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Réditos del paseo despreocupado: vagar activa la creatividad

Tras escuchar que el concepto físico de movimiento era irreal, el filósofo Diógenes de Sinope contestó poniéndose en pie y caminando. Solvitur ambulando. Se resuelve caminando.

Si ser conscientes de ello, 25 siglos después los aficionados a divagar mientras caminan despreocupados, se benefician de la veracidad de la hipótesis de los físicos griegos: caminar no sólo sienta bien y tonifica, sino que ayuda a pensar. Pensar de manera creativa es el inicio necesario para despejar incógnitas.

Lo que ya sabíamos: caminar estimula nuestra creatividad

Un estudio (PDF) de la Universidad de Stanford ratifica lo que todo caminante habitual ha comprobado por sí mismo; caminar de manera despreocupada aumenta la inspiración creativa; las ideas van y vienen y se asocian con mayor libertad.

Para Marily Oppezzo y Daniel Schwartz, autores del estudio de Stanford publicado en Journal of Experimental Psychology: Learning, Memory and Cognition, la corroboración científica del fenómeno era cuestión de tiempo.

“Muchas personas afirman anecdóticamente que piensan con mayor clarividencia al caminar. Finalmente podríamos estar dando un paso, o dos, hacia el descubrimiento del porqué”, escriben los autores.

Al menos un 60% más de creatividad caminando que sentados

El estudio contrastó los niveles de creatividad de una muestra representativa de población en actitud sedentaria y caminando. El nivel creativo se incrementó un 60% de media a través del paseo.

Los beneficios creativos del paseo se unen a los conocidos beneficios físicos. El estudio refrenda la intuición de ilustres vecinos del campus de Stanford.

Las largas caminatas de Steve Jobs por Palo Alto son legendarias en la zona, muchas de las cuales sirvieron de escenario (ahora sabemos, “creativo”) para decisiones cruciales. Walter Isaacson explica en la biografía de Jobs hasta qué punto caminar, solo y acompañado, había sido una actividad central en su cotidianidad.

Mark Zuckerberg aprovecha la cercanía del campus de su empresa para caminar por la misma zona que lo hiciera Jobs, aunque el propio estudio aclara que es la acción de caminar la responsable del impulso creativo, más allá del entorno donde se realice.

Sobre nuestro pasado remoto: nacidos para cazar por persistencia

El ejercicio aeróbico que más caracteriza a nuestra especie, caminar erguidos, habría permitido a nuestros ancestros cazar grandes presas por extenuación dada nuestra resistencia y sofisticada transpiración (la más compleja y eficiente entre todos los mamíferos superiores), antes del perfeccionamiento de herramientas.

Pese a lo inequívoco de los resultados, “ello no quiere decir que cualquier tarea que se realice en el trabajo deba llevarse a cabo caminando, sino que los que más se beneficiarían de ello son quienes requieran perspectivas frescas o nuevas ideas”.

(Imagen: un anciano John Muir se para a descansar durante un paseo por Yosemite, parque creado por iniciativa suya; Muir salía de su cabaña a diario con algo de comida y los ensayos de Ralph Waldo Emerson, al que conoció durante una visita del autor al parque)

Salir a caminar de manera despreocupada, divagando solo o acompañado, es una manera inmejorable de dejar volar nuestra imaginación y renovar nuestra conciencia, pero la conexión, ahora demostrada, entre el pensamiento creativo y caminar no se extrapola de momento al tipo de pensamiento enfocado necesario para, por ejemplo, responder una pregunta concreta.

El pensamiento enfocado busca el recogimiento

Todas las pruebas diseñadas para medir la capacidad de los participantes para divagar de manera creativa, tanto sentados como caminando, demostraron la diferencia entre la capacidad creativa cuando nuestro cerebro es estimulado con el ejercicio aeróbico, y la obtenida en una actitud sedentaria.

Por el contrario, cuando los investigadores otorgaron a los participantes una tarea más precisa (pensamiento enfocado), las diferencias entre ambas actitudes e incluso respondieron mejor sentados que caminando.

En una de estas pruebas, se sugerían tres palabras a los participantes y éstos debían dar con una cuarta palabra que pudiera ser usada en el contexto evocado por los tres vocablos anteriores: a partir de “casa de campo”, “suizo” y “pastel”, se deduce la palabra “queso”.

La dualidad del creador: pasear para pensar, refugiarse para trabajar

Ello explicaría por qué muchos creadores, desde científicos a escritores o compositores de música, han usado el paseo diario como método para divagar de manera productiva (asociando ideas con la frescura e ingenuidad de un niño), si bien al ponerse a trabajar -ante la hoja en blanco-, han favorecido espacios íntimos e introspectivos: desde pequeñas alcobas a casitas en el jardín.

Leonardo da Vinci anotó en sus cuadernos la aparentemente contradictoria dicotomía cotidiana entre la divagación del paseo y la introspección del íntimo y acogedor espacio de trabajo: “las habitaciones pequeñas disciplinan la mente; las grandes, la debilitan”.

Exactamente la diferencia observada en el estudio de Stanford sobre los beneficios de caminar para la creatividad, que no se reproducen en el pensamiento enfocado.

Sobre crear

El estudio de Stanford recuerda a las ciencias sociales que la creatividad productiva y, por extensión, cualquier proceso complejo de creación, tanto individual como colectivo, comprende varios pasos desde la generación de una idea a su ejecución.

Es en los estadios preliminares de este proceso cuando el pensamiento creativo -de naturaleza divergente y estimulado por el paseo- es más útil, mientras a medida que la idea se materializa, se requiere una acotación o convergencia de la conciencia (de divagación a pensamiento enfocado), propia de la agudeza o perspicacia.

Muchos de los grandes pensadores y artistas combinaron ambos tipos de pensamiento: divagación y convergencia, ingenuidad y madurez, intuición y perspicacia.

Divagando con vagabundos ilustrados: de Walt Whitman a Thoreau

El poeta trascendentalista Walt Whitman combinó su pasión por conocer -caminando como un vagabundo- la inabarcable Norteamérica del XIX con la necesidad de recogimiento del poeta cuando se encuentra en el proceso creativo.

En el siglo XIX, el escritor, filósofo trascendentalista y buscavidas Henry David Thoreau recurrió al latinajo para ilustrar su ensayo elogiando el paseo, o caminar sin rumbo, a ser posible adentrándose en la naturaleza: Walking; or, The Wild apareció en el número de junio de 1862 de la revista Atlantic Monthly (ensayo íntegro).

Thoreau recoge en el ensayo el espíritu de buscavidas, buhoneros, merodeadores y aventureros de distinto percal que, influidos por el idealismo europeo, cantaron a la inmensidad salvaje de Norteamérica, una aventura donde personajes literarios, bagabundos y rapsodas se funden en una misma persona que averigua sobre sí misma y sobre lo que descubre caminando.

Mientras camino despreocupado

Siete años antes, se publicaba la primera edición de Hojas de hierba de Walt Whitman, un canto panteísta al descubrimiento del interior a través de la exploración de lo exterior. 

La página 28 de la primera edición de Hojas de hierba (As I walk, solitary, unattended.”) se convertiría en un canto al descubrimiento despreocupado de un nuevo continente y sus gentes, a la exploración del carácter presente en personjes históricos (Johnny Appleseed) y de ficción, como el Huckleberry Finn concebido por Mark Twain 30 años después.

Los comprobados beneficios de caminar en particular y el ejercicio aeróbico en general para estimular el pensamiento creativo podrían contrarrestar la tendencia a eliminar de nuestra vida diaria actividades sin un retorno productivo cuantificable.

La lenta muerte del paseo despreocupado

BBC se hace eco de esta tendencia en la vida urbana contemporánea en un artículo donde denuncia “la lenta muerte de la caminata despreocupada”. 

Realizar una caminata matutina o a última hora de la tarde, sin hora de retorno fija ni preocupaciones acuciantes que bloqueen una fructífera divagación, tal y como la que el entomólogo E.O. Wilson evoca al principio de su ensayo “El fin de la vida” (que empieza con un paseo imaginario en el que Thoreau acompaña a Wilson por los caminos de Walden), se ha convertido en un lujo, sugiere con acierto Michael Graham Richard en Treehuger.

Más que a la muerte de la caminata y a la actitud creativa y regeneradora que representa, ésta es arrinconada por actividades de ocio al aire con un propósito concreto, tales como el ejercicio más activo, tanto en el gimnasio como al aire libre.

Probar la libertad introspectiva

El estudio de Stanford desempolva la importancia de discurrir sin límites ni cortapisas para crear cosas resolver cuestiones que nadie se plantea, o al menos nadie lo hace con la ingenuidad necesaria.

Steve Jobs, Mark Zuckerberg y el “solvitur ambulando” tienen más sentido que nunca en una era dominada por la gestión “inteligente” del tiempo y sus registros. 

Es más productivo perderse en una caminata que no despegarse del escritorio, sobre todo cuando la creatividad parece seguir la belleza de lo aleatorio y la flexibilidad de la percepción humana -que, por ejemplo, estiraría y acortaría la percepción del tiempo-, presentes en la naturaleza.

Sin la evocación poética de los paseos de Thoreau, Emerson y Whitman, entre otros, que contribuyeron a construir el imaginario norteamericano, el naturalista John Muir, él mismo un experimentado caminante, habría fracasado en su empresa de crear los principales parques naturales del Oeste de Norteamérica.

John Muir, al que se recuerda con su barba blanca, piel curtida a la intemperie y ropa desgastada, recomendó a sus coetáneos “caminar tranquilamente hacia cualquier dirección y probar la libertad del montañero”.

Ilustres merodeadores urbanos

Muir murió en 1914. Una década después, en un entorno urbano aparentemente tan ajeno a los paseos despreocupados por la exuberante naturaleza de la desaparecida, real e imaginaria, Frontera norteamericana, como París, los jóvenes bautizados por Gertrude Stein como la Generación Perdida, malvivían en los bohemios inicios de su carrera.

Uno de ellos, el desconocido joven de Michigan Ernest Hemingway, que había acudido a París con su mujer, combinaba los esporádicos encargos como corresponsal con la escritura del primer borrador de su libro, The Sun Also Rises Fiesta– (1926).

París era una fiesta, las memorias del autor sobre aquellos años publicadas póstumamente, recogen los lugares comunes de la Generación Perdida, así como la igenua e imparable actitud del joven escritor, que confiesa haberse sentido “imparable”, pese a las dificultades económicas y la vida humilde que compartía con su primera mujer y su primer hijo, apenas un bebé. 

La montaña mágica

Las memorias recogen varias reflexiones sobre la introspección, el oficio de escribir, los viajes a los Alpes para reencontrarse con la naturaleza y, no menos importante, sus paseos por París.

Hemingway: “Caminaba por los muelles cuando había acabado el trabajo o cuando meditaba sobre alguna idea. Era más fácil pensar mientras caminaba o hacía algo, o cuando veía a alguien haciendo su trabajo”.

Caminar, nos recuerda Bill Bryson en el libro de viajes A Walk in the Woods: Rediscovering America on the Appalachian Trail, nos permite cambiar nuestra percepción del tiempo y la distancia.

“Una milla se convierte en un gran trayecto, dos millas algo literalmente considerable, diez millas algo enorme; cincuenta millas rozan los límites de la concepción”.

Con la mente entre los árboles

En cuanto al tiempo, Bryson se sorprende de su plasticidad en función de lo que nuestra conciencia percibe (tal y como observa Thomas Mann de manera magistral en las aventuras de Hans Castorp en La montaña mágica):

“[Caminando] La vida adquiere una nítida simplicidad, también. El tiempo deja de tener sentido. (…) A menudo no piensas de manera consciente. Qué sentido tiene. En cambio, uno existe en una especie de modo zen itinerante en el que su cerebro acompaña al cuerpo (…), pero en realidad ajeno a él”.