La gente activa vive más y mejor que la sedentaria, certifican décadas de estudios en todo el mundo; se desconoce, no obstante, qué actividades y en qué proporción aumentarían la esperanza de vida de cada persona, en función de su metabolismo, historial médico, biografía, anhelos, etc.
Como otras disciplinas científicas, la medicina se encamina hacia una personalización en diagnósticos y tratamientos, gracias a la informatización del historial clínico del paciente; el conocimiento de su cotidianeidad; y al estudio genético, que se generalizará cuando se reduzca su coste y se establezcan protocolos éticos.
El ejercicio antes de la personalización genética “a lo Gattaca”
De momento, los análisis genéticos pormenorizados son ofrecidos por compañías como la startup californiana 23andMe, previo pago, y prescritos de manera parcial en medicina únicamente en pruebas específicas.
El objetivo es aumentar la esperanza de vida, conocer más sobre cada paciente y actuar en consecuencia, cuando existen riesgos de desarrollar dolencias que merezcan más atención que el proceso de oxidación de nuestro organismo; envejecer, en definitiva.
Asimismo, la medicina evitar que haga realidad el futuro distópico descrito en la película de ciencia ficción Gattaca, en donde los individuos genéticamente “aptos” son los únicos seleccionados para realizar tareas de élite como visitar otros planetas.
Ejercicio físico regular y esperanza de vida
Varios estudios tratan ahora de dilucidar qué actividades y con qué asiduidad e intensidad son más adecuadas que otras para reducir la mortalidad, explica Gretchen Reynolds en una entrada de Well, bitácora de The New York Times.
Las conclusiones son, de momento, dispares: mientras unos estudios ratifican que el ejercicio intenso alarga nuestra vida, otros parecen certificar lo contrario. Estos resultados contradictorios no anulan, sin embargo, la certidumbre de que, a diferencia del sedentarismo, la actividad física en general aumenta nuestro bienestar y esperanza de vida.
Fregar los platos, cuidar del jardín, pasear vs. actividades extenuantes
Entre las nuevas investigaciones, destaca un estudio británico realizado entre miles de funcionarios británicos con edades comprendidas entre 35 y 55 años, que durante una década rellenaron cuestionarios acerca de toda la actividad física realizada, así como su duración, grado de dificultad y dureza, etc.
Por ejemplo, los cuestionarios preguntaban acerca del número de horas que los participantes dedicaban a caminar, trabajar en el jardín, hacer tareas domésticas, practicar distintos deportes (natación, ciclismo, correr, etc.), así como tareas de bricolaje.
(Es conocida, por ejemplo, la tradicional afición británica a la construcción, mantenimiento y uso de cobertizos de trabajo -working sheds-, a menudo pequeños edificios de madera instalados en el jardín; “shedworking” es una dedicación más activa y positiva que, por ejemplo, mirar las musarañas: cómo se definiría, si no, el “trainspotting”).
Cada una de las tareas descritas en el cuestionario debían especificar el esfuerzo necesario para completarlas: “suave” (lavar los platos, cocinar y otras tareas domésticas); “moderado” (arrancar malas hierbas y cuidad del jardín, caminar a paso ligero, etc.); o “vigoroso” (nadar, correr; cualquier ejercicio o trabajo intenso).
Ejercicio físico y optimismo
El estudio ratificaba, una vez más, la hipótesis de que la actividad física de cualquier tipo está asociada con una vida más larga; el incremento del ejercicio reduce riesgos como el de la obesidad o las enfermedades cardiovasculares, entre otros. Una vida activa es, asimismo, más rica, poliédrica, tendente al optimismo.
Pero el auténtico hallazgo de esta investigación realizada en funcionarios británicos durante una década fue la correlación entre intensidad del ejercicio y esperanza de vida, que aumentaba de manera más pronunciada entre aquellos individuos que practicaban actividades intensas con asiduidad.
En otras palabras, quienes corrían, salían a menudo en bicicleta, pintaban o reparaban su casa por sí mismos contaban con mayor protección contra la muerte prematura que quienes se limitaban a realizar tareas “suaves”, tales como lavar los platos, etc.
Vida de un ciclista (amateur)
Estos hallazgos -explica Gretchen Reynolds en Well-, complementan los resultados de otro estudio, en este caso danés, publicado en The European Journal of Preventive Cardiology.
Un grupo de investigadores de Copenhague recabó, a lo largo de 18 años, datos de la cantidad e intensidad de ejercicio cotidiano realizado por 5.106 adultos aficionados al ciclismo.
Al recolectar datos sobre el número de horas de ciclismo realizadas, así como su grado de dureza, se pudo comprobar que las mujeres y hombres que montaban en bicicleta y a menudo llegaban a la extenuación, dando lo que podían de sí, vivieron de media 5 años más que los que optaron por pedalear con suavidad, sin salir del sosiego del paseo.
No extraña, pues, la sugerencia de los autores del estudio: “Nuestra recomendación general a todos los adultos es que el ciclismo intenso es preferible al pausado”. Una conclusión que puede extrapolarse al ejercicio intenso en general.
Deporte extenuante, glucógeno y rendimiento intelectual
Un estudio llevado a cabo en Japón asocia la práctica de deporte extenuante, aquel que nos lleva un poco más allá del objetivo y requiere tanta o más fuerza de voluntad y preparación psicológica que resistencia física, con un mayor rendimiento del cerebro y mayor bienestar.
Durante el ejercicio prolongado y extenuante, el nivel de glucógeno, o carbohidratos que el cerebro requiere para su funcionamiento, se reduce drásticamente; al parecer, nuestro metabolismo compensa esta carencia específica, acaecida únicamente cuando aumentamos el esfuerzo, procesando una cantidad extraordinaria de la sustancia y, de paso, favoreciendo el rendimiento cerebral.
Beneficios de la actividad moderada
Pero, explica Gretchen Reynolds en Well, no todos los investigadores están convencidos de que el ejercicio intenso sea esencial, al menos si lo que buscamos es aumentar nuestra esperanza de vida. Lo que cuenta, según esta otra corriente de investigaciones, es llevar a cabo una vida activa, una actitud que genere bienestar físico y cognitivo.
Para I-Min Lee, profesor de medicina de Harvard Medical School y director de un extensivo estudio sobre ejercicio y esperanza de vida, “lo importante es el volumen total de energía consumida”, más allá de si uno acaba extenuado durante el proceso.
En su investigación, publicada conjuntamente con colegas del Instituto Nacional de Cáncer y otras instituciones, se recabó durante años información detallada sobre actividad física, masa corporal y mortalidad de más de 650.000 adultos estadounidenses.
A continuación -prosigue Gretchen Reynolds- I-Min Lee y sus colaboradores compararon los niveles de actividad de los participantes en el estudio con la recomendación de ejercicio del departamento de Salud de Estados Unidos (un mínimo de 150 minutos semanales de actividad física moderada, como caminar a paso ligero).
Las conclusiones: los adultos que se ejercitaban según la recomendación aumentaron 3,4 años su esperanza de vida en comparación con los más sedentarios.
Por el contrario, quienes se ejercitaron de manera mucho más ambiciosa (los que como mínimo doblaban el nivel de actividad semanal recomendada), no aumentaban en la misma proporción la esperanza de vida, sino que ésta se incrementó en 10 meses más de media que los que se ajustaban al ejercicio recomendado.
El gran abismo: sedentarismo vs. (alguna) actividad
El estudio de I-Min Lee confirma que el gran abismo de la esperanza de vida se encuentra entre las personas sedentarias y las personas activas y con hábitos más saludables, más allá de si el individuo se ejercita de manera leve, moderada o extenuante.
El estudio, publicado a inicios de noviembre en PLoS Medicine, indica incluso que aquellas personas con obesidad y sobrepeso que se ejercitaban con moderación vivían más que quienes optaron por el sedentarismo, más allá de si perdieron peso o no durante el ejercicio.
Si bien “la máxima longevidad se alcanzó realizando un nivel de actividad física equivalente a 65 minutos de paseo diarios, sin evidencias sólidas de ganancia por encima de esta cota”, el doctor Lee no cierra la puerta a que “el ejercicio intenso aporte un beneficio adicional superior a la reducción de riesgos observada en el mero gasto energético”.
La investigación de I-Min Lee es, por tanto, compatible con las mencionadas con anterioridad.
Ir más allá de lo que la cómoda conciencia sugiere
La ciencia también sugiere que, del mismo modo que en una carrera de fondo hay un momento en que es la propia conciencia del individuo la que anima a ir más allá de lo que nuestro raciocinio sugiere -parar y descansar-, la fuerza de voluntad actúa como un músculo que, por tanto puede ejercitarse o, cuando no es usada, atrofiarse.
Abandonar la zona de confort implica usar nuestra fuerza de voluntad; sólo conociendo la incomodidad del esfuerzo, la perseverancia o la necesidad, entre otras sensaciones, se activan resortes que nos mantienen alerta y mejoran no sólo nuestra empatía y capacidad de reacción, sino que contribuyen, como ocurre con el ejercicio, a nuestro bienestar duradero.
El arte de buscar nuestros límites
Ejercitarse físicamente a diario forma parte del cultivo personal, del arte socrático de conocerse a uno mismo, base de filosofías de vida que, como el eudemonismo aristotélico o el estoicismo, influyeron sobre la cultura occidental hasta nuestros días.
Los mecanismos siguen siendo los mismos. El único modo de avanzar en el conocimiento introspectivo, físico e intelectual, consiste en abrazar las incomodidades periódicas y aprender a gestionar los impulsos (a no esforzarse, a descansar, a seguir al líder, a comer más y más dulce, a confundir placeres momentáneos con felicidad duradera).
Sócrates: “Ningún hombre tiene el derecho de ser un aficionado en la materia de educación física. Es una vergüenza para una persona llegar a vieja sin comprobar la belleza y la fuerza de la que su cuerpo es capaz.”