Hegarty Street, en el barrio de Glebe, a unos 30 minutos a pie del centro económico de Sídney, es una pequeña calle de casas pareadas del siglo XIX y principios del XX que recuerdan a las de algún barrio periférico londinense, aunque muchas de ellas están ornamentadas con barandas y balcones con balaustradas de hierro forjado. Este contexto australiano inspira la presente entrada.
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- Tercera y última entrega de la serie sobre Australia.
Como las que ayer por la tarde fotografié en esta otra calle, también en Sídney (otras casas con el característico hierro forjado, aquí y aquí; en las últimas décadas, la forja ha sido sustituida por materiales más ligeros y baratos).
La pequeña Hegarty Street, donde todos los vecinos se conocen y la gente se para a hablar mientras abre la verja de su casa, nos sirve de cuartel general estos días, antes de partir en tren hacia Melbourne.
Hemos cocinado bastante en casa y sacado provecho al patio trasero de la casa, donde refresca al atardecer y uno puede cenar con reminiscencias de noche veraniega mediterránea, de no ser por el eucalipto gigantesco que el vecino tiene plantado en su patio trasero y aporta un aroma muy distinto al europeo meridional.
Charlas veraniegas en el enero de Sídney
Como en el verano de Barcelona, durante o después de la cena uno charla si tiene buena compañía. Kirsten y yo aprovechamos la presencia de algún local para hablar sobre temas relacionados con la sostenibilidad, el cambio de gobierno en Australia o la propia vida y cultura australianas.
Algunos temas de conversación: el nuevo gobierno laborista de Kevin Rudd, que parece dar una de cal y otra de arena. A los aciertos políticos de un recién estrenado gobierno, que ganó las elecciones el 24 de noviembre (firma del protocolo de Kioto, dejando a Estados Unidos como único país rico que no lo ha ratificado; enérgica oposición a la caza de ballenas por parte de Japón en el Pacífico Sur; medidas progresistas para proteger a la población aborigen), se suma el anuncio de una medida bastante menos acertada.
Australia anunció el 2 de enero que filtrará contenidos de Internet considerados como pornográficos o “inapropiados” antes de que lleguen a los usuarios, una medida que deberán cumplir todos los proveedores de Internet que ofrezcan servicios en el país y que sitúa a Australia en el reducido grupo de países que censuran contenidos de la Red, en el que destaca China.
El tercer país más próspero del mundo… Censura Internet
La medida, como explica Enrique Dans (en castellano), citando a los blogs tecnológicos TechCrunch, Smart Mobs y Slashdot, puede abrir la puerta a la censura selectiva.
Según la nueva medida, todo contenido que el gobierno considere inapropiado en el futuro es susceptible de ser censurado para todos los usuarios de un país con 20 millones de habitantes y una potencia económica (en PIB, Australia es la decimoquinta economía del mundo) similar a la de Méjico (con más de 100 millones de habitantes), con un índice de desarrollo humano (IDH) sólo superado en el mundo por Islandia y Noruega (España ocupa el puesto 13, justo detrás de Estados Unidos y por delante de Dinamarca y Austria).
Pero parece que las cosas no marchan del todo bien en Australia y que la mora del país podría resentirse si no se censuran los contenidos que la figura del “censor” -en España, recordamos puestos profesionales similares relacionados con la información, aunque en regímenes distintos- decida que son inapropiados.
Dónde se situarán los raseros de lo “apropiado” e “inapropiado” es un misterio, ya que Internet no puede ser cuantificada como un medio tradicional, donde los “canales” están asociados a una parrilla de contenido lineal programada y a una “licencia” de emisión. Parece que los lazos entre China y Australia se estrechan.
Internet es un medio ubicuo, descentralizado, donde los usuarios participan con su contenido, donde todo es accesible desde cualquier lugar y el usuario ha decidido (hasta ahora, al menos en Australia) qué es apropiado e inapropiado para él y su familia. En Internet, el usuario decide en cada momento dónde quiere estar; a menos que su gobierno empiece a decidir por él.
De Glebe a Chippendale: visita a una casa sostenible
Si las casas de Glebe recuerdan a las europeas, aunque con toques distintivos australianos, el resto de la cultura del país es claramente europea: irlandesa y británica, sobre todo, aunque también italiana, griega, asiática iraquí (tras la primera Guerra del Golfo, miles de iraquíes pidieron asilo político en Australia).
La población aborigen no llega al 1% y su situación es precaria; la película Rabbit-Proof Fence (“Valla a prueba de conejos”; basada en la novela Follow the Rabbit-Proof Fence de Doris Pilkington Garimara), que tomamos prestada hace unos días en la biblioteca del barrio, habla sobre los orígenes de las tensiones entre los pobladores europeos y los australianos ancestrales.
El cosmopolitismo de Sídney no ha sabido integrar ningún elemento claramente aborigen en su riqueza cultural y gastronómica. Extraño.
Michael Mobbs (foto: entrevistado por Kirsten Dirksen, de faircompanies) vive en Chippendale, un barrio contiguo a Glebe que, como éste, está dominado por hileras de casas pareadas de piedra, con balcones de hierro forjado, tejados de distintos colores y un color algo desteñido por los efectos del sol y las habituales lluvias de Nueva Gales del Sur (foto).
Mobbs es un conocido abogado medioambiental australiano que se ha especializado en proyectos de consultoría sobre desarrollo y construcción sostenible. La evolución profesional -de reputado defensor del medio ambiente en Australia a emprendedor de proyectos sostenibles- ha sido, en el caso de Mobbs, fruto de una transformación personal.
Construir una casa sostenible para vivir en ella
A diferencia de otros ciudadanos actuales que transmiten un mensaje de cambio para lograr atajar el cambio climático y, de paso, mejorar las vidas de todos (pienso en Al Gore; algunas celebridades de Hollywood como Angelina Jolie, Leonardo DiCaprio o George Clooney; Bono y Ali Hewson; Yvon Chouinard; Edward O. Wilson, entre otros), Mobbs no se conforma con sólo transmitir el mensaje y trabajar en construcción sostenible, sino que vive en consecuencia.
Mobbs es una persona afable, que estructura sus palabras para ponérselo fácil al interlocutor (pocos tecnicismos y palabras concisas; no hay que separar el grano de la paja, ya que todo es chicha semántica).
Tan pronto nos pusimos en contacto con él, rápidamente nos invitó a visitar su casa (en esta foto, la fachada, mientras picábamos a la puerta), conocida como Sydney Sustainable House (casa sostenible de Sídney).
Mobbs reformó una casa típica del Sídney del siglo XIX (también hay hierro forjado en el balcón) en 1996, con una premisa fundamental: la casa debía proveer a sus inquilinos de todo el agua y energía consumidas, además regenerar sus aguas residuales y producir alimentos, tanto en la pequeña jardinera frontal como en el patio de la casa o en las paredes, que también sirven de superficie para plantar productos de huerta.
- Generación de electricidad gracias mediante paneles fotovoltaicos (foto: fachada trasera de la casa, desde su patio). Sídney, como el resto de Australia, cuenta con las suficientes horas de sol como para generar electricidad durante todo el año, incluso en los meses con más lluvias. Mobbs se lamenta de que Australia no haya sido capaz hasta el momento de desarrollar una industria de tecnología solar puntera.
- Eficiencia energética y consumo: todos los detalles han sido tenidos en cuenta, desde la iluminación de los distintos espacios de la casa con luz natural durante todo el año (foto: Michael Mobbs enseña su libro sobre construcción sostenible a Kirsten Dirksen, en el iluminado interior de su casa) hasta la disposición del horno y la nevera. Si la nevera, además de ser un electrodoméstico certificado como eficiente, es alejada de cualquier fuente de calor, disminuye radicalmente su consumo. Como en el resto de los hogares australianos, todos los enchufes cuentan con un interruptor para apagar su suministro, de modo que el stand-by puede controlarse de un modo muy sencillo en todo el país, no sólo en la casa de Michael Mobbs. El aislamiento de la casa, las corrientes y la instalación de lámparas de bajo consumo también juegan su papel.
- Gestión del agua: la “casa sostenible” de Chippendale regenera el agua consumida para ser usada de nuevo, ya sea para el consumo o el jardín. El patio trasero cuenta con un pozo (fotos: 1, 2 y 3) que gestiona las aguas residuales sin transmitir ningún olor. Comprobado por faircompanies en pleno verano austral (visitamos la casa el 2 de enero de 2008).
- Cultivo y cría de animales de granja: Michael Mobbs planta hortalizas, especias y hierbas aromáticas en la jardinera frontal de la casa (aquí), en el patio e incluso en la pared (en esta foto), gracias a una estructura vertical (otra imagen) en la que crecen verduras y hortalizas. También ha desarrollado un sistema de gestión del riego que le permite plantar legumbres, frutas, verduras y hortalizas sin usar tierra -la raíz está en contacto con el sistema de riego y nutrientes, una estructura en forma de tubo (al fondo, en esta foto) en cuyos orificios superiores se sitúan las plantas. Mobbs también cría gallinas (aquí: parece que una nos estaba vigilando durante la visita), que alimenta con restos generados en casa y, sin prácticamente cuidados, producen huevos para consumir a diario.
La reforma, de 1996, cuando todavía no se hablaba del color verde como del “nuevo negro”, o el color de moda, dio pie a un libro, cuyos contenidos siguen tan vigentes como el primer día, según Mobbs.
Me gustó que Mobbs no nos impusiera ninguna idea preconcebida durante la conversación. Hemos elaborado un reportaje fotográfico en el que puedes ver, desde todos los ángulos, los distintos aspectos de la casa de Michael Mobbs.
Interruptores con stand-by incluido, bolsas para ir al mercado y colectores de agua
Tras visitar la casa de Mobbs, he corroborado algo que venía observando por aquí, desde que llegáramos el pasado 10 de diciembre, con un jet lag de campeonato (explicado brevemente en la anterior entrada de este blog).
- Existe una cierta concienciación sobre el cambio climático, unida a la preparación de los primeros pobladores europeos para adaptarse a un país con unas condiciones muy duras. El uso de colectores de aguas pluviales está tan extendido en ciudades como Sídney que cualquier reforma o nueva construcción incluye instalar uno de estos sistemas. En esta imagen, puede verse un colector antes de ser instalado en el barrio bohemio de Glebe.
- La energía y, sobre todo, el agua, son bienes preciados por los australianos. Las cisternas de los inodoros, por ejemplo, son más eficientes que las estadounidenses. Uno de los detalles que más me sorprendió -qué se le va a hacer, uno tiene sus rarezas- durante mi primera visita a Nueva York es la cantidad de agua que emplea un váter norteamericano. La marca de estos inodoros grandotes invita al chascarrillo fácil, sobre todo si uno viene de fuera. Abunda la marca “American Standard”. A qué se refiere el sustantivo “Standard” en esta marca, es todo un misterio.
- Los enchufes australianos, como comentaba unas líneas más arriba, incluyen interruptores independientes para interrumpir el suministro de manera local. Si un usuario está concienciado, no necesita mucho más para evitar el gasto fantasma de electricidad en casa. Basta con desconectar todos los enchufes que tengan conectados dispositivos de uso permanente, cuando no se estén empleando. Un detalle con el que los australianos tienen algo ganado. En esta foto, por ejemplo, el enchufe de la izquierda está apagado, mientras el de la derecha se encuentra en funcionamiento. Los pequeños interruptores superiores permiten o bloquean la corriente.
- Los supermercados “aussie”, incluso los convencionales, como la cadena Coles, una de las mayores del país, promueve el uso de bolsas de la compra de tela, con dos asas resistentes y un diseño decente (he hecho una foto de las bolsas que hemos estado usando en el patio trasero de nuestros cuarteles en Hagerty Street), para que los usuarios eviten el uso de bolsas de plástico. Ocurre que la “tela” de estas bolsas es propileno, un derivado del petróleo, algo que podrían subsanar con poco esfuerzo los supermercados, si la gente lo exigiera. Las bolsas se venden a 50 céntimos, de modo que no se debe mirar con compasión a los supermercados y tiendas que distribuyen este tipo de bolsas. En cualquier caso, la medida supone una mejora con respecto a las bolsas de plástico convencionales, esas que todos coleccionamos sin saber muy bien cómo ni ser conscientes del todo de lo que hacemos. Al fin y al cabo, pensamos que son “gratis”, aunque el centro de distribución de turno deduzca su precio en la compra que realizamos.
También, como recogemos en este vídeo (en inglés), hemos intentado encargar comida tailandesa e ir a recogerla con nuestros propios contenedores. El objetivo era evitar el uso de los recipientes de plástico que los restaurantes de comida para llevar emplean a diario, la mayoría de los cuales acaban desechados tras un solo uso.
Una vida útil algo corta para un bien derivado del petróleo que emplea ingentes recursos para ser producido y tarda tanto en biodegradarse.
Carne de Canguro
El 2 de enero acabó, tras la visita a la casa sostenible de Michael Mobbs y un paseo de vuelta a casa, desde Chippendale a Glebe, con buen sabor de boca. Aunque un sabor no tan sugerente como en que nos dejó en el paladar el filete de canguro que nos prepararon en uno de los restaurantes con cocina tradicional australiana (me refiero a la auténticamente tradicional: la desarrollada en el Outback por los distintos pueblos aborígenes), el Deep Blue Bistro (foto: fachada del restaurante, con Kirsten caminando hacia la playa de Coogee) del chef francés Jean-Paul Bruneteau.
El restaurante de Bruneteau, que cambió el suroeste francés por la sugerente playa de Coogee, una de las más conocidas de Sídney junto a Bondi, ha desarrollado una carta con platos que mezclan aspectos de la cocina mediterránea y francesa (aceite de oliva -como el tomado en esta foto de la cocina del restaurante-, productos frescos, verduras y hortalizas junto a carnes, platos de “mar y montaña”) con la cocina tradicional australiana, desarrollada en el continente durante milenios. Esta mezcla ha sido bautizada por el restaurante como “Outback Fusion Menu”.
A principios de los noventa, cuando Jean-Paul Bruneteau (en la foto, charlando con Kirsten Dirksen mientras elaborábamos un vídeo para faircompanies sobre la experiencia) decidió incluir productos culinarios ancestrales provenientes de Australia, se encontró con una cierta incomprensión en el propio país.
Los responsables políticos de Nueva Gales del Sur, nos explicaba Bruneteau, le preguntaron que por qué quería incluir productos como la carne de canguro o de emú en sus platos. Según ellos, los excedentes de estas carnes debían ser destinados, a lo sumo, para elaborar comida para animales.
De modo que en los noventa, y pese a que los pueblos aborígenes habían incluido en su cocina este tipo de carnes desde hace, literalmente decenas de miles de años, todavía estaba tácitamente “prohibido” servir este tipo de “cocina tradicional” en Australia.
Hasta que pioneros como Jean-Paul Bruneteau cambiaron las reglas -o fomentaron el cambio-, gracias a sus iniciativas.
Comer carne de canguro no es una salvajada; comer carne de ternera sí lo es
Si no se conoce la realidad australiana, comer carne de canguro puede sonar a atentado contra la naturaleza; algo así como comerse un lince ibérico recién atropellado en la carretera que conecta Doñana con la “civilización” que prácticamente ha extinguido a este felino. Nada más lejos de la realidad.
Lejos de estar en peligro, el canguro provoca ciertos estragos en la actualidad, precisamente por lo contrario: la sobrepoblación. El gobierno australiano controla escrupulosamente las distintas especies de canguros, animales que sólo habitan en Australia y en aisladas de la vecina Papúa Nueva Guinea.
La falta de grandes predadores ha llevado al gobierno australiano a permitir la captura selectiva y controlada de las especies más abundantes, para que su éxito biológico se siga manteniendo estable.
No existen granjas de canguros: la carne de este animal que uno puede encontrar en algunos restaurantes australianos proviene de estas capturas controladas. Las únicas especies que pueden ser capturadas por cazadores con licencia (al canguro rojo, el canguro gris oriental y el canguro gris occidental y dos especies comunes más; 5 de un total de 48 especies) son las más abundantes de este marsupial.
Según el gobierno australiano, la población combinada de estas tres especies ha fluctuado desde los 15 hasta los 60 millones de individuos en los últimos 20 años.
La industria de la carne de canguro captura anualmente alrededor de 2 millones de animales al año. Según el gobierno australiano y varios estudios independientes, este tipo de caza no supone un peligro para la futura viabilidad de ninguna de las especies de este marsupial, aunque también existe una conocida oposición a la caza de uno de los símbolos de esta isla-continente. Romper el código relacionado con la captura de canguros puede suponer hasta 250.000 dólares australianos de multa y hasta 10 años de cárcel.
- Australia tiene, en 2007, 21 millones de habitantes. En 2004, se estimaba que la población de canguros era de 35 millones.
- Se ha demostrado científicamente (un estudio de la Universidad de Australia Occidental lo corroboraba en abril de 2004) que la carne de canguro es una de las más saludables y convenientes para el consumo humano, gracias al alto porcentaje de ácido linoleico conjugado (CLA), una grasa que reduce el riesgo de padecer cáncer y es rica en antioxidantes. El CLA reduce, además, la grasa corporal, por lo que varios laboratorios trabajan en remedios relacionados con el ácido linoleico para reducir la obesidad.
- El canguro no es un rumiante y no produce metano, a diferencia de el ganado bovino y ovino, cuya emisión de gases contaminantes, como he recogido en anteriores entradas, es una de las principales causas del efecto invernadero. Resulta que el estómago de los canguros alberga bacterias que eliminan el gas metano.
Científicos como los australianos Athol Klieve (gobierno de Queensland, al norte de Australia) y Peter Ampt, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, explican la conveniencia de que los australianos cambien sus hábitos y coman, si se deciden por consumir carne, más productos derivados del canguro y menos ternera, cerdo o cordero.
Es algo que no se le puede explicar a un niño, claro. Las proteínas existentes en la carne pueden obtenerse con una alimentación rica en cereales y legumbres.
Existen sustitutivos de la carne (tofu, seitan, tempeh, etcétera) que permiten una dieta sana y caben en cualquier plato interesante, ya sea algo rápido para salir del paso, ya se trate de un plato para una ocasión especial. En fin.
El canguro, comido está
Jean-Paul Bruneteau, que ha delegado la responsabilidad de la cocina del Deep Blue Bistro en el joven cocinero inglés Wayne Farmer (en esta imagen), nos invitó a comer el canguro que Farmer (foto: Farmer en plena faena, hablando con Kirsten Dirksen) cocinó para uno de nuestros vídeos. Hemos elaborado un videoblog con la experiencia, aunque dudo mucho de que se lo explique a bebé Inés durante los próximos años.
No se puede perdonar a un papá que se zampe un filete de canguro (foto: el filete de canguro que nos comimos Kirsten y yo) sin tener una compasión pura y primigenia de pérdida de algo tan valioso en el universo como un animal tan gracioso.
Vamos a ver: si Juan Ramón Jiménez hubiera nacido en Australia, platero seguramente no sería un burro blandito, sino un canguro. Así que, pese a saber que no se pone en peligro nada, uno siente una cierta pesadumbre.
He preparado un reportaje fotográfico sobre mi experiencia y la de Kirsten Dirksen con Jean-Paul Bruneteau y Wayne Farmer en el Deep Blue Bistro de Coogee (puedes acceder aquí).
Tras las últimas experiencias relacionadas con los futuros contenidos de faircompanies, entre las que destacan las entrevistas con los citados Michael Mobbs, Jean-Paul Bruneteau y Wayne Farmer, mañana por la mañana (mañana del 5 de enero, hora australiana) viajamos en tren desde Sídney hasta Melbourne, la otra gran urbe australiana.
Es un trayecto diurno de 12 horas. Habrá tiempo para hacer fotos y charlar con gente, así que os seguimos contando.