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Superbacterias: proyecto global de proteger los antibióticos

La era de los antibióticos, que ha coincidido con la época de mayor prosperidad de la historia, amenaza con acabar abruptamente. Ya se habla de los riesgos y retos de una era post-antibióticos: bien administrados, protegen contra epidemias, pero el mal uso y abuso reduce su efectividad. 

¿Estamos a tiempo de proteger -y mejorar- los antibióticos más importantes? Su uso en todo el mundo, tanto en humanos como en animales, ha debilitado la efectividad de muchos fármacos, denuncian los expertos.

El objetivo es evitar escenarios como los caracterizados (con la debida dosis de exageración) en 28 días después (2002) o 12 monos (1995), que evocan momentos oscuros de la humanidad, cuando la superstición era el único arma contra las pandemias (ver El séptimo sello, 1957).

La resistencia que ningún humano quiere

Un aviso alarmante que debería inspirar a prescriptores, pacientes y responsables de la industria ganadera (donde la administración de antibióticos, controlada sobre el papel, es el caldo de cultivo ideal para las mutaciones que derivan en pandemias): 23.000 personas mueren al año por infecciones resistentes a antibióticos.

Gracias al el descubrimiento (o invención en un laboratorio) de los principales antibióticos, la medicina ha avanzado más en apenas unas décadas que en toda la etapa anterior combinada.

Tratamientos como la quimioterapia o las grandes intervenciones quirúrgicas volverían a ser inviables sin antibióticos, al neutralizar el sistema inmunitario. 

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Asimismo, intervenciones dentales, pequeños implantes o partos retrocederían a los niveles de mortalidad anteriores al descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming (1928).

Riesgos de dar por hecha una conquista de las últimas décadas

Sólo los antibióticos protegen en las situaciones médicas extremas y dolencias que representan riesgo de muerte o repercuten decisivamente sobre la calidad de vida de las personas; paradójicamente, muchos antibióticos se convierten en obsoletos debido a la sobremedicación y el abuso durante situaciones menos acuciantes. 

De ahí la importancia del uso controlado de estos medicamentos: usar una dosis inadecuada de antibióticos expone a muchas bacterias a dosis insuficientes para erradicarlas, estimulando su capacidad para mutar en cepas resistentes al antibiótico.

Mutaciones al azar o provocadas: sobre distopías

La resistencia antibiótica, o capacidad de un microorganismo para resistir los efectos de un antibiótico debido a mutaciones, es uno de los principales retos y problemas de salud pública en este siglo, ya que esta transformación de las bacterias tiene lugar:

  • tanto a través de la selección natural (mutaciones que no pueden controlarse, aunque sí reducirse su probabilidad matemática con un uso responsable -en ocasiones, restringido por el riesgo a perder algún medicamento estratégico- de los antibióticos);
  • como artificialmente (una de las temáticas recurrentes en libros, películas y cómics con ambientación distópica en un mundo infectado con alguna superbacteria de laboratorio concebida por bioterroristas; de ahí que exista la Convención sobre armas biológicas, firmada y ratificada por la mayoría de países en 1972, y en vigor desde 1975).

El cultivo donde crecen las superbacterias

El abuso de antibióticos multiplica la posibilidad de que mutaciones realizadas al azar conviertan a bacterias anteriormente controladas en organismos multirresistentes, o superbacterias.

Los catarros, dolores musculares y articulatorios o jaquecas, entre otras dolencias menores, propulsan la automedicación y el abuso de antibióticos. Son millones de excepciones e indulgencias éticamente cuestionables, tengan prescripción médica o deriven de la automedicación -todavía más difícil de prevenir y controlar-.

Las conquistas de los antibióticos (y su regresión potencial)

Todavía quedan fronteras donde que se requieren años de investigación, como el tratamiento de cánceres, enfermedades degenerativas, dolencias modernas relacionadas con la abundancia y desequilibrios en el estilo de vida (obesidad, diabetes, trastornos obsesivo-compulsivos) y dolencias raras que carecen de interés e inversiones.

Sin embargo, los antibióticos las han acotado y acortado, al permitir tratamientos y operaciones que neutralizan, a veces por completo, el sistema inmunitario de los pacientes.

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Maryn McKenna, autora del ensayo Superbug: The Fatal Menace of MRSA y especialista en los riesgos de infección patógena -fortuita o provocada- a los que se enfrenta el mundo, escribe en Wired y Medium lo que perdería la humanidad si los principales antibióticos pierden efecto por la proliferación y adaptación de superbacterias inmunes a ellos.

Riesgo de perder cualquier tratamiento conectado al sistema sanguíneo

Si decae la efectividad de los principales antibióticos por la mayor resistencia de las bacterias -a menudo debido a mutaciones genéticas que promovemos con su uso masivo-, no se perdería sólo la capacidad para tratar enfermedades infecciosas, recuerda Maryn McKenna. 

Además de impedir los tratamientos actuales contra el cáncer o los trasplantes, combatidos aumentando la vulnerabilidad del cuerpo contra las infecciones, “cualquier tratamiento que dependa de una conexión permanente al sistema circulatorio”, recuerda la autora de Superbugs

Por ejemplo, la diálisis renal, cualquier cirugía dental, cardíaca, pulmonar, abdominal; cualquier cirugía en alguna parte del cuerpo que cuente con su propia flora bacteriana (estómago, vejiga, genitales); implante de dispositivos (prótesis en cadera y rodillas o válvulas cardíacas); cirugía plástica (estética, reconstructiva, etc.); liposucción; tatuajes. 

El eslabón débil de la medicina moderna y sus conquistas

Sin antibióticos activos, cualquiera de estas intervenciones resultaría mortal. La medicina moderna retrocedería a índices de mortalidad de principios del siglo XX.

Todavía más: sin antibióticos, “perderíamos la habilidad de tratar a las víctimas de accidentes con traumatismos, tan graves como un accidente de coche y tan menores como un niño cayendo de un árbol -prosigue Maryn McKenna-“. 

Perderíamos la seguridad del parto moderno: antes de la era de los antibióticos, morían 5 mujeres de cada 1.000, 1 de cada 9 infecciones de piel mataban, 3 de cada 10 personas que contraían neumonía morían por sus efectos.

¿Abusa la agroindustria de los antibióticos?

Los antibióticos son también imprescindibles en la agroindustria, con el uso intensivo de antibióticos en el cultivo de frutas y en las explotaciones ganaderas industriales, que mantienen a los animales saludables incluso cuando se cometen contra ellos atrocidades como las denunciadas por expertos, tales como alimentar ganado vacuno con maíz (las polémicas explotaciones intensivas, CAFO en sus siglas en inglés), etc.

En su ensayo El dilema del omnívoro, Michael Pollan expone con detalle los excesos de la ganadería intensiva y los riesgos del abuso de antibióticos en la industria agroalimentaria, que contrasta con las prácticas del pastoreo tradicional.

Precisamente, el uso indiscriminado de antibióticos en explotaciones ganaderas donde los animales no pueden moverse y viven cubiertos de sus propios desechos genera un entorno donde se aceleran las mutaciones aleatorias en bacterias y, por tanto, la resistencia antibiótica de las superbacterias.

Varias de las epidemias más peligrosas de los últimos años se han originado en animales de granja mantenidos en condiciones deplorables, lo que generó mutaciones en bacterias conocidas como la gripe común, logrando la resistencia a antibióticos y provocando la muerte.

Un dato que demuestra los riesgos del abuso de antibióticos en la agroindustria: el 80% de todos los antibióticos conocidos son usados en animales de granja.

Las últimas pandemias globales (todas atajadas con éxito)

Entre las epidemias con varios casos acaecidos en distintos puntos del planeta, gracias a fenómenos como la logística globalizada y los viajeros aéreos, destacan:

  • la última pandemia de gripe aviaria (2004-2006), originada en asia (cepa H5N1) y difícil de erradicar, debido a la constante mutación del virus;
  • la pandemia de gripe A (H1N1) de 2009-2010 (con mutaciones procedentes de una cepa aviaria, dos cepas porcinas y una humana);
  • la cepa porcina originada en México durante la pandemia de gripe A de 2009-2010 fue especialmente violenta.

Ecos de la “gripe española”

Ninguna de estas epidemias alcanzó los niveles traumáticos de la última gran epidemia de gripe acaecida antes de la era de los antibióticos: la llamada “gripe española” o “gran gripe” asoló el mundo entre 1918 y 1920, un brote de influenza virus A del tipo H1N1 que mató entre 50 y 100 *millones* de personas.

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Muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables, así como animales domésticos y de granja, así como niños y recién nacidos. Se ha considerado la “gripe española” (se la llamó así porque España, neutral en la Gran Guerra, no censuró la información en la prensa ni la enfermedad del propio rey Alfonso XIII) como la pandemia más devastadora de la historia humana, por su rapidez y virulencia.

Pandemias, hiperinflación, populismo (no hablamos del presente)

La pérdida de algún familiar remoto por una gripe, neumonía, parto o infección en la época anterior a la penicilina permanece viva en muchas familias de Occidente. 

En Europa, las atrocidades y consecuencias de la Gran Guerra no sólo desembocaron en la hiperinflación, los populismos y fascismos y, finalmente, en la II Guerra mundial: hasta la generalización del uso de los antibióticos, las epidemias de neumonía o gripe causaban índices de mortalidad surrealistas para los estándares actuales.

Dada la importancia estratégica de los antibióticos, el temor a que su efecto se diluyera por un uso incontrolado fue constatado por Alexander Fleming en 1945, durante el discurso de aceptación del Nobel de Medicina, que premiaba su hallazgo de 1928.

La medicina de los sanatorios: de “Anna Karénina” a “La montaña mágica”

Gracias al descubrimiento, las infecciones serias habían dejado de suponer la muerte, y los heridos de guerra, los recién nacidos y madres de partos complicados o los accidentes industriales empezaron a curarse en cuestión de días. 

Los balnearios y sanatorios apartados donde los enfermos permanecían en cuarentena, como los descritos por Thomas Mann en La montaña mágica o por Lev Tolstói en Anna Karénina (el centro al que acuden Kitty tras el rechazo de Vronsky, así como el hermano de Levin debido a su delicada salud), casi siempre inefectivos, perdieron su sentido.

La penicilina fue usada en heridos de guerra y en dosis no experimentales a partir de 1943, 2 años antes de que finalizara la II Guerra Mundial; su capacidad para salvar vidas superó las expectativas, pero 2 años después y coincidiendo con el fin de la contienda, Fleming explicaba los riesgos que se han multiplicado en el siglo XXI:

“No es difícil hacer a los microbios resistentes a la penicilina en el laboratorio, exponiéndolos a concentraciones insuficientes para matarlos… Existe el riesgo de que el hombre ignorante se pueda automedicar con una dosis insuficiente y, exponiendo sus microbios a cantidades no letales de la droga, hacerlos resistentes.”

Fleming estaba en lo cierto. Como biólogo, “sabía que la evolución era inevitable”, explica Maryn McKenna

Estrategias para retrasar la resistencia bacteriana

Los biólogos, epidemiólogos y la incipiente industria farmacéutica sabían que, tarde o temprano, las bacterias desarrollarían defensas contra los nuevos componentes. El objetivo estribaba en retrasar al máximo las nuevas ventajas evolutivas de las bacterias resistentes. Se iniciaba la carrera de la medicina moderna contra las superbacterias, ahora acelerada.

La resistencia a antibióticos es una realidad desde los inicios de su uso masivo, y la resistencia a estos medicamentos se ha acelerado a medida que se ha extendido su uso en el mundo, en humanos y animales:

  • en 1940, emerge la primera cepa resistente a la penicilina, cuando la droga era todavía controlada por un puñado de instituciones y administrada a un reducido grupo de pacientes;
  • la familia de antibióticos de la tetraciclina (1950) estimuló la mutación del género de bacterias shigella, resistente desde 1959 (y responsable de varios tipos de diarrea en humanos);
  • la eritromicina, primer macrólido, fue descubierta en 1952; en 1968 aparecía la primera cepa resistente a su acción;
  • la meticilina aparecía en 1960 y su resistencia bacteriana 2 años más tarde;
  • el lexofloxacino, introducido en 1996, halló cepas de resistencia el mismo año;
  • en 2000 aparecía el linezolid, primer antibiótico diseñado precisamente para aplacar infecciones bacterianas graves producidas por cepas con resistencia a los antibióticos, y en 2001 se detectaba la primera resistencia contr él;
  • la daptomicina fue lanzada en 2003, mientras en 2004 se detectaban las primeras muestras de resistencia bacteriana.

Avanzadilla de los pacientes y microbios de la distopía

No sólo se extiende la resistencia a las principales familias de antibióticos, sino que las cepas de bacterias logran las mutaciones genéticas que las convierten en inmunes con mayor rapidez en los últimos años, en ocasiones meses después de la introducción de un medicamento.

Responsables de salud pública como el británico Sally Davies consideran que la resistencia a antibióticos es una amenaza catastrófica.

Thomas Frieden, responsable de la detección y control de enfermedades en Estados Unidos, considera que, “si no somos cuidadosos, nos encontraremos pronto en una era post-antibióticos. Para algunos pacientes y microbios, ya nos encontramos en ella”.

Bacterias resistentes hasta en Nueva Zelanda (paraíso de la cuarentena)

Maryn McKenna explica un ejemplo que ilustraría esta nueva era post-antibióticos, cuya consolidación podemos retrasar al máximo… o acelerar con un comportamiento en el que están implicados responsables sanitarios, prescriptores, usuarios, industria farmacéutica y agroindustria.

Hace unos días, Nueva Zelanda, el país desarrollado más aislado de influencias patógenas exteriores -debido tanto a su localización como a sus controles de pasajeros y mercancías, que incluyen rayos X-, anunciaba el primer caso -y muerte- de un paciente por infección de una cepa bacteriana resistente a antibióticos.

El paciente, que había sido ingresado en un hospital vietnamita en enero de 2013 debido a una hemorragia cerebral, había contraído la bacteria KPC-Oxa 48, organismo que rechaza cualquier tipo de antibiótico.

El microbiólogo clínico del Hospital de Wellington, Mark Jones, declaró: “Nada la afectaría [en referencia a la bacteria resistente]. Absolutamente nada. Es la primera que hemos visto resistente a todos los antibióticos conocidos”.

Elogio de la responsabilidad individual

¿Qué ocurriría si bacterias como KPC-Oxa 48 fueran introducidas en el interconectado sistema alimentario mundial? ¿Podría una cepa de la gripe mutar en un organismo resistente a cualquier antibiótico, ocasionando una epidemia similar -o mayor debido al transporte globalizado de personas y mercancías- a la “gripe española” de 1918?

Además de cruzar los dedos, la única alternativa al fatalismo y la supersticiosa falta de planificación propia de épocas anteriores a la medicina moderna, son la responsabilidad individual, la investigación -para desarrollar nuevos antibióticos y mejorar los conocidos-, el mejor entrenamiento ante emergencias sanitarias mundiales, etc.

El primer paso para no alcanzar la era post-antibióticos consiste en reconocer -y apreciar- los logros irrenunciables de la medicina moderna, atribuibles a Alexander Fleming, sus ayudantes y todos los biólogos y epidemiólogos que han seguido su legado.

Qué nos espera en el futuro: razón (y quizá ayuda animal)

Al imaginar el futuro post-antibiótico, dependeremos cada vez más del sexto sentido de los animales: su capacidad para predecir enfermedades humanas (¿había pensado alguien en las abejas?) y, quizá, nuevas claves para su tratamiento.

Una de las ideas irrenunciables de la ciencia es, al fin y al cabo, la confianza en el progreso del trabajo usando la razón (método socrático, lógica, empirismo…), esquivando callejones sin salida y alumbrando nuevos pasillos por el camino.