Comprar no nos hace más felices debido a la adaptación hedónica, mecanismo psicológico mediante el cual, una vez saciado un deseo, otra necesidad ocupa su lugar y permanecemos tan insatisfechos como antes, rindiendo homenaje a una vieja canción de The Rolling Stones.
La adaptación o rueda hedónica compara el comportamiento humano con el de un hámster corriendo en el interior de una rueda, siempre en el mismo lugar, sin importar lo rápido que vaya.
Corriendo dentro de la rueda / subiendo la piedra a cuestas
La teoría de la rueda o cinta de correr, que expone cómo la gratificación de nuestros impulsos nos mantiene siempre en la misma posición sin importar lo que compremos o hagamos, ha sido usada por el psicólogo inglés Michael Eysenck a finales de los 90, a partir de estudios previos de varios investigadores.
La tendencia humana a volver a su nivel de bienestar con independencia de estímulos positivos o negativos, emula el comportamiento del roedor en la rueda, en una repetición del mito de Sísifo, condenado ad aeternum a subir una piedra por una empinada ladera que se le escurría al llegar a la cima y le obligaba a empezar de nuevo.
Dicen los estudios psicología de las últimas décadas que el ser humano es incapaz de lograr un bienestar duradero con estímulos externos debido a nuestra naturaleza insaciable.
Perdiendo interés en lo que hemos conseguido
Según el filósofo y escritor William B. Irvine, “después de trabajar duro para obtener lo que queremos, perdemos interés de manera rutinaria en el objeto de nuestro deseo. En vez de sentirnos satisfechos, nos sentimos aburridos y, como respuesta a la desgana, nos ocupamos en formar nuevos deseos, todavía mayores”.
Siguiendo la llamada de nuestro instinto evolutivo, nuestro cerebro premia con una sensación de placer, similar a la obtenida por un adicto al obtener una dosis de su adicción, obtenida con la gratificación instantánea.
Pero, como ocurre con cualquier adicción, una vez hemos saciado este mecanismo de gratificación instantánea, sea en forma de azúcares y grasa para el cerebro, o saciando el apetito sexual, yendo de compras, etc., otro deseo ocupa el anterior, y vuelta a empezar.
Elogio de la gratificación aplazada
La gratificación aplazada, consistente en regular nuestros impulsos para obtener tranquilidad y bienestar duraderos, contrarresta los riesgos de la gratificación instantánea; pero, a diferencia de esta última, la gratificación aplazada no ofrece placer instantáneo.
En las últimas décadas, los modelos sociales y culturales han primado los mecanismos de gratificación instantánea, como el consumismo de masas y el marketing moderno, mientras la sensatez y frugalidad de la gratificación aplazada, apoyada por la filosofía clásica y la psicología positiva, han retrocedido como valores individuales y colectivos.
El hedonismo inconsciente consiste en una desordenada e irreflexiva militancia de la mayoría de la población en valores que invitan a aspirar a placeres instantáneos y fáciles de obtener.
La adaptación hedónica funciona como cualquier adicción
Pero, como se ha demostrado más que nunca en las últimas décadas, mayor poder adquisitivo, alimentos con más azúcares y grasas, mayor libertad sexual y productos cada vez más sofisticados y baratos, no han obrado el milagro.
La adaptación hedónica nos impide disfrutar más cuando “aumentamos la dosis”. Lo único que conseguimos es aumentar nuestra dependencia de aquellas actividades que sacien nuestros instintos del modo más instantáneo y parecido al de una droga.
Los psicólogos Shane Frederick y George Loewenstein estudiaron y dieron nombre al fenómeno de la adaptación hedónica. Lo ilustraron con la lotería: ganar la lotería permite a cualquiera vivir como había soñado.
No obstante, después de un período inicial de euforia incontenida, quienes han ganado la lotería vuelven a niveles de felicidad (bienestar, etc.) similares a los que tenían con anterioridad.
Sin razón ni reflexión interior, el bienestar es más caduco
Ello es debido a que la gratificación instantánea no incide en los mecanismos que aumentan el bienestar a largo plazo, como solventar problemas y preocupaciones interiores, que tienen poco que ver con un entorno lleno de pequeños placeres. Los filósofos clásicos coinciden con la psicología positiva moderna en este punto.
Ocurre algo parecido cuando compramos cualquier cosa que se nos haya antojado, tengamos la necesidad objetiva de adquirirlo o, por el contrario, la hayamos generado para justificar el esfuerzo económico.
Al principio, justo después de comprar, nos maravillamos por las características del teléfono inteligente, la prenda de ropa, la televisión de pantalla plana, el vehículo más rápido y espacioso, la casa más grande.
Al pasar un tiempo, no obstante, el mecanismo de la adaptación hedónica surte efecto y sentimos indiferencia ante lo que habíamos comprado; sin mostrarnos críticos con el fenómeno, nos encontramos anhelando la última versión, recién presentada, del teléfono inteligente, u otra prenda de ropa, o una televisión más grande, o un vehículo y vivienda más grandes y sofisticados.
Cuando creemos que nuestro bienestar depende de las apariencias
La adaptación hedónica coincide con otro fenómeno psicológico que influye sobre nuestra percepción de nuestro bienestar relativo y el de los nuestros: de manera también inconsciente, comparamos nuestra situación con la de nuestro entorno inmediato (vecinos, familia), y queremos mantenernos a su rueda. Cueste lo que cueste.
Es el llamado consumo conspicuo, o competitivo, teorizado por Thorstein Veblen, mediante el cual un individuo aspira a mantener un determinado estatus social en su entorno.
La versión más perversa del consumo conspicuo es el consumo envidioso, un término sociológico más especializado que se refiere al consumo conspicuo deliberado de bienes y servicios para provocar la envidia en otros.
Sobre la búsqueda del bienestar esencial
Stephanie Rosenbloom describe en The New York Times la crisis existencial por la que Tammy Strobel, una jefa de proyecto californiana que contaba con todos los bienes materiales identificados por la sociedad como el arquetipo de la felicidad en los suburbios: capacidad de compra, casa espaciosa, dos coches, etc.
Tammy Strobel no era feliz, así que ella y su marido optaron por una vida menos centrada en acumular-renovar-sustituir productos y servicios. Se desprendieron de objetos innecesarios (“decluttering”), redujeron gastos y dieron más importancia a las experiencias y acciones que reforzaran más su vida interior y su relación.
Tras desacelerar su tren de vida e interesarse por una vida más sencilla, Strobel y su marido, Logan Smith, ambos de 31 años cuando se escribió el artículo, decidieron comprobar si, como intuían, que la adquisición de bienes materiales no hace feliz.
“La idea de que tienes que hacer las cosas a lo grande para ser feliz es falsa”, dice Tammy Strobel en el artículo.
Nuestra experiencia: el atractivo de la vida sencilla
Preparando nuestros artículos y vídeos, Kirsten Dirksen y yo mismo hemos conocido a muchas personas de diversos lugares que, sin leer publicaciones de psicología avanzada, ni siquiera ensayos sociológicos o de filosofía, han llegado a la misma conclusión que los estudiosos de la adaptación hedónica: tener más no aporta mayor felicidad.
Eso sí, la búsqueda de más cosas, mejores, de una versión más avanzada y superiores a las de nuestro entorno inmediato sitúa nuestro comportamiento impulsivo para conseguir gratificaciones instantáneas a la altura de una adicción más.
Las buenas noticias: las adicciones pueden curarse. Las malas: las adicciones con un profundo protagonismo psicológico son más difíciles de combatir que las que cuentan con una naturaleza más somática. El primer paso es ser consciente del propio comportamiento.
Sí que pasa y sí, puede evitarse
En sus estudios psicológicos, Shane Frederick y George Loewenstein observaron que el fenómeno de la adaptación hedónica se producía en tantas formas como mecanismos tiene el ser humano para saciar su apetito ancestral por la gratificación instantánea.
Padecemos adaptación hedónica cuando conseguimos el puesto de trabajo anhelado, e incluso con nuestras relaciones.
William B. Irvine explica este caso con un ejemplo en su ensayo Guide to the Good Life: “Conocemos al hombre o la mujer de nuestros sueños y, tras un tumultuoso cortejo, logramos casarnos”.
“Iniciamos la convivencia -prosigue Irvine- con el estado de gracia de los recién casados pero, al poco, nos encontramos contemplando los defectos del cónyuge y, no mucho tiempo después, fantaseando acerca de iniciar una relación con alguien nuevo”.
Una vez más, una vez cumplimos con un supuesto deseo que cambiará nuestra vida para mejor, nos adaptamos a su presencia en nuestra vida y, como resultado, dejamos de desearlo o no lo encontramos tan útil, placentero o atractivo como al principio.
Sobre el uso de la razón y la fuerza de voluntad
Sísifo, en efecto, está condenado a volver a acarrear el peñasco justo antes de llegar a la cima de la colina con él a cuestas.
A diferencia del mito griego, cualquier ser humano cuenta con su intelecto y voluntad para analizar cómo influyen en su vida los fenómenos de adaptación hedónica y consumo conspicuo.
Una vez analizado el problema, es posible, dicen la filosofía clásica y la psicología positiva moderna, se le puede poner remedio. Consiste en ser conscientes de nuestra herencia genética y propensión a buscar la satisfacción por el camino más meridiano (gratificación instantánea) y aprender a controlar -no reprimir- este impulso.
Una vez conscientes de cómo funcionan nuestros mecanismos de placer, el sentido común, la fuerza de voluntad y los mecanismos de la gratificación aplazada (obtener beneficios duraderos mediante una conducta racional) son la base -dicen la filosofía clásica y la psicología moderna-, del bienestar duradero.
La regularidad de un termostato interno
Los estudios sobre comportamiento y adaptación hedónica muestran cómo el ser humano reacciona ante los eventos de su entorno mediante un temperamento “termostato” que no varía de manera dramática con cambios externos al individuo.
En un artículo para Scientific American (The Science of Lasting Happiness), Marina Krakovsky menciona estudios realizados en gemelos en distintos entornos, que sugieren que alrededor del 50% de la percepción de bienestar o felicidad de una persona está predeterminado (“punto de partida genético”).
Es más complejo establecer hipótesis sólidas acerca de qué factores determinan el otro 50%. Según los estudios, alrededor del 10% se relacionan con el entorno y la coyuntura, mientras que el 40% restante depende de lo que llaman “actividades intencionales”.
La fuerza de voluntad es un músculo: si no se ejercita, se atrofia
Por tanto, cerca de la mitad de nuestra percepción de la felicidad está determinada por nuestra voluntad, perseverancia y raciocinio. Si tenemos en cuenta que la fuerza de voluntad se puede ejercitar y se comporta como un músculo.
Cuando se ejercita, por tanto, mejora su rendimiento; si no la ejercitamos, por el contrario, la fuerza de voluntad se atrofia, como un músculo físico, exponen el psicólogo social Roy F. Baumeister y el periodista de The New York Times John Tierney, en el ensayo Willpower: Rediscovering the Greatest Human Strength (consultar [Re]Aprendiendo: gratificación aplazada y fuerza de voluntad).
En nuestro comportamiento cotidiano emulamos, a grandes rasgos, los dibujos animados desde sus inicios; en ellos, personajes (como Donald en 1938) deciden en función de la gráfica lucha que tiene lugar en su conciencia entre los impulsos (caracterizados con un pequeño demonio) y los intereses a largo plazo (solía aparecer un querubín).
Suelen imponerse los impulsos hedónicos, tanto en los dibujos animados como en la vida real, si el contrapeso de la gratificación aplazada no surte efecto.
Placer impulsivo vs. intereses a largo plazo
En este contexto, la gratificación aplazada se manifiesta con uso de la razón, intereses a largo plazo, conciencia eudemónica o estoica, psicología positiva e inteligencia emocional.
Para superar una situación en la que el individuo actúa como Sísifo, o como un hámster corriendo en el interior de una rueda, la psicología moderna coincide, por tanto, con las filosofías de vida en el sentido clásico.
Una filosofía de vida consiste en cultivar una manera coherente de vivir, estaremos preparados para resistirnos a los espejismos del placer mal entendido, y aprenderemos a apreciar otras cosas y situaciones que nos aportan bienestar duradero.
(I Can’t Get No) Satisfaction
La canción de The Rolling Stones en la que se insiste de manera repetitiva en la incapacidad de satisfacer nuestros deseos resulta menos anodina de lo que parece a simple vista. Como la poesía, la lírica musical siempre ha sido capaz de captar una sensación o intuición de un modo más intenso que una explicación racional:
- Nos sentimos infelices porque detectamos un deseo o deseos que no hemos satisfecho.
- Nos movilizamos para saciarlo de la mejor manera, con la creencia de que, una vez satisfecho, obtendremos o recuperaremos el bienestar.
- Una vez ha sido satisfecho, nos adaptamos a su presencia y dejamos de desearlo, o lo deseamos menos.
- Acabamos tan insatisfechos como antes de satisfacer el último, penúltimo y antepenúltimo deseo.
50% heredado, 10% contexto, 40% depende por completo de nuestra voluntad
Es posible romper el maleficio de Sísifo, o salir de la rueda giratoria en la que nos encontramos.
Según los estudios mencionados realizados en gemelos que vivieron en entornos separados, la mitad de nuestra conducta y predisposición a ser positivos (y experimentar bienestar) están predeterminados por nuestra herencia genética.
Además, una pequeña parte de nuestra capacidad para ser felices (el 10%) depende del entorno. En estos momentos, por ejemplo, la recesión económica atenaza a más personas que hace unos años en los países más desarrollados.
Pero el 40% restante depende de la propia voluntad y capacidad para servirse del raciocinio y, así, lograr un cierto bienestar objetivo, más allá del contrapeso de nuestra herencia genética y el contexto donde vivimos.
Guía de la buena vida
En Guide to the Good Life, William B. Irvine explica que “una clave para la felicidad consiste en prevenir el proceso de adaptación [hedónica]: necesitamos dar pasos para evitar dar por sentadas, una vez conseguidas, las cosas por las que tanto luchamos por obtener”.
Es posible, dice Irvine, perfeccionar una técnica interior para mantener vivo el deseo sobre las cosas que ya tenemos. El modo más rápido y económico de lograr el bienestar duradero es saber apreciar nuestra situación.
No importa si es idílica o no para otros, lo crucial es cómo nos percibimos a nosotros mismos, y con qué consistencia y coherencia usamos la razón para extraer siempre lo positivo de lo que ya tenemos, concluye Irvine.
Para este profesor de filosofía, una posible respuesta para entrenarse y ejercitar habilidades como la fuerza de voluntad, el tesón, la perseverancia o el raciocinio, es cultivar una filosofía de vida coherente.
Anular los efectos de la adaptación hedónica
No hace falta etiquetar este esfuerzo racional por ver el vaso medio lleno. Tampoco se requiere ser un iluso: siendo más felices con menos nos preparará para apreciar lo que merece ser apreciado.
Y el pesar por no llevar el último móvil, coche, o prenda de ropa, perderá su sentido, tanto para el individuo como para su entorno.
La adaptación hedónica habrá dejado de surtir efecto.
Más sobre: fuerza de voluntad, hedonismo inconsciente, optimismo, filosofías de vida y bienestar duradero.
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