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Tendencias: visitamos 10 mini-hogares (campo y ciudad)

Pocos bienes representan mejor las esperanzas de realización personal y emancipación como la posesión de un hogar propio. 

La necesidad de abrigo está presente en todas las organizaciones humanas, en el pasado y el presente, ya se trate de grupos de cazadores-recolectores, tribus, sociedades de jefatura, reinos tradicionales o Estados modernos.

En el futuro, muchas viviendas se parecerán -¿en un retorno a las esencias?-, a las de las sociedades tradicionales e incluso a las construcciones efímeras de distinto tipo, edificadas por grupos de cazadores-recolectores. Habrá apartamentos, mini-casas, casas móviles y modulares.

Su común denominador: pequeñas, parcas, livianas, transportables, bioclimáticas. Serán de nuevo un “abrigo”, y actuarán como la epidermis del individuo. Se trate de una vuelta a las esencias de la vivienda humana o una mera tendencia minoritaria, el fenómeno de las micro-casas gana popularidad. Por ejemplo, nuestro vídeo sobre la visita a la casa de 96 pies cuadrados (9 metros cuadrados) de Jay Shafer tiene más de 200.000 visitas en YouTube, además de las visitas al mismo vídeo en *faircompanies.

Significado de “abrigo”

Las distintas sociedades crearon sus viviendas partiendo de un estilo de vida y un modo de organización social, desde las móviles tipi, yurta o tienda, hasta los abrigos ocasionales (iglú), o incluso las viviendas sobre árboles y altos pilares para evitar a enemigos y predadores de las tribus de Nueva Guinea y otros pueblos.

En climas especialmente benignos, donde el ser humano no ha encontrado la amenaza de predadores y la poca riqueza del terreno ha generado sociedades pequeñas y dispersas, los grupos de cazadores y recolectores no idearon ningún tipo de vivienda, como Jared Diamond explica sobre los aborígenes australianos (y su asombrosa falta de especialización tecnológica en comparación con las sociedades vecinas de Nueva Guinea).

Entre en estos grupos que nunca desarrollaron abrigos complejos para cobijarse durante la noche, ni siquiera para albergar celebraciones espirituales. Bastaban las buenas localizaciones y los amparos naturales, acondicionados de un día para otro con improvisados y desaliñados lechos o techumbres vegetales.

El hogar efímero de quienes no tuvieron ni frío ni predadores ni -casi- enemigos

Robert Hughes da cuenta en The Fatal Shore del estilo de vida de las tribus aborígenes en las primeras zonas exploradas por el Reino Unido para fundar Australia, así como de la colisión entre civilizaciones que provocó la conversión de la isla en un penal británico.

Para los colonizadores, una sociedad humana todavía estancada en el uso de herramientas de piedra, sin ropajes ni viviendas sofisticadas y con un comportamiento, a ojos de la Europa de la época, aparentemente anárquico y libertino -incluso en comparación con el mostrado por los presos procedentes de las islas británicas que iban a parar al lugar más remoto posible-, no podía ser considerada como tal.

En casos como el de Australia, comparables sólo a los de los grupos de los pueblos africanos pigmenos y san, el eurocentrismo fue elevado a la enésima potencia, catalogando como atrasado y primitivo un modo de convivir con los recursos que había garantizado un equilibrio durante, al menos, 40.000 años, en el caso de los aborígenes de Oceanía.

Los san llamarían “primitiva” a nuestra gestión del agua

Sobre los bosquimanos, los san y otros pueblos “atrasados”, la sociedad moderna debe aprender de su sabiduría y capacidad de gestión. Lo recuerda mi amigo James “Jamie” Workman, con quien coincidí durante mi estancia en el Enviropreneur Institute de PERC en Bozeman, Montana, en su libro Heart of Dryness: How the Last Bushmen Can Help Us Endure the Coming Age of Permanent Drought. El título lo explica todo.

Para el pueblo san, cualquier gestión del agua que lleve a su contaminación o a su agotamiento, es una decisión tan primitiva como lo son, desde nuestro punto de vista, la economía informal y la organización del propio pueblo san.

Ellos ven en nosotros rasgos sin duda atrasados, sobre todo aquellos relacionados con la gestión de recursos hasta su agotamiento. Nosotros, hacemos lo propio.

Jared Diamond justifica con brillantez en Guns, Germs, and Steel, cómo no es la inteligencia de distintos pueblos, sino las condiciones locales en que su vida evoluciona, lo que explicaría que, mientras Europa Occidental consolidaba su colonización del mundo, los australianos no sólo no conocían las armas y herramientas de hierro, sino que no habían domesticado ningún animal y, en su mayoría, ni siquiera habían creado un tipo de vivienda o abrigo que se adaptara a su estilo de vida.

No lo habían desarrollado porque, simplemente, no lo necesitaban. Seguramente, la mentalidad panteísta y trascendentalista de los sabios de cada grupo cazador y recolector australiano era más parecida a la reivindicada por Henry David Thoreau que la representada por las sociedades occidentales de entonces y ahora.

La casa es un resguardo, no el origen y destino de la felicidad personal

Hace tiempo que las llamadas sociedades avanzadas han desligado del acceso a la vivienda su valor primigenio: la vivienda, o “abrigo”, en el sentido más frugal en que el trascendentalista Thoreau evocó en Walden (él usa la palabra “shelter“), es un lugar que ofrece habitación a personas, para protegerlas de las inclemencias climáticas, ya que el contacto con la naturaleza y la autosuficiencia ensalzaban, según Thoreau, los mejores valores del individuo.

Durante su apartada estancia junto al lago Walden, junto a su natal Concord, Massachusetts, Thoreau construyó con sus manos una pequeña cabaña con techumbre a dos aguas a la manera de las casitas campestres británicas (“cottage”). Una simple estancia de 10 por 15 pies (150 pies cuadrados, o 13,9 metros cuadrados) con chimenea, un pequeño sótano-bodega para que las patatas y otros alimentos no se helaran en invierno, dos ventanas, un camastro, una mesita y una silla; y vivió de un modo espartano, en un espacio no mayor que un aseo actual. 

Practicó el recogimiento, pero no se convirtió en eremita, ya que aceptaba de buen gusto las visitas esporádicas de algún amigo o habitante de la zona.

En Walden, Thoreau se propuso “vivir deliberadamente, para confrontar sólo los hechos esenciales de la vida, y comprobar si no podía aprender lo que tenía que enseñar, y no descubrir, ya a punto de morir, que no había vivido”.

Lo que explica que su vivienda fuera, para él, un mero cobijo del frío y largo invierno de Nueva Inglaterra, en lugar de una muestra de su éxito, o de su aspiración material de alcanzar la realización personal a través de una confortable casa moderna, con el último grito en comodidades de la época.

En el siglo XIX ya había préstamos vitalicios

Durante su apartada estancia en Walden, Thoreau trató de llamar la atención de los individuos y familias que dedicaban toda su vida a pagar el préstamo de sus casas, en ocasiones sin conseguirlo y evitando sincerarse consigo mismos, ya que debían ser conscientes de que esa no era la vida plena que esperaban.

Con las reflexiones sobre el auténtico valor de la existencia, la necesidad del ser humano de acercarse a la naturaleza, en lugar de evitarla o simplemente amansarla según los cánones puritanos, y la práctica de la vida sencilla, simbolizada en su pequeña cabaña, Thoreau se reveló contra la tendencia de la época, que ya indentificaba la realización personal con el éxito material y los frutos trabajo a destajo para lograr el mayor progreso familiar posible, idealizado en la vivienda y otros bienes materiales.

Más de un siglo y medio después de la estancia de Thoreau en el lago Walden, el aumento de la concienciación medioambiental, la dificultad de acceso a la vivienda, la crisis económica y la inspiración de valores no materiales, ha propulsado una tendencia, surgida en entornos urbanos educados y bienestantes de Estados Unidos, a vivir en casas pequeñas, en ocasiones diminutas, en un ejercicio de desobediencia civil ante el precio de la vivienda o la aspiración tradicional a adquirir una casa cuanto mayor, mejor.

Thoreau, defensor de la vida sencilla, padre de la desobediencia civil y el ecologismo moderno, figura influyente en la formación espiritual de Mohandas Gandhi y respetado referente en la contracultura californiana de los 60, plasmó en Walden buena parte de las inquietudes y esperanzas de una nueva élite, decidida a vivir en viviendas -o “abrigos”, siguiendo la terminología de Thoreau- que recuperan su valor ancestral: protegernos de la intemperie cuando es necesario, y bien. Nada más.

Sobre la relación entre vivienda y felicidad: el tamaño no afecta

¿Qué podemos aprender los ciudadanos -y la clase política- de la investigación sobre felicidad? Elizabeth Kolbert explica en The New Yorker cómo uno de los primeros artículos reconocidos por la comunidad científica sobre la felicidad y sus condicionantes, publicado a finales de los 70, defenestró las creencias populares sobre vida material y felicidad, alimentadas por la cultura de masas.

El estudio demostró que un gran número de actividades que la gente suele describir como motivo de felicidad -un aumento salarial, tener hijos, trasladarse a una mejor zona residencial, mudarse a California- no logran el efecto esperado. “De hecho, hay estudios que muestran -prosigue Kolbert- que hay mujeres que encuentran el cuidado de sus hijos menos placentero que una siesta, hacer ejercicio y sólo ligeramente más satisfactorio que lavar los platos”.

El tamaño de nuestra vivienda, dicen los primeros estudios modernos sobre realización personal, no nos hace más felices. Según los investigadores Tim Wilson y Daniel Gilbert, “la gente malinterpreta habitualmente cuánto placer o desdicha traerán los eventos del futuro”.

Más metros cuadrados no equivalen a mayor felicidad

Elizabeth Kolbert se sirve en el artículo del último libro publicado por Derek Bok, antiguo presidente de Harvard: The Politics of Happiness: What Government Can Learn from the New Research on Well-Being (Princeton, 2010), una discusión sobre la prosperidad y sus efectos sobre el individuo.

En los últimos 40 años, el salario per cápita ha aumentado en Estados Unidos desde 17.000 hasta 27.000 dólares. Durante el mismo período, el hogar tipo estadounidense aumentó su tamaño en un 50%; mientras el número de automóviles, otro clásico indicador de “prosperidad”, aumentó en más de 120 millones de unidades. Pese a ello, el porcentaje de quienes se declaran “muy felices” o “bastante felices” se ha mantenido prácticamente inmutable desde principios de los 70.

La media de felicidad declarada por los encuestados, o “bienestar subjetivo”, se ha mantenido casi inalterado desde la década de los 50, cuando los ingresos per cápita reales eran menos de la mitad de los actuales.

Varias teorías, según Bok, han intentado explicar por qué Estados Unidos es un país de consumidores que, sin embargo, no aumentan su nivel de bienestar al adquirir casas más grandes, renovar su vehículo, comprar el último aparato electrónico, etcétera. Destacan la “rutina del hedonismo” y la que cataloga a los estadounidenses como “relativistas”.

Crecer porque sí

En la “rutina del hedonismo”, la gente se adaptaría rápidamente a la mejora de las situaciones. Tan pronto como adquirimos un nuevo objeto de deleite -una segunda residencia, un tercer coche, un iPhone de cuarta generación-, las expectaciones crecen, lo que equilibra el nivel de felicidad, a lo sumo, en la situación previa, sino en un estrato inferior debido a la incertidumbre económica y la presión añadida.

Según la teoría “relativista”, los individuos no estarían tan interesados en adquirir más y mayores -o más sofisticados, o más caros, o exclusivos- bienes, sino en acaparar más cosas que las personas de su entorno, en una eterna competición basada en la infantil comparativa material con el vecino. Un comportamiento ya descrito por Thorstein Veblen en 1899 como consumo conspicuo, o la necesidad de mantenerse a la altura de fulano y mengano de tal.

El estancamiento hedonista de Estados Unidos -y, por extensión, del resto de sociedades ricas y emergentes en la actualidad- no debería ser ignorado, según Derek Bok, o las consecuencias podrían ser desastrosas. El crecimiento, al fin y al cabo, tiene sus costes. “Si el aumento de la renta personal ha fracasado en hacer más felices a los estadounidenses. ¿cuál es el sentido de trabajar tantas horas, provocando un riesgo medioambiental para doblar y redoblar nuestro Producto Interior Bruto?”.

Las consecuencias de la falta de acceso a la vivienda

En Estados Unidos, Europa y Japón, la crisis económica y las dificultades que, sobre todo los más jóvenes, experimentan para acceder a la vivienda, han consolidado una nueva tendencia, la de los micro-pisos y micro-casas que carecen del estigma de la marginación y la pobreza endémica y son ocupados, en cambio, por una nueva generación de profesionales. El modo de protestar de muchos de ellos ante una sociedad que ellos consideran materialista y excluyente.

Entre sus referentes: el propio Thoreau o Mohandas Gandhi, ambos defensores de la frugalidad en todos los ámbitos de la vida para lograr la plenitud del individuo, desde la alimentación hasta el tamaño y características del hogar, la humildad en la vestimenta, o el uso respetuoso de los bienes naturales.

Muchos han visto en el ecologismo de Thoreau una vuelta a las esencias panteístas de muchas sociedades humanas tradicionales, que no distinguen entre universo, naturaleza y creencias metafísicas son equivalentes; de ahí la belleza y la pasmosa vigencia del discurso iroqués de Acción de Gracias, por ejemplo, o el primitivo y a la vez contemporáneo comportamiento panteísta de la sociedad Na’vi que James Cameron ideó en Avatar.

El mismo camino seguido por pensadores como el emperador romano Marco Aurelio o, en épocas más recientes, D.H. Lawrence, Stephen Hawking o el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright. Todos ellos creyeron en la frugalidad y el contacto permanente con la naturaleza como métodos para alcanzar la plenitud (sabiduría, felicidad).

Vida sencilla (empezando por el hogar)

La dificultad para acceder a la vivienda y la influencia de pensadores con espíritu frugal y panteísta influyen en una nueva generación de profesionales cuyo sueño no es acumular bienes y conseguir una vivienda lo más grande posible, un apetito por el consumo cuyas raíces modernas son explicadas en el documental The Century of the Self, dirigido por Adam Curtis para la BBC en 2002.

Volviendo a principios ya presentes en la contracultura californiana de los 60, esta nueva generación está dispuesta a vivir rodeada de menos objetos y en lugares más pequeños y, sin embargo, mostrar cómo es posible ser feliz a partir de este nuevo paradigma.

La realidad económica y social de amplias capas de los países ricos podría popularizar este giro consciente hacia la frugalidad y el cultivo del espíritu, en contraposición con el trabajo desmesurado para acumular cuantos más bienes, mejor.

Entre otros fenómenos, en varios países el núcleo familiar se ha reducido y dispersado en las últimas décadas, una tendencia que siguen todas las sociedades ricas. El tamaño de la vivienda, sin embargo, ha aumentado de un modo inversamente proporcional a la reducción de su número de ocupantes. En Estados Unidos, por ejemplo, el tamaño de las familias disminuyó un 25% en los últimos 30 años, mientras la superficie de los hogares aumentó un 50% en el mismo período.

Quienes acceden a la vivienda por primera vez, tienen dificultades económicas y perderán -o han perdido recientemente- su casa, o están interesados en un estilo de vida sencillo y frugal, existen alternativas de acceso a la vivienda poco costosas, tales como compartir piso, alquilar pequeños espacios en casas y edificios gestionados por varios inquilinos, u optar por la construcción o compra de pequeñas casas modulares que, construidas sobre remolques o fijadas en una propiedad, permiten a un individuo vivir o trabajar con comodidad.

Vida en una micro-casa

Durante los últimos 2 años, Kirsten Dirksen y yo mismo hemos visitado a varias personas, en Barcelona y distintos lugares de Estados Unidos, que viven en espacios muy reducidos sin renunciar a la comodidad ni a la plenitud. Los apartamentos, pequeñas casas modulares -instaladas permanentemente en propiedades o sobre ruedas- e incluso caravanas que hemos visto tienen un común denominador, además de sus reducidas dimensiones, comparables a una habitación. 

Son frescas, transmiten una sensación de desahogo (un concepto que a menudo relacionamos con grandes espacios, en lugar de hacerlo con espacios frugales, libres de “cosas”), usan hasta el último centímetro cuadrado disponible y evitan la acumulación de elementos superfluos (frugalidad y humildad al servicio de la arquitectura y el interiorismo).

Si la búsqueda de la plenitud personal, no material, de Thoreau durante su estancia en la cabaña del lago Walden, ocurría hace 150 años, muchas de las razones esgrimidas por el trascendentalista en el libro bajo el mismo título coinciden con las de los profesionales que habitan estas pequeñas casas y apartamentos.

Este nuevo paradigma de construcción frugal incorpora en ocasiones costumbres ancestrales que adaptan la casa al terruño y a las condiciones locales (cultura, clima, materiales disponibles, especialización de la mano de obra) para reducir el impacto ecológico, aumentar el confort y la necesidad de mantenimiento.

Aporto un pequeño listado con algunas de estas visitas:

  • La micro-casa sobre ruedas de Jay Shafer -arquitecto y fundador de Tumbleweed Tiny House Company- en Sebastopol, California. Ver vídeo y fotogalería sobre nuestra visita.
  • Micro-casa de Jenine Alexander (fotogalería y vídeo sobre nuestra visita) en Healdsburg, California, así como su último proyecto, una micro-casa sobre ruedas, construida en 2 meses con la ayuda de Amy Hutto (vídeo sobre este proyecto en particular).
  • Apartamento de 40 metros cuadrados en Sullivan Street (pleno SoHo, Manhattan, Nueva York), donde vive y trabaja Graham Hill, fundador del blog ecologista TreeHugger.com. Vídeo sobre su opinión sobre diversos temas sostenibles, vídeo sobre su piso y fotogalería sobre nuestra visita.
  • Apartamento de 40 metros cuadrados en Ciutat Vella (Bou de Sant Pere) en el que viví yo mismo hasta que nacieron mis hijas (ver vídeo).
  • Pequeña casa bioclimática confeccionada exclusivamente con materiales locales (sobre todo, cob, una argamasa similar al adobe que se aplica sobre una pared, en lugar de en forma de ladrillo) en el Pickards Mountain Eco-Institute de Tim Toben, una granja educativa y centro educativo sobre sostenibilidad situado junto a Chapel Hill, en Carolina del Norte. Vídeo y fotogalería sobre nuestra visita.
  • Micro-apartamento de 9 metros cuadrados en pleno Upper West Side de Manhattan donde reside Felice Cohen (ver fotogalería sobre nuesra visita).
  • Pequeñas casas (vídeo) y oficinas (vídeo) de madera y sobre ruedas confeccionadas por Stephen Marshall, propietario de la firma Little House on The Trailer en Petaluma, California (ver fotogalería sobre nuestra visita).
  • Apartamento de 50 metros cuadrados en el Barri Gòtic de Barcelona, en donde vive una pareja con sus 2 hijos, con una remarcable calidad de vida y sin necesidad de ahogo ni préstamos a los que difícilmente podrían hacer frente en la misma zona, si la vivienda tuviera un tamaño muy superior (vídeo).
  • El estadounidense Bakari Kafele, propietario de una microempresa de mudanzas que trabaja en la Bahía de San Francisco, realiza su trabajo en una camioneta propulsada con biocombustibles y vive en una pequeña caravana aparcada en una zona reservada a este tipo de vehículos (ver vídeos sobre su vivienda -la mencionada caravana-, sus vehículos y su estilo de vida).
  • “Black Kettle” es un interesante buscavidas que lleva una vida de frontera en Estados Unidos y vive en una pequeña cabaña construida por él mismo con materiales reciclados de distintos lugares. Ver vídeo y fotogalería sobre nuestra visita.