Cómo vivir mejor con menos es una idea con futuro no sólo ético, sino económico. Vivir mejor con menos es una clara oportunidad de negocio, a medida que más gente compite por los mismos recursos.
Esta vez, parece que no habrá multiplicación de panes y peces, o al menos no ocurrirá de un modo tan dramático como en el siglo XX, cuando la innovación tecnológica de las economías de escala, la mecanización y los fertilizantes químicos contribuyeron a décadas de abundancia.
En las últimas décadas, se compartió el veredicto -expone la consultora McKinsey– que las fuerzas del mercado rescatarían la sociedad del colapso. Hasta hace 10 años, esta esperanza se había cumplido, con los precios de alimentos, agua, energía y acero en declive, pese al fuerte crecimiento de la población y el PIB.
El riesgo de 2 décadas con precios altos y volátiles
Tras la II Guerra Mundial, los precios cayeron por una combinación de fuentes de suministro de bajo coste y, sobre todo, innovación.
“Pero en los últimos 10 años -dice McKinsey-, la demanda de los mercados energéticos, particularmente en Asia, ha borrado todo el descenso de precios del siglo pasado. Vario factores crean un riesgo de que el mundo entre en una nueva era de precios altos y volátiles durante las próximas dos décadas”.
¿Cómo se las arreglará el mundo para afrontar la demanda de los 3.000 millones de personas que engrosarán la nueva clase media de los países emergentes? Una cosa queda clara, dicen los expertos, sean simpatizantes del alarmismo malthusiano o no: crece la demanda de recursos entre las clases medias emergentes justo cuando obtenerlos es más difícil y costoso (el pico o cénit de los recursos, “peak everything”).
Las buenas noticias: a pequeña y gran escala, en la biología, la economía, el arte o cualquier proceso relacionado con la inventiva y la supervivencia, la escasez es -a diferencia del despilfarro-, el catalizador más eficiente de la innovación.
Las malas noticias: hay poco tiempo de margen para convertir el agotamiento de recursos cuando aumenta su demanda en oportunidad de negocio, y artífice de una nueva riqueza.
El fin de la “innovación de la abundancia”
Aumentan las voces que sitúan la frugalidad y el ahorro como los mercados del futuro, porque, simplemente, la innovación de la abundancia, que cuadruplicó la población y multiplicó por 20 el PIB mundial en el siglo XX, no sirve como modelo para el nuevo siglo.
Los economistas han esgrimido cómo la revolución agro-industrial en Europa y Norteamérica refutó la teoría apocalíptica sobre el crecimiento de la población de Thomas Malthus, quien expuso que no habría suficiente tierra para alimentar a la población mundial y ello crearía pobreza y hambre.
Los expertos aseguran que la tecnología sigue siendo la respuesta y confían en que gobiernos, empresas y consumidores usarán una vez más la escasez y el aumento de precios de las mercancías para acelerar la innovación. Pero en el XXI no hay margen para responder con la contundencia que los avances del XX refutaron el catastrofismo malthusiano.
Con qué rapidez y a qué precio llegarán las grandes soluciones
La incógnita por resolver consiste en saber si las soluciones a la escasez, el aumento de precios y la inestabilidad (política, social, medioambiental) llegarán esta vez con la rapidez suficiente.
Resource revolution, un nuevo estudio de McKinsey citado The Economist anima a sector público, empresas, emprendedores y consumidores a superar la mentalidad del siglo XX y convertir la innovación basada en la abundancia en otra modalidad de innovación más acorde con los orígenes e instintos del ser humano y la vida en el planeta: la innovación basada en la escasez.
Ser más ricos haciendo más con menos material
La innovación frugal o de la escasez es, según McKinsey, el mecanismo determinante en las próximas décadas, cuando el agotamiento y la mayor competencia por los recursos y materias primas mantendrán los precios al alza de los últimos años.
Se discute acerca de si crecimiento y frugalidad son compatibles, o si PIB y riqueza son sinónimos, mientras quienes abogan por el minimalismo y la vida sencilla aseguran que la escasez y encarecimiento de los recursos son una oportunidad para retornar a una “cultura de la necesidad” y evitar las peores consecuencias de la cultura extractiva (basada en el crecimiento del consumo de recursos intercambiados a precios bajos).
Tanto si el crecimiento perpetuo es una falacia, como sostiene el escritor y miembro del Post Carbon Institute Richard Heinberg, como si el riesgo de colapso logra catalizar soluciones al reto de compartir menos recursos entre más población con capacidad de compra, el siglo XXI será, dice el informe de McKinsey, el de la innovación en frugalidad.
Ahorrar, o vivir mejor con menos (en el caso de las empresas, producir más valor con menos recursos), son una oportunidad de negocio multimillonaria, asegura la consultora.
La revolución de los recursos
McKinsey no ha titulado su informe “Resource revolution” por casualidad. Argumenta convincente que la innovación en ahorro y productos más “etéreos” (frugales en materiales y consumo, duraderos, ausentes de material al convertirse en servicios de Internet), “haría frente al 30% de los recursos consumidos en 2030”.
En otras palabras, el mundo podría ahorrar 2,9 billones de dólares (2,9 trillones de dólares según la nomenclatura numérica anglosajona), extrayendo y usando los recursos del mundo de manera más productiva: ahorrando, reusando, priorizando, transportando sin pérdida de cantidades ni tiempo, creando mejores productos y servicios.
“La presión sobre los recursos -expone el resumen del informe- se verá agravada por los crecientes vínculos entre ellos, lo que implica que tensiones de precios en uno se pueden transmitir fácilmente a otras personas. Además, el deterioro ambiental, impulsado por el mayor consumo, hace el suministro de recursos, particularmente alimentos, más vulnerable”.
Más inventiva y valor con menos impacto (desmaterialización)
Los productos y servicios pueden ser más etéreos, duraderos, que imitan la naturaleza (biomiméticos), cuyo gasto se convierta en alimento para otros productos y servicios (paradigma de la cuna a la cuna, permacultura, etc.).
El informe sitúa el 70% de los ahorros que lograrían que la innovación frugal atendiera a un 30% de la demanda de recursos en 2030 proceden de sectores y actividades variopintas, desde reducir el malgasto de alimentos hasta mejorar la eficiencia energética de los edificios ya existentes.
Además, expone The Economist, si se añade un mercado global de emisiones de CO2 como el que se negocia para todo el mundo, donde la tonelada de emisiones tuviera un precio de 30 dólares, los ahorros de la innovación frugal ascenderían a 3,7 billones de dólares. Dinero serio.
Si la innovación por ahorro es el futuro, ¿por qué la lentitud?
The Economist pregunta: “Si estos ahorros pueden ser identificados por McKinsey, ¿por qué las empresas, los países y los individuos no los están poniendo en práctica?”.
Una buena pregunta que, sin embargo, puede ser respuesta incluso ahora, en diciembre de 2011: aunque tímidamente, los ahorros e innovaciones de la nueva cultura frugal ya se están produciendo, a juicio de estudios como el publicado recientemente por Chris Goodall y citado tanto por la izquierda como por la derecha.
El estudio expone cómo el Reino Unido y, por extensión, el resto de economías avanzadas, habrían alcanzado el pico de consumo de cosas (“peak stuff”) incluso antes de la crisis financiera de 2008.
El cénit del consumo está corroborado, dice Goodall, por los datos que cita en el estudio, disponibles para su libre consulta en la Oficina Nacional de Estadística (ONS) británica.
A precios más caros, más rápidos y dramáticos los avances
Según el argumento de Goodall, el propio mercado y no las regulaciones incentivaron a empresas e individuos a consumir menos por el encarecimiento de las materias primas, que a su vez impulsan una nueva revolución tecnológica, conocida como desmaterialización, donde los bienes aumentan su valor real a la vez que reducen su impacto.
La respuesta a la pregunta de The Economist no consiste en justificar por qué las empresas, individuos y países no ponen en marcha la innovación por ahorro: se consumen menos recursos que hace diez años, y la tendencia podría consolidarse. Falta saber si el ajuste será suave o si, por el contrario, será radical y causará todavía más tensiones económicas y sociales.
Todo dependerá de la pericia de gobiernos, empresas e individuos para entender que el mercado de la frugalidad puede ser tan lucrativo e impulsor del bienestar como el consumo de recursos y mercancías sin descontar su escasez e impacto medioambiental, como se había hecho hasta ahora.
La fórmula alquímica: crecer innovando en ahorro
El veredicto de líderes del mundo en desarrollo a menudo difiere del de los países ricos. Mientras en Europa los líderes de opinión desligan la crisis del crédito de una tendencia estructural relacionada con el modelo de crecimiento, políticos y expertos de los países emergentes desconfían de la poca tolerancia a las dificultades (no ya a la penuria) de los países ricos.
El economista y ex presidente mexicano Ernesto Zedillo, por ejemplo, se refería a los problemas de deuda del sur de Europa: “no saben sufrir”.
Al margen de las dificultades presentes, los gobiernos europeos podrán reducir su exposición al crédito externo, además de aplicando reformas impopulares (la mayoría, nos guste o no reconocerlo, necesarias) y mutualizando los problemas, si la innovación de los recursos de que habla McKinsey ayuda a conseguir la fórmula alquímica que buscan los gobiernos: crecimiento -entendido como aumento de los beneficios, y no como gasto de recursos- a través de la “innovación del ahorro”.
Acelerar la desmaterialización de la economía
De confirmarse que es posible mantener buena parte del bienestar económico acelerando la desmaterialización de la economía, el modelo de crecimiento dependería cada vez menos de la extracción y consumo de materias primas y mercancías.
Este argumento convertiría la hipótesis de Richard Heinberg del “fin del crecimiento” en “la desmaterialización del crecimiento”, gracias a avances como: sustituir servicios físicos por digitales; transformar la obsolescencia programada en productos más duraderos que se convierten en alimento y no gasto al fin de su vida útil; y la expansión de modelos de negocio basados en alquilar y compartir bienes y servicios, más que poseerlos.
O, como aventura Graham Hill, fundador de TreeHugger.com, “en 15 años, la propiedad será para los idiotas (menos flexibilidad, más responsabilidad, mayores costes financieros y ecológicos)”.
La nueva “historia de las cosas”, según la curva de Kuznets
La nueva “historia de las cosas” (jugando con el título del documental de Annie Leonard), consistirá, según el periodista y escritor medioambiental Fred Pearce, en responder a la pregunta: ¿podemos consumir menos?
Según el informe de McKinsey, el mundo tiene la oportunidad de responder afirmativamente a esta pregunta y, además seguir generando riqueza. Simplemente, esta riqueza será cada vez más desmaterializada, siguiendo la teoría de la curva medioambiental de Kuznets.
Simon Kuznets explicó que los países pasan por distintas fases de industrialización. Empiezan con un desarrollo rápido, barato y sucio; y, tras un punto de inflexión, invierten para usar recursos con cada vez más eficiencia, estrategia que les reporta beneficios cada vez más desligados del impacto medioambiental.
Hay soluciones
La próxima revolución agroindustrial consistirá en hacernos ricos con menor impacto, aumentando la inventiva y reduciendo el material.
También optimizando recursos y procesos para, por ejemplo, no derrochar el maíz subsidiado que inunda el mercado mundial a precios por debajo de la producción y, en cambio, producir cada vez más bajo demanda.
Varias tendencias se alían para convertir a las clases profesinales de los países desarrollados en nuevos artesanos de productos con un elevado valor añadido, difíciles de deslocalizar y poseedores de una marca personalizada y difícil de copiar, relacionada tanto con el creador y el consumidor.
Innovaciones como la computación en nube (“cloud computing“), la Internet de las cosas o la impresión 3D (ver nuestros vídeos sobre la impresora 3D de código abierto MakerBot), que permite realizar prototipos de cualquier producto a partir de diseños por ordenador a precios asequibles para cualquier joven estudiante o profesional, podrían retornar la innovación al garaje, como demuestra el emprendedor de Oregón asentado en San Francisco Daniel Kim (vídeo y artículo), o tantos otros ejemplos.
Innovación frugal en los gigantes corporativos
Pero la innovación frugal también afecta a las grandes empresas, que adaptan radicalmente sus procesos para parecerse cada vez más a la firma de ropa técnica californiana Patagonia: producir bien, respetando el medio ambiente y sin engañar al consumidor, al que se le explica que paga un poco más por una prenda que también dura más, y al que la propia marca recomienda “no comprar” si no es necesario.
También habrá ahorro en el consumo de energías fósiles, alimentos, agua, metales raros y demás recursos y mercancías. Del mismo modo que las condiciones climáticas semi-desérticas en Israel impulsaron la innovación del riego por goteo, tras un descubrimiento fortuito, la presión sobre los precios de los recursos impulsará rápidos avances en administraciones, empresas e individuos, que aprenderán a marchas forzadas que no todo vale.
Por ejemplo, cuando el consumidor paga por la electricidad o el agua lo que realmente cuesta, o los suministradores de energía y agua ganen dinero taponando hasta la más mínima fuga, la eficiencia y el consumo más responsable obrarán los ajustes.
La dureza de ponerse al día
Habrá que ver, dice The Economist, si el aterrizaje de la cultura del deseo y el crecimiento interminable que impulsó el siglo XX, a la cultura de la necesidad y el ahorro del siglo XXI, es suave o, por el contrario, dramático.
El ajuste, sea uno malthusiano u optimista convencido en los mercanismos del mercado (un hayekiano, pongamos por caso), se producirá sí o sí.
Por de pronto, informes como el mencionado (Resource revolution, McKinsey Global Institute), exponen con una metodología fehaciente y libre de dudas partisanas, que ahorrar puede hacer frente al 30% de toda la demanda de recursos en 2030.
Perpetuarse en la cola o volver al atrevimiento
Y recordemos: ahorrando y llevando las cuentas al día (en la administración, en la empresa, en casa), se depende menos de la vida a crédito y uno se expone menos a los vaivenes de los mercados de deuda, independientemente de cómo actúen.
Es fácil ser keynesiano cuando uno no paga la factura. Es mucho más difícil rascarse la cabeza para inventar el próximo riego por goteo, el próximo sistema de aislamiento térmico, la moto eléctrica que todos los urbanitas quieren llevar, un asfalto que sea a la vez panel solar. Innovando, se depende menos del crédito a largo plazo y hay menos espacio para las excusas de mal pagador.
A veces, más que inventar desde la nada, se trata de creérselo, saber a qué se juega, no obsesionarse con las pancartas, recuperar modelos.