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Ecocidios y derechos animales tras Deepwater Horizon

La catástrofe provocada por la torre petrolífera Deepwater Horizon junto a Nueva Orleans acerca a la opinión pública realidades que el gran público no se plantea cuando usa cualquier utensilio de plástico producido con petróleo, o llena el depósito de su automóvil.

Existe una gran presión política y económica para reimpulsar la prospección petróleo y gas en alta mar a lo largo de la costa de Estados Unidos, una de las concesiones que, hasta la explosión en la torre gestionada por BP, Barack Obama planeaba a cambio de votos favorables a sus políticas en el Congreso y el Senado.

Ya no está tan claro. La decisión del Gobierno estadounidense dependerá en buena medida del grado de consternación que muestre la opinión pública del país.

Empezando en Europa

Personalmente, la situación en la costa de Luisiana provocada por el vertido me ha refrescado la memoria acerca de otro desastre petrolífero que viví de cerca, ya que acudí como voluntario para ayudar en la limpieza de las playas de Muxía, tras el hundimiento del Prestige junto a la costa gallega.

Fue una catástrofe con ruido político y consignas más interesadas que nunca. Pero también fue la catástrofe de la lección de madurez de los jóvenes gallegos, del resto de España y Europa, que desdijeron todos los estereotipos acerca de su indolencia y nihilismo para acudir en masa a limpiar las playas asfaltadas. 

Europeos como los que vi en las playas de Muxía estarían más preparados que la clase política europea para hacer frente a acuciantes problemas económicos y medioambientales. Cuando el proyecto de Europa está más en entredicho que nunca, recordar el desastre del Prestige evoca lo peor de los consensos internacionales: entonces, barcos con bandera de conveniencia y sin condiciones para navegar, no ya para transportar crudo.

Pero también evoca lo mejor. Junto a mí y a los compañeros de la Universitat Autònoma de Barcelona que acudimos a retirar chapapote, entre ellos la malograda coordinadora de la expedición Mavi Dolz, había rapaces de Muxía junto a grupos de universitarios italianos, jóvenes del resto de España que abarrotaban los dormitorios de la Universidad de Santiago de Compostela e incluso jubilados europeos que habían decidido ayudar. Todos lo hacíamos desinteresadamente.

Rememorando el Camino Francés, miles de jóvenes europeos, más laicos y poco concienciados que nunca, se decía, se habían acercado a las playas de la Costa da Morte a construir la Europa de verdad.

Estar a la altura

Había un problema medioambiental, un marrón en Galicia, el bonsái atlántico, el país ibérico con una relación tan mágica con el mar como las fábulas de Álvaro Cunqueiro. Una situación que requería una reacción inexcusable, también por parte de la ciudadanía (nota del autor: no confundir “ciudadanía” con “sociedad civil subvencionada”).

En Muxía, había que arrimar el hombro y retirar lo que recuerdo como una playa, literalmente, asfaltada. Parecida a la que sobrevuela Javier Bardem en Mar Adentro, aunque en versión post-apocalíptica, con cientos cientos de voluntarios retirando crudo en interminables ileras.

Con la frescura de haberlo vivido, escribí un reportaje sobre la experiencia, publicado en un diario catalán. Lo escribí con las vísceras. Sentía el pálpito de la responsabilidad. Quizá, en aquel momento, creí en el periodismo como vocación.

Nadie que no haya dedicado días a luchar contra la realidad de intentar “limpiar” un vertido conoce con tanta seguridad que es materialmente imposible retirar cantidades como 63.000 toneladas de crudo, las vertidas por el Prestige en la costa gallega a finales de 2002.

Recuerdo haber incluido en aquel reportaje sobre el vertido del Prestige un flashback que me recordaba una escena de la infancia: “cuando uno está más de cuatro horas retirando arena [de la playa] con las manos [para recoger el chapapote], tiene la sensación de haber sido teletransportado al pasado, cuando hacía castillos de arena en la Costa Daurada entre restos de cigarrillos Ducados extendidos aquí y allá. El Ducados es ahora asfalto”.

En el mejor de los escenarios, el actual vertido del Golfo de México podrá ser taponado, aunque es materialmente imposible retirar las miles de toneladas vertidas en una zona ya castigada por el nitrógeno de fertilizantes químicos que el Misisipí arrastra hasta su estuario, y por las consecuencias de Katrina.

El propio desastre del Prestige sirvió para que un grupo de ingenieros usara técnicas de bioremediación en las playas más afectadas por el vertido, con resultados esperanzadores. La técnica aplicada en las mismas playas de Muxía que, junto a mis compañeros, yo mismo contribuyera a limpiar, consiste emplear determinados tipos de bacterias que se alimentan de los restos del vertido, una opción a largo plazo, aunque limpia y ecológica.

Quizá este tipo de técnicas puedan aplicarse a gran escala en Luisiana. Nueva Orleans, The Big Easy, se ha convertido en víctima de patrones climáticos cada vez más extremos y de la mala praxis de la industria petrolera, cuyo reciente historial en el Golfo de México, como poco, asusta

Ciudadanía vigilante

La opinión pública estadounidense deberá mantenerse vigilante para que ahora no se convierta en víctima de métodos de retirada de crudo y limpieza respetuosos con los ya de por sí en peligro ecosistemas de la zona.

De ahí la importancia de vigilar desde la primera línea del desastre: la presencia de miles de voluntarios en primera línea de playa, ayudando junto a personas contratadas por las administraciones gallega y española para retirar el chapapote, aumentó la presión de la opinión pública sobre quienes debían tomar decisiones en caliente ante una situación catastrófica y garantizó que se evitara, en buena medida, la picaresca.

Es importante que los voluntarios estadounidenses sean conscientes del papel crucial que jugarían en la costa de Luisiana, como supervisores y vigilantes de la responsabilidad (“accountability”) de BP y la Administración de Estados Unidos sobre la gestión del vertido y sus consecuencias.

Es una opinión personal, pero lo mejor que podría ocurrir a la zona afectada por la catástrofe del Deepwater Horizon es la participación de voluntarios, que ejercerían, con su actitud vigilante y ausente de intereses, de contrapeso ético y garantes de una limpieza respetuosa con los ecosistemas del Golfo de México.

Más allá del Everest

Para encontrar tecnología de ciencia ficción, basta con estudiar la prospección petrolífera actual. La torre de perforación, propiedad de Transocean y arrendada por BP, es descrita como una plataforma petrolífera móvil “de posicionamiento dinámico para trabajar en aguas profundas”, con taladros que perforaban el lecho marino y con capacidad para operar hasta a 2.400 metros de produndidad. ¿Su profundidad máxima de perforación? 9.100 metros. ¿Altura del monte Everest? 8.848 metros. Mm.

Deepwater Horizon, un tipo de torre usada para la perforación que suele ser sustituida por otra de exploración al finalizar su tarea, fue construida por Hyundai en Corea del Sur. Tras arribar al Golfo de México, fue arrendada por BP Exploration, que la usó en la prospección de varios yacimientos.

Desde 2002, la tecnología de la torre se movía en el terreno de la ciencia ficción: no sólo podía perforar a miles de metros bajo el agua, sino que se le instaló un sistema para monitorizar la actividad de sus taladros en tiempo real. Este sistema, conocido como “e-drill“, enviaba los datos a técnicos que, desde Houston, Texas, supervisaban el avance y la naturaleza de los errores registrados.

Una torre de perforación para trabajar en una zona de alta mar conocida por sus tormentas y fuertes corrientes, de 121 metros de largo por 78 metros de ancho, con espacio para albergar hasta a 130 tripulantes y grandes taladros trabajado en el lecho marino. Más que la descripción de una operativa de este mundo, esta imagen me evoca la saga de ciencia ficción The Matrix, sobre todo su tercera entrega, cuando las máquinas taladran para llegar al último reducto humano a salvo, situado en el subsuelo.

Desconocemos hasta dónde ha llegado el nivel de sofisticación de la búsqueda de petróleo, como muestra la operativa de Deepwater Horizon. Asistimos ahora a las consecuencias de este tipo de prospección; el perfeccionamiento tecnológico de técnicas de perforación similares no podrá garantizar la ausencia de riesgo de vertidos.

22 de abril de 2010

Las grandes empresas petroleras, entre ellas BP, arrendadora de la torre de prospección que ha causado el vertido, han reiterado en campañas de comunicación que en los últimos años el sector ha mejorado la seguridad de los trabajadores y se han reducido vertidos.

Afortunadamente para el interés de las empresas del grupo conocido como Big Oil y sus accionistas, el gran público, que muestra su enfado sobre la situación provocada por el vertido, también desconoce lo fácil que resulta que cualquier situación imprevista provoque un vertido como el del Golfo de México.

Los desastres, simplemente, ocurren, y lo que se debe hacer es reaccionar rápidamente paliar al máximo las consecuencias del desastre, dice BP. No queda claro si la proyección pública de BP ante el desastre coincidirá con todas sus acciones en la zona de la catástrofe, ya que la petrolera británica asegura trabajo bien pagado en la limpieza del vertido a los pescadores de la zona, siempre que éstos firmen un contrato que les impide demandar a BP por daños en el futuro, informa The New York Times.

La compañía ha cometido un error y pagará la limpieza del vertido, dicen tanto la propia BP como la Administración estadounidense. Barack Obama ha admitido que el daño natural del desastre podría “no tener precedentes“. 

Ocurre que “la limpieza” total del vertido es materialmente imposible, pese a que el uso de colectores, disolventes, mallas y otros utensilios para la captura de crudo puedan retirar una fracción del vertido, situada en la superficie. Verter petróleo en el océano provoca consecuencias sobre los ecosistemas marinos y costeros a largo plazo, que no pueden “limpiarse”, ni enmendarse con una indemnización económica, que actúa como una mera compensación del desastre ya causado.

Oportunidad tras el vertido: despertar conciencias

Interesante la reflexión de Paul Krugman: “Si Obama puede sopesar el momento, este vertido de petróleo podría ayudar a revertir el descenso del respeto por el medio ambiente en Estados Unidos”.

Ha sido necesario usar tecnología futurista para explotar pozos petrolíferos situados en zonas cada vez más inhóspitas, incluidas aquellas próximas a lugares con especial interés natural, o dentro de ellos. No obstante, recuerda Krugman, en el desastre provocado por la explosión de Deepwater Horizon existen reminiscencias del pasado, cuando acontecimientos similares condujeron a celebrar el primer Día de la Tierra

El vertido que llenó de chapapote las playas de la pintoresca ciudad californiana de Santa Bárbara en 1969 logró que el gran público entendiera que había que actuar para evitar la muerte por contaminación de ríos como el Cuyahoga, que cruzaba y cruza, entonces lleno de ácido y ahora revitalizado, la industrial Cleveland; o la situación desesperada en que se encontraba el lago Erie, entonces cloaca declarada no apta para la vida, ahora regenerado. Para actuar con efectividad, fue necesario aprobar una ley, la Clean Water Act.

Pero los logros de aquella época, que consiguieron maquillar las principales inconveniencias medioambientales a las que se enfrentaban a diario millones de americanos (contaminación de ríos y lagos próximos a zonas muy pobladas, smog en las grandes ciudades, vertidos tóxicos), también han jugado a la larga, según Krugman, un papel pernicioso, al suscitar la percepción de que el entorno, al menos el más próximo para los votantes estadounidenses, “está más limpio”.

De ahí que haya encuestas recientes que muestren que “los americanos están ahora menos preocupados sobre los principales problemas medioambientales que en cualquier otro momento durante los últimos 20 años”.

Al desaparecer la contaminación más visible, el grado de responsabilidad ciudadana se adaptó, según el argumento de Krugman, a unas circunstancias menos apremiantes. Tampoco ayudó identificar las actitudes ecologistas con la élite urbana más progresista y ecologista esnob, que Rush Limbaugh bautizó como “eco-Nazis”.

Pero la explosión de Deepwater Horizon puede aumentar la concienciación medioambiental en la ciudadanía, justo cuando la Administración de Barack Obama podría necesitarlo, cuando habrá que explicar incluso a los menos crédulos que hay que tomar decisiones rápidas, algunas de ellas poco confortables, para reducir la cantidad de gases con efecto invernadero en la atmósfera, un problema que no se ve asomándose al río Coyahoga desde una barandilla de Cleveland, o yendo a la playa de Santa Bárbara, o dando un paseo junto al lago Erie.

Ecocidios y derechos de los animales y ecosistemas

Según el derecho estadounidense e internacional aplicable a un caso como el vertido de Deepwater Horizon, la responsabilidad subsidiaria de BP sobre la catástrofe se acabaría una vez acabara la limpieza (aunque la auténtica limpieza, en términos ecológicos, tardará décadas y culminará en realidad con la restauración de los ecosistemas dañados) y pagara las indemnizaciones que se establezcan. Nada más.

No existirán criminales, ni el derecho internacional reconoce ningún concepto jurídico relacionado con los derechos de los animales, por no hablar ya de los derechos universales de toda la vida en este planeta, que muchos incrédulos situarían en el terreno del buenismo de salón o de la religión. 

Siendo cínicos, si los países que conforman la ONU no han sido capaces de poner en práctica la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un pacto o carta internacional que reconociera derechos fundamentales a la vida en este Planeta serviría para decorar en cuartillas del mejor papel timbrado, con letra de oro, una mera declaración de intenciones sin voluntad de ser aplicada (ver, por ejemplo, el intento a través de la Declaración Universal sobre el Bienestar Animal).

Como ocurre con los animales, las grandes catástrofes medioambientales provocadas por el ser humano no implican que los causantes paguen penalmente por su responsabilidad, independientemente de donde se haya producido el hecho: en el medio del océano, a 10.000 metros de profundidad, en el centro de un desierto o en el corazón de Nueva York.

Una de las grandes paradojas del derecho y la ley humana, cuyas principales corrientes, como el derecho romano o el anglosajón, dicen estar fundamentadas en la razón. De modo que cualquiera de estas 10 catástrofes naturales perpetradas por el ser humano, que dañan el planeta mientras lees estas líneas, están amparadas por la misma razón humana.

La abogada británica Polly Higgins ha emprendido una campaña para que lo que ella denomina ecocidios, o la destrucción en masa de los ecosistemas, sean considerados un crimen contra la humanidad y, por tanto, como ocurre con los genocidios, sean delitos sin prescripción, que puedan perseguirse en cualquier lugar, aquí y en la luna. Una iniciativa tan justa como quimérica, como ocurre con las declaraciones de buenas intenciones.

La radical idea de Higgins y quienes abogan por reconocer los ecocidios como un crimen contra la paz, llevaría a quienes fueran acusados de cometer presuntamente este delito a sentarse ante la Corte Penal Internacional.

Difícilmente se reconocerá en los próximos años la destrucción de los ecosistemas como un crimen contra la paz, ya que este reconocimiento tendría un profundo efecto sobre las industrias que más presión infringen sobre los medios naturales en todo el mundo, tales como las compañías que explotan combustibles fósiles, la minería, el sector agropecuario, el pesquero, el forestal y la industria química. Demasiado poder en contra de la iniciativa.

Polly Higgins explica por qué, según ella, los ecocidios deberían ser perseguidos por una ley universal que no prescribiera: “el ecocidio es en esencia la antítesis absoluta de la vida. Conduce al agotamiento de los recursos y es una fuente de conflictos armados. Cuando este tipo de destrucción es producto de las acciones de la humanidad, el ecocidio puede ser considerado como un crimen contra la paz”.

Con tesón, seriedad y un implacable trabajo de campo, seguido por un no menos implacable libro, Rachel Carson consiguió que se remediaran los debastadores efectos de un grupo de pesticidas, entre ellos el DDT, sobre la vida silvestre, especialmente las aves. 

Carson, que sufrió la presión de la industria estadounidense y llegó a ser acusada de comunista, fue la artífice de la prohibición del uso de DDT. Habló en nombre de las aves y pudo conseguir que la sustancia que más amenazaba sus vidas fuera prohibida.

Catástrofes como los vertidos del Prestige, en el invierno de 2001-2002 en Galicia, y Deepwater Horizon, que amenaza los ecosistemas del Golfo de México desde finales de abril de 2010, refuerzan las tesis de Rachel Carson y Polly Higgins.

Hoy nos hemos reunido y comprobamos que los ciclos de la vida continúan. Se nos ha dado el derecho a vivir en equilibrio y armonía entre nosotros y con todos los seres vivos. Así que ahora, reunimos nuestras mentes como una sola mientras otorgamos nuestro saludo y gracias a los demás como personas.” (Del discurso de Acción de Gracias de la confederación iroquesa).

Sigue las últimas opiniones recogidas en Twitter sobre el vertido de Deepwater Horizon