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Wabi-sabi: diseño sencillo, intemporal y que sabe envejecer

Como ocurre con las personas, hay objetos que envejecen bien, otros que lo hacen prematuramente, y otros que brillan en el escaparate y viven tan rápido como una estrella de rock con tendencias suicidas, estupendos hasta el último día… de una corta vida.

La mentalidad de las empresas y artesanos tras los productos influye sobre la durabilidad y elegancia intemporal de los objetos que entienden el paso del tiempo.

En otras palabras, hay que estar preparado (“entender”, tener una “mirada educada”, estar dispuesto a pagar más en la tienda, a cambio de cambiar menos) para usar un producto que gana con los años, envejece con elegancia y, como las personas, se embebe de la experiencia del entorno. Y no sólo el vino, el cuero, la madera o la piedra envejecen. También lo hace el plástico.

La personalidad de las cosas

Las casas, los estuches, los cinturones, las bicicletas, los sillones, una pintura, una escultura… evolucionan en función del entorno y toman parte de nuestra personalidad. Dicho de otro modo, cada uno de nosotros gasta los tejanos a su manera, pero sólo los buenos tejanos envejecen bien, y sólo los usuarios que entienden el valor de un tejano “trabajado” apreciarán el valor del uso.

¿Hay marcha atrás en el sistema de diseño y producción de bienes mundial actual, o los productos de calidad permanecerán como anomalía artesanal, destinada a unos pocos?

Varias corrientes de diseño abogan por combinar ecologismo, durabilidad y sencillez para que los productos del futuro sean elegantes, ofrezcan el mejor servicio, respeten la naturaleza y, a la larga, salgan económicamente mucho más a cuenta que comprar repetidamente un mismo bien debido a su mal envejecimiento.

Wabi-sabi

Para el ideal estético tradicional japonés wabi-sabi, los diseños (un jardín, una casa, una poesía, un objeto industrial…) con sencillez rústica, minimalistas y que toman sus propiedades de la naturaleza inspiran lo mejor en el “usuario” -quien usa o contempla-.

Eso sí, el término japonés wabi-sabi implica una mirada educada que sepa apreciar la sencillez, asimetría, modestia o minimalismo de un objeto. En definitiva, hay que estar preparado para saber apreciar un buen producto, si entendemos por bueno la acumulación de atributos como diseño intemporal, durabilidad, frugalidad y valores complementarios.

En su libro Wabi-Sabi: for Artists, Designers, Poets and Philosophers, el diseñador Leonard Koren recupera este ideal estético derivado del budismo y lo relaciona con atributos como la extraña y eterna belleza de la asimetría, sencillez, impermanencia, ingenuidad, modestia, intimidad. La misma falta de pretensiones que convierte a los diseños de la naturaleza en difícilmente superables, aunque sí pueden servir de inspiración para lograr mejores productos.

Koren explica que el ideal wabi-sabi ocupa (¿ocupaba?) la misma posición en la estética japonesa que lo hacen en Occidente los ideales griegos de belleza y perfección.

Wabi-sabi occidental

Hay corrientes estéticas y filosóficas occidentales más próximas a la estética wabi-sabi que las imperantes, tales como el estoicismo (sencillo, parco, frugal, duradero), el panteísmo (entroncado con lo natural, donde Universo e individuo se funden), o el romanticismo (recuperación de los valores intemporales de las culturas pasadas, del “poso” de nuestra existencia, relacionado con el pasado perdido).

La biomimesis, o fabricar productos con mejores prestaciones y mejor huella emulando patrones de la naturaleza, es una de tantas corrientes del diseño contemporáneo que entronca con los principios wabi-sabi.

Qué puede ser más wabi-sabi que los diseños que imitan la naturaleza. Los edificios de Antoni Gaudí, o un edificio que emule la termorregulación de un termitero, o un coche que aprenda de las propiedades de la hoja de un árbol (absorbiendo gases contaminantes y emitiendo oxígeno como efluente, en lugar de lo contrario), o tantos otros ejemplos.

Celebrar la imperfección

Richard R. Powell, autor de Wabi Sabi Simple, sintetiza los atributos de esta corriente: “[el wabi-sabi] cultiva todo lo que es auténtico reconociendo tres sencillas realidades: nada dura, nada está completado y nada es perfecto”.

Como el diseño de una habitación, una escultura o una pieza de ropa artesanal, teñida con un tinte natural. O cualquier otro diseño, físico o conceptual.

En un diseño, la palabra “wabi” se interpreta como la cualidad imperfecta del objeto, debido a las limitaciones del diseño y construcción humanos; mientras “sabi” denota el paso del tiempo sobre cualquier cuerpo, sometido al envejecimiento.

Wabi-sabi consistiría en ser consciente de las propias limitaciones, aliarnos con ellas y crear un objeto imperfecto y sujeto al envejecimiento, pero por este motivo más preparado para “envejecer bien”.

Saber envejecer

La ceremonia del té ejemplifica el wabi-sabi, del mismo modo que lo hace un jardín zen. Pero también una puerta, un mueble, un zapato, una prenda de ropa, o cualquier otra cosa que cumpla con sus características.

Si, además de reconocer que lo que diseñaremos es imperfecto y tendrá que envejecer (y ambos atributos pueden ser buenos si saben entenderse), asumimos, como diseñadores o usuarios de un objeto, una actitud proactiva y de mejora constante, adaptaremos el objeto a nosotros, lo haremos nuestro en el mejor sentido.

Es cuando la palabra kaizen, “cambio para mejorar”, “mejora constante”, o “proceso de mejora”, adquiere todo su significado. Algo así como si todos nosotros, desde diseñadores de productos hasta usuarios, empleáramos todos los objetos que nos rodean con la mirada de un jardinero o escultor.

Entonces, el objeto envejecerá con nosotros, en un proceso en que la persona (diseñador, usuario) aprenderá del objeto, y el objeto “aprenderá” (será influido) por la persona. Porque las cosas envejecen de manera distinta en función del individuo.

Apreciar un bien duradero con una mirada de artesano

Dice Jazeps Tenis, emprendedor y fundador de una pequeña empresa que hace fundas de cuero para libretas Moleskine y Rhodia, que la tarea del artesano, de quien se enfrenta a un oficio o afición trabajando con sus propias manos, genera satisfacción duradera, plenitud.

Para Tenis, “[el concepto japonés wabi-sabi] implica belleza e imperfección. Significa no sólo aceptar, sino celebrar lo que es y será. La acción de reconocer esta belleza es un regocijo reservado al artesano”.

Pero tanto el creador como el comprador son el tipo de “artesano” al que este emprendedor se refiere. Todos los que están preparados, debido a su experiencia personal, formación, etc., a apreciar la belleza wabi-sabi.

Quién mató a los remiendos, parches y reparaciones

En el pasado, objetos cotidianos como los juguetes eran reparados, parcheados, mejorados, adaptados a las necesidades y habilidades de cada niño, que convertía el juguete en suyo usándolo, no ejerciendo el supuesto “derecho de compra”.

Luego llegaron la mejoría económica, la clase media, el poder de compra, los anuncios televisados, las sagas de juguetes, a menudo de mala calidad, difíciles de reparar y coleccionables: a través de anuncios y obsequios iniciales, se incentivaba la adquisición de más unidades, que ya no servían para jugar.

Al fin y al cabo, el objetivo era ahora, tras el “paso de la cultura de la necesidad a la cultura del deseo”, adquirir el producto, como ya observara Paul Mazer, un banquero de Wall Street, en los años 30 (curiosamente, tras crack bursátil del 29). Jugar con él era una cuestión secundaria.

El mundo perdido de los objetos imperecederos

Los tirachinas, juegos y fechorías que pueblan las peripecias de La guerra de los botones, de Louis Pergaud, son criaturas del pasado, como también ha ocurrido con nuestro cepillo de dientes, botella de agua, maquinilla de afeitar o fiambrera, que carecen de una versión imperecedera.

También ocurre con nuestros productos electrónicos y ropa, para los que se ha calculado un período de vida útil, eufemismo de obsolescencia programada.

Los objetos perecederos son omnipresentes, y priman la “conveniencia”, el diseño atractivo y la “fidelización” del cliente (hacerle consumir más, durante más tiempo), por encima de la buena calidad, la duración, el diseño intemporal.

Las sillas sirven para sentarse

Por un lado, los productos que nos rodean a menudo no han sido diseñados para ofrecer de la mejor manera el servicio que justifica su existencia. Antes de la existencia de la silla, existía la necesidad de sentarse cómodamente, algo que el ser humano ya hacía antes de contar con sillas como Barcelona, de Mies van der Rohe.

De ahí que haya diseñadores industriales que crean que el diseño salvará al mundo si vuelve a sus raíces e intenta cumplir con su cometido usando un mínimo de recursos con la mayor elegancia y sencillez posibles. Si pudieran existir sillas creadas con un campo de gravedad, nos decía Juli Capella en una entrevista, el producto cumpliría su objetivo: menos material, más servicio.

El jurásico de los productos

Hay diseños intemporales, cocinados a fuego lento, que conectan la evolución ancestral de servicios ligados a actividades humanas, cuya versión tradicional sigue teniendo sentido.

Cumplen con su cometido, son duraderos y a menudo tienen un impacto ecológico inferior a los productos que les han sustituido: el botijo, la bota, la maquinilla de acero con cuchillas reemplazables, el clip, las pinzas de la ropa, el tendedero de la ropa, son productos que cumplen su cometido con durabilidad, sencillez, elegancia, escaso impacto ecológico y precio ajustado.

Las últimas tendencias en el diseño de producto retornan al minimalismo, la durabilidad y su cometido originario: prestar un servicio.

Zapatos de hace 5 milenios y últimas tendencias

En calzado, por ejemplo, abundan los diseños minimalistas que priman la comodidad, durabilidad y prestaciones ecológicas, una respuesta a los estudios que corroboran que la anatomía del ser humano evolucionó para correr largas distancias (caza por persistencia).

Si hemos nacido para correr y queremos que nuestros zapatos y zapatillas deportivas duren, tengan menor huella ecológica y ofrezcan comodidad, qué menos que rememorar los mejores diseños del pasado como inspiración para el futuro.

Es así cómo, por ejemplo, la ciencia descubre que el calzado minimalista contemporáneo sólo añade un poco de estilo a las zapatillas de piel más antiguas que se conservan, usadas hace 5.500 años en Armenia.

FiveFingers y Areni-1 cumplen excelentemente con su cometido originario, a menudo olvidado por las compañías de calzado: cómodas, anatómicas, se comportan como un guante para el pie (lo dejan libre, protegiéndolo de la intemperie), durables, fáciles de reparar, con escaso impacto.

La humildad del artesano

Los buenos diseños, duraderos o no, mejoran nuestra calidad de vida. Los buenos diseños que, además, alargan su vida útil y retornan al entorno sin causar problemas medioambientales una vez ésta finaliza, ofrecen el mejor retorno de la inversión posible, tanto para el individuo (usuario, consumidor) como para el entorno.

En ocasiones, la falsa conveniencia y el cálculo parcial pueden decantar la decisión de compra de un producto, o el diseño de una casa, hacia alternativas más económicas que “hacen lo mismo”. No obstante, si su impacto ecológico es superior, su duración inferior y carece de una garantía y servicio de reparación solventes, lo único más económico es el impacto de compra, ya que la alternativa más cara en la tienda puede acabar siendo más rentable a medio y largo plazo.

Un mundo ideal: objetos que el usuario pudiera reparar

Es la mentalidad que ha fomentado el movimiento de aficionados a reparar objetos que demandan a las compañías que diseñen productos fácilmente reparables, sean éstos una plancha o un teléfono móvil.

Esta nueva mentalidad ha inspirado el Self-Repair Manifesto de iFixit, una declaración de principios para que los productos del futuro puedan repararse fácilmente y sean diseñados para que vuelva a ser rentable reemplazar una pieza, en lugar de desechar todo el producto debido a un fallo secundario.

Es lo que ocurre, por ejemplo, el diseño blindado del iPhone, el iPad y la mayoría de sus competidores. El celo de la empresa para mantener a los usuarios alejados de la circuitería interna y las piezas de sus productos se debe a que, para Apple, tiene más sentido económico e industrial reemplazar un dispositivo que no funciona que repararlo.

Al fin y al cabo, sus productos son fabricados y ensamblados por Foxconn en China y el coste de producción permite a Apple aumentar la tolerancia comercial a reemplazar productos.

El modelo de negocio del producto durable y ecológico

Otras compañías, como Patagonia en el sector de la ropa técnica, han comprendido que crear productos duraderos, diseñados para tener el menor impacto y ofrecer con solvencia el servicio que prestan, puede ser un modelo de negocio rentable.

Varias de las compañías que apuestan por diseños sencillos, intemporales, duraderos y con escaso impacto, han aprendido a asumir un riesgo que, en ocasiones, no gusta: la integridad empresarial consiste, en ocasiones, el recordar al consumidor que éste no siempre tiene la razón, ya que la coherencia, las decisiones basadas en opiniones sólidas y el buen servicio, suelen costar más.

Hacer bien las cuentas con uno mismo

Calculando la durabilidad y el precio ecológico, los productos de estas empresas suben enteros. Pero a menudo obviamos los atributos wabi-sabi de un producto y, en lugar de un mantenimiento o mejora constante al estilo “kaizen”, nos conformamos con la cultura del usar y tirar.

No sólo hay que tener la mirada para saber apreciar los productos y servicios wabi-sabi y kaizen. También la disciplina y el compromiso. Cultivar un producto, o cocinarlo a fuego lento, dinamita los cimientos de la cultura del impulso y el usar y tirar. Y eso no interesa.

Uno de los modos de resistencia pacífica más necesarios y olvidados es el cultivo del espíritu y el gusto. Tener una filosofía de vida.