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Vivienda mínima: el sueño de modelos que rompan la inercia

El autodenominado movimiento de las casas pequeñas no puede entenderse sin el auge de los proyectos de bricolaje (referidos a menudo como DIY, «hazlo tú mismo») al amparo de Internet.

Hasta inicios de siglo, construirse un pequeño abrigo para pasar una temporada había constituido el mero pasatiempo de una minoría: filósofos como Ludwig Wittgenstein, Martin Heidegger y Arne Naess tenían cabañas en la montaña para retirarse a trabajar en contacto con la naturaleza, tal y como lo habían tratado de hacer Thoreau y otros en el siglo XX.

Los cobertizos o cabañas en el jardín también habían existido como lugar para recogerse y poder dedicarse a labores del espíritu.

Cuando preguntaron a Virginia Woolf sobre lo necesario para la emancipación intelectual de la mujer en una época en que se dudaba incluso de su derecho al sufragio, Woolf escribiría que lo más necesario era una cierta estabilidad y un espacio infranqueable en el que la mujer pudiera desenvolverse sin interrupciones constantes (lo que, según ella, se reducía a 500 libras de renta anual y una habitación para una misma).

Otros autores y creadores trabajaron en una cabaña o cobertizo, o incluso llegaron a diseñarlo y/o construirlo con sus propias manos, desde el mencionado Henry David Thoreau al ensayista estadounidense Michael Pollan.

Inventarse un estilo de vida al son de uno mismo

Con el advenimiento de Internet, sin embargo, las casas ligeras, transportables y a menudo efímeras, denominadas casitas o «casas pequeñas» (del inglés «tiny house») se convirtieron en algo más que un lugar para uno mismo (el equivalente a lo que Woolf había denominado «a room of one’s own»).

El interés por las casas, refugios o habitáculos ligeros y a menudo transportables, temporales y efímeros, va más allá de un mero sueño romántico por enraizarse en la naturaleza o dedicar un lugar íntimo para el trabajo o el descanso.

Desde la época victoriana, varios países anglosajones apostaron por un modelo urbanístico centrado en torno a la vivienda unifamiliar, independiente en entornos periurbanos y rurales, y aneja a otras viviendas en zonas urbanas (en el Reino Unido y varios países de la Commonwealth, la casa pareada o «townhouse» también se convertiría en la vivienda de la clase trabajadora).

Muchas viviendas unifamiliares pudieron destinar un pequeño espacio en la parte trasera a una huerta con un cobertizo. Nacía así una afición por los pequeños cobertizos —muchos de ellos reconvertidos con los años en habitaciones de trabajo— que entroncaría más tarde con la afición con los espacios íntimos de trabajo o asociados a una vida frugal.

Cuando hace una quincena de años Kirsten Dirksen y yo mismo empezamos a documentar la historia de jóvenes y no tan jóvenes que, en Estados Unidos y otros lugares, habían optado simplificar vida cotidiana y posesiones, desconocíamos la extensión de lo que pronto sería una tendencia con presencia en los medios y entusiastas en todo el mundo.

Una idea que se resiste a desaparecer

Una decena de vídeos populares sobre casas pequeñas después, una mañana nos encontrábamos en Barcelona cuando sonó el teléfono. Una voz en inglés preguntó por Kirsten. Era un editor de Good Morning America, que preparaba el programa de la mañana siguiente. El programa preguntaba sobre derechos de emisión de algunos de los vídeos que habíamos empezado a publicar sobre la temática en el sitio y en YouTube.

El resto de la historia nos lleva a la actualidad. Gracias a la combinación de la cultura «maker» (y su entroncamiento con los viejos talleres y el bricolaje amateur; la etiqueta «fablab» no surge de la nada) y a fuentes documentales informales, entre ellas las redes sociales y ese cajón de sastre universal en que se ha convertido YouTube, aparecieron distintas tendencias en arquitectura frugal, a menudo temporal y sin estatuto legal de «vivienda».

En apenas unos años, nosotros y otros documentalistas aficionados a la nueva tendencia pudimos documentar tendencias que denotaban un inconformismo iconoclasta, pero también denunciaban el precio de la vivienda o la rigidez de sus códigos.

Estudiantes que optaban por vivir en «casas móviles» o autocaravanas vintage reconvertidas Airstream mientras acudían a la universidad, jóvenes o personas de escasos recursos que capeaban una mala racha o trataban de decidir sobre el futuro mientras residían en una casita sobre remolque (por tanto, legalmente un vehículo recreativo) aparcada en el patio de algún amigo o familiar… Las casas pequeñas se resistían a morir como cualquier moda pasajera.

Vernacular europeo: pueblos abandonados y más

En paralelo, jóvenes que han crecido en entornos urbanos afrontan las dificultades para acceder al alquiler o a la compra de una vivienda con proyectos de vida en entornos rurales facilitados por el teletrabajo, donde se puede optar a un ritmo y valores distintos a los de la ciudad.

Los proyectos de Ghesio (Alpes italianos) o Ferraria de São João (Portugal) son paradigmáticos en este sentido, gracias a la labor de Maurizio Cesprini y Pedro Pedrosa, respectivamente.

Las rigideces denunciadas por quienes abogaban por una existencia menos dependiente de invertir en una vivienda tradicional en un contexto de incertidumbre laboral y crisis globales prácticamente sucesivas (desde la Gran Recesión de 2008 a la crisis de la deuda europea, pasando por la pandemia de coronavirus), siguen dictando la realidad.

En Estados Unidos, la generación de jóvenes adultos que accedió al mercado laboral en plena crisis económica (millennials) y que vuelve a padecer la inestabilidad causada por el choque de la pandemia, es con diferencia la cohorte con menos viviendas en propiedad, así como la que reside en mayor número en el hogar familiar en edad de emancipación.

En paralelo, aumentan fenómenos como la pobreza extrema y los sintecho en torno a las grandes ciudades de zonas prósperas, un fenómeno que alcanza el grado de crisis en la Costa Oeste de Estados Unidos.

¿Pueden las viviendas «mínimas», a menudo con estatuto de vehículos recreativos, solventar algunos de los retos actuales del acceso a la vivienda, y mantener a su vez el atractivo para quienes optan por un estilo de vida menos apegado a las rigideces y obligaciones de una hipoteca inmobiliaria?

Prototipado de una tendencia

Tras unos inicios marcados por la necesidad, la improvisación y la cultura DIY, las viviendas mínimas interesan a un público cada vez más amplio y suscitan atención entre clase media, centros educativos (es el caso de programas de construcción en lugares como Oakland, California, o Barcelona —Valldaura Labs—), constructores, arquitectos e inversores de capital riesgo, que tratan de dar con la fórmula equivalente a la piedra filosofal de las casas pequeñas.

Esta micro-vivienda tipo, que evoca intentonas del pasado a cargo de innovadores como los utópicos del falansterismo, los modernistas de la época fabril, o arquitectos experimentales como Le Corbusier, Jean Prouvé o Buckminster Fuller, respondería a un tipo de habitáculo suficientemente icónico, versátil y reproducible a bajo coste que mantenga, sin embargo, una calidad en los materiales, sea ecológico y permita una adaptación vernacular al medio, tanto en estética como en materiales.

La tarea para dar con la nota adecuada no será fácil, pero no faltarán las intentonas creativas y con apoyo sólido. Estos diseños tienen en cuenta la convergencia de varias tendencias, con la reivindicación de un espacio propio en momentos de incerteza como común denominador:

  • eclosión de la cultura DIY («makers», YouTube, bricolaje, etc.);
  • auge del interés por la naturaleza (sostenibilidad, neorruralismo), donde se puede optar por estilos de vida que combinan espacio, calidad de vida y teletrabajo;
  • Internet ha favorecido el surgimiento del «glamping» a través de sitios como AirBnB;
  • aumento generalizado de una cultura más transitoria e inestable debido al clima, la precariedad, el trabajo remoto, el empleo temporal e intermitente, el surgimiento de nuevas tipologías de familia y la reestructuración más habitual de éstas, etc.;

Como consecuencia, crece la necesidad de ofrecer soluciones de habitabilidad capaces de adaptarse y evolucionar con las perspectivas de sus moradores.

Convertir la infravivienda en una comunidad intencional

En el contexto inmobiliario de las Américas, caracterizado por los espacios abiertos y la influencia de la cultura de las viviendas unifamiliares en Estados Unidos, arquitectos como Alejandro Aravena proponen casas baratas que evolucionan e incluso pueden «aumentar» de tamaño de manera ordenada para evitar el fenómeno de la infravivienda.

En esta línea, pequeñas empresas como la estadounidense Module, en Pittsburgh, ofrece una casa pequeña que puede hacerse grande y encoger de nuevo si fuera necesario (debido, por ejemplo, al aumento de la prole y su posterior emancipación).

En Estados Unidos, millones de personas tienen acceso a un único tipo de vivienda, normalmente modular («tract home») con estatuto de vehículo recreativo «aparcado» en las calles de un «trailer park»: estos campings para residentes permanentes, a menudo con ingresos reducidos y en situación de marginalidad, pierden poco a poco su estigma.

Hasta hace poco, las comunidades intencionales («intentional communities»), comunidades de vecinos en torno a unos valores compartidos, parecían el concepto residencial diametralmente opuesto a los «trailer parks». Ello está cambiando en tiempo real gracias a conceptos como el de «agrihood», o urbanizaciones económicas en torno a granjas en las que cultivar alimentos sanos y desarrollar una estrategia comunitaria convivial.

Ocurre algo parecido con la vida en la carretera, donde conviven personas necesitadas y entusiastas de furgonetas (a menudo, modelos modernos de Mercedes Sprinter) reconvertidas en autocaravanas para profesionales «nómadas».

Habitar un «campamento»

El escurridizo segmento entre los vehículos recreativos, los cobertizos y las viviendas reducidas propone el uso de suelo a menudo no edificable para albergar espacios no permanentes que pueden usarse como viviendas, «pods» de «glamping» o incluso habitáculos de emergencia para situaciones de emergencia en zonas de desastre climático o humanitario.

En el segmento del turismo conectado a la naturaleza a través de pequeños espacios ligeros, se emplean tanto habitáculos de origen ancestral (tales como las yurtas de las estepas de Mongolia) como diseños futuristas en todo tipo de situaciones.

En España, por ejemplo, unos jóvenes valencianos reconvertidos en hoteleros crearon el hotel Vivood, situado en el interior de Alicante con «pods» sobre pilares producidos por encargo que han reconvertido un zoo abandonado en un hotel «de destino» integrado en la naturaleza local.

En Estados Unidos, la convergencia entre tendencias New Age de búsqueda del crecimiento personal en combinación con una vieja cultura de Frontera origina pequeñas poblaciones improvisadas y a menudo aglutinadas en torno a afinidades e intereses entre los participantes. Burning Man muta en pueblos de quita y pon a partir de «pods» modulares, fáciles de transportar y manupular.

Es el caso de la convergencia entre ideas como Kibbo (que se define como «co-living» nómada) y Jupe, el último proyecto del tejano Jeff Wilson, un habitáculo que se entrega empaquetado y puede montarse en una hora dada su estructura flexible y desplegable, inspirada en técnicas como el origami.

Pensar sin suelo ni hipoteca en mente

Otros proyectos tratan de aplicar técnicas de diseño y ensamblaje tales como los sistemas modulares aplicados en mobiliario o incluso electrodomésticos, y los combinan a menudo con materiales experimentales de escaso impacto y carácter reconvertible o biodegradable.

Entre estos proyectos, encontramos a dos empresas con un nombre prácticamente idéntico, pero sin relación entre sí: la startup británica U-build y la empresa gallega de viviendas modulares de madera Ubuild.

El movimiento de las casas pequeñas pretende combinar su independencia y orígenes entre artesanales y DIY, con diseños prefabricados y modulares que se extienden con rapidez por Estados Unidos (a menudo, en los vilipendiados «trailer parks» o campings para residentes semi-permanentes y permanentes), y empresas que tratan de crear un concepto nuevo para una realidad repleta de retos y dificultades.

Pronto comprobaremos hasta qué punto el interés por la experimentación puede acelerar la evolución de las viviendas mínimas.

Hasta ahora, la innovación inmobiliaria y arquitectónica ha ido a expensas de la relación entre el edificio y su emplazamiento, así como la normativa local a la que debe plegarse cualquier construcción en ese emplazamiento.

Un paso previo a esta supeditación, correspondiente con el prototipado más experimental, no tiene por qué constreñirse a solar y leyes de edificación.

Posibilidades

El arquitecto catalán David Tapias Monné, profesor en la Escuela de Arquitectura de Aarhus, en Dinamarca, se remonta a su propia tesis doctoral en la Universidad de Barcelona para constatar hasta qué punto nos hemos alejado de la innovación residencial radical, tal y como habían planteado en otros momentos históricos (y, por tanto, en otro contexto) figuras como el francés Jean Prouvé, diseñador industrial, artesano y arquitecto autodidacta que intentó combinar la fabricación en serie de viviendas desmontables para emergencias a partir de materiales de la era industrial.

En su tesis, Tapias cita uno de los momentos clave en la carrera de Prouvé, cuando las deudas y una desavenencia con un socio industrial lo obligaron a vender la factoría a la que había dedicado sus esfuerzos y donde pretendía «fabricar» viviendas.

En ese momento de crisis y penuria material, Prouvé acabaría comprendiendo que una vivienda no era un mueble o un coche, sino mucho más. El mismo Prouvé integraría una técnica más atenta con el entorno inmediato y los materiales a su alcance para erigir su propia vivienda. La necesidad acabaría mejorando el resultado:

«Ha sido necesario que diera un golpe de timón de 180 grados para que, sin apenas medios, me pusiera a construir con restos, porque mi casa está construida con sobras».