El deporte ha traspasado su valía tradicional hasta convertirse en el espejo donde todos quieren reflejarse cuando se gana, aunque su pretendido “espíritu” flaquea cuando se trata de apadrinar las derrotas.
Aceptar una derrota requiere una actitud vital sólida, saber a qué se juega, conocer el auténtico significado del deporte (nota: esta frase no ha sido copiada de un anuncio de agua mineral o productos dietéticos).
Paulo Coelho describe con elegancia la valía de saber perder:
“Un guerrero acepta la derrota como una derrota, sin intentar transformarla en victoria.”
Sobre la importancia de reconocer paternidades
“La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”,
aseguraba Jorge Luis Borges; un valor que se ha perdido en la cultura popular de las últimas décadas, más obsesionada en el culto de la victoria (vista como el acto supremo de gratificación instantánea) que con el “fair play” de los primeros campeonatos del mundo de fútbol, esos en los que Uruguay solía jugar las finales.
Es difícil declararse perdedor. Y aquí va la tercera cita de una tacada, la más famosa quizá sobre la derrota,
que es huérfana, mientras a la victoria se le conocen cien padres.
Nos la legó JFK, adaptando una máxima de Tácito, como respuesta a un periodista que le preguntaba sobre el desastroso desembarco estadounidense en la Bahía de Cochinos.
Sobredosis deportiva: ¿espectadores de deportes o cazadores de victorias?
Cuando las competiciones de clubs de los principales deportes cerraron el calendario 2011-2012, llegaron la Eurocopa de fútbol, el Tour y, ahora, los Juegos Olímpicos, que concatenarán con el inicio de la temporada de clubes.
Practicar deporte tiene sus seguidores, pero su número no es comparable al de los aficionados pasivos, entusiastas del deporte que, sin embargo, apenas lo practican. Una paradoja que se expresa en toda su crudeza en los elevados índices de inactividad física que registran muchos países.
Sea como fuere, practiquemos o no deporte, estos días vemos las principales pruebas de atletismo y los deportes más populares, y hay quien se atreve incluso con las disciplinas minoritarias: ¿cuál es entonces el secreto de la popularidad de los deportes más exigentes, para lograr un éxito apabullante y transversal?
Ecos del “espíritu olímpico”
El deporte más exigente, sea amateur o profesional, destaquen en él el tan citado “espíritu olímpico” y el “fair play” o no, es uno de los pasatiempos más universales.
Los espectadores de cualquier gran cita deportiva, deportistas ellos mismos o no, comparten, en opinión del consultor y escritor Tony Schwartz, una obsesión malsana con la victoria. Nuestra cultura otorga todo al ganador y penaliza a quien se queda a las puertas del éxito.
Nadie se sienta en una grada, ni ante el televisor o el ordenador, consciente del esfuerzo realizado tanto por la minoría afortunada de los ganadores como por los perdedores.
Nuestra malsana obsesión con la victoria
Cuando la victoria llega sin elegancia, actitud, juego limpio, espíritu de camaradería, ¿sigue siéndolo? La respuesta es afirmativa a efectos nominales; queda menos claro de si su valor equivale al de una victoria canónica, bien labrada, elegante, conducida sin prepotencia, respetuosa con los perdedores.
Tony Schwartz expone en un artículo para Harvard Business Review que, pese al éxito social del deporte de élite en todo el mundo, el espíritu amateur del deporte olímpico -tal y como fue concebido en la Época Clásica-, se ha desvanecido en las exigencias del deporte actual.
Hay que saber ganar y perder. Se atribuye al filósofo chino Lao-Tsé la frase:
“un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene la intención de llegar.”
Los deportistas amateurs y de élite que no tienen planes fijos, ni la intención de llegar, son ahora una minoría.
La exigencia de algunos deportes es tal que, dice Tony Schwartz,
“es imposible no admirar la disciplina, concentración, capacidad de sacrificio y gracia exhibida bajo presión por los campeones olímpicos.”
Cuando estar en la élite ya no es suficiente
El reconocimiento se extiende, a lo sumo, a los medallistas en general. Los diplomas olímpicos quedan en segundo plano, mientras nadie se acuerda de los finalistas de las pruebas, ni mucho menos de quienes se han clasificado para los juegos en su disciplina, pero no logran un buen resultado.
Premiando al ganador y concentrando toda la atención en las estrellas de cada disciplina, perdemos parte del significado del deporte. ¿Hay que admirar a los atletas que no logran su objetivo por un minúsculo detalle? ¿Qué diferencia hay entre los perdedores y los ganadores?
Ganar no es el único objetivo, expone Tony Schwartz, después de aclarar que admira el éxito de quienes lo consiguen y que no es partidario de las competiciones para niños o amateurs que ofrecen el mismo premio a cualquier participante por el mero hecho de acudir.
La infantil mentalidad del ganador-se-lo-queda-todo
La mentalidad del “ganador se lo queda todo”, tanto en el deporte como en la cultura en general, acarrea varios riesgos, explica Tony Schwartz.
La victoria es una meta efímera “que promete más de lo que ofrece”, que deja un peligroso vacío en quienes han dedicado sus esfuerzos a perseguir un logro concreto, con un instante fugaz de popularidad, equivalente de la era de Internet a los 15 minutos de fama que Andy Warhol vaticinó para el futuro. Obsesionados con no fracasar, hemos recubierto la victoria con tal aureola que obtenerla promete mucho más de lo que puede ofrecer.
Cuando centramos todos nuestros esfuerzos en el premio y no lo consideramos un reconocimiento adicional al esfuerzo que no debe obsesionarnos, conseguirlo -o fracasar en el intento- logra una importancia de la que carecía en el deporte clásico y los inicios del deporte moderno, con su espíritu amateur. Nunca está de más dedicar una tarde de verano a mirar de nuevo Carros de fuego.
Muchos deportistas de élite combaten la depresión al lograr sus victorias anheladas, o al final de su carrera. Divagan sin rumbo o tratan de encontrar, a través de la gratificación instantánea, nuevos objetivos en su vida, después de lograr la victoria (o la derrota).
La delgada línea entre la perseverancia y la obsesión
La carrera por la victoria empieza a menudo a edades muy tempranas, con padres sometiendo a sus hijos a horarios maratonianos y, en ocasiones, a sacrificios que condicionarán su complexión física durante el resto de su vida.
El carácter competitivo de la sociedad se observa también en el consumo conspicuo, o en la universidad a la que quieren acudir los adolescentes: lograr o no acudir a la primera opción elegida por el estudiante se convierte en un “todo o nada” en su entorno social.
No conseguir la primera opción le perseguirá durante toda la vida, no importa lo intachable que sea su currículo, mientras acudir a los mejores centros equivale a poco menos que una gran victoria deportiva.
La sociedad repite la presión sobre los estudiantes cuando éstos acaban de estudiar. Se supone que deben encontrar un buen trabajo y lograr éxito económico que pueda transformarse en bienes que ratifiquen el nuevo estatus.
Devolver el carácter inclusivo a victoria y derrota
Hemos definido la victoria y la derrota de una manera tan excluyente que sólo un pequeño porcentaje de personas logra su cometido, a menudo sacrificando el resto de su vida, o padeciendo las consecuencias de haberlo dado todo por una meta efímera.
Como espectadores y aspirantes, somos adictos a tipo de victoria -deportiva y vital- que, según Tony Schwartz,
“exige una especie de foco unívoco que puede crear una vida estrecha y limitada.”
Hay excepciones. Ganar puede ser la consecuencia de un objetivo más profundo y consistente, una filosofía de vida que no empieza con el único objetivo de prepararse para la victoria, ni acaba cuando uno pierde. Hay victorias vacuas y derrotas enriquecedoras.
Perder es más que participar con indolencia
El deporte no se reduce a participar, sino a intentar alcanzar la cúspide, pero conseguir el máximo objetivo no es el único premio, o la recompensa suprema. Las filosofías de vida clásicas alertaban sobre las consecuencias de confundir la victoria y la fama con la felicidad.
El profesor de filosofía y escritor William B. Irvine explica en su ensayo Guide to the Good Life cómo los filósofos clásicos detectaban el mal de la “insatisfacción crónica” en muchos conciudadanos infelices, al confundir lo verdaderamente valioso -la tranquilidad, la plenitud, el bienestar duradero- con el espejismo de la fama y las posesiones materiales.
La búsqueda de la fama y la victoria -en la política, los negocios, las letras- había confundido a estos individuos, que pasaban -pasan- sus días en busca de cosas que, lejos de hacerles felices, les causan ansiedad y desdicha.
Para filosofías clásicas como el estoicismo, no hay que rechazar el reconocimiento o la fama, pero tampoco confundir la victoria con un fin en sí mismo.
Ser conscientes del día de hoy
El individuo es incapaz de controlar las proyecciones externas y es mejor, decían Epicteto y Séneca, mantenerse impasibles ante lo que piensen de nosotros. En vez de buscar la fama u obsesionarse con la victoria, dicen los filósofos clásicos, es mejor centrarse en sacar el máximo partido al día de hoy, disfrutando del trabajo, el partido, la eliminatoria, el entrenamiento.
Si, como fruto del esfuerzo y la perseverancia, llegan la victoria o la fama -el reconocimiento exterior que el individuo no controla-, hay que aprender a aceptarlas con naturalidad, sin que el ruido y los halagos perturben la tranquilidad interior. Así, decían los clásicos, se evita que otros se sientan ofendidos o vean prepotencia en una actitud indolente.
(Re)interpretando la victoria contemporánea
Al contrario que las filosofías de vida clásicas, la interpretación contemporánea del éxito se centra en el premio que disturba la tranquilidad del atleta (o estudiante, trabajador, artista, etc.), restando valor al proceso de aprendizaje que les ha conducido a competir entre los mejor preparados.
La victoria contemporánea, al alcance de un minúsculo porcentaje de personas, demanda -según explica Tony Schwartz en Harvard Business Review– una especialización extrema que promueve la creación de individuos-tarea: los deportistas, artistas, estudiantes o tecnócratas más especializados de la historia.
El fenómeno de la especialización contradice las ventajas de la polimatía, practicada por algunas de las mentes más lúcidas de la historia, situadas a menudo en la frontera entre las humanidades, la ciencia y el cultivo físico.
Un mundo de especialistas que olvidó la polimatía
El escritor William Deresiewicz expresaba en un aplaudido discurso de graduación uno de los puntos débiles de la sociedad contemporánea. Las universidades actuales enseñan especialidades; han dejado de educar en el sentido amplio.
“(…) Lo que tenemos ahora son los mayores tecnócratas que jamás haya visto el mundo, gente que ha sido entrenada para ser increíblemente buena en algo específico, pero que no tiene interés en nada más allá de su especialidad. Lo que no tenemos son líderes.”
Los valores de la victoria
Para que la victoria y la fama no se conviertan en el objetivo de individuos-robot dedicados únicamente a su cometido y, por el contrario, desconocedores del resto, educadores y entrenadores deben recuperar, a juicio de Tony Schwartz, los auténticos valores de la victoria:
- Los ganadores se esfuerzan, perseveran y continúan mejorando en lo que hacen, más allá de si consiguen o no la victoria.
- Los ganadores tienen objetivos, que proporcionan dirección y motivación, pero reconocen que la satisfacción prolongada proviene de la experiencia diaria de acercarse un poco más a un objetivo dado. Una actitud en la que resuenan taoísmo, eudemonismo y estoicismo: el buen viajero sin planes fijos ni la intención de llegar.
- Los ganadores no tienen miedo a perder: aprenden de la derrota y se cultivan perdiendo.
- Los ganadores no usan sus habilidades sólo en beneficio propio, sino que se sirven de ellas, o de su reconocimiento, para devolver a la sociedad. ¿Filantropía moderna o buenismo sin fundamentos?
Lao Tsé:
“El hombre sabio no acumula. Cuanto más ayuda a los otros, más se beneficia él mismo. Cuanto más da a los otros, más obtiene él mismo.”
Aceptar el reconocimiento -o la crítica/derrota- sin obsesionarse
William B. Irvine describe en su ensayo Guide to the Good Life cómo muchos estoicos lograron la victoria, la fama o el reconocimiento durante su vida, y trataron de asumirlo con naturalidad.
Para ellos, el reconocimiento o el castigo externos carecían del poder para quebrantar su bienestar, labrado a partir de asumir lo acaecido en el pasado y cultivar la virtud viviendo en el presente usando la razón y viviendo en concordancia con la naturaleza (para la filosofía oriental, siendo consecuentes con el “tao”, o el flujo natural).
Séneca:
“¿Preguntas qué es la libertad? No ser esclavo de nada, de ninguna necesidad, de ningún accidente y conservar la fortuna al alcance de la mano.”
Sin habérselo planteado, muchos deportistas y personas con éxito en sus ámbitos profesionales comparten la actitud de los sabios del taoísmo y las filosofías de vida grecorromanas.
Por qué los ganadores siguen ganando
Rosabeth Moss Kanter, profesora de Harvard Business School, enumera las razones que, según ella, hacen que los ganadores sigan ganando, más allá de sus habilidades. Y sí, los motivos están más relacionados con la actitud ante la cotidianeidad y la vida en general, así como la fortaleza de los valores propios, que con el poderío físico o las habilidades motivacionales de un entrenador.
En su ensayo Confidence, la profesora Moss Kanter comparó a ganadores consistentes, tanto amateurs como profesionales, de distintas disciplinas y épocas, con deportistas que, por el contrario, habían demostrado una consistencia similar en la derrota.
Recetas sin secreto
Hay aspectos en los que, según Rosabeth Moss Kanter, logran su ventaja competitiva. Enumerándolos, es fácil reconocer los ecos de filosofías de vida como el estoicismo, el taoísmo o el budismo zen:
- Buen humor: las emociones afectan al rendimiento. Los estados de ánimo positivos producen energía física y resistencia para volver a intentarlo después de los reveses.
- Perseverancia: ya se trate en una pachanga de fútbol o en la oficina, los perdedores vuelven antes a casa, mientras los ganadores se esfuerzan más y con más método. Rosabeth Moss Kanter: “Mis estudios muestran que hay menos absentismo o retraso en organizaciones conocidas por sus éxitos”. La motivación se retroalimenta con el esfuerzo.
- Aprendizaje: los perdedores adquieren una actitud defensiva y no quieren ni oír hablar de sus fallos, perdiendo la oportunidad de aprender de ellos. Por el contrario, “los ganadores tienden a discutir más los errores y a aceptar las críticas, porque son conscientes de que pueden ganar”.
- Libertad para concentrarse: los ganadores se distraen menos y tratan de cultivar la virtud para mantener su capacidad de concentración y fortaleza mental. Varios deportistas de élite sacudidos por problemas personales empezaron a perder de manera consistente al perder la tranquilidad en su vida. Lo mismo es aplicable a ámbitos como la carrera educativa, profesional, artística.
- Cultura positiva de respeto mutuo: es fácil respetar y escuchar a los otros cuando se gana, pero el auténtico mérito consiste en conservar la misma actitud cuando se pierde. Los ganadores tienden a aprender de los errores y a respetar a compañeros y oponentes cuando las cosas van bien o mal, mientras los perdedores buscan culpables y acusan con mayor regularidad.
- Entorno sólido: los estoicos recomendaban a cualquier individuo relacionarse con personas con una actitud positiva ante la vida, evitando aquellas personalidades más dañinas y conflictivas. Desarrollaron estrategias para eliminar sentimientos de rabia y reacción explosiva al padecer ataques, hasta comprobar que el mejor contraataque, el único con un efecto devastador, es demostrar racionalidad e indolencia ante quien reta, insulta, ataca de manera dañina. Lo mejor, concluían, es rodearse de un entorno sano y honesto, que actúe con racionalidad. La profesora Rosabeth Moss Kanter reconoce esta misma táctica entre los ganadores consistentes: cuentan con los mejores entornos.
- Determinación: de nuevo, resuenan el estoicismo y el taoísmo. Según Rosabeth Moss Kanter, “los ganadores tienen mayor control de su propio destino”.
- Continuidad: cuando se pierde a menudo, aumenta el nerviosismo y se pierde la autoconfianza. Llegan nuevos directivos, entrenadores, etc., y a menudo los cambios no mejoran la situación y la “racha” perdedora continúa. Por el contrario, los ganadores se benefician de la consistencia, de perseverar y hacer las cosas cada día mejor, con un entorno sano que mantiene sus principales apoyos, sin importar lo que ocurra ni actuar en caliente cuando llega una derrota inesperada.
Saber ganar, saber perder
Los ganadores consistentes de todos los tiempos, en definitiva, no dejan de serlo cuando pierden, y aprenden tanto de la derrota como de la victoria.
Para ellos, la victoria no es un fin en sí mismo, sino un premio añadido que hay que valorar en su justa medida, y no tratar como un trofeo que necesitamos para autorrealizarnos.
Séneca escribió hace 2.000 años:
“Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que los otros opinen de ti.”
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