James Cameron adapta a todos los públicos una de las tesis más respetadas sobre la biosfera, la hipótesis de Gaia, en la que todos los seres vivos interaccionan en la Tierra y contribuyen al equilibrio, que se comporta como un superorganismo.
Mientras sentaba las bases de esta teoría, el químico británico James Lovelock comentó la hipótesis a grandes rasgos al escritor William Holding, quien sugirió el nombre de la diosa griega de la Tierra, Gaia (también Gea, o Gaya).
La experiencia de Avatar en el cine
Ir a ver la versión en 3D de Avatar constituye una experiencia que no puede ser comparada con el visionado de una película convencional, ya que tanto las imágenes y el sonido como los golpes de efecto, a lo gran superproducción, tienen la fuerza de un nuevo género.
El bloguero Michael Arrington, de TechCrunch, asegura que la fuerza disruptora de Avatar en la industria del cine es sólo comparable al efecto del iPhone sobre la telefonía. Habrá un modo de realizar grandes producciones antes y después de la versión tridimensional de Avatar, comenta Arrington.
Y la mayoría de los espectadores coincide con lo que comenta Arrington, a juzgar por los comentarios que publican en Twitter, muchos de ellos aún en caliente, apenas la película ha finalizado.
Desde la primera entrega de The Matrix, ninguna película me había sorprendido tanto por el uso astuto y contundente de efectos especiales para explicar una historia con vocación mayoritaria.
Cameron explicó en 2006 que buena parte del retraso de la película se debía a la necesidad de esperar para poder realizar los efectos que él deseaba y así contar con la tecnología necesaria a un precio razonable. Tanto Steven Spielberg como Peter Jackson se han interesado por la tecnología de grabación usada, en la que primero se registra el movimiento y el entorno digital es añadido una vez han sido capturados los movimientos de los actores.
No hablamos de cine de autor, ni el propósito es crear un guión tan avispado y bien urdido como el de algún clásico del cine negro.
Imperialismo y biodiversidad
El amor por la vida y la consternación sobre el uso desmesurado de los recursos que muestra Avatar une esta historia a otras fábulas narradas con igual ternura y contundencia.
Pero Avatar no bebe del manantial de otras grandes superproducciones, sino que, como si se tratara del último sitio web de un buen programador, ensambla con maestría la esencia de historias ya contadas sobre imperialismo y biodiversidad.
En el cine de ficción, el propio Cameron ha reconocido haber bebido de fuentes como At play in the Fields of the Lord (estrenada en España y Argentina con el título Jugando en los campos del Señor) y The Emerald Forest (traducida en España como La selva esmeralda).
Doy gracias a la falta de competencia de los programadores televisivos españoles, que durante años abusaron con ensañamiento de pequeñas producciones de acción y aventuras para llenar sus parrillas, sobre todo en momentos como los navideños o en pleno verano, cuando la producción propia es, si cabe, más deficiente que durante el resto del año.
Esta falta de producción propia, así como el gusto por la repetición de series y películas, me permitió ver en distintos canales una película que marcó mi infancia tardía y adolescencia: La selva esmeralda. Pocas películas han dejado en mí una huella tan imborrable.
Protagonizada por el rubio Charley Boorman, hijo del director de esta producción británica de 1985, The Emerald Forest es un alegato ecologista y de defensa de los derechos fundamentales de los pueblos indígenas.
En ella, un ingeniero estadounidense es contratado para construir una presa en el Amazonas. Su hijo es secuestrado por una tribu desconocida, que lo educan como uno más. Tommy, bautizado como Tomme por la tribu, se convierte en guerrero y se integra en la vida de su nueva comunidad.
Pese a no recordar a su padre durante un doloroso reencuentro, padre e hijo luchan para luchar contra los proxenetas que han secuestrado a mujeres de la tribu y acaban destruyendo la presa, para salvaguardar lo imposible: el entorno natural de la tribu y su felicidad futura.
Evoqué esta película cuando, en 2008, la ONG Survival fotografió desde un helicóptero a una tribu no contactada del Amazonas, lo que me llevó a escribir una entrada en la que comentaba: “En la era de Google Maps y Google Earth, organizaciones como Survival International intentar evitar lo que parece inevitable: que las estimadas 100 tribus “no contactadas” permanezcan ajenas a la tala ilegal, la minería, la prospección petrolífera, la construcción de infraestructuras, las grandes explotaciones agrarias o, también, el turismo”.
Vi La selva esmeralda un puñado de veces, siempre a medio empezar, siempre interrumpida por anuncios o el ritmo cotidiano de la casa. Recuerdo el cosquilleo en la nuca al observar la injusticia de la “civilización” con la tribu de Los Invisibles, que querían honorar su nombre tradicional y permanecer ajenos al mundo moderno.
También la contradicción de los términos. ¿Quiénes eran los civilizados? ¿Quiénes eran los primitivos? Constructores de presas y proxenetas contra guardianes del purismo panteísta de las tribus olvidadas del Amazonas.
Bailando con lobos
Pero, si hay una película que David Cameron ha estudiado en profundidad para evocar su esencia en Avatar, esa es Bailando con lobos, de Kevin Costner (estrenada en Latinoamérica bajo el título de Danza con lobos). Reconozco que esta película es otra de mis favoritas durante los años de adolescencia.
Si se ha visto esta película, Avatar pierde capacidad de sorpresa, aunque no fuerza argumental o capacidad para despertar nuestras emociones o empatía. El guerrero Na’vi que cambia su actitud con respecto al marine Jake Sully a medida que va reconociendo su valía, Tsu’Tey, es un luchador noble y fuerte, aunque ajeno a la realidad catastrófica que acecha a su pueblo.
Este personaje de Avatar ha sido creado a imagen y semejanza del amigo guerrero de Kevin Costner, interpretado por Rodney A. Grant, que le despide al final de la película desde lo alto de un collado, con la lanza en alto, gritando al viento que siempre serán amigos. Sin duda, Cameron ha estudiado con detenimiento Bailando con lobos en los últimos años.
La esencia y corazón de ambos personajes, bien dibujados en ambos casos, aumenta la solidez de ambas películas, a la vez que resalta la fuerza y liderazgo de los dos “intrusos” del ejército enemigo convertidos en miembros de la tribu, tanto el militar yanqui de Bailando con lobos como el marine Jake Sully.
Como el personaje ideado por Kevin Costner, Jake Sully deja constancia en su diario del profundo cambio experimentado, que les lleva a hacer suya la lucha de supervivencia de la tribu, antes ajena. Ambos se enamoran.
La lista de paralelismos es larga. James Cameron ha reconocido, al menos, la influencia de la película de Kevin Costner sobre Avatar.
Otros alegatos ecologistas
En el terreno documental, la difusión de Una verdad incómoda, de Al Gore, no tiene parangón. Nunca se podrá medir en qué porcentaje este documental ha contribuido a despertar la conciencia ecológica de la opinión pública mundial, superando las hasta entonces inamovibles fronteras del ecologismo tradicional.
En literatura y ensayo, un tema tan contemporáneo como la crisis medioambiental provocada por la explotación de recursos tampoco es nueva. Desde Walden, de Thoreau, hasta la trilogía de El Señor de los Anillos; desde la biografía para emprendedores medioambientales escrita por el legendario emprendedor Yvon Chouinard, Let my people go surfing, hasta el alegato a favor de la vida, concebida en toda su inmensidad, en el corto ensaño del naturalista Edward O. Wilson, El futuro de la vida.
Como en las fábulas mencionadas, Avatar muestra la capacidad de destrucción de una sociedad animal, que basa su “economía” y “felicidad” en el consumo desaforado de la propia biosfera, sobre todas las otras sociedades animales que conforman la misma biosfera. Todas estas historias muestran con crudeza cómo el ser humano desequilibra la balanza a su favor, a la vez que contribuye a aniquilar su propia civilización, ya que el avance se basa en el desequilibrio del “superorganismo”.
La fuerza de Gaia
Lovelock ideó la teoría, que estipula que la atmósfera y la superficie de la Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida autorregula sus condiciones esenciales, en 1969.
El final de una década que James Cameron, que se considera un hijo cultural de la contracultura, reconoce no haber olvidado.
Lovelock concebía la hipótesis de Gaia y el hombre pisaba la luna, el colofón de una década que serviría para fundar el ecologismo moderno, surgido de la contracultura californiana que leía el fanzine Whole Earth Catalog (cuya legendaria portada reproduce la primera imagen de la Tierra vista desde el espacio, tomada por la NASA en la misma década), creado por el controvertido ecologista Stewart Brand.
Pacifismo y ecologismo
Avatar incluye una crítica implícita a la conducta de Estados Unidos en política exterior, recrudecida tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que se basa en la polémica doctrina de la “guerra preventiva”. La segunda Guerra de Irak, supuestamente llevada a cabo para luchar contra el terrorismo aunque con claros objetivos geoestratégicos para garantizar el suministro de petróleo, es un ejemplo preclaro de la actitud estadounidense que James Cameron quería retratar en Avatar.
Además, James Cameron ha reconocido que el profundo mensaje ecologista que subyace en Avatar nace de su sentimiento de deuda con la naturaleza.
“Tengo una absoluta reverencia por los hombres que tienen sentido del deber, coraje, pero también soy un hijo de los 60. Hay una parte de mí que querría poner una margarita en la boca del cañón. Creo que en ocasiones hay que establecer la paz mostrando un poder bélico superior, pero por otro lado detesto el abuso de poder y el imperialismo rastrero disfrazado de patriotismo. Uno no puede hablar claramente de estas cosas sin ser llamado antipatriota, pero creo que es muy patriótico cuestionar un sistema que necesita ser marginado, o podría convertirse en Roma”.
Empatía entre todos los seres vivos
El principio fundamental de Gaia es prácticamente religioso: une el propósito último de todos los seres vivos del Planeta, quienes garantizan, con su actividad, el equilibrio y la buena salud del todo. Y Avatar puede hacer que este sentimiento de pertenencia al “todo”, que cuenta con base científica, sea entendido con profundidad a través del visionado de una superproducción.
No hay que subestimar a James Cameron: ese ha sido su propósito, que le llevó a postergar la producción de la película en una década, hasta que la tecnología estuviera preparada para poder explicar, con una rotundidad efectista que nunca hubiera sido vista, una fábula sobre la codicia de una sociedad, aunque también sobre la capacidad de lucha de los inconformistas que se sacrifican para ponerse del lado de lo que consideran justo.
Tan griego como el propio nombre de “Gaia” es el propio concepto de empatía, vocablo conformado por “en” (en el interior de) y “patos” (sufrimiento, lo que se sufre). Se necesita empatía para que dos individuos distintos puedan emocionarse a través de una misma historia, y Cameron conoce bien los entresijos básicos del sentir contemporáneo, al lograr que millones de personas de todo el mundo se emocionen con sus historias.
La hipótesis de Gaia no habla de otra cosa que de empatía entre todos los seres vivos. Merece la pena acudir al cine para observar los paralelismos entre la historia, localizada en la remota Pandora, y la propia existencia humana.
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