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Uso de fermentos, bacterias y tierra contra males “modernos”

El aumento de alergias y asma en las últimas décadas se debería, según la hipótesis de la higiene, a la peligrosa creencia de que nuestra vida cotidiana debe discurrir en un entorno tan esterilizado y libre de gérmenes como la zona de cuidados intensivos de un hospital.

Quirófanos, centros de manipulación de medicamentos o laboratorios que fabrican u operan equipamiento de precisión dependen de entornos asépticos y esterilizados. No así nuestra vida.

Una actividad placentera: recolectando arándanos en The Dalles, interior de Oregón (Estados Unidos) para después disfrutarlos en familia (imagen: Nicolás Boullosa)

Se acumula la evidencia que relaciona interacción con el ambiente (y sus microbios) y un sistema inmunitario capaz de combatir infecciones.

Ratón de campo, ratón de ciudad (esterilizada)

En partes del mundo, postula la hipótesis de la higiene, las condiciones de vida de un porcentaje significativo de la población se desenvolverían sin el contacto reiterado con microbios presentes en el bosque o la tierra.

El sistema inmunitario, menos expuesto a todo tipo de gérmenes, acabaría debilitándose, al no distinguir entre microbios inocuos o beneficiosos para nuestra salud (cicatrización cutánea, flora bacteriana, etc.) y otros microorganismos causantes de infecciones.

La supuesta relación entre aumento de alergias y dolencias causadas por disfunciones de nuestras defensas (enfermedades autoinmunes) y los cambios ambientales en las últimas décadas acumula cada vez mayor base científica.

Los estudios han demostrado con consistencia que los individuos criados en el campo y en contacto con animales de granja (no confundir con explotaciones a gran escala, CAFO en sus siglas en inglés), tienen una escasa o nula incidencia de alergias y dolencias autoinmunes.

La rebelión en la granja que más necesitamos

La exposición a tierra y animales de granja durante los primeros años de vida prepararía al sistema inmunitario para detectar alérgenos perjudiciales y evitar dolencias como asma o alergias.

Corral en los Picos de Europa, Asturias (imagen: Nicolás Boullosa)

Los investigadores creen que los animales de granja aumentan la exposición a gérmenes (y componentes de éstos) llamados endotoxinas, que estimularían la respuesta inmunitaria y prevendrían inflamaciones alérgicas.

Estos microorganismos presentes en el suelo de granjas favorecerían nuestro organismo, mientras el ambiente más esterilizado y expuesto a toxinas ambientales de entornos urbanos lograría el efecto contrario.

Dos jubilados holandeses cultivan su huerta en Kinderdijk, pueblo de Holanda Meridional conocido por sus molinos de bombeo de agua (imagen: Nicolás Boullosa)

Otros estudios sugieren que, si bien la hipótesis de la higiene explica parte de la evolución de alergias y dolencias autoinmunes, existen otros factores que influyen sobre el fenómeno, tales como:

  • el uso irresponsable de medicamentos (antibióticos, acetaminofeno) en animales y personas;
  • el aumento de las denominadas enfermedades de la civilización (una epidemia silenciosa de trastornos metabólicos, en combinación con el cambio de hábitos alimentarios y el aumento del sedentarismo desde la infancia);
  • y el déficit de vitaminas relacionadas con nuestra exposición a un entorno natural no contaminado (pasamos más tiempo en el interior, con mayor exposición a contaminantes y menos tiempo en el exterior iluminado por el sol -a menor luz solar en contacto con nuestra piel, menos vitamina D podemos producir-).

Fermentos al rescate

Investigaciones centradas en el aumento espectacular de trastornos relacionados con disfunciones en el complejo ecosistema de gérmenes que constituye nuestro organismo (microbioma), también citan la hipótesis de la higiene y la mayor exposición a toxinas ambientales y alimentarias: desde trastornos neuropsiquiátricos (hiperactividad, síndrome de Asperger, autismo) a dolencias gastrointestinales como la enfermedad de Crohn.

Granja en Flandes Occidental (imagen: Nicolás Boullosa)

¿Qué ocurre? ¿Existe la posibilidad de que haya cambiado menos de lo que los resultados empíricos afirmarían, y parte del fenómeno se deba a la obsesión contemporánea por el exceso de diagnóstico? El aumento de alergias y enfermedades inflamatorias crónicas es indudable, admitiendo incluso el fenómeno del sobrediagnóstico (o tratar como dolencia todo lo que aleje de una supuesta normalidad consensuada por la comunidad médica).

Hoy sabemos que la microbiota intestinal, o bacterias que viven en nuestro intestino, influye sobre digestión, sistema inmunitario e incluso rendimiento cerebral (y estado de ánimo), y tratamientos experimentales para restaurar el equilibrio en nuestro microbioma han logrado efectos demostrables: hablamos de tratamientos impensables hace sólo unos años, desde el implante fecal al uso de alimentos probióticos.

Auge de la bacterioterapia

El trasplante de microbiota fecal para tratar dolencias inflamatorias y autoinmunes es sólo el inicio de una nueva generación de tratamientos médicos que afrontan nuestro organismo como un complejo sistema condicionado por factores hereditarios y ambientales, pero también por hábitos e interacción con microorganismos.

Hasta los últimos años, la medicina optaba por diagnósticos localizados (dolencias en uno u otro órgano, etc., aisladas del resto del organismo), una estrategia que ha conseguido avances indudables en salud global desde 1800; poco a poco, a medida que nuevas herramientas de medición se combinan con una visión integrada e interdisciplinar de la medicina, para afrontar dolencias que aumentan en un mundo más urbano y con un estilo de vida que confunde viejos compases de nuestro organismo, desde el mencionado sistema inmunológico al ritmo circadiano.

Nuestros hijos cogiendo fruta en la propiedad de unos amigos en Wisconsin, Estados Unidos (imagen: Nicolás Boullosa)

Quienes refutaban la hipótesis de que tratamientos considerados hasta ahora “alternativos”, tales como implantes fecales, alimentos probióticos o inmunoterapia, mejoran la salud de quienes padecen alergias y enfermedades autoinmunes, pueden repasar los resultados de los últimos estudios.

Se ha hablado mucho de los alimentos probióticos y de los efectos de los microorganismos que componen su fermento una vez son ingeridos, pues sobreviven y son capaces de influir sobre la flora intestinal. Sin embargo, hay pocos estudios de envergadura que exploren sus efectos.

Probióticos y prebióticos

Un estudio en India (haciendo un seguimiento a 4.500 recién nacidos desde 2008) confirma los sólidos indicios sobre sus efectos benéficos en metabolismo y sistema inmunitario: con los microbios adecuados, que podemos regular con una alimentación rica en fermentos, es posible prevenir una dolencia grave de alta incidencia en este país, la sepsis.

El riesgo de padecer sepsis, una respuesta inmunitaria desproporcionada a una infección que puede incluso poner en peligro la vida de quien padece la dolencia, desapareció en los niños que tomaron probióticos que incluían una cepa de lactobacillus plantarum, una de las bacterias de la fermentación láctea.

Paisaje rural en Yanci (Igantzi en euskera), villa navarra de la comarca de Cinco Villas (imagen: Nicolás Boullosa)

Elegida por su habilidad para acoplarse a las células estomacales, esta bacteria aumentó su efectividad con el uso de un azúcar para nutrir el microbio una vez entra en el estómago (prebiótico), lo que aumentó la efectividad de lactobacillus plantarum, explica Ed Yong (autor del ensayo sobre microbios I Contain Multitudes) en The Atlantic.

La sepsis, una de las dolencias más graves en recién nacidos, produce una inflamación en todo el cuerpo, un flujo sanguíneo reducido y fallo en los órganos. Los primeros síntomas se manifiestan en el estómago, y los probióticos contribuyen a aislar los microbios dañinos, incapaces de entrar en el flujo sanguíneo y causar infecciones.

Combinando probióticos e inmunoterapia

Si el efecto de los probióticos ha sido puesto en entredicho por la falta de estudios de cierta envergadura -como el llevado a cabo entre recién nacidos de India-, la inmunoterapia, otra técnica experimental, ha sido también puesta entredicho por razones análogas.

Una granja en Igantzi, Navarra (imagen: Nicolás Boullosa)

Como en el caso de los probióticos, las pruebas científicas llegan poco a poco en estas técnicas para estimular un sistema inmunitario dañado o sometido a un estrés desmesurado por dolencias o infecciones: una prueba piloto australiana en niños ha logrado curar una dolencia contemporánea en pleno crecimiento, la alergia a los cacahuetes, con técnicas de inmunoterapia.

La prueba logró resultados de desensibilización que permanecieron efectivos cuatro años después.

Mimi Tang, coordinadora de la prueba, confirma los resultados: los niños comen cacahuetes sin restricciones una vez concluido el programa, sin que se hayan manifestado los síntomas de la alergia previa (la alergia a los cacahuetes es la causa más común de anafilaxia, una reacción inmunitaria generalizada y potencialmente mortal (al extenderse en poco tiempo por sistema respiratorio, vascular, cardíaco, etc.).

Un diminuto aliado presente en los lácteos

Para combatir esta peligrosa reacción del organismo, el equipo médico australiano combinó un nuevo tipo de tratamiento que combina el uso de un probiótico con inmunoterapia oral de cacahuete (PPOIT en sus siglas en inglés): en lugar de evitar el alérgeno causante de anafilaxia, el tratamiento trató de exponer el sistema inmunitario a dosis controladas de cacahuete para desarrollar una tolerancia paulatina.

Durante 18 meses, 48 niños con alergia a los cacahuetes fueron enrolados en dos grupos, el primero de los cuales ingirió un probiótico corriente (Lactobacillus rhamnosus, presente en lácteos como yogur o queso semiduro) con dosis incrementales de proteína de cacahuete, mientras el segundo grupo recibió una sustancia placebo.

Al final del estudio, el 82% de los niños del primer grupo habían superado la alergia a los cacahuetes; sólo el 4% de los niños en el grupo al que se concedió la sustancia placebo logró el mismo resultado al final de la prueba.

Lesaca era antaño un municipio ganadero de la montaña del norte de Navarra, si bien la actividad industrial domina hoy (imagen: Nicolás Boullosa)

El equipo de Mimi Tang cree que la combinación del probiótico y la inmunoterapia ayuda al organismo a reforzar un sistema inmunitario debilitado por condiciones heredadas o ambientales. Otros equipos médicos de todo el mundo incorporan Lactobacillus rhamnosus a sus tratamientos, pues para varias reacciones alérgicas e inmunitarias peligrosas:

  • elimina la reacción al cacahuete en más del 80% de los niños;
  • previene la acción del rotavirus diarreico;
  • evita infecciones respiratorias, cutáneas (dermatitis atópica, eccema) y urogenital (patógenos vaginales y urinarios);
  • mejora gastrointestinal: reduce los efectos adversos de quienes padecen síndrome del intestino irritable (similar a la enfermedad de Crohn), y combate infecciones de Enterococcus resistente a vancomicina (VRE en sus siglas en inglés);
  • regula el sistema inmunitario hasta paliar los efectos de las llamadas dolencias de la civilización (trastornos metabólicos y del comportamiento, desde ansiedad a pérdida de peso).

Otium ruris

Los alimentos probióticos y la inmunoterapia llegan a la medicina moderna como mensajeros de terapias milenarias para combatir dolencias originadas o acrecentadas en entornos cada vez más desconectados del trato cotidiano con la tierra y con animales domesticados desde hace milenios.

Como Ed Yong recuerda en su ensayo, el ser humano “contiene multitudes”; deberíamos recordar que conformamos organismos en donde células programadas por nuestra herencia genética conviven con bacterias cuyo equilibrio influye sobre nuestra salud y bienestar.

Por las calles de Lesaca (Lesaka en euskera), en la comarca navarra de Cinco Villas

Una razón más, la de prevenir alergias y reforzar el sistema inmunitario de bebés, niños, adultos y ancianos, para rememorar lo que los poetas clásicos llamaron otium ruris (ocio rural).

La dignidad de visitar el campo, tocar la tierra y celebrar viejos ritmos para ser dichosos (“beatus ille”), atrapar el día (“carpe diem”), apreciar lo que tiene que ofrecernos un lugar ameno (“locus amoenus”) y, en definitiva, reflexionar sobre el misterio de nuestra transitoriedad (“tempus fugit”).

Molino tradicional holandés diseñado para el bombeo de agua y campos colindantes de explotación ganadera, en las afueras de Ámsterdam (imagen: Nicolás Boullosa)

En efecto, el tiempo avanza, y nuestro sistema inmunitario agradecerá que tengamos en cuenta los viejos ritmos, relegando los entornos esterilizados a hospitales, a centros de precisión y al espacio exterior.