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Sustancias psicodélicas en medicina, psicología y tecnología

La ciencia y medicina psicodélicas se abren paso tras décadas de ostracismo y prohibición, después de que el polémico uso de ácido lisérgico durante la contracultura cerrara el paso a la investigación con sustancias psicotrópicas. Un nuevo estudio con hongos alucinógenos demuestra su potencial.

Las sustancias psicotrópicas tienen un futuro brillante en campos tan diversos como la depresión, los trastornos mentales o la tecnología. O al menos así lo creían los defensores contraculturales de su uso. Ahora, la medicina empieza a darles la razón.

Psicodelia: revisitando los estudios médicos que se fueron de madre

Durante años, varios médicos usaron en Europa y Estados Unidos drogas alucinógenas para investigar sus efectos sobre la salud, pero la polémica con su uso recreativo después de que Timothy Leary las introdujera en la contracultura produjeron una pérdida para la investigación y la medicina oficialistas.

Leary, profesor de Harvard convertido en promotor del uso recreativo del ácido lisérgico -LSD- en la contracultura, influyó sobre el prestigio de la ciencia psicodélica pese a sus avances después de la II Guerra Mundial. 

Sus problemas legales y exposición mediática cerraron el paso a las investigaciones por las que, paradójicamente, el propio Leary (desaparecido en 1996) abogaba. Entre ellas:

  • uso de alucinógenos en tratamiento psiquiátrico;
  • y exploración de estas sustancias como impulsoras de una conciencia y realidad “aumentadas” (incluyendo la gerontología experimental para prolongar la vida) y el transhumanismo.

Cary in the Sky with Diamonds

En los años 50, en pleno apogeo del psicoanálisis en Hollywood, estrellas como Cary Grant recibieron un tratamiento de psicoterapia con esta sustancia alucinógena sintetizada en 1938 por el químico suizo Albert Hoffman. 

Sandoz, propietaria de la patente, administraba ácido lisérgico a cualquiera que justificara sus fines médicos o investigativos en Estados Unidos, el Reino Unido o Canadá.

Como Cary Grant, cuya experiencia fue descrita en un artículo de Vanity Fair de agosto de 2010, unas 40.000 personas fueron tratadas con LSD entre 1950 y 1965. 

(Imagen: los Merry Pranksters en Harriet Street, San Francisco, dos años después de su viaje relatado por Tom Wolfe; Stewart Brand en primer plano y Ken Kesey en el centro, todavía con algo de pelo; imagen por Ted Streshinsky)

Durante esta época, filosofía, tecnología, ciencia, investigación militar y contracultura convivieron en torno a Silicon Valley, con Berkeley, Stanford, el laboratorio militar DARPA y empresas como Lockheed Martin y Hewlett Packard atrayendo a estudiantes, talento y todo tipo de acontecimientos a la zona.

Los años de experimentación influyeron en los primeros modelos de realidad aumentada, o lo más parecido que en la época se podía realizar con respecto a interfaces artificiales que ampliaran las capacidades humanas. 

La conexión olvidada entre psicodelia y el mundo tecnológico que nos rodea

Los pioneros de la informática personal, entre ellos los trabajadores del laboratorio PARC de Xerox en Palo Alto que crearon la interfaz gráfica de usuario todavía en uso en los aparatos actuales (y “adaptada” por Steve Jobs y Bill Gates), conocían la frase que Marshall McLuhan había sugerido a Timothy Leary para promover los beneficios del ácido lisérgido: “Turn on, tune in, drop out“, repetida por chiquillos de la zona como el estudiante descalzo de Reed, Steve Jobs.

John Markoff explora en un ensayo la interrelación entre los experimentos con alucinógenos y el surgimiento de la cultura hacker, el nacimiento de Internet y de la informática personal, coincidiendo con el resto de fenómenos de la contracultura.

Debemos, en definitiva, mucho más que una estética a los hippies. Pero los hippies nos deben algo: el tiempo perdido en la investigación médica y tecnológica con sustancias psicoactivas.

El precio de la caricatura: “colgados” que afectaron el futuro de la medicina

Los escándalos y excesos, caricaturizados por Robert Crumb en sus historietas de la época sobre los jóvenes que se habían quedado mentalmente “colgados” para siempre en San Francisco, condujeron a un sentimiento público que reaccionó a la permisividad previa con un cerrojo que dañaría el campo incipiente de la ciencia psicodélica.

El escándalo de Timothy Leary no sólo cerró el paso al LSD, sino también a sus equivalentes naturales -desde el peyote, un cactus usado en rituales chamánicos por los pueblos amerindios de la frontera entre México y Estados Unidos; a las setas alucinógenas-. 

¿Se pueden cuantificar las consecuencias de prohibir el uso -incluso el regulado médicamente- de las sustancias alucinógenas naturales y sintéticas a finales de los 60 en Estados Unidos? Décadas de retraso en su investigación y un oscurantismo que no ha evitado su uso clandestino, pero ha evitado su empleo médico y experimental. 

Redescubriendo la psilocibina, la sustancia de la sinestesia

Debido a ello, no existen medicamentos que exploren, por ejemplo, el uso potencial de alucinógenos para el tratamiento del dolor, pese a los prometedores resultados registrados en experimentos con medio siglo de antigüedad.

Poco a poco retorna el interés de un nicho científico al que tanto inversores de capital riesgo en Silicon Valley como la industria farmacéutica tradicional prestan una discreta -pero estable- atención, canalizada a través de MAPS, la Asociación Multidisciplicar para Estudios Psicodélicos, con sede en Santa Cruz, California.

Las setas psicoactivas han permanecido en lo que Eugenia Bone describe en The New York Times como un “gheto científico” desde que su consumo fue criminalizado en 1968. Más de cuatro décadas después, se reexamina en profundidad la sustancia derivada de estas setas, la psilocibina, para su uso en medicamentos.

Acercando regiones del cerebro anteriormente inconexas

Eugenia Bone se hace eco de un estudio publicado en Journal of the Royal Society Interface que comparó imágenes por resonancia magnética (IRM) de cerebros bajo el efecto de la psilocibina con sus respectivas resonancias mostrando la actividad normal sin los efectos de ninguna sustancia.

La comparación mostró que los cerebros bajo efectos de la psilocibina mostraban patrones de conectividad radicalmente distintos entre las regiones de la corteza, cuyo papel es crucial en el complejo fenómeno de la conciencia.

Los investigadores trazaron las conexiones, “revelando la actividad de las nuevas redes neuronales entre regiones del cerebro anteriormente inconexas”, explica Eugenia Bone en The New York Times

La realidad aumentada (biológica) que influyó en la informática personal

Este hallazgo ratifica la valía previos trabajos sobre alucinógenos realizados por psiquiatras, usuarios de estas sustancias como Timothy Leary o expertos como el etnomicólogo Robert Gordon Wasson (y sepultados en años de problemas legales y tabúes científicos), en los que se sugería la conexión entre las sustancias y un estado de conciencia más rico y complejo.

En efecto, los autores del estudio sospechan que las conexiones inusuales conformadas en el cerebro bajo el efecto de la psilocibina confirmaría la existencia de la experiencia sinestésica descrita por previos investigadores y usuarios de alucinógenos, en las que un individuo se percata de diversas sensaciones de distintos sentidos en un mismo acto perceptivo.

En los actos perceptivos es posible oír colores, ver sonidos y percibir sensaciones gustativas al tocar algún objeto, no ya en sentido figurativo o poético, sino a través de percepciones registradas por la conciencia. La sinestesia ha sido descrita como efecto corriente de las drogas psicodélicas: LSD, mescalina (alcaloide psicoactivo presente en el peyote, a la que Hunter S. Thompson recurre en Miedo y asco en Las Vegas y cuya presencia en rituales chamánicos inspiró Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda), y hongos psilocibios.

Medicina, psiquiatría y transhumanismo

Al “oír colores”, “ver sonidos”, “tocar olores”, “saborear superfices”, etc., los investigadores creen que las conexiones creadas por la sustancia psicoactiva en acción habrían aumentado su actividad hasta el punto de que zonas prácticamente aisladas de la corteza cerebral trabajarían de manera simultánea e interdisciplinar, dando pie a un nuevo y más rico estado de la conciencia.

¿Validarían estas conclusiones algunas de las hipótesis de Timothy Leary sobre realidad aumentada? El director del estudio, Paul Expert del King’s College de Londres, sugiere que los resultados son consistentes con lo observado durante décadas por usuarios de sustancias psicotrópicas: hay dudas sobre la duración de esta conexión cerebral apócrifa inducida por la psilocibina y se trataría, sobre el papel, de una modificación temporal en la función cerebral.

La temporalidad de los efectos de la psilocibina y sustancias psicoactivas análogas como la mescalina (extracto de peyote) o la versión sintetizada en el laboratorio (ácido lisérgico: LSD), limitaría su uso como herramienta para alcanzar “nuevos estadios” de conciencia o, en terminología de la ciencia psicodélica, nuevas cotas de realidad aumentada con base biológica y no tecnológica (o simbiótica entre ambos mundos, el biológico y el tecnológico, como sugiere el transhumanismo, de cuyos postulados Timothy Leary fue uno de sus pioneros).

El potencial de la psilocibina para tratar la depresión

Pero los efectos temporales de la psilocibina no le restan potencial médico: al estimular las regiones del cerebro responsables de la conciencia, se espera la psilocibina y sustancias análogas inauguren nuevos métodos para tratar trastornos psicológicos al alza, tales como la depresión.

Según el doctor Expert, “cuando padecemos depresión, la gente se queda bloqueada en una espiral de pensamientos negativos hasta verse incapaz de salir de ellos. Uno puede imaginar cómo romper cualquier patrón que impida el funcionamiento ‘adecuado’ del cerebro puede ser útil”. 

Siguiendo la analogía de estudiosos de una teoría integrada de la información como base de la conciencia (sea ésta biológica o artificial), la psilocibina funcionaría como pulsar un interruptor para “reiniciar el ordenador”.

En este caso, el ordenador es nuestra conciencia, o red de experiencias integradas, si dejáramos su definición a teóricos que estudian la analogía entre inteligencia biológica y artificial como Giulio Tononi o Adam B. Barrett.

Sustancias psicotrópicas, corteza cerebral y neurotransmisores

La psilocibina está presente en una gran variedad de hongos, especialmente los del género psilocybe. Además de la psilocibina, el género psilocybe alberga en ocasiones otras otras sustancias psicodélicas, entre ellas la psilocina y la bateosticina, aunque podrían aparecer más a medida que la micología y etnomicología avancen en sus estudios sobre la materia.

La ciencia desconoce el papel exacto de estas sustancias en los hongos, pero lo que nos ocurre al ingerirlas. Cuando se toma, la psilocibina se metaboliza y se convierte en psilocina, cuya estructura química es similar a la serotonina, el neurotransmisor responsable de regular estado de ánimo, apetito, sueño, funciones cognitivas como la memoria y el aprendizaje, así como sentimientos de placer.

El papel de la serotonina y cualquier sustancia análoga que pudiera ser administrada de manera controlada en función del metabolismo y la actividad cerebral de un individuo podría implicar avances médicos decisivos en las próximas décadas. La psilocina podría estimular la producción de serotonina, sugiere Eugenia Bone en The New York Times, así como estimular los receptores cerebrales de serotonina.

Jet set psicodélica

Hablamos, en definitiva, de sustancias que modifican nuestra conciencia, nuestro modo de concebir la experiencia que denominamos realidad e incluso la producción de los neurotransmisores que, a través del cerebro, regulan las principales sensaciones que asociamos al comportamiento cotidiano que establece nuestra “personalidad”.

La psilocibina fue sintetizada por primera vez en la década de los 50 por el químico que en 1938 había hecho lo propio con el ácido lisérgico, Albert Hoffman. En los 50, además de su uso psiquiátrico entre estrellas y ejecutivos de Hollywood y miembros de la jet set, se cursaron varios estudios para dirimir la eficacia de la psilocibina en el tratamiento del alcoholismo y otras adicciones.

Pese a los resultados esperanzadores de algunos de estos estudios, los fondos para investigar los efectos de las sustancias psicotrópicas desaparecieron coincidiendo con el escándalo de su uso recreativo, hasta prácticamente desaparecer en 1968, coincidiendo con la reacción conservadora de la era Nixon.

Un error histórico: la persecución de las sustancias psicoactivas

El pánico a los efectos menos deseados de la contracultura incidió más sobre campos como la investigación médica que en aspectos puramente tecnológicos, que siguieron su curso en Silicon Valley a través de la agencia gubernamental DARPA y centros privados de investigación como el PARC de Xerox, uno de los epicentros de la informática moderna.

Por el contrario, la psilocibina y el resto de sustancias sometidas a estudios en años precedentes fueron clasificadas como drogas de Clasificación 1 (o máxima prioridad), como la heroina, en la Ley de Sustancias Controladas de 1970. 

Esta clasificación burocrática tenía una contraindicación obviada por los políticos de la época, más preocupados en asegurar su electorado luchando contra la resaca de la contracultura, caricaturizada por el Nuevo Periodismo y Robert Crumb, entre otros: una droga de Clasificación 1 tiene el máximo potencial para el abuso según la Administración, lo que prohibió su empleo experimental y médico.

Más de cuatro décadas después, llega el momento de investigar los efectos y aplicaciones médicas, psiquiátricas y tecnológicas de las sustancias psicotrópicas, en campos como la lucha contra adicciones, los trastornos mentales y el campo casi inexplorado de la “realidad aumentada” con orígenes biológicos (que ocurre desde la conciencia del individuo, y no fuera de ella).

La sombra de Timothy Leary es alargada

No obstante, todavía es costoso y profesionalmente arriesgado dedicar esfuerzos económicos y profesionales a sustancias con un pasado tan controvertido.

Pese a ello, varios estudios recientes además de realizado por King’s College arrojan resultados prometedores para el uso médico de la psilocibina. Uno de ellos, publicado en el British Journal of Psychiatry en 2012, estudió la intensidad de los recuerdos autobiográfico de los sujetos estudiados, concluyendo que la sustancia favorecía este proceso, lo que favorecía posteriores terapias de bienestar. 

Los investigadores concluyeron que el uso de psilocibina puede ser útil como terapia adjunta a la psicoterapia para “asistir a los pacientes a revertir sesgos cognitivos negativos”, un fenómeno corriente en la depresión, dolencia que se sustenta en la descompensada habilidad para interpretar la realidad y los recuerdos de manera negativa, mientras se marginalizan el relato más optimista o constructivo de éstas y otras experiencias.

Psilocibina y trastornos obsesivo-compulsivos, tartamudez, estrés postraumático

Varios estudios sugieren que la psilocibina podría modificar los patrones neuronales que derivan en la obsesión compulsiva, al reducir síntomas como contar repetitivamente o lavarse las manos constantemente (dolencia que famosamente afectó al magnate Howard Hughes durante su madurez).

Otros estudios relacionan la psilocibina con el tratamiento de la tartamudez, explica Eugenia Bone en The New York Times; asimismo, un estudio en ratones confirmaría que la sustancia elimina respuestas condicionadas por el miedo, lo que abre las puertas a su uso futuro en casos severos de trastorno por estrés postraumático.

Finalmente, sus efectos psicoactivos se han mostrado tan efectivos tratando la ansiedad que se sugiere su uso para tratar la depresión y desesperación en pacientes con cáncer terminal, que han descrito la experiencia como “la oportunidad de una nueva perspectiva para sus vidas”.

Futuro sesudo

Las setas mágicas y otras sustancias psicodélicas son, en efecto, peligrosas en un uso no controlado y sus efectos pueden ser devastadores sobre la conciencia adolescente, como demostraron los excesos de la contracultura, origen de un miedo atávico convertido en cerrajón legal que ha evitado que conozcamos con mayor profundidad las sustancias psicoactivas.

Los resultados esperanzadores de las últimas investigaciones quizá abran nuevas puertas a nuestra percepción de las anomalías de la conciencia… y de lo que permanece oculto del potencial cerebral humano.