A los conocidos motivos de la crisis actual en muchos países ricos, subyace una mayor aún: hay menos innovaciones que creen nuevos sectores, mercados y, sobre todo, empleo. Cuando ya no es posible vivir de las rentas en los países ricos, es el momento nuevas invenciones y productos que causen revuelo a su alrededor.
Académicos como el economista Tyler Cowen creen que Estados Unidos y, por extensión, Europa y Japón, han dejado de innovar en las últimas décadas al ritmo que lo habían hecho con anterioridad, generando menos oportunidades y retornando menores beneficios a la sociedad. Menos invenciones transversales suponen menos riqueza y menos trabajo.
¿Hay un “gran estancamiento” de las grandes innovaciones?
Tyler Cowen, editor de la bitácora Marginal Revolution, llama a esta posibilidad el “gran estancamiento” -expuesta en el ensayo The Great Stagnation– y, estén o no de acuerdo con ella, expertos y medios especializados la mencionan con cada vez mayor asiduidad.
La teoría del “gran estancamiento” no sobrepasaría el ámbito académico o las publicaciones de econometría más especializadas, de no ser porque sus premisas explican y complementan otras grandes tendencias observadas:
- auge de la robotización y el trabajo automatizado, explica Andrew McAfee (como consecuencia, las grandes empresas desvinculan crear riqueza con mercado laboral: el “fin del trabajo” de clase media tal y como lo conocemos);
- conservadurismo tecnológico de gobiernos y grandes empresas, que innovan más en sus comunicados de prensa que en los laboratorios (muchas innovaciones proceden de agencias relacionadas con la exploración espacial, defensa, etc.);
- ausencia de una cultura del riesgo y estímulos para que los nuevos polímatas, una nueva generación de emprendedores (medio artesanos, medio hacker), tome el relevo de las generaciones anteriores de grandes inventores;
- los sectores que tradicionalmente creaban empleo, las pequeñas y medianas empresas surgidas en nuevos mercados -dependientes, por tanto, de la innovación-, no contratan al ritmo de las décadas anteriores.
A la hora de la verdad, la misma vieja canción
Además, sectores que prometen cambiar nuestro mundo, como el de las energías renovables, la movilidad sostenible, la ingeniería genética, etc., generan oportunidades a un ritmo menor de lo esperado. El problema no se encuentra en el número de invenciones, sino en sus efectos: no crean grandes negocios, ni emplean a mucha gente.
Las grandes empresas energéticas, cuya crisis afecta y condiciona a las grandes tendencias mencionadas, seguirán siendo extractivas; de momento, los indicadores sobre el nivel de las reservas de fácil explotación que deberían estimular las grandes innovaciones en energías alternativas han dado pie a nuevas técnicas, más caras y contaminantes, para extraer crudo, como el “fracking“.
Jugar a lo que diga Warren Buffett
Más que mirar deprimentes y cada vez más plausibles gráficas de reservas, el mayor estímulo para que pequeños y grandes inversores apuesten por las renovables es el mimetismo de acciones como la de Warren Buffet, que invierte últimamente en energía solar. Pero sus emuladores copian a Buffet, más que mostrar convicción o conocimiento de las renovables.
La otra gran causa y efecto del supuesto “gran estancamiento” de la innovación en las últimas décadas es la última crisis financiera, precedida por años de acceso descontrolado al crédito en muchas economías avanzadas.
Países, empresas y personas eligen en su mayoría devolver la deuda, y el dinero dedicado a devolver deudas (el famoso desapalancamiento) desaparece de agencias que nadie conoce, laboratorios de prospectiva y departamentos empresariales que, si bien, no crean ellos mismos grandes mercados, encienden la primera chispa.
Orígenes del valle tecnológico que tardó décadas en florecer
Silicon Valley no habría sido posible sin la inversión del ejército de Estados Unidos, con bases, agencias gubernamentales trabajando en proyectos a largo plazo y el sector privado asociado (tecnologías aeronáutica, naval, electrónica e informática, etc.).
Esta prosperidad hizo posible que los jóvenes con espíritu contracultural y libertario convirtieran “inventos chiflados” en la informática personal o Internet. Lo explican: Stewart Brand, fundador del Whole Earth Catalog, en un artículo de 1995 para Time titulado “Todo se lo debemos a los hippies” (We owe it all to the hippies); y el periodista John Markoff en el ensayo What the Dormouse Said.
A una menor escala, Steve Jobs y la trayectoria actual de Apple no habrían sido posibles, al menos de la manera que conocemos, si Jobs no hubiera podido visitar los primeros prototipos de interfaz gráfica de usuario en los laboratorios de Xerox en Palo Alto, un lugar de creación polímata atestado de hackers antes de que se usara esta palabra, financiados por una empresa privada.
Por cierto, Kirsten Dirksen creció muy cerca del Xerox PARC en sus mejores años, pero esa es otra historia.
Oportunidades de la III Revolución Industrial: el “efecto boomerang”
El debate sobre el estado de la innovación se recrudece ahora que Norteamérica, Europa y Japón quieren facilitar lo que se ha llamado III Revolución Industrial: el retorno de las manufacturas (“efecto boomerang“) y el trabajo cualificado a los países ricos, a partir de productos con menos material (desmaterialización) y más conocimiento (pequeñas tiradas gracias a la producción bajo demanda y la impresión 3D; personalización, sabor local).
Sin más y más profundas innovaciones, capaces de estimular nuevos sectores con empresas y emprendedores que contraten trabajadores a buen ritmo, el “gran estancamiento” de las últimas décadas en que las mentes más preparadas eran atraídas por el sector financiero en lugar del tecnológico o el científico, derivará en incapacidad para pagar las grandes facturas asumidas hasta ahora por las clases medias: sanidad, educación, pensiones, etc.
La negación del “gran estancamiento”
Las reacciones a ideas como lo que Tyler Cowen llama “gran estancamiento” difieren en grado de empatía y tono, desde los análisis divulgativos y argumentados de The Economist (que trata el tema en dos artículos de su último número), a las críticas.
En otros ámbitos, la propia idea es considerada como poco menos que un disparate, pero abundan los argumentos que certifican su validez, si bien creen que el estancamiento de la innovación no es tan exagerado o pronunciado. De lo contrario -exponen-, Internet o la telefonía móvil no habrían sido posibles.
Tampoco faltan las grandes ideas para el futuro:
- 2013 podría ser el año de la impresión 3D, la “Internet de las cosas” y el aprendizaje por Internet a bajo coste.;
- a medio y largo plazo, tanto ciencia como prospectiva siguen sondeando, en ocasiones con una equivocada mirada actual, las tecnologías del futuro, desde edificios calentados por nosotros a coches autónomos.
El pensador de Auguste Rodin sentado en la taza del váter
No obstante, recuerda The Economist con su habitual socarronería gráfica y sentando en la taza del váter al “pensador” de Auguste Rodin, que el modelo del que seguimos dependiendo, surgido en la II Guerra Mundial, necesita actualizaciones urgentes.
En la portada de The Economist a propósito del debate sobre el “gran estancamiento”, el “pensador” de Rodin piensa, en su postura reinterpretada sobre el wc: “¿Inventaremos de nuevo algo tan útil?”.
El “creciente debate sobre la disminución de la innovación”, subtitula The Economist. En el más corto de los artículos sobre el supuesto “gran estancamiento”, el semanario expone que uno de los sectores con mayor potencial para la innovación es el público, sin aclarar la asociación de ideas entre el sanitario moderno, gran conquista de la Ilustración, y los efectos laxantes que pudieran producir la situación y crédito de las instituciones y organismos públicos en la mayoría de los países ricos.
El segundo artículo del semanario sobre la temática aporta los números y el análisis, para concluir que hay que relativizar el estancamiento de las ideas. Los mecanismos de innovación siguen funcionando pero, eso sí, peor engrasados.
Encontrar batallas a la altura de Nikola Tesla vs. Thomas Edison
De ahí que la máquina de prosperidad, especialmente engrasada hace unas décadas, chirría y requiere reparaciones de urgencia.
“Habrá más innovación”, dice The Economist. Faltaría más. “Pero -subraya- no cambiará la manera en que el mundo funciona como lo hicieron la electricidad, los motores de combustión interna, la instalación de cañerías, la petroquímica o el teléfono”.
Tyler Cowen ha declarado que los dos artículos de The Economist son “excelentes”, aunque cree que hay que distinguir entre si hemos tenido mucha innovación reciente -él cree que sí- y si esas innovaciones han incrementado el nivel de vida de la gente, algo que ve “mucho menos claro”.
Prepararse para las próximas grandes oportunidades
El autor de The Great Stagnation se muestra más optimista hacia el futuro de lo que los críticos de su trabajo y visión libertaria de la economía esperarían.
“La ciencia no se ha detenido, sino que es convertida en productos prácticos a un ritmo muy desigual. La nueva pregunta tratará sobre quién está mejor situado para beneficiarse de la siguiente oleada de grandes avances”.
Con herramientas de transmisión del conocimiento y espíritu descentralizado como Internet, los impulsores y beneficiarios no sólo enriquecerán barrios o zonas industriales determinadas, sino a personas que compartan o complementen sus intereses y capacidades.