Como las buenas novelas, la buena filosofía habla sobre nosotros mismos y sobre lo que nos preocupa. Atacada por el virus de los estereotipos, que la relacionan con sopor y aburrimiento, la filosofía ha caído en manos de profesores mediocres y está en retirada en la enseñanza secundaria.
Las ideas del mayor filósofo del siglo XX -con permiso de Ludwig Wittgenstein-, Martin Heidegger, deberían acudir al rescate.
La respuesta lúcida al idealismo sabelotodo
La filosofía no es difícil ni aburrida y, a diferencia de los tópicos, es una de las disciplinas más útiles: los estudiantes clásicos la estudiaban para “aprender a vivir”, si bien el cristianismo monopolizó después la enseñanza de filosofías de vida.
El siglo XX, consecuencia catastrófica, en guerras e ideologías extremas, de la batalla de pensamiento en el siglo XIX entre los idealismos (nacionalismo, marxismo) que partían de Immanuel Kant y Friedrich Hegel, por un lado; y el individualismo liberal, desde el positivismo al pre-existencialismo de Kierkegaard, Nietzsche y Dostoyevski, por el otro.
Los avances científicos (relatividad, física cuántica y la incapacidad de Einstein y Schrödinger para, cada uno en su especialidad, unificar ambas teorías), médicos, psiquiátricos y psicológicos (Sigmund Freud, Carl Jung, Abraham Maslow) del siglo XX consolidaron la creencia filosófica de que el individuo no es únicamente un ser racional y bondadoso por naturaleza fácilmente cuantificable y con un destino de pertenencia (a una clase, a un “Pueblo”), sino que hay muchas cuestiones subjetivas, relativas, circunstanciales, azarosas, que influyen sobre su devenir, incluyendo la maldad, que estudian desde distintas perspectivas Dostoyevski, Jung o Freud.
(Imagen: Martin Heidegger en su despacho)
El filósofo y el escultor
¿Qué podemos aprender de Martin Heidegger, más allá de los tecnicismos y neologismos que empleó y que todavía acobardan a sus lectores y estudiosos primerizos?
Primero, su sencillez y atención por la existencia de cada persona. Heidegger, que se carteó y colaboró con artistas e intelectuales de todo el mundo, incluyendo al joven ex-futbolista de la Real Sociedad que acabó de escultor, Eduardo Chillida, exploró la relación de la persona con cada momento esquivo de su existencia, que se desarrolla en unas condiciones determinadas: un estado de ánimo, un lugar, una hora y una fecha, etc. Lo que José Ortega y Gasset llamó “circunstancias” de la existencia cambiante.
El arte y el espacio, una conferencia de Heidegger con dibujos y esculturas de Chillida, se convirtió después en un ensayo. Heidegger y Chillida concebían el arte como el uso maestro de materiales para sacar a la luz la verdadera naturaleza de la tierra.
Heidegger elevó su voz ante el reduccionismo imperante en la filosofía, exponiendo que no se puede entender a una persona sin tener en cuenta este “estar en el tiempo”, que llamó “Dasein” (del alemán “ser” -sein- y “ahí” -da-): la existencia o “sentido del ser” es la combinación de ese existir circunstancial y siempre cambiante, ese “ser-ahí”.
Evitar el abismo existencial con una vocación: de Kierkegaard a Heidegger
Siempre estamos haciendo algo en un momento y en un lugar, una existencia dinámica en la que el individuo puede incidir siendo consciente de que puede afectarla con su voluntad (con lo que Kierkegaard llamó la “vocación”: el propósito vital o lo que daría sentido a nuestra vida).
La combinación entre vocación o própósito vital del que habla el eudemonismo de Aristóteles o el propio Kierkegaard con su idea de tener una vocación para superar la angustia existencial, y “Dasein” (ese estar haciendo algo ahí y ahora), configura lo que la psicología moderna ha denominado “experiencia de flujo“.
(Imagen: conferencia convertida en ensayo donde colaboraron Martin Heidegger y Eduardo Chillida)
Según el psicólogo positivo Mihály Csíkszentmihályi, el flujo es un estado de concentración en un quehacer de tal intensidad que perdemos la noción del tiempo y se produce un desapego entre nuestra conciencia, inmersa en la actividad introspectiva -trabajo, lectura, meditación, carrera- y el cuerpo, del que no oímos durante ese momento sus necesidades fisiológicas.
El escritor madrileño -aunque se criara en Valladolid y retornara a la capital con costumbres de “niño de derechas”, como él mismo decía- Francisco Umbral, escribía en su Trilogía de Madrid a propósito de este estado de concentración:
“El trance consiste en que uno se levanta con ganas, está en forma, muy puesto, como decían los novilleros de los Carabancheles, y escribe medio transido, dejando que el idioma hable por uno, como quieren los nuevos bujarrones de la lingüística, a partir de Saussure”.
“Dasein” y experiencias de flujo: ser-en-el-mundo (y el momento)
Las experiencias de flujo serían el equivalente, en términos psicológicos, a lo que Martin Heidegger llama ser-en-el-mundo, o nuestra situación en el mundo a cada instante, que nos impele a realizar muchas acciones sin que sea necesaria una experiencia cognitiva (nuestro movimiento, la actividad de nuestros órganos, nuestra propia concentración en el texto u objeto estudiados, nuestro “divagar” por el bosque mientras corremos).
La persona haciendo algo en un momento determinado, el “Dasein” de Heidegger, tiene también su paralelismo en la filosofía oriental:
- el concepto “ichinen”, presente en el budismo y el taoísmo, condensa sujeto (“i”), energía (“chi”) y fusión (“nen”): el individuo se funde con la energía cósmica, al interaccionar a cada instante con el espacio-tiempo, por el mero hecho de “existir”;
- la propia idea de adentrarse en nuestro “aquí y ahora” (el “Dasein” de Heidegger) implica que se produce en nosotros un flujo: “vamos con el flujo”, tal y como explica el libro fundacional del taoísmo, el Tao Te Ching, en relación a la idea de “wu wei” o “no acción” (actuar sin forzar, sino de acuerdo con el flujo de la naturaleza, como método para mejorar la realidad).
Cuando la filosofía se fijó en la relatividad de la existencia
Las ideas de Martin Heidegger están, pues, más próximas a nuestra existencia y a la propia actualidad en campos como la inteligencia artificial y la neurociencia de lo que pensaríamos con un simple análisis preliminar.
Pero, ¿cuáles son los propios orígenes de la idea de subjetividad de la existencia, expresadas por Heidegger con el concepto “Dasein” y con su crítica a la ontología de Hegel, y por José Ortega y Gasset con su “yo soy yo y mis circunstancias”?
En filosofía moderna, como en la literatura y el arte en general, todo pasa por el gran movimiento tectónico del siglo XIX: la reacción romántica del idealismo (y su voluntad de “explicar el mundo” y dar misiones, a menudo mesiánicas y catastróficas, a la gente y a los pueblos) y su oposición intelectual más lúcida: los pre-existencialistas.
Orígenes del existencialismo: el desencanto ante la filosofía “total” del idealismo
Partiendo del misticismo platónico y de la metafísica de Immanuel Kant, el idealismo de Friedrich Hegel trató de sistematizar la filosofía y, con ello, la existencia y el propio universo.
Esta obsesión por estudiar y categorizar lo que hay aunque sea con la rigidez de lo que llamó dialéctica, influyó sobre el marxismo; los autores que se opusieron a esta ontología reduccionista y espiritual que trataba de medirlo todo, aunque fuera con calzador, inauguró la filosofía moderna.
Orígenes de la superación del idealismo
Los detractores más brillantes de la dialéctica y el idealismo hegeliano, originador del materialismo histórico de Karl Marx, conformaron el movimiento filosófico heterodoxo que negaba el destino heroico y acartonado de los pueblos y reflexionaba sobre la responsabilidad y libertad individuales:
- todavía en el siglo XIX y con posiciones muy alejadas entre ellos, Søren Kierkegaard se opuso al destino místico de las personas y pueblos con su idea de angustia existencial y propósito individual, mientras Friedrich Nietzsche desarbolaba la metafísica hegeliana, culpándola de la desconexión entre cuerpo y mente del individuo, así como del gregarismo y la mentalidad de rebaño imperantes en las sociedades modernas;
- ya en el siglo XX, los existencialistas ahondaron en su reacción al idealismo -inspirador de los totalitarismos de inspiración nacionalista y marxista, desde el fascismo hasta el stalinismo-, y el filósofo más importante del siglo, Martin Heidegger, cargó con dureza contra la ontología o afán de clasificación absoluta de Hegel, relacionando la experiencia humana con un lugar y un momento; José Ortega y Gasset se aproximó a la posición de Heidegger con su “yo soy yo y mis circunstancias”, mientras Jean-Paul Sartre se inspiró en Friedrich Nietzsche para oponerse al idealismo.
Los muchos existencialismos: Kierkegaard (creyentes), Nietzsche (ateos) y Heidegger (agnósticos)
El existencialismo es un movimiento filosófico heterogéneo y conformado por autores que a menudo se contradecían entre ellos, partiendo de diferencias irreconciliables:
- quienes creían en un Dios cristiano, a partir de las ideas de los pre-existencialistas cristianos más influyentes, Søren Kierkegaard y el escritor ruso que había descrito con maestría las contradicciones humanas y la olla a presión filosófica y política del siglo XIX europeo, Fiódor Dostoyevski;
- el existencialismo ateo, representado por Friedrich Nietzsche (junto a Kierkegaard, precursor de la corriente) y Jean-Paul Sartre;
- y la postura quizá más ponderada, a tenor del desconocimiento científico y filosófico que existe, todavía hoy, sobre la materia: el existencialismo agnóstico, representado por Albert Camus y Martin Heidegger.
El “aquí y ahora” que condiciona nuestra percepción (y había olvidado la filosofía)
En su trabajo, Martin Heidegger se centra en la experiencia humana y sus aristas. Su interés en el arte del siglo XX se explica por su afán de entender mejor el carácter complejo de la conciencia y su relación con el lugar y el momento donde discurre: el arte aporta a Heidegger una capa más de conocimiento para su filosofía. De ahí su relación con, por ejemplo, el escultor Eduardo Chillida.
Martin Heidegger entronca con los pre-existencialistas cuando relaciona los fenómenos más positivos de la existencia con lo que la psicología moderna llamaría décadas más tarde “experiencia de flujo”: una experiencia introspectiva y de calidad, alejada del discurrir por la vida superficial y falto de sentido.
(Imagen: texto de Martin Heidegger e ilustraciones de Eduardo Chillida)
Por el contrario, “Dasein” el “estar haciendo algo ahí y ahora” de Heidegger, se acerca a la idea de “wu wei” o de ir con el flujo de las cosas mediante la “no acción” expresada por el taoísmo, como un individuo fusionado con el universo (“ichinen”).
La importancia de explorar nuestro lugar en el mundo
La predilección de Heidegger por la experiencia introspectiva que, pese a que no tenga un significado consciente para el individuo en cada momento, tiene sentido (el “ser” está relacionado con el “tiempo” y es su manera de existir), entronca con la idea de Søren Kierkegaard de combatir la angustia existencial (el vértigo de existir y cuestionarse el significado de la propia vida) con un propósito vital definido: encontrar nuestra vocación y dedicarle nuestras mejores energías.
Kierkegaard considera crucial desarrollar una vocación pues un individuo interpreta el mundo circundante y las grandes verdades de las que duda (como la propia idea de Dios), a partir de su subjetividad.
Kierkegaard: “Lo que realmente necesito es descubrir y clarificar lo que debo hacer, y no lo que necesito saber, excepto en la manera en que el conocimiento precede toda acción. Lo que importa es comprender mi propósito, reconocer qué es lo que Dios desea que haga; es preciso que encuentre lo que para mí es verdad, hallar la idea por la que esté dispuesto a vivir y morir.”
Filosofía de la introspección
Desde los clásicos, la filosofía ha explorado la importancia de conocerse mejor a uno mismo para conocer con más propiedad y confianza lo que nos rodea.
Pero la introspección y el ascetismo ancestrales, tanto occidentales como orientales, no incorporaban el concepto de individualidad relacionada con el espacio-tiempo, una idea filosófica acorde con el mayor conocimiento de persona y Universo (y su mayor complejidad-relatividad, a menudo esquivo ante las ontología reduccionista del idealismo) en el siglo XX.
(Imagen: Heidegger y Chillida compartían su visión acerca del arte: usar materiales para sacar a la luz la verdadera naturaleza de la tierra)
La filosofía de la introspección ha denunciado a menudo la distracción gratuita de los impulsos o la costumbre, y Heidegger expresó su reticencia a la existencia superficial criticando en su filosofía lo que llamaba la charla ociosa, la cháchara sin ton ni son, el hablar por miedo a cerrar la boca, el decir cosas por miedo a encontrarse con uno mismo o con el auténtico interlocutor.
Heidegger y su sospecha de la “charla ociosa”
Cuando uno lee sobre las reticencias de Heidegger sobre la charla ociosa, presente en su concepto de “Dasein”, evoca el palabreo y cacareo de las tertulias televisivas y radiofónicas que infestan países como España, fenómeno que secuestra la opinión desinformada de quienes son incapaces de enfrentarse en silencio a sí mismos y, de paso, abrir un libro. O quedarse quietos. Contemplando, divagando, o no haciendo nada.
No hacer algo es hacer algo en el espacio-tiempo. Nosotros decidimos.
(Imagen: Eduardo Chillida)
Para Heidegger, aguantarse a uno mismo y aguantar a otro en una charla sin sustancia es una muestra más de que el ser humano ha sido arrojado en el mundo y, en ocasiones, experimenta una existencia anodina, mundana, impuesta.
De ahí su uso, cuando se refería a la charla sin sustancia, de calificativos con tono peyorativo como “chismorrear”, “difundir”, “garabatear”, “lectura superficial”, “sacar a relucir”, “pervertir”.
Charla sin sustancia como antesala de una conversacińo más profunda… o no
“La charla ocios es algo que cualquiera puede sacar a relucir, pues no sólo libera a uno de la labor del entendimiento genuino, sino que desarrolla un tipo no diferenciado de inteligibilidad, de lo que ya nada está exento”.
Asimismo, “el discurso… tiene la posibilidad de convertirse en charla ociosa”. Por su propia naturaleza, la charla sin sustancia es una rendición (…) que desincentiva cualquier nueva investigación y cualquier disputa… evitando nuevas oportunidades de dilucidación”.
Si acaso, la charla sin sustancia puede servir como antesala o preparación para una conversación que, sea de una manera orgánica no consciente o a la manera inquisitiva de la tradición socrática, dé sentido a “ser” en ese momento y ese lugar.
Experiencia
Las reflexiones de Heidegger sobre la existencia en el tiempo, así como su diferenciación de pensar y hablar para entender de manera genuina, en contraposición a la cháchara sin ton ni son, nos enseñan un espejo ante el que mirarnos y observar en qué situación nos mostramos a la realidad y de qué manera afrontamos quehaceres cotidianos como pensar o conversar.
En ocasiones, un discurso o una conversación pueden evitarse, puesto que, lejos de mejorar nuestra situación en el momento y el lugar, anteponen el ruido a la presencia de nuestra propia conciencia sosegada.
En otras ocasiones, el silencio no bastará. Entonces, están las palabras con significado, las habladas y las leídas. Y las interpretaciones y evocaciones oníricas de la experiencia humana y el mundo que la rodea, sea a través de la música… o de una escultura.
En cuanto al espíritu con afán clasificatorio y factual de nuestra sociedad, sostenida sobre el pensamiento positivista y sobre el idealismo (Platón, Kant y Hegel quisieron explicar el mundo y lo que no entendieron lo situaron en el mundo místico y espiritual), Heidegger advertía:
Ecos de Zhuangzi
“Hacerse a sí misma inteligible es un suicidio para la filosofía. Quienes idolatran los “hechos” nunca se dan cuenta de que sus ídolos sólo brillan en una luz prestada”. Con recado para los platónicos, sean salvapatrias, nacionalistas, materialistas dialéticos o las tres cosas a la vez (algo que tanto abunda).
Heidegger, en última estancia, mientras envejecía tranquilo y pensativo en su casa como un viejo filósofo, quiso mirar más allá de lo que llamamos realidad, más interesado en el pensamiento meditativo e intuitivo que en el cálculo empírico.
En un extremo, sostenía el pensamiento de Sócrates, de quien admiraba su reconocimiento de cuán errático es el conocimiento humano; en el otro extremo, Heidegger sostenía el trascendentalismo tan presente en la filosofía oriental, desde el taoísmo al budismo zen, pero también entre trascendentalistas estadounidenses como Ralph Waldo Emerson.
Emulando quizá las parábolas Zhuangzi, taoísta precursor del anarquismo, Heidegger aclaró que prefería ser un Sócrates dubitativo a un cerdo satisfecho.
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