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Término medio: cómo regular el estrés para rendir al máximo

Uno de los campos que más interesa a la psicología y la neurociencia se sitúa en la intersección entre el rendimiento y el estrés.

En un gráfico de parábola, el rendimiento óptimo (eje de simetría, o punto álgido de la parábola) llega cuando sentimos la presión (abandonando la apatía y aumentando nuestra atención y concentración), pero evitamos que el estrés supere este límite (y se convierta en ansiedad o bloqueo).

Indagando en la psicología del desarrollo

Términos como “inteligencia emocional” surgieron para sacar partido de nuestro propósito vital y alejarnos de los extremos: 

  • por un lado, la inactividad -apatía, aburrimiento, depresión- de la ausencia de estrés (o incentivos, positivos y negativos, para emprender algo);
  • por otro, la incapacidad para rendir como podemos al superar el nivel óptimo de estrés -procrastinación, bloqueo, trastornos de ansiedad, colapso-.

Individuos que han logrado reconocimiento por su rendimiento y logros, desde artistas a emprendedores, han reiterado que el propósito personal, la “pasión” y la sensación de mortalidad (tema recurrente desde las tragedias griegas) les ayudaron a rendir al máximo durante años.

Celebrar la mortalidad para aprovechar una presencia fugaz

Steve Jobs recordaba a los alumnos atentos su discurso para la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford en 2005 que nuestro tiempo en el mundo es limitado. También lo es nuestra energía.

Más fatalismo derrotista, el reconocimiento de nuestra mortalidad se ha convertido en celebración -y apreciación- de la vida productiva desde que la tradición filosófica griega relacionara excelencia con esfuerzo para lograr el propio potencial en cuantas más facetas de la vida mejor: condición física, habilidades artísticas, intelectuales, etc.

El estoico Marco Aurelio anotaba que “la perfección de las costumbres consiste en vivir cada día como si fuera el último”.

Antes, en la Atenas de Pericles, Sócrates consideraba una catástrofe que un joven con toda la vida y el potencial para cumplir cuanto se propusiera ante él optara, por el contrario, por no probar -y superar- sus propias “fronteras”.

(Imagen: Travis Bradberry)

Por ejemplo, sobre el ejercicio y su relación con la actitud humana ante la vida, Sócrates advertía: “Nadie tiene el derecho de ser un principiante en las artes del entrenamiento físico. Es una pena que alguien envejezca sin comprobar la belleza y fuerza de las que su cuerpo es capaz.”

Sobre la existencia con un propósito vital

Dos generaciones después, también en Atenas, Aristóteles relacionaba la autorrealización según los valores griegos (“areté”: practicar y mejorar todos los campos) como el ejercicio de toda persona para conducir “sus poderes vitales hacia la excelencia”.

Para ambos, la búsqueda productiva de la plenitud estaba relacionada con el cultivo personal de un propósito personal, ya que una sociedad con individuos esforzándose y siguiendo su propio camino prosperaba sin el tutelaje de tiranos, supersticiones o dioses.

Asimismo, encaminarse con equilibrio y proporción racional (apreciando lo que uno tiene, evitando el dictado de los impulsos) a las propias metas evitaba en última instancia la agresión, tanto hacia uno mismo como hacia los otros.

El difícil arte del cultivo personal

Sócrates invitaba a sus alumnos a la introspección, ya que saber más sobre uno mismo: “En todos nosotros, incluso en las buenas personas, existe una naturaleza desenfrenada, salvaje y bestial, que se asoma [a nuestra conciencia] durante el sueño.”

Y, debido a la facilidad con que podemos distraernos con cuestiones ajenas a lo que nos hayamos propuesto racionalmente a largo plazo, Sócrates advertía de que “la mejor y más noble manera [de vivir] no es dedicarse a destruir a otros, sino a mejorar uno mismo.”

Difieren las capacidades, visión del mundo, propósito vital y “justa medida” de cada uno de nosotros, pero existe -pensaban los filósofos clásicos- un común denominador, algo en lo que estaban de acuerdo eudemonistas (Aristóteles), atomistas epicúreos (Epicuro, Lucrecio), estoicos (Séneca, Marco Aurelio), etc.

Disfrutar con lo sencillo y limitar al máximo la dependencia de lo externo

El nexo de unión es el propósito racional, el libre albedrío, la capacidad para desenvolverse en cada situación como uno decida de manera racional.

Así, estaríamos en el buen camino vital si, como reflexionaba Sócrates -precursor de la filosofía de vida de los mencionados-, aprendemos a matizar nuestros impulsos en función de nuestros objetivos racionales.

No es fácil. Marco Aurelio: “El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza.”

Estoicos y epicúreos inspirarían su propia versión de la vida comedida en Sócrates. Para el filósofo ateniense, el más rico es quien aprende a disfrutar de lo más básico, pues esta templanza y tranquilidad le ayudarán a buscar su felicidad: “Filosofía es la búsqueda de la verdad como medida de lo que el hombre debe hacer y como norma para su conducta.”

No hay vida plena sin afrontar la pendiente del esfuerzo

Lo que filósofos humanistas han llamado “autoactualización“, o varios psicólogos del desarrollo (Howard Gardner, Daniel Goleman) han llamado inteligencia emocional parten de conceptos similares ya presentes la filosofía clásica.

En lugar de llamar a estos conceptos areté o eudemonismo, la psicología y neurociencia prefieren conceptos como propósito vital o bienestar psicológico, explorados por la psicología humanista y la psicología positiva.

Ni en las ideas de los filósofos clásicos, ni tampoco en la psicología moderna existe el espejismo de la vida plena sin esfuerzo ni confrontación de los retos del día a día para evitar el bloqueo tanto por apatía como por exceso de presión.

Autorrealizarse actuando como la persona que nos gustaría ser

Sócrates lo explicaba metafóricamente: “Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”; y también, metafóricamente: “Para desembarcar en la isla de la sabiduría hay que navegar en un océano de aflicciones.”

Parábolas aparte, los ponderados consejos que componen las filosofías de vida clásica están más alejadas de la pseudociencia que de los innumerables ensayos sobre desarrollo personal y bienestar escudados en la combinación de psicología positiva, neuropsicología, así como de la teoría de las inteligencias múltiples (de la que deriva el concepto de inteligencia emocional).

Las hipótesis contemporáneas más sólidas sobre autorrealización desde Abraham Maslow parten, en cualquier caso, de sus equivalentes clásicos, como el eudemonismo de Aristóteles y la “tranquilidad” a que hacen referencia los estoicos.

También lo hace la vertiente menos supersticiosa de la teología judeocristiana (por ejemplo, el aristotelismo de los escolásticos y, en la tradición hebrea, de Baruch Spinoza, que le reportó problemas en la congregación sefardí de los Países Bajos).

Aprender a permanecer en calma para rendir bajo presión

Los estudios sobre inteligencia emocional confirman las hipótesis de Sócrates y quienes le siguieron: según Travis Bradberry, coautor de uno de esos numerosos títulos entre el desarrollo personal y la autoayuda, “la habilidad para gestionar tus emociones y permanecer en calma bajo presión guarda relación directa con tu rendimiento”.

Sólo aquellos capaces de permanecer en un estado similar de templanza y motivación, tanto en momentos dulces como en situaciones complicadas, pueden rendir al máximo de sus posibilidades de manera sostenida.

Medio milenio después de Sócrates, el estoico Séneca expresaría la importancia de dominar el arte del término medio, no sólo entre el exceso y la virtud en las costumbres, sino entre los dos extremos de la exaltación desproporcionada.

Séneca: “Poca importancia tiene lo que da la fortuna, y apenas puede hacernos vencer de un lado o del otro: ni lo favorable exalta al sabio ni lo adverso le deprime, pues el sabio se ha esforzado siempre en confiar principalmente en sí mismo, y es en sí mismo es donde busca toda alegría.”

El estrés estimula cuando no es prolongado

Dos milenios después de Séneca e innumerables hipótesis (algunas refutadas, otras convertidas en teorías) y estudios después, sabemos que la mayor parte de las personas reconocidas por rendir al máximo de su potencial con consistencia comparten al menos un atributo: saben gestionar sus emociones en momentos de estrés para así permanercer en calma y con el control analítico de la situación.

Asimismo, la mayoría de ellos son conscientes -por propia experiencia- que la ausencia de estrés es tan perjudicial como el exceso.

Un estudio de Yale, por ejemplo, sugiere que el estrés prolongado degenera el área del cerebro responsable del autocontrol.

El estrés es una emoción necesaria y beneficiosa (según varios estudios)… en su justa medida: nuestro cerebro activa su potencial cuando percibimos cierta presión y no actúa hasta entonces.

La justa medida de la presión: entre el interés y la ansiedad

Travis Bradberry expone que nuestro rendimiento se mantiene cerca de los niveles óptimos cuando nuestra estrategia productiva nos proporciona niveles moderados de presión. Los estudios sugieren que el estrés moderado no es dañino, siempre y cuando no sea prolongado.

Una investigación de Elizabeth Kirby en la Universidad de Berkeley, por ejemplo, constata que ciertos niveles de estrés conducen al cerebro a producir células responsables de agudizar la memoria; pero, cuando el estrés continúa más allá de ciertos instantes cotidianos, el cerebro pierde su habilidad para reaccionar ante lo que había interpretado como “estímulo ambiental que requiere agudizar el rendimiento cerebral”.

Kirby: “Creo que las situaciones estresantes intermitentes son lo que probablemente mantiene al cerebro más alerta, y uno rinde mejor cuando está alerta”.

La investigadora cree que los humanos evolucionaron enfrentándose a situaciones de estrés constantes en su entorno que demandaban actuar bajo presión. A medida que su cerebro aumentaba su complejidad, desarrollamos la habilidad para responsabilizarnos y perseverar en situaciones.

La justa medida de las experiencias humanas

Quienes han aprendido a rendir de manera óptima pese a estímulos que aumentarían el estrés de otras personas hasta situaciones intolerables, son ajenos a las peores consecuencias de la presión prolongada: además de reducir el rendimiento cognitivo (ansiedad, bloqueo, colapso nervioso), eventos habituales y prolongados de excesivo estrés aumentan el riesgo de padecer del corazón, obesidad y depresión.

En el otro extremo de la motivación, la apatía resultante de la ausencia de presión conduce igualmente a la depresión. De ahí la insistencia de los filósofos clásicos por cultivar la justa medida de las experiencias humanas.

Las estrategias que seguían los filósofos clásicos para alcanzar su propia versión de “rendimiento óptimo prolongado” y apreciación de la mesura en su existencia (aquí, una síntesis de la guía de la buena vida según los estoicos), son similares a las empleadas por muchas personas de reconocido rendimiento.

Estrategias para lograr un rendimiento consistente bajo presión

Ninguna de sus estrategias es compleja; todas se encuentran al alcance de todo el mundo. Lo que difiere entre las personas es su aplicación. Quienes mejor rinden, son capaces de ponerlas en práctica bajo presión una y otra vez.

Según Travis Bradberry, las personas que más y mejor rinden:

1. Aprecian lo que tienen

Esta técnica es idéntica a la recomendada por estoicos como Epicteto, Séneca o Marco Aurelio en su versión particular del “arte de vivir“.

Apreciando lo que tenemos, evitamos la persecución de un espejismo contemporáneo: la gratificación instantánea, que resulta en la posposición de tareas con recompensa a largo plazo, en favor del impulso inmediato.

2. Eluden obsesionarse con el “¿Qué ocurriría si…?”

El rendimiento óptimo prolongado no es compatible con una mentalidad centrada en el miedo inducido por las peores consecuencias potenciales de situaciones hipotéticas.

De manera similar, los estoicos recomendaban no obsesionarse con los acontecimientos del pasado (ya han ocurrido y no podemos cambiarlos) ni del futuro remoto (desconocemos a ciencia cierta lo que ocurrirá, de manera que es mejor planear sin obsesionarse con hipótesis).

El profesor de filosofía William B. Irvine lo explica en su ensayo sobre la aplicación práctica del estoicismo en la actualidad A Guide to the Good Life.

3. Permanecen con una actitud positiva y atenta a las oportunidades

Una mentalidad positiva contribuyen a que el estrés sea intermitente. La técnica: centrar la atención en algo (una actividad, un pensamiento) completamente ajeno a la situación estresante.

Se consigue convirtiendo el deporte, la lectura, la meditación, la introspección, etc., en actividades cotidianas.

4. Saben y pueden desconectar (y, todavía más importante, lo hacen)

De nuevo, la regularidad importa más que el intento aleatorio. Lograr una rutina consistente para desconectar de las tareas estresantes permite a quienes mejor rinden volver frescos a donde lo habían dejado.

Por ejemplo, renunciar a pantallas electrónicas un buen rato antes de ir a dormir. Una actividad tan sencilla como evitar consultar el correo electrónico reduce los niveles de estrés.

5. Limitan el uso de estimulantes

La cafeína o la teína estimulan la secreción de adrenalina, un mecanismo de supervivencia que nos permitía en el pasado defendernos ante una situación de peligro o escapar a la carrera.

Este mecanismo, conocido por la ciencia como reacción de lucha o huida es una respuesta fisiológica ante la percepción de amenaza a la supervivencia, y prioriza mecanismos de respuesta rápida en detrimento del pensamiento racional.

En estas situaciones, las emociones se imponen al comportamiento ponderado. Demasiada cafeína transforma nuestro rendimiento intelectual, ganando agilidad e improvisación, y perdiendo profundidad.

Esta hipótesis es coherente con la teoría de las necesidades humanas de Maslow, según la cual sólo podemos cultivar necesidades elevadas (moralidad, creatividad, etc.) una vez hemos satisfecho las necesidades fisiológicas, de seguridad, afiliación, etc.

En otras palabras: emular las reacciones humanas ancestrales ante el peligro no estimulan el pensamiento racional.

6. Descansan

Dormir bien y saber desconectar aumentan -expone Travis Bradberry- la inteligencia emocional y aportan reservas para gestionar los niveles de estrés durante la jornada.

Sabemos que nuestro cerebro se recarga mientras dormimos, analizando los acontecimientos del día y almacenándolos/descartándolos (proceso que estimularía nuestros sueños).

Cuando no logramos dormir de manera óptima, se resienten nuestro autocontrol, atención y memoria, a la vez que aumentan los niveles de hormonas del estrés.

7. No se recrean en pensamientos negativos

Esta técnica se basa en el sencillo axioma de que, cuanto más damos vueltas a pensamientos negativos, más poder les otorgamos.

Buena parte de nuestros pensamientos negativos, expone Travis Bradberry, “son sólo eso: pensamientos, no hechos”.

Es fácil saber cuándo nuestros pensamientos no se limitan a lo racional: abundan conceptos abstractos como “nunca”, “lo peor”, “nunca más”.

Bradberry explica la técnica para evitar recrearse en ellos: escribirlos y calmarnos mientras lo hacemos, para así reconducir el momento a territorio racional.

8. Saben replantear su perspectiva de las cosas

Otro estoico, Marco Aurelio, explicaba así la importancia de aprender a relativizar lo acontecido y guiarse por los propios principios: “Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad.”

Los niveles insostenibles de estrés y preocupación son propulsados por nuestra propia percepción de los eventos. Si bien no podemos controlar muchos acontecimientos, si podemos controlar cómo responder ante ellos.

Antes de bloquearse dándole vueltas a algo, es mejor tomarse un instante para poner la situación en perspectiva. Si pensamos “todo va mal” o “nada saldrá bien”, etc., ha llegado el momento de replantearse la situación y nuestra mirada sobre ella.

9. Tienen estrategias para relajarse

Bradberry elude a la importancia de la respiración, sin mencionar técnicas como la introspección, la meditación o el deporte.

Saber respirar implica lograr algunos de los beneficios de la práctica habitual de actividades introspectivas, como divagar, meditar o leer, pero también quedarse a sus puertas.

10. Usan su sistema de resortes

Quienes mejor rinden y obtienen mejores resultados saben pedir ayuda, en definitiva.

Para mantener la presión en niveles aceptables y lograr la productividad que uno se propone, hay que reconocer primero las principales debilidades y pedir ayuda.

Todos podemos identificar a las personas que realmente nos asisten en función de cada situación. Reconocer la valía de personas a nuestro alrededor se convierte a menudo en oportunidad para mejorar, conocer nuevas situaciones…

Conócete a ti mismo

En definitiva, un poco de estrés es bueno para el cerebro, siempre y cuando hayamos aprendido a leernos a nosotros mismos y sepamos relativizar los momentos de triunfo y derrota.

Ello explicaría por qué los consejos de los mejores deportistas son tan consistentes con las filosofías de vida clásicas como los mencionados.

Al fin y al cabo, como recordaba Sócrates, el mejor modo de conocer al ser humano es profundizar en nosotros mismos.