la mesa. Siguiendo con el tono políticamente incorrecto (debido a la, por otro lado necesaria, evolución de la sociedad), me permito, con respeto, usar un giro que va cayendo en desuso, como los toros en Cataluña.

En cuanto a maltrato de los animales, “o todos moros, o todos cristianos”. En cuanto al vegetarianismo, jamás una actitud ante la vida me había causado mayor respeto.

Datos sueltos

La mayoría de la población del planeta firmaría por recibir una subvención directa como el ganado vacuno europeo y estadounidense. Y en Suiza, se dedica más dinero a las vacas (2,7 dólares por res y dia) que en cualquier otro lugar.

Algo así como subvencionar con dinero público a un animal que contribuye a acelerar los problemas medioambientales y del que se extrae, cruelmente, carne que no destaca por sus virtudes saludables, sobre todo ingerida copiosamente, como ocurre en Occidente.

Los subsidios de la UE, por ejemplo, no llegan a los ganaderos que intentan practicar una ganadería local, a pequeña escala, orgánica, respetuosa con el medio ambiente y, dentro de lo posible, con los animales. Merece la pena leer artículos como el de Jessica Reed en The Guardian para encontrar auténticos objetivos por los que luchar.

La lógica actual del mercado convierte en lógico y rentable que, por ejemplo, uno de los países más remotos del planeta, Nueva Zelanda, se haya especializado en producir y exportar masivamente carne de vacuno, que debe añadirse al abundante ganado vobino. En Nueva Zelanda, hay más vacas que personas.

Qué tipo de alimentos promocionamos con nuestros impuestos

Al abordar problemáticas como el derecho de los animales, no debería ser posible obviar, sin sonrojarse, que Estados Unidos y la UE no sólo fomentan el consumo de carne, sino que subvencionan directamente el hacinamiento y la tortura de animales. 

Sonroja igualmente que los ciudadanos desconozcan, porque se les hace desconocer al conducir los debates por otros derroteros, que por ejemplo en Estados Unidos casi el 75% de los subsidios destinados al sector agrícola sean invertidos en producir carne y sus derivados, mientras la pirámide alimenticia promovida por la OMS y cualquier organismo estatal recomiende consumir, por este orden: granos, vegetales y fruta, legumbres y frutos secos, carne y derivados y, finalmente, azúcares.

En la UE, la producción de carne también recibe ayudas directas.

Pero esta no es la Iniciativa Legislativa Popular presentada en el Parlament catalán. Ni en ningún sitio, claro.