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Viaje a Circadia: relación entre reloj interno y bienestar

Todos experimentamos en algún momento la narcosis de la modorra, incapaces de dar otra vuelta de tuerca a lo que nos ocupe, paralizados por el sopor de empezar, una vez, más con la rutina de Sísifo: el equivalente en cada uno de nosotros a afrontar el síndrome de la página en blanco.

Por más que leamos pasajes de biografías de algún personaje admirado o nos dejemos influir por los cantos de sirena de los artículos y libros de la floreciente -y a menudo contradictoria– industria de la autoayuda, el reto de empezar de nuevo un proceso retador y a la vez incierto requiere una elevada tolerancia a la incomodidad, pues no hay nada más fácil que encontrar una actividad alternativa que posponga lo que nos ocupe.

Winston Churchill estudia en su escritorio elevado y se las apaña para disfrutar de un cigarro puro al mismo tiempo (inicios de los años 30); a finales de la década, el Reino Unido se beneficiaría de su sólida formación (compárese con la situación actual)

Modorra, procrastinación y hábitos que nos evaden de la pendiente inicial de cualquier tarea física o creativa que implique esfuerzo son distintas gradaciones de un mismo fenómeno.

Olvidar el resultadismo y otear la perspectiva

En una cultura dominada por resultados instantáneos prometiendo actuar como milagros a problemas complejos que deberían comprenderse con cierta perspectiva y pensamiento sistémico -los libros, artículos o “productos” que ofrecen algo tan abstracto como la productividad intelectual o la creatividad-, los consejos realistas y sinceros no alcanzan el tirón de nootrópicos o ensayos à la Tim Ferriss.

A la larga, no obstante, rutinas sencillas aplicadas con consistencia mejoran rendimiento físico e intelectual sin prometer más que la puerta de entrada a un hábito saludable que cualquiera puede integrar sin problemas en su día a día.

Profesores de filosofía y personalidades actuales con éxito en sus respectivos ámbitos reiteran la vigencia de los consejos sobre bienestar y rendimiento que albergan filosofías de vida clásicas como el estoicismo. El ensayo de William B. Irvine sobre las ventajas de esta filosofía clásica, más accesible que los aforismos de Séneca, Epicteto o Marco Aurelio, ofrece pistas para lograr lo mejor de nosotros mismos, así como inspiración para tratar de acercarnos cada día un poco más a quien queremos ser (hay que hacerlo, eso sí, con serenidad y realismo).

No hay píldora, ni subidón, ni fórmula milagro en el estoicismo. Esta filosofía carece incluso del exótico y misterioso misticismo no racional de una práctica oriental que podría hermanarse en sus consejos fundamentales con la filosofía de vida de Séneca, el budismo zen. Pero funciona y no trata de vender ninguna moto.

Existe un bienestar que surge de intentarlo, y no de acumular cuotas del último fantasma simbólico adquirido para compensar los efectos de la narcosis cotidiana.

Primero lo básico, luego lo básico y después lo básico

Si lo que queremos son buenos consejos, ningún libro de autoayuda contemporáneo hará más por nadie que leer a Séneca o, en su defecto, a quienes se inspiraron en las filosofías de vida clásicas: los ensayos de Michel de Montaigne, los aforismos y el Criticón de Baltasar Gracián, los Pensamientos de Blaise Pascal, la autobiografía de Benjamin Franklin, etc.

“Rue de Paris, temps de pluie” (1877), lienzo dedicado a la flânerie en un París ya haussmanniano

Si adaptáramos los consejos de estos y otros autores, cuyas complejas biografías y sólida formación intelectual inspiraron para dejar huella más allá de sus coetáneos, todo se reduciría a un pequeño listado de consejos de andar por casa con resultados potencialmente transformadores para nuestra vida personal y profesional:

  • explorar en qué consiste la propia autenticidad: para qué nos hemos preparado, qué se nos da bien, en qué ámbitos mostramos capacidad y flexibilidad para mejorar las cosas (Epicteto: “Primero descubre lo que quieres ser; luego haz lo que tengas que hacer.”; pero ojo, Epicteto añade: “Un barco no debería navegar con una sola ancla, ni la vida con una sola esperanza.”; y Séneca, en una actitud que inspiraría a Nietzsche: “Admira a quien lo intenta, aunque fracase”);
  • comer alimentos que reconocerían nuestros abuelos: eludir precocinados -ricos en azúcar refinada, sal y grasa saturada-, y decantarse por verdura, carbohidratos de absorción lenta (granos integrales, masa madre, etc.), fermentos, granos y frutos ricos en antioxidantes, todo con poco aliño;
  • ejercitarse físicamente, aunque sea de manera limitada o moderada, y hacerlo a lo largo del día (aunque se trate de levantarse de la mesa de trabajo durante unos minutos cada hora para estirar las piernas y charlar un rato, o despejarse con otra actividad);
  • abandonar el rasgo preponderante en la actualidad más tóxico para nuestro rendimiento y bienestar: la mentalidad del corto plazo y la gratificación inmediata, pues la mayoría de objetivos que ofrecerán réditos consistentes a la larga dependen de planes que requieren paciencia y comprensión estratégica; sin retrasar la gratificación, uno seguirá encomendándose al azar o a las fórmulas-milagro para “el golpe de su vida”;
  • evitar actitudes paralizantes tales como renunciar a explorar el propio potencial, o a emprender retos ambiciosos, por el miedo a no lograrlo, pues la trayectoria más o menos exitosa hacia una meta ofrecerá formación y oportunidades desconocidas al inicio;
  • evitar el uso de excusas establecidas por el contexto (social, cultural, etc.) para así evitar que una mentalidad rígida autoimpuesta impida avances reales;
  • más perseverancia y menos superstición: creer en el éxito instantáneo procedente de un golpe de suerte equivale a confiar el futuro económico personal a reinvertir préstamos personales a alto interés en loterías y juegos de casino; los hábitos mínimamente consistentes y saludables establecerán el marco donde puedan florecer planes a largo plazo (según el día, avanzarán con rapidez o a trompicones);
  • renunciar al perfeccionismo y la obcecación por el control: confundir proyectos personales basados en empresas falibles (y, por tanto, siempre perfectibles) con el maná inalcanzable es contraproducente; más que adorar ideales platónicos, hay que avanzar produciendo prototipos, lo que generará la confianza necesaria para mejoras incrementales que pueden llegar más tarde;
  • evitar situaciones, entornos y personas que buscan la confrontación, pues la toxicidad es contagiosa, sobre todo cuando estamos agotados o hambrientos (actitud recomendada por los estoicos; Marco Aurelio: “Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y en cambio intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.”);
  • no confundir exhibicionismo o impacto en otros de nuestra proyección o imagen pública (un holograma de nuestro yo real) con nuestro objetivo real: crear algo, mejorar alguna habilidad, solventar un problema, etc.; no depender de lo que otros piensan de nosotros es el inicio de empresas fructíferas, sobre todo si evitamos medir el éxito o la evolución en el rédito económico a corto plazo que genere (según los estoicos, ganancias o reconocimiento no deberían ser el objetivo, sino en todo caso el resultado de algo que hemos elegido hacer por una razón mayor que la mera mentalidad utilitarista).

Finalmente, no hay que olvidar el cultivo de la auténtica autosuficiencia y apertura de miras, dedicando tiempo a los amigos que nos darán los mejores consejos de la historia sin fallarnos nunca: los libros bien recomendados, sean novelas de Balzac, tratados de arquitectura medieval o compendios etnográficos sobre alguna cultura tan rica como infravalorada (si no responde a los cánones manidos y repetidos por todos hasta la saciedad).

Afortunadamente, no hay libro de instrucciones ni guía virtual

Si queremos entender los arquetipos en los que se basan los roles sociales todavía preeminentes, podemos sumergirnos en el teatro griego, o recurrir en su defecto a Shakespeare, Lope de Vega, Calderón, Corneille; si no sabemos nada de la mar, Moby Dick de Herman Melville y Lord Jim de Joseph Conrad (un polaco que pensaba en francés con acento marsellés y escribía en inglés) apelarán tanto a lo escrutable en los océanos como a lo inabarcable en la condición humana (mortalidad, dilemas morales, visión del mundo, etc.).

En un contexto que nos promete aventuras cognitivas que se confunden con la realidad sin movernos de la butaca, aumentan el sedentarismo y la falta de interés para explorar el mundo físico y entablar una red rica de relaciones interpersonales. Pudiendo disfrutar de lo verdadero, ¿por qué conformarse con la comodidad inocua y personalizable de una visión reduccionista?

Antesala vanguardista: Nietzsche (derecha) se fotografía con dos amigos, el filósofo Paul Rée y la psicoanalista Lou Andreas-Salomé

La falta de un equivalente a un manual de instrucciones -o de un “recorrido virtual” por los retos cotidianos- no es un “defecto” de la realidad, sino un recordatorio de nuestra potestad para ir en busca de nuestra autenticidad: con nuestros planes y acciones, influimos sobre lo que nos circunda y podemos contribuir con la versión más afirmativa de lo que queremos ser en cada momento.

En pie

Para combatir el sedentarismo, que influye sobre estado físico y anímico, uno puede empezar por levantarse.

Si la actividad u ocupación del momento obliga a permanecer ante un documento, un libro o una pantalla de ordenador, podemos realizar la misma tarea de pie, improvisando un escritorio elevado de bajo presupuesto -usando, por ejemplo, una repisa a una altura ligeramente superior a la cintura, comprando un escritorio de pared que colocaremos a la altura adecuada, o transformando el uso de cualquier mueble diseñado para otro quehacer en un escritorio elevado circunstancial.

Hasta ahora sabíamos que sentarnos durante largos períodos en el lugar de ocio, trabajo o estudio perjudica la salud, y cualquier combinación que implique pasar más tiempo de pie mejorará la tonificación física y reducirá riesgos. Un nuevo estudio, dirigido por Yaniv Mama en la Universidad Ariel de Israel y publicado en Psychological Science, va más allá y sugiere que trabajar de pie mejoraría la propia calidad de la actividad (y, por tanto, el resultado).

Trabajar de pie es algo más que una moda pasajera, y abundan las imágenes de Hemingway escribiendo de pie, mientras Thomas Jefferson prefería trabajar en ideas y discursos de pie ante un pequeño púlpito en la librería de su casa. Su intuición se acerca a la última evidencia científica. En relación con el estudio, The Economist explica:

“Estar de pie requiere más esfuerzo que sentarse, y requeriría por tanto mayor atención mental. Los músculos implicados deben ser supervisados y ajustados constantemente por el cerebro. Experimentos psicológicos sugieren que la atención es un recurso finito. Permanecer de pie reduciría la cantidad disponible para dedicarla a otras cuestiones.”

Una hipótesis contraria relaciona estar de pie con un leve estrés,

“y hay experimentos que también han mostrado que, cuando la gente se encuentra bajo presión, su rendimiento cognitivo mejora.”

¿Cómo distinguir ambos fenómenos? Yaniv Mama estudió el rendimiento de una cincuentena de voluntarios en una prueba que implica asociar colores y su representación escrita, así como detectar disociaciones entre color y palabra que lo acompaña. Los voluntarios respondieron con mayor rapidez y precisión cuando afrontaron la prueba de pie.

Cuando pasearse es poco menos que un acto revolucionario

Si, además, dedicamos con regularidad parte de nuestro tiempo libre a movernos -sea paseando, corriendo, o haciendo cualquier otro ejercicio-, la actividad mejorará estado de ánimo, rendimiento cerebral y salud mental a largo plazo, gracias a procesos como la producción de neurotransmisores asociados con el bienestar y la regeneración de tejido cerebral (neurogénesis, o nacimiento de nuevas células).

Cierva pintada en ocre en la cueva de Altamira hace unos 14.500 años, durante la última Edad de Hielo

Pasearse o ejercitarse es también oportunidad para reflexionar, divagar o permitir a nuestra mente lograr una atención plena de lo que nos rodea (sea un entorno urbano donde podemos apreciar el trasiego y la arquitectura como flâneurs contemporáneos, sea un parque o un bosque, etc.).

Marco Aurelio:

“En ninguna parte puede hallar el hombre un retiro tan apacible y tranquilo como en la intimidad de su alma.”

Este tipo de paseos -hay suficiente evidencia para sostenerlo- nos permitirán rendir mejor llegado el momento, como también lo harán una alimentación (siguiendo el proverbio de comer más alimentos con una “pata” -vegetales- que alimentos con dos patas y, sobre todo, que aquellos con cuatro patas, además de incluir antioxidantes, fermentos, hidratos de carbono de absorción lenta) y descanso que se ajusten a nosotros.

Nosotros y lo que nos rodea

Dieta y hábitos condicionan rendimiento, salud e incluso reproducción celular: cuando estamos bajo estrés permanente, dormimos y comemos mal, y llevamos una vida sedentaria, los extremos de los cromosomas -telómeros- se acortan, tendencia que queremos minimizar a largo plazo.

A medida que conocemos más la importancia de lo que los filósofos clásicos llamaban “actuar de acuerdo con la propia naturaleza”, nos preguntamos si las intuiciones de hace más de veinte siglos sobre nuestro ritmo circadiano y nuestra necesidad de sincronización con la naturaleza pueden servir para revertir algunos de los peores efectos del desarraigo de la naturaleza acelerado desde la industrialización, proceso de “desencantamiento” del que hablan Nietzsche y Max Weber, entre otros.

Edición de bolsillo publicada en España del clásico de Joseph Conrad: un viaje hacia el interior de nosotros mismos

Siendo un poco más especulativos y simbólicos, pues en ocasiones metáforas y parábolas se acercan más a complejidades que las afirmaciones categóricas: ¿Podemos “reencantarnos”, o sincronizar nuestra naturaleza o “autenticidad”, con el entorno, sin renunciar a los beneficios de la aceleración del progreso en campos como el tecnológico o el médico?

Tecnología y medicina -también expresión artística y filosófica, etc.- podrían respetar nuestra naturaleza y asistir en nuestro arraigo o “reencantamiento”, pero esta asistencia difícilmente tomará la forma de personalización de aplicaciones existentes o de empacho de alertas “push”, sino de todo lo contrario: herramientas que no molesten, capaces de asistirnos sin demandar nuestra atención con agresividad.

Sol y luna

Pronto, cada uno de nosotros conocerá con mayor intimidad su “reloj” biológico, o características del sistema circadiano, explica Jessa Gamble en un artículo para Aeon. Un pequeño paso para aliarnos con nuestra naturaleza, y no combatir su desequilibrio con parches que aumentan la falta de sincronía entre la vertiente física y la mental.

Si bien hemos usado herramientas para superar los límites del entorno desde momentos anteriores a nuestra propia especie (dominio del fuego, herramientas), y finalmente acelerando la personalización ambiental con la mecánica y la cibernética, Jessa Gamble recuerda que nuestra salud (y rendimiento) dependen de la comprensión de una sincronía ancestral entre entorno (estación, localización, ciclo de 24 horas de día y noche, etc.) y actividad o descanso.

Caballos salvajes retratados en la cueva de Chauvet (Francia) hace aproximadamente 30.000 años

Hemos olvidado que todos los procesos biológicos, representados como actividad física o intelectual, se organizan en torno a oscilaciones de variables biológicas (ritmo circadiano).

Destellos

Nietzsche nos recuerda que, desde que Platón, alumno de Sócrates, consolidó la interpretación dualista mente/cuerpo, hemos intentado superar por todos los medios nuestro arraigo con el mundo, asociando necesidades básicas -ejercicio, descanso, reloj circadiano, actividades fisiológicas- como una fuente de conflicto e impureza, y separando artificialmente esta vertiente del pensamiento abstracto, recipiente de lo considerado elevado -conciencia, alma, ideales-.

Y, a medida que nos adentramos en detalles interdisciplinares sobre las necesidades de nuestra mente y organismo, más aprecio y altura logran las intuiciones de filósofos clásicos y críticos lúcidos de la artificialidad del dualismo.

Marco Aurelio:

“No hay que dar tumbos, sino ante cualquier impulso restituir lo justo y ante cualquier representación preservar lo comprensible.”

Porque, apreciando cuantos más momentos mejor, no tendremos luego el pesar de no haber vivido. De nuevo Marco Aurelio:

“No vivas como si fueras a vivir diez mil años. Tu destino está pendiendo. Mientras estás vivo, mientras es posible, hazte bueno.”