Hasta hace poco, la palabra “ocio” conservaba 2 significados: descanso placentero; pero también tiempo libre proactivo para cultivarse mirando hacia dentro de uno mismo (introspección), o a nuestro alrededor (contemplación). Tiempo de recuperar la segunda acepción.
Un buen ejercicio etimológico para ocupar el inicio de una semana de julio: acudir al diccionario -no importa la lengua- y repasar las distintas acepciones del significado de la palabra “ocio”.
Las 2 acepciones olvidadas de “ocio”
Tomando el castellano, “ocio” incluye 4 acepciones:
- Cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad.
- Tiempo libre de una persona.
- Diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas.
- Obras de ingenio que alguien forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones.
La cultura popular del siglo XX, de la que somos tributarios pese a encontrarnos en un momento de transición hacia nuevas maneras de organizarnos, trabajar y organizar nuestro tiempo, ha primado las 2 primeras acepciones de la palabra.
El riesgo de creerse los estereotipos: rememorando al capitán Cook
Para la mayoría de nosotros, el “ocio” con mayúsculas consiste en tumbarse a la bartola, rememorando algún fragmento cinematográfico perdido en nuestro córtex sobre algún “peplum” (superproducción en Cinemascope de la Época Clásica a la antigua usanza, como, por ejemplo, Cleopatra).
Un tipo de ocio, en definitiva, que recuerda más la abulia descrita por la Generación del 98 que el bienestar duradero.
Según esta imagen estereotipada de ocio total y con mayúsculas, sentimos la brisa de los abanicos, y ante nosotros se acumulan alimentos de bacanal, así como otros placeres sensuales propios de Las mil y una noches. Habrá quien prefiera, sin miramientos ni complejos, algo así como la versión de Calígula de Bob Guccione. Ya puestos…
La imagen recurrente de “ocio” también evoca, en la cultura popular, el tiempo para vegetar con placer, sin mover un dedo del pie, en una isla desierta, rodeados de cocoteros, bebidas refrescantes, todo tipo de ambrosías, playa con aguas prístinas y otras amenidades descritas por James Cook en su llegada a Tahití.
Cuando el ocio hedonista deboró al ocio productivo
Nuestra versión de este tipo de ocio, definido por la Real Academia Española como “cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad”, o “tiempo libre de una persona” (las 2 primeras acepciones de las 4 en total), toma la forma de resorts paradisíacos, donde reinarían la ausencia de esfuerzo ajeno a lo inmediatamente placentero y la abundancia de amenidades hedonísticas. Algo así como Baco en el Caribe.
Como conocemos periodistas, escritores y otros trabajadores que usan la flexibilidad semántica de la lengua como herramienta de trabajo, las palabras son acomodadas a las intenciones del mensajero. En las últimas décadas, el vocablo “ocio” ha sido una de las víctimas, al haber triunfado un significado incompleto, que carece de su mitad.
El ocio actual se alimenta de la vertiente “inactiva”, hedonista, epicúrea y bacanal de su significado original; y niega, a la vez, la parte “activa”, eudemónica y estoica, que relaciona “ocio” con “ocupación” en una afición o interés.
Por qué el ocio también es tiempo para cultivarse
Aunque la cultura popular haya querido extirpar la mitad que requiere más esfuerzo, perseverancia y participación del individuo, el ocio es también un tiempo para cultivarse, contemplar para mejorar en nuestro conocimiento, a través de la introspección (mirada interior) o la contemplación de la naturaleza (mirada exterior).
Esta entrada reivindica la existencia de las acepciones tercera y cuarta de la palabra “ocio” en el diccionario de la RAE: “diversión u ocupación reposada, especialmente en obras de ingenio, porque estas se toman regularmente por descanso de otras tareas”; y, usada en plural, “obras de ingenio que alguien forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones”.
Recurriendo a la joya etimológica de la lengua española, el diccionario de María Moliner, trazamos con facilidad el origen del vocablo: el latín “otium”, que ha evolucionado de distintas maneras, siempre reconocibles, en las distintas lenguas romances
(Re)descubriendo la palabra latina “otium”
Una vez reconocida la raíz etimológica, uno se lleva una sorpresa: “otium” conservaba, en la Época Clásica, un equilibrio entre las dos grandes acepciones del término, que se equilibran como una especie de eco oriental con sabor a yin/yang: “otium otiosum” (tiempo libre hedónico e inactivo, correspondiente a los significados 1 y 2 de la definición actual); y “otium negotiosum”, o tiempo libre para aprovecharlo en las actividades contemplativas e intelectuales que más pueden enriquecernos.
Los romanos no se conformaban con equiparar su tiempo libre con tumbarse a la bartola, sino que contraponían al tiempo libre improductivo otro tipo de tiempo personal, productivo, enriquecedor, introspectivo, dedicado al estudio interior y exterior, contemplativo. Un ocio, en definitiva, que nos eleva y nos hace mejores, que nos ayuda a volver con más fuerza.
A diferencia del “otium otiosum”, o disfrutar de nuestra interpretación de la imagen popular de los abanicos y la bacanal, el “otium negotiosum” requiere la participación del individuo y se contrapone a su vegetación; y este requerimiento, capaz de crear individuos más conscientes, autónomos, autorrealizados, ha minado la popularidad de este ocio, hasta desaparecer del imaginario colectivo.
El ocio productivo es también ocio: del griego “skholē” al latín “otium”
El ocio puede ser productivo, de la misma manera que “ocio” y “productivo” nunca debieron parecer antónimos, sino un sustantivo y un adjetivo absolutamente compatibles.
El ocio ancestral u “otium”, cuyo significado en latín absorbe la semántica de la palabra griega “skholē” (“σχολή”), conservaba su compleja flexibilidad en función de la filosofía de vida practicada por el individuo, en una época en que la filosofía no era una olvidada materia criando polvo en un despacho como ahora, sino el estudio y práctica activa de nuestra manera de vivir.
Según el estoico Epicteto, “la filosofía no promete asegurar nada externo al hombre: ello sería admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia. Pues, del mismo modo en que el material del carpintero es la madera y el del escultor el bronce, el objeto del ‘arte de vivir’ es la vida de cada cual”.
Del “otium cum dignitate” de Cicerón al ocio estoico de Séneca
Si el “otium” consistía en la Época Clásica en un período esporádico de tiempo libre con implicaciones intelectuales y relacionadas con la virtud para unos (eudemónicos y estoicos, por ejemplo), también incluía su significado bacanal, relacionado con placeres y actitudes consideradas inmorales o otros contextos. Hedonistas favorecían el segundo significado y epicúreos preferían mantener su ambivalencia y aprovechar la flexibilidad etimológica del concepto.
Uno de los estoicos más influyentes de la historia, el cordobés Séneca, coincidía con Cicerón en que el ocio debía conllevar dignidad y, en ocasiones, el ruido de la rutina cotidiana en la ciudad requería un retiro al campo para buscar la tranquilidad, encontrar la introspección a través de la vida rústica esporádica y la contemplación de la naturaleza.
El “otium cum dignitate” de Cicerón consistía en “aquello primordial, que debe ser lo más deseado por todos los individuos felices, honestos y saludables, es [practicar] la sencillez con dignidad”. Los ecos de esta reflexión ciceroniana no sólo resuenan en Séneca, sino en el Renacimiento y el idealismo posterior a la Ilustración de pensadores como el trascendentalista Henry David Thoreau.
Corduba connection: el padre del ocio para cultivar y cultivarnos
Como practicante de la filosofía de vida de los estoicos, Séneca dedicó su obra humanística a esta corriente filosófica. Sus comentarios sobre el “arte de vivir” y aspectos como el “otium” activo y provechoso, influyeron en la cultura occidental, tanto entre los laicos del Renacimiento y la Ilustración como entre los humanistas abrahámicos.
Cristianos como Tertuliano, judíos como otro polímata universal Averroes, musulmanes como el también universal Maimónides, guardianes e intérpretes del conocimiento clásico, se inspiraron en la filosofía de vida estoica expuesta por Séneca y la aplicaron a sus vidas; como nota curiosa, Averroes y su alumno Maimónides nacieron también en Córdoba, siglos después del filósofo clásico.
Séneca contraponía el ocio/otium tal y como era entendido por los ambivalentes epicúreos con el estoico, que anima a la actividad pública y el recreo activo, enriquecedor para el individuo y su entorno, sea a través del cultivo del intelecto como del trabajo enriquecedor y reposado en la ciudad o el campo.
“20% time” de Google y caravanas de fin de semana Airstream
En lenguaje contemporáneo, el “otium negotiosum” de Ennio o el “otium cum dignitate” de Cicerón, acepciones del término alineadas con el pensamiento de Séneca, serían algo así como una versión universal del 20% de tiempo libre que Google concede a sus trabajadores para que trabajen en sus propios proyectos.
Otro ejemplo, en este caso unas décadas más viejo: en los años 30 del siglo XX, en plena Gran Depresión, un joven periodista californiano de prensa técnica, Wally Byam, decidió dedicar el tiempo libre durante el fin de semana a construir caravanas de recreo.
Su pasión de fin de semana u “otium negotiosum” particular se hizo más serio cuando sus vecinos y allegados empezaron a encargarle caravanas, dada la calidad de su trabajo (consultar artículo Lujo vintage Airstream: viajar, trabajar y vivir en caravana).
Esta visión estoica del ocio de Wally Byam es el germen de la compañía de caravanas Airstream, cuyos modelos no cambiaron en lo esencial durante décadas. De las 400 empresas de caravanas de recreo anteriores a la Gran Depresión en Estados Unidos, sólo 1 sobrevivió: Airstream.
Orígenes del positivismo: “contagiar” los valores personales
Séneca profundizó en el significado de “otium” y reivindicó una de las responsabilidades del individuo según esta filosofía de vida, beneficiar a los demás, contagiando parte de los valores personales al bien común.
Por ejemplo, el filósofo de Corduba (capital de la provincia romana de la Hispania Ulterior, actual Córdoba) creía que la manera enriquecedora de aprovechar el tiempo libre consistía en cultivar la virtud -mejorar uno mismo y proyectar esta mejora para influir en el entorno inmediato-, o estudiar la naturaleza (contemplándola, o trabajando la tierra al estilo virgiliano, etc.).
El ocio estoico no equivale al tiempo libre vegetativo, ni a la recompensa fácil de la gratificación inmediata, sino la llama lenta y perseverante de una vida de estudio, meditación, contemplación; el “otium” es una oportunidad para dedicarse a otras materias o quehaceres que el trabajo o la cotidianeidad impiden florecer en toda su extensión: leer, escribir, divagar con un propósito.
Ecos virgilianos: sobre el “beatus ille”
Gracias al esfuerzo de los estoicos por integrar el “otium” en su filosofía de vida, los romanos acabaron adoptando su visión del retiro esporádico a villas rurales.
Una vez en el entorno virgiliano, los urbanitas dedicaban su tiempo de ocio a leer, escribir y profundizar en cuestiones filosóficas, en una época en que la filosofía no era una materia universitaria marginada y en retirada, sino la institución social básica para educarse en toda su extensión.
Nació así el “otium ruris”, asociado al “otium negotiosum”: ocuparse en actividades de ingenio con productividad, en este caso en el campo. Las obras de Horacio y Virgilio resuenan en los consejos -nunca dogmáticos- de Séneca sobre el ocio en general y ocio rural en particular.
El campo conllevaba aprovechar la inspiración de la naturaleza para enriquecerse. Contemplar lo externo reforzaba -con el trabajo apacible, la lectura y el estudio- lo externo. La introspección.
Sobre el ocio
En De otio (sobre el ocio), Séneca describe los beneficios del retiro periódico de la vida pública y las preocupaciones cotidianas para, usando una expresión contemporánea, “cargarse las pilas”.
Con la obra del filósofo de Corduba, el vocablo latino “otium” apuntaló su acepción semántica más celebrada en Renacimiento e Ilustración, y recuperada en el siglo XXI por los seguidores de la vida sencilla: el ocio como tiempo apacible, sí, pero también productivo.
A una semana para que se acabe el mes de julio de 2012, cuando hay dos fuegos activos en dos extremos de la Península Ibérica (Alt Empordà, en Cataluña; y Las Hurdes, en Extremadura), y los datos económicos no dan tregua a algunos países de la periferia del euro, he decidido concederme un hueco de “otium negotiosum”, u ocio productivo.
Elogio de los ociosos virgilianos
Para mí ha sido un placer escribir esta entrada, tratar de recuperar la semántica auténtica que esconde una palabra tan manida y aborrecida como ocio, y recordarme (recordarnos) que siempre es tiempo de poner en práctica el “beatus ille” virgiliano.
Aprovechar este instante, abrir bien los ojos, ser consciente de ello. Trabajar para nosotros mismos (introspección), trabajar para los otros (contemplar, mirada externa). Sentir la naturaleza. Demostrar nuestra empatía. Dar ánimos a quienes luchan contra un fuego presente, que pronto se perderá en la memoria de los fuegos.
Suscribo, con conciencia de “ocioso”, tal y como los estoicos entendían el vocablo, las reflexiones de Séneca sobre la doctrina del “otium” en De otio:
- virtud, libertad y felicidad surgidas del raciocinio;
- la metáfora del soldado (sustituyamos “soldado” por “trabajador anónimo”) que descansa de manera consciente y disfruta de la paz, aunque fugaz y momentánea;
- la elección del plano contemplativo (“statio”) nos convierte en afortunados espectadores de lo que nos ocupa. Ahora;
- el “otium” (tiempo libre) todavía es “negotium” (negocio o tiempo productivo), incluso cuando nos hemos retirado de la vida pública (trabajo cotidiano);
- el “otium” de una persona virtuosa, como ciudadana del universo, es el campo de acción para cumplir con su cometido.
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