Proyectos de urbanizaciones reducidos a descarnados esqueletos de hormigón; descampados vacíos que debían acoger construcciones que probablemente ya nunca llegarán; espacios periurbanos abandonados antes de que concluyeran las intervenciones que debían sustraerles el prefijo hasta convertirlos en puramente urbanos…
La crisis, la quiebra de empresas constructoras, la ausencia de crédito y la parálisis del mercado inmobiliario hablan de la difícil situación de la construcción en el Estado español.
El frenazo en seco del crecimiento urbanístico conlleva, entre otras implicaciones, la proliferación de espacios residuales; rincones surgidos al albur del abandono prematuro de proyectos inmobiliarios. Es así como la geografía ibérica, ya de por sí rica en eriales y landas, se ha visto súbitamente poblada de lugares donde reina la indefinición.
Dedos acusadores contra el ensueño de la especulación y el enriquecimiento fácil, restos mudos y patéticos del fragor de una batalla en la que el recuento de víctimas es más abultado que el de beneficiados.
Descampados con farolas como objeto de estudio
Estos espacios desarrollados en los márgenes menos visibles de la planificación urbanística, los terrenos huérfanos de intención que deja a su paso el desarrollo y la expansión de las urbes, han sido objeto de profunda teorización por parte de Gilles Clément, paisajista, jardinero y entomólogo francés al que debemos conceptos como el de “jardín planetario” o “jardín en movimiento”, de uso recurrente por parte de medioambientalistas de toda condición (ver vídeo sobre el árbol de aire en el Puente de Vallecas, del estudio madrileño Ecosistema Urbano).
Solares abandonados, márgenes de carretera, manchas de un verde imposible en mitad de un nudo de autopistas… detritus del urbanismo, reservas de no-intervención que no pueden ser explotadas urbanísticamente, las dificultades materiales de actuar sobre ellas o el desinterés ideológico y político que suscita su transformación (ver artículo: Detroit, la ciudad que pretende resurgir de sus cenizas).
Estos retazos de espacio, apariciones breves e insospechadas de la naturaleza, es lo que Clément bautizó como el Tercer Paisaje.
Reservas de biodiversidad
El científico francés se rebeló contra la concepción de estos lugares como meras desviaciones respecto a un orden que siempre resulta preferible y frente a la idea de la intervención humana como potencia omnipoderosa.
Al contrario, la ausencia de intervención en estos espacios sumidos en la deriva del abandono constituye, a ojos de Clément, su principal valor, en cuanto convierte solares y eriales en valiosos santuarios de biodiversidad. Reservas no regladas ni reglamentadas.
Territorios en abierta subversión frente al destino común de sometimiento a las exigencias humanas de los espacios naturales.
Clément anima abiertamente a aceptar la incertidumbre como factor de desarrollo y a desterrar el voraz apetito de ordenamiento como combustible y guía de la actuación del hombre sobre su entorno.
Frente a la seducción del cálculo, nos invita a convertirnos en espectadores de la evolución dictada en exclusiva por la propia naturaleza de lo que denominó “espacios indecisos”. Nos alienta a aceptar el tercer paisaje como una potencia o, si se prefiere, una realidad todavía en tránsito de realización.
Cambio de paradigma
Las enseñanzas de Clément, su agudo análisis de los rincones de sombra de nuestro urbanismo, son una nueva llamada a la reflexión sobre la necesidad de convertir lo urbano en un importante frente de batalla en la contienda por hacer de nuestra presencia en este mundo algo aceptable para el frágil equilibrio natural que nos acoge.
La ciudad ya es nuestro hábitat más habitual. El entorno que nos es más familiar y en el que desarrollan su existencia una mayoría de nuestros congéneres.
Así pues, es la ciudad el teatro donde de un modo más visceral se representan las oportunidades y conflictos de nuestra interacción con el medio ambiente. Cualquier aportación, incluida la de Clément, que pretenda aportar elementos de enriquecimiento al diálogo entre retos y soluciones que tienen origen y final en la ciudad debe ser bienvenida.
En España, una porción importante del legado que la crisis nos obliga a asumir y cargar es la proliferación exponencial de estos espacios indecisos estudiados por Clément. Bueno sería que desde las administraciones que tienen por misión la gestión de lo público (y lo urbano es, probablemente, la quintaesencia de lo público) aprendieran de las enseñanzas de quienes vislumbran oportunidades donde la mayoría sólo ven imperfección.