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Sobre *faircompanies y “Let my people go surfing”

He aprovechado mi última estancia en Estados Unidos, poco más de diez días de noviembre de 2006, con día de Acción de Gracias incluido, para comprar un par de libros que también podría haber adquirido por Internet; aunque al fin y al cabo estaba allí. 

Uno de ellos, la biografía del escalador, deportista impenitente y empresario Yvon Chouinard, dueño de la firma de ropa técnica californiana Patagonia (Let my people go surfing; Penguin Books, 2005), merece conservarse como oro en paño o, mejor aún, merece compartirse con amigos y conocidos de confianza. Me refiero a esa especie en extinción de amigos y conocidos que respeta la propiedad ajena como la propia. Y, además, la devuelve. 

El otro libro pertenece al grupo de mis lecturas, por decirlo de algún modo, técnicas: The Search, un libro de John Batelle sobre el advenimiento de los motores de búsqueda en Internet. John Batelle es, como Chris Anderson (The Long Tail), Malcolm Gladwell (The Tipping Point) o Jared Diamond, uno de esos ensayistas capaces de escribir un libro entero sin manchar una sola página con comentarios gratuitos, vanidades personales y jactancias varias.

A veces me pregunto por qué los ensayistas que evitan los chorros de pensamiento personal y se dedican a ofrecer valiosas interpretaciones de datos empíricos, o simplemente describen hechos con maestría, suelen ser anglosajones.

Resulta fascinante que haya pensadores no sólo válidos, sino leídos y respetados en las mejores universidades (es decir las universidades de Estados Unidos; las europeas han desaparecido de las clasificaciones de excelencia; las españolas, nunca han aparecido, así que no se han perdido posiciones), que dedican su tiempo a bucear en el funcionamiento y repercusiones sociales de Internet, los motores de búsqueda, las epidemias históricas o los comportamientos y hábitos sociales.

Como también lo es que los ensayistas europeos y españoles capaces de ponerse a su altura se hayan formado precisamente en Estados Unidos o, a lo sumo, en el Reino Unido: Manuel Castells y Xavier Sala i Martín (de este último, ni se le ocurra visitar su página personal en la Universidad de Columbia, probablemente la página web más amateur y desquiciante de un pensador influyente, y no lo digo por su barcelonismo; Sala i Martín forma parte de la junta directiva del FC Barcelona), son sólo dos de los últimos exponentes, aunque hay ejemplos en toda Europa.

Quizá los ensayistas más “continentales” sean, sin saberlo y despreciando como todavía desprecian Internet (todavía no se han enterado de su importancia), son los inventores del blog -impreso-, al tener una innata capacidad para crear albóndigas llenas de opiniones gratuitas y poco fundamentadas sobre cualquier temática; eso sí, en forma de libro encuadernado.

También se cuentan estos inventores del Blog “avant la lettre” entre sus máximos detractores, al criticar su amateurismo, su falta de sosiego, su permanente estado bruto. Quizá (pienso en alto y, como lo hago en una recién creada bitácora, tengo licencia para verter opiniones deshilachadas) algún día leeremos declaraciones de los actores de cine españoles, franceses o alemanes en las que no se jacten de que no usan Internet, ese invento monstruoso. Lo que les gusta a ellos es leer. En papel.

En anteriores viajes a Estados Unidos, había comprobado que uno de los deportes de riesgo más interesantes está relacionado con la práctica de comprar libros antes de varias horas de vuelo. Lo arriesgado para mí sería, en este caso, el leer en inglés a 12.000 metros de altura sobre el Atlántico.

Si no hay suerte y el libro es un tostón, el miedo primigenio que sufro sobre el avión y las turbulencias que normalmente aparecen en un viaje tan largo me provocan un estado de shock muy parecido al que únicamente puede experimentarse con sustancias prohibidas.

Decir que el último viaje de varias horas en avión ha sido más que provechoso, gracias a la lectura de la biografía de Yvon Chouinard. En la página 24 del libro, ameno y con varias fotografías ilustrativas de la evolución de su carrera como “hombre de aventuras” y empresario de una compañía de ropa técnica que prefiere la calidad en los materiales a la moda pasajera, Chouinard incluye una cita del aviador y aventurero romántico francés Antoine de Saint Exupéry, autor de El Principito, a propósito del diseño industrial y su auténtico significado (del inglés):

  • “¿Has pensado alguna vez, no sólo en referencia al aeroplano sino sobre cualquier cosa construida por el hombre, que todos los esfuerzos industriales de la humanidad, todas sus computaciones y cálculos, todas las noches empleadas en el trabajo sobre diseños y modelos, culminan invariablemente en la producción de una cosa cuyo único y principal principio es el principio último de la simplicidad?
    “Es como si existiera una ley natural que ordenara que, para lograr esta culminación, para perfeccionar la curva de una pieza de mobiliario, o la quilla de un barco, o el fuselaje de un aeroplano, hasta que gradualmente participen de la pureza elemental de la curva de un pecho u hombro humanos, debe haberse dado la experimentación de varias generaciones de artesanos. En cualquier cosa emprendida, la perfección se logra finalmente no cuando existe nada que añadir, sino cuando no existe absolutamente nada que quitar, cuando un cuerpo ha sido pelado hasta su desnudez.”

Mientras leía este par de párrafos, sin alambiques ni baratijas semánticas (quizá los únicos que encuentre el lector se deberán a mi traducción), pensé que había dado con el contenido de la primera publicación –o post- de mi blog personal en faircompanies.

Tras acabar la primera parte de la biografía de Chounidard sobre el Atlántico, me sumergí en una agradable modorra de 15 minutos. Y entre nubes, literalmente, pensé en que me gustaría que faircompanies persiguiera ese mismo sentido cósmico de la simplicidad.