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Viaje al noroeste (I): Sonora, "redwoods", Eureka

Si Clem Snide, grupo popero cazalloso de Nueva York, tiene una canción llamada Tiny European Cars (“Diminutos coches europeos”), es por algo: en Estados Unidos, la media del parque automovilístico es manifiestamente más grande en tamaño que los coches que se ven por las carreteras de España, Francia, Italia, Alemania o Reino Unido.

Incluso en California, estado considerado progresista, sobre todo en el voto por la presidencia federal y el Congreso, donde se vota demócrata (en cambio, la presión de la inmigración hace que el voto republicano gane en las elecciones regionales), los SUV se dejan ver por la autopista y las carreteras secundarias.

Las rancheras desvencijadas son muy populares entre los inmigrantes, que realizan los trabajos más duros en los viñedos, el comercio y la industria, concentrada en lugares como el polígono de Santa Rosa, donde tiene su sede la gente de Thunderstruck, a los que citaba al final de mi anterior post y en este vídeo.

Kirsten y yo estuvimos paseando por los valles de Alexander, que destaca por la concentración de viñedos -Coppola acaba de comprar una bodega en esta zona, junto a Dry Creek– y Anderson, que además de vino tiene una pequeña fábrica cervecera que vale la pena visitar.

Si la anterior entrada del blog estaba dedicada a uno de los pilares de la sociedad estadounidense, el coche, en esta ocasión me centro un poco más en lo que encontramos en nuestros desplazamientos (por mucho que nos pesara, hemos empleado un coche para movernos, aunque nos han dejado el cacharro más eficiente que se puede comprar hoy día en las tiendas de las grandes marcas).

Básicamente, desde la anterior entrada del blog nos hemos movido por el área de San Francisco, los condados de Sonora y Mendocino y, finalmente por el norte del estado, en un viaje hacia Seattle.

Área de San Francisco

Hemos estado en la ciudad, además de en los condados de Sonoma (donde estaba nuestra base de operaciones en los últimos días) y Mendocino (donde vive un amigo y colaborador de faircompanies que nos ha ayudado en algunas historias, dados sus conocimientos sobre el uso de energías renovables coches eléctricos y otras movidas igualmente interesantes en la zona: Erik Frye).

En San Francisco, aprovechamos para acudir a la feria sobre inversión sostenible GreenVest. Además, visitamos una tienda de ropa multimarca y otra de todo tipo de productos relacionados con un estilo de vida “responsable” o “sostenible”.

La primera tienda me interesó bastante, al mezclar los conceptos de moda urbana, estética más bien “indie” y ropa de algodón orgánico, comercio justo, etcétera. Finalmente, el algodón orgánico, los tejidos sin clorina ni productos químicos contaminantes o las prendas de comercio justo salen del nicho música-new-age y activismo-pasado-de-vueltas.

Con respecto a la tienda que vendía todo tipo de productos “sostenibles”, cabe decir más o menos lo mismo. Habremos de esperar a que Kirsten encuentre un hueco para editar los vídeos; entonces, podréis echar un vistazo y juzgar por vosotros mismos.

Me gustó una cita de Thoreau que aparecía pintada en una larga pared del establecimiento, con techos altos y distribución rectangular. La cita, que ni apunté ni recuerdo de memoria (ahora mismo tampoco estoy seguro de haber hecho una foto), decía algo así como: ¿De qué sirve tener una casa espléndida si el resto del mundo está hecho trizas?.

La traducción es más que libre, pero estoy seguro de que venía a decir eso. (Nota: Google me ha vuelto a sorprender, ya que me ha encontrado la cita con el empleo de la búsqueda “thoreau house world quote”. La cita que han destacado en esta tienda de San Francisco dice así:

“What’s the use of a fine house if you haven’t got a tolerable planet to put it on?”. Había acertado, más o menos.

Alexander Valley: una casa con cultivo ecológico y energía geotérmica

En el Valle de Alexander, visitamos la casa de un antiguo ejecutivo de Dow Chemical (Dow es una de las empresas químicas más grandes del mundo; responsable de grandes productos, aunque también productos químicos considerados peligrosos para la salud humana, así como de la tragedia de Bhopal, una de las catástrofes humanas y ambientales que han servido en los últimos 20 años para desarrollar el concepto -real- de responsabilidad social corporativa: no se puede ir echando pestes por ahí si uno no quiere ver dañada su imagen irremediablemente).

El directivo, ya retirado, es una persona encantadora que vive en una bella casa encaramada a una de las colinas de Alexander Valley. Se llega a la casa, que cuenta con un pequeño viñedo, por una empinada carretera que no deja ver a uno lo que se va a encontrar hasta que se encuentra picando a la puerta de seguridad.

Nos recibe con su señora; ambos educados, vestidos informalmente, recatados. Habla él. Acento estadounidense inequívoco, aunque no pronunciado (posteriormente nos dice que se ha criado en una zona rural de la propia California).

Le explicamos, como ya le habíamos comentado anteriormente por teléfono, que habíamos leido su entrevista con un periodista del San Francisco Chronicle, en la que hablaba de las ventajas de la energía geotérmica. Nos enseña la casa -enorme y bien amueblada; una enorme televisión de plasma muestra un aburrido partido de golf sin volumen-. Tanto la calefacción como el aire acondicionado son tomados de la tierra, a través de un sistema que convierte la energía geotérmica en calor o frío.

Funciona, como nosotros mismos podemos comprobar en la apacible temperatura de la casa, pese a que fuera, a las 15:30, están cantando las chicharras.

El ex directivo de Dow nos enseña sus viñedos, a los que no hecha ni pesticidas ni fertilizantes (si un ex trabajador del departamento de investigación y desarrollo de Dow no emplea productos químicos en su viñedo, el mensaje parece ser claro). Asimismo, tanto las plantas de la propiedad como el pequeño huerto son orgánicos. Es demasiado tentador como para no utilizarlo en este contexto (permitidme: en casa de herrero, cuchillo de palo; ya está, ya lo he dicho. Prometo no recurrir de nuevo al refranero en meses).

Anderson Valley: una empresa cervecera con la mayor instalación fotovoltaica de la zona

Erik Frye, un amigo de mediana edad que estudió en su momento en la Universidad de California en Davis, vive en una maravillosa casa de planta japonesa junto a un pequeño lago y conoce bastante bien Cataluña, al haber tenido novia de Barcelona (en su casa, aparece uncedé de Ojos de Brujo junto a un cuadro pintado por su padre que no está nada mal), ya nos había llevado a la historia de Thunderstruck Motors, en Santa Rosa.

En esta ocasión, y antes de partir en nuestro viaje hacia el noroeste de EEUU (Oregón y Washington, pasando por ciudades con fama de progres), Frye preparó una vistita de faircompanies a una cervecera con sede en el Valle de Anderson, en el condado de Mendocino. El vídeo llegará también en su momento; decir que la empresa tiene una instalación fotovoltaica espectacular, que genera energía para la mayor parte de las actividades de la cervecera. Y también decir que la cerveza no está nada mal. La última botella (cerveza negra, sabor fuerte), nos la hemos tomado en Seattle con un amigo, una vez instalados en el término de nuestro viaje hacia el norte, siguiendo el Pacífico.

Hacia el Noroeste, pasando por zona de gigantes (los espectaculares “redwoods”, o sequoias

Más pasmado que El Principito con su baobab, el conductor -español- de un coche híbrido blanco con matrícula de California, se desliza sin levantar mucho polvo por la que debe ser una de las carreteras más espectaculares del mundo: la autopista 101 (I), que conecta el sur de California con la frontera de Canadá, siguiendo la espectacular costa del Pacífico. El tramo de esta carretera se convierte en territorio de sequoias una media hora después de salir de Sonora.

Estas espectaculares coníferas, algunas de las cuales tienen más de 2.500 años y miden más que un edificio de diez pisos, con diámetros de varios metros, poblaron las zonas templadas y costeras más brumosas de todo el mundo hace un millón de años. Una glaciación redujo el dominio de estos gigantes de la familia de los pinos y avetos a la mitad norte de California y una reducida región de Oregón, una vez abandonado el estado más poblado de la Unión.

Es cierto que en Estados Unidos no hay catedrales ni edificios con solera; pero la creación, a su debido tiempo, de parques y reservas de la biosfera (algunos Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), ha salvado los últimos bosques de estos gigantes, a los que hay que escuchar durante un rato.

Un poco de viento hace que la madera de algunos de estos árboles, ya vivos antes de la llegada de los romanos a la Península Ibérica (se dice pronto), suene a resortes de barco de vela en alta mar.

Entre otras tantas curiosités: Las sequoias del condado de Humboldt (conocido por el surf, la niebla y reminiscencias de comportamientos y consumos, digamos, sesenteros), sirvieron a George Lucas como decorado viviente para las casas colgantes de Endor (“Endor scenes“), en El retorno del Jedi.

Paramos en casa de unos amigos de Kirsten junto a Eureka, al norte de California.

Os cuento más sobre el viaje hacia el norte siguiendo el Pacífico en el próximo post: a modo de adelanto, paramos a hacer historias en Eugene (donde visitamos el tallerer-escuela de bicis más interesante del mundo conocido), Portland (Oregón) y Seattle (Washington, donde nos sentamos en una pequeña terraza sombría a última hora de la tarde a compartir la última cerveza que traíamos del Valle de Alexander, en Mendocino, California) que, de momento, es el fin del periplo.