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Sobre hipertransparencia, privacidad e «información relativa»

Obedeciendo a alguna alegoría metafísica que todavía no comprendemos en toda su extensión, dos fuerzas opuestas en Internet aglutinan en torno a ellas tendencias y comportamientos de los servicios, personas y un contenido que no para de crecer, en su lucha por lograr el interés de algún observador y reivindicar de algún modo su errática existencia.

La información que tiende irremediablemente hacia su revelación pública, interese o no a alguien más que la persona o algoritmo que la emite; y el sueño del anonimato a ultranza, constatado por el desarrollo de la criptografía y la necesidad de mantener a salvo los datos privados de vida real y avatar digital.

La necesidad de mostrarnos al mundo en busca de reconocimiento y el deseo opuesto de protegernos del ojo público, por miedo a ser absorbidos por la atracción de esa torre de vigilancia panóptica que lo ve todo y se alimenta de nuestra debilidad cognitiva, crea una tensión propia del pensamiento oriental.

Esclavos de nuestros conceptos: el «entre» y el «meta»

La filosofía oriental es capaz de definir poéticamente conceptos y símbolos en el espacio «entre» dos opuestos, y no hacerlo en el más allá abstracto, el «meta» idealista occidental.

En chino tradicional, lo brumoso (o «yin») se representa con el símbolo que hace referencia a la cara norte de una montaña, mientras el «yang» es la ladera sur, o soleada. En chino tradicional, la misma noción se representa la luna y el sol, sugiriendo que la tensión brumosa reside en el hueco entre ambos astros.

Si el exhibicionismo es, como sugiere la observación de atavismos contemporáneos como el fenómeno de la memética, habríamos llegado a él siguiendo una tradición individualista con raigambre filosófica y religiosa muy anterior a Internet, dicen unos; se trata más bien de una muestra más de la deriva postmoderna hacia el narcisismo de un público secular que suple el vacío de viejas estructuras cultivando un hedonismo inconsciente ante la dificultad de abrirse camino uno mismo a tientas y decidiendo a cada momento, dicen otros.

Haya efecto «Ojo Rojo de Sauron» o no, la sensación de rendir cuenta de nuestras minucias al universo parece servir de sucedáneo postmoderno del confesionario religioso, como si el vértigo de decidir por cuenta propia, como advertían los existencialistas a los jóvenes desencantados de inicios del siglo XX, supervivientes de dos carnicerías o víctimas de ellas, fuera una losa demasiado pesada para el individuo secular que no puede alejarse de los viejos atavismos de sociedades pretéritas, organizadas en torno a la religión y su sustituto, la ideología facultativa.

La dialéctica entre «hipertransparencia» y privacidad

Estas dos fuerzas, el exhibicionismo y el recogimiento, se corresponden con la tensión actual entre los principios de la transparencia a toda costa —promovida por una cultura asociada a la ética contracultural de inicios de la informática personal e Internet (el culto a compartirlo todo para hacer un mundo mejor)-; y la reivindicación de la privacidad por los autoproclamados defensores del derecho al anonimato en la Red, con una larga tradición que se remontaría a la necesidad de salvaguardar la identidad pública en sociedades totalitarias…

O quizá se trate de revivir virtualmente la cultura corsaria del pasado y el imaginario literario desde la novela de aventuras a la ciencia ficción (por ejemplo, True Names), ocultando actividades ilícitas tras la falsa bandera pirata del «anarquismo criptográfico» o cualquier otra expresión.

Pero el «cyberpunk» y el «cypherpunk» (o activismo criptográfico) pierden atractivo cuando la influencia marginal de su actividades es contrastada con el impacto de las compañías que han creado desde cero mercados gigantescos, convirtiendo en monopolios de facto en su principal ámbito de actividad.

El físico teórico y ensayista italiano Carlo Rovelli, profesor de la Universidad de Aix-Marsella y autor del ensayo «El orden del tiempo» (crédito de la imagen: Carlo Rovelli); Rovelli escribió en Edge.org un interesante artículo divulgativo sobre la «información relativa» en la naturaleza (clic sobre la imagen para visitar el artículo)

Lo llamemos «Mundo Feliz» (Aldous Huxley), «sociedad del espectáculo» (Guy Debord), un fenómeno para divertirnos hasta morir saturados (Neil Postman) o «hipertransparencia», como la designado por último el filósofo surcoreano afincado en Alemania Byung-Chul Han, el ocio ilimitado y la cultura de la transparencia (con sus aberraciones, distribuidas con eficiencia desde el móvil) han contribuido a que la mitad de la población mundial ya esté conectada.

El doble filo del auge del contenido «efímero»

En la práctica, la tensión entre la privacidad y la necesidad de mostrarse para «existir» con ayuda de la popularidad (dictada por el evolucionismo de la memética y las relaciones) se manifiesta con mayor crudeza en contradicciones cotidianas experimentadas por la misma persona: profesionales creativos preocupados por el rastreo de datos y la intrusión comercial en las redes sociales que, sin embargo, utilizan estas herramientas para cultivar su marca o lograr un sustento; periodistas cuyos perfiles sociales sirven de herramienta y blanco de crudos ataques, usuarios con intención de promover su carrera e imagen antes de que ésta haya podido empezar; etc.

En la vida cotidiana, la dialéctica entre creación, consumo, difusión y destrucción de contenido digital puede resumirse en la rutina de algunos de sus protagonistas, tales como usuarios especialmente activos o periodistas. Kate Conger explica a The New York Times las rutinas que le permiten salvarse de la tendencia entrópica a que la sobrecarga de mensajes e información desborden su tiempo personal y productivo.

Conger establece una distinción propia de quienes han nacido con Internet: hay actividad digital que debería ser efímera, desapareciendo una vez haya finalizado su vida útil programada.

Los artículos, mensajes y conversaciones con fecha de caducidad se combinan a menudo con entornos de comunicaciones encriptadas entre emisor y receptor, doblando las precauciones para que el contenido no sea públicamente accesible. Su desaparición de los registros, sin embargo, priva a los autores y a Internet de información fragmentaria que podría ser útil en el futuro.

La dificultad de traspasar la capa superficial de ruido informativo

En paralelo, la criptografía asimétrica (consistente en comunicaciones que permanecen seguras gracias a la combinación de una clave pública —compartida entre participantes de un recurso— y otra privada) se populariza gracias a la combinación del interés privado y empresarial por tecnologías prometedoras, como blockchain, y una mayor atención por la seguridad de las comunicaciones a raíz de los escándalos sobre el filtrado de correos e información confidencial en la última campaña electoral estadounidense.

Y mientras desaparece contenido y conversaciones con fecha de caducidad programada antes de saber siquiera sin tendrán alguna utilidad en el futuro, la Internet pública y ecléctica de las redes sociales aumenta el nivel de ruido (a través de contenido de dudosa calidad, variaciones y repeticiones del mismo contenido, mensajes comerciales, contenido sensacionalista, etc.) hasta saturar los mayores repositorios del mundo de una capa superficial que se retroalimenta aglutinándose en torno a las constelaciones de temáticas, fórmulas y narraciones más populares en cada momento y geografía.

La sobreabundancia de contenido superficial y repetitivo dificulta la tarea de quienes tratan de crear modelos con mayor análisis, así como investigación y producción propias, pues alrededor del 75% de los beneficios publicitarios recaen en manos de dos repositorios que estratégicamente no quieren considerarse creadores de contenidos (ni mucho menos medios de comunicación): Facebook y Google.

La abundancia de información superficial y ruido es una consecuencia de la atención de los algoritmos de los grandes repositorios a la popularidad y el rendimiento económico por encima de cualquier otra consideración.

La tendencia al exhibicionismo y el culto a la imagen personal idealizada que se observa en algunos de estos servicios oculta contenido original, legítimo y de calidad que a menudo queda sepultado sin lograr atención ni ser reivindicado como una parte del patrimonio de la Internet pública. Su ostracismo y posterior desaparición empobrecen Internet y refuerzan la tendencia a la concentración del contenido en los repositorios de las empresas más poderosas.

La tarea titánica de Wayback Machine

Si existe una labor crucial y a la vez quijotesca en la Red, ésta consiste en asistir en la tarea archivística de indexar y hacer una copia de la información pública que desaparece cuando los servicios que la alojaban cierran, cambian su política de uso o borran el contenido no visitado alegando su caducidad y la ausencia de interés público.

Mark Graham, el director de Wayback Machine, archivo digital que aloja copias de la Internet que desaparece, calcula el tamaño del contenido de la Red indexado en el servicio (y sobre el cual se habría perdido el acceso electrónico, quizá para siempre): 22 PB (Petabytes) de información, si bien el servicio añade 4 PB anuales de contenido, en forma de una media de 4 millones de libros, 200 millones de horas de noticias emitidas en vídeo, 300.000 videojuegos y 1.500 millones de páginas web indexadas semanalmente.

Carlo Rovelli (crédito de la imagen: Carlo Rovelli); pulsar sobre la imagen para acceder al artículo sobre «información relativa» en la naturaleza escrito por Rovelli en Edge.org

Mark Graham ha explicado la dificultad de llevar a cabo esta tarea, incapaz de seguir el ritmo y desarrollar tecnologías que permitieran detectar los recursos más vulnerables y aquellos de mayor calidad entre el ruido y la repetición de las redes sociales. Para mantener el acceso a esta «vieja Internet» a flote, el sitio, financiado con donaciones a través de la organización sin ánimo de lucro Internet Archive, cuenta con 200 empleados.

Gracias a la labor de Wayback Machine, el equipo de Graham mantiene al día millones de recursos que aportan contexto a servicios tan populares como entradas de Wikipedia:

«Hay gente que nos llamará acumuladores de desperdicios. A mí me gusta decir que somos archivistas.»

El sacrificio de la Internet amateur descentralizada

Con la desaparición de Geocities en Estados Unidos (y, en marzo de 2019, en Japón, donde el servicio de hospedaje de páginas web personales que Yahoo! había adquirido en 1999 mantenía su popularidad) y, ahora, con el anuncio de Tumblr en el que prohíbe el contenido «inapropiado» (considerado para adultos o con contenido erótico explícito), procediendo a su supresión, resurge el debate sobre la eliminación de contenido diverso en la Red.

¿Estamos seguros de que no merece la pena conocer la evolución de servicios que albergaron el punto de vista de millones de personas? ¿Merece ser eliminado lo que contaba con una calidad objetiva?

El peso de la rentabilidad se impone de momento a cualquier otra consideración, y ningún usuario debería creer en que su contenido está a salvo en servicios operados por terceros, los cuales se reservan el derecho a rescindir los términos de servicio en casos de fuerza mayor.

Si bien es cierto que la mayoría de empresas sigue la etiqueta de buenas prácticas que recomienda ofrecer a los usuarios la posibilidad de descargar toda la información depositada en una base de datos con fecha de cierre, esta política es más simbólica que práctica, pues la información alfanumérica recibida no podrá ser inmediatamente realojada en un servicio compatible con el que desaparece.

Hay expertos que ven una esperanza en las bases de datos distribuidas con un sistema de supervisión de contenido y modificaciones similar a blockchain: los usuarios alojarían su contenido crítico tras una clave privada, a la vez que compartirían su inventario particular en un directorio centralizado de atestados, capaz de registrar los permisos para usar la información a determinados servicios y personas.

Nuevos modelos de salvaguarda y difusión de la información digital

Los permisos relativos a la información y el historial de navegación de un usuario estarían asegurados con criptografía asimétrica: sólo la coincidencia entre la clave privada local y la clave pública de la cadena de bloques permitiría anotar la transacción.

¿Es posible crear una Internet de servicios que alojan en sus servidores una mera copia «caché» del contenido original o «master», que alojaría el usuario en local o en un servicio remoto sirviéndose de criptografía asimétrica?

El usuario cedería temporalmente el acceso a datos y actividad a cambio de un control en tiempo real sobre su uso y una posible oportunidad para hacer valer su peso real en la Red, pasando de «producto» explotado en el mercado de la atención a participante de una economía mutualista sin intermediarios, donde los intercambios se anotarían en un inventario compartido de transacciones.

Al ser cuestionado por la publicación Edge sobre el término o concepto desconocido más importante que conocía, el físico teórico y ensayista Carlo Rovelli (autor de, entre otros títulos, The Order of Time) se refería en 2017 al concepto de «información relativa».

La «información relativa» explicada por un físico teórico

¿Hay algo en estado físico, independiente de nuestra mente, que se considere «información» en física? La respuesta de Rovelly es afirmativa:

“En la naturaleza, las variables no son independientes; por ejemplo, en cualquier imán, los dos extremos tienen polaridades opuestas. Conocer la de uno implica saber la otra. Así que podemos constatar que cada extremo “tiene información” sobre el otro. No hay nada mental en esto; es simplemente una manera de decir que existe una relación necesaria entre las polaridades de los dos extremos.»

Este tipo de información relativa es ubicua en la naturaleza, pues ésta se compone de sistemas que cuentan con información recíproca: el color de un haz de luz acarrea información sobre el objeto en cuya superficie la luz se ha reflejado; un virus cuenta con información de la célula que pretende atacar; etc.

En el universo de la información digital, las bases de datos entre usuarios, o distribuidas, pueden adoptar una arquitectura que emule un conocimiento recíproco equiparable a la «información relativa».

Quizá, en un futuro no muy lejano seamos capaces de crear bases de datos seguras en las que cada individuo pueda establecer redes de relaciones entre su información y la información de terceros, generando ecosistemas de «información relativa» y, de paso, asegurándose el control de su propio grafo social o «biografía» digital.