Mi relación con el cemento es más íntima de lo que me hubiera gustado. He reflexionado poco sobre ello, y se trata de una relación pasiva, no contestataria.
Viví en Sant Feliu de Llobregat hasta los veintimuchos, una localidad cuya montaña más alta (Olorda, 436,4 metros) está coronada por una fábrica de cemento, visible a varios kilómetros de distancia.
No recuerdo haber visto una sola protesta vecinal en torno a la existencia de la gigantesca factoría, siempre presente a lo lejos, plantada como un dragón humeante en lo alto de una montaña que debió ser muy distinta antes de su instalación.
Mi poco noble pasado con el cemento
Sant Feliu es una ciudad de extrarradio situada a poco más de una decena de kilómetros de Barcelona, que creció a caballo entre el estrecho e industrializado valle fluvial del río Llobregat, en el enclave que separa el lecho del río justo antes de convertirse en delta, de la sierra de Collserola, un macizo que se ha sobrevivido a la expansión de Barcelona y su primer anillo metropolitano, que separa la urbe de las comarcas del Vallès Occidental, al noroeste, y el Baix Llobregat, al oeste.
La cementera de Sant Feliu, que extrae su materia prima del propio pico de Olorda (Puig d’Olorda), fue erigida en 1967 y conocida desde entonces como fábrica Sanson. Por su situación, a las puertas de la sierra de Collserola, área montañosa que sirve como parque periurbano a la ciudad de Barcelona y a su área de influencia más próxima, su actividad tiñe con un fino velo gris la vegetación mediterránea de los picos y collados de Olorda, Serra, Can Pascual, Merlès y Turó Rodó, los más cercanos y susceptibles de atraer polvo de cemento y de influir negativamente sobre la calidad del aire de varias localidades del extrarradio barcelonés.
A diferencia del resto de montañas de Collserola, la zona más elevada de Olorda está conformada por caliza, una roca sedimentaria compuesta por carbonato de calcio y una resistencia a la ruptura que la ha convertido en componente esencial para la fabricación de cemento. La constitución de Collserola como parque, décadas después a la instalación de la fábrica de cemento, no impidió ni limitó su actividad.
Actualmente, la factoría pertenece a la multinacional mexicana Cemex. La filial española de esta firma, Cemex España, es miembro del Patronato del Parque de Collserola, aunque haya contribuido activamente desde 1967 a degradar la entrada natural desde el río Llobregat a la zona protegida. Quienes hemos nacido en la zona con posterioridad a esta fecha, nunca hemos conocido una entrada natural a Collserola sin la presencia de la fábrica de cemento.
Vida a 1,5 kilómetros de una fábrica de cemento
Mi casa estaba junto a la Riera de la Salut, conexión natural entre Sant Feliu y Collserola y, por tanto, a no más de 1,5 kilómetros de la fábrica. Estudié educación primaria en la escuela más próxima a esta fábrica, a la que se llegaba por una carretera que también usaban los camiones que bajaban de la factoría, cargados de cemento.
Cursé secundaria en el Instituto de la localidad, situado junto a una ladera, hoy totalmente urbanizada, del ahora Parque de Collserola. Y estudié periodismo en la Universitat Autònoma de Barcelona, cuyo campus está situado en el Vallès Occidental, más allá del límite norte del mismo parque de Collserola.
De modo que las montañas de la sierra, así como la fábrica de cemento Sanson, han compuesto siempre mi paisaje más próximo.
El perpetuo rumor de la cementera (incluso desde Castellciuró)
No se puede catalogar de paisaje apocalíptico, pero el murmullo insistente, de industria pesada, que emana de una fábrica de cemento, no alegra precisamente el espíritu durante cualquiera de los más que recomendables paseos que pueden realizarse por los caminos rurales de la zona, que esconde viejas masías y alguna que otra delicia, como las cercanas ruinas de Castellciuró, en el término municipal de Molins de Rei, un castillo medieval citado en documentos a partir de 1066, aunque se construyera sobre los restos de una fortificación visigótica, destruida en 985 por Almanzor.
Desde el mismo Castellciuró, que sirve, como la fábrica Sanson, como punto privilegiado para vigilar el valle del río Llobregat, se pueden evocar las torres de defensa que se extendían por la orilla del río, con la intención de consolidar las fronteras entre territorio cristiano y musulmán. Abandonado a la modorra y las divagaciones mentales del paseo, en Castellciuró también se oye el rumor de la cementera.
Nada más perturbador, durante un paseo a lo Thoreau, que palpar los efectos acústicos, el polvo en los árboles y la silueta del monstruo, guinda monumental que culminó el afeamiento industrial de la sufrida comarca del Baix Llobregat, una suerte de diminuta Nueva Jersey.
Cementera aparte, Collserola debería haber inspirado alta poesía y exquisitas piezas de música, o haber servido como lugar de paseo de las personalidades más influyentes de una urbe como Barcelona. Inexplicablemente, nunca ha sido así, pese a su cercanía, a tiro de piedra desde una decena de localidades, incluyendo Barcelona.
Quizá no se trate de un paisaje que hubiera evocado nada especial a Walt Whitman, pero sigo confiando en que la cementera de Olorda será abandonada y desmantelada, parte por parte, a lo largo de las próximas décadas.
La situación de esta sierra, encarada al mar desde una pendiente muy pronunciada, que alcanza su máxima altura en el Tibidabo (512 metros), y acceso suave, a través de valles húmedos desde el Vallès, explica su muestra de ambientes mediterráneos, que merece la pena visitar. Yo lo haré este sábado, aprovechando que he quedado con unos amigos en la Masia de la Salut, próxima a la semi-urbanizada y degradada entrada al parque natural desde Sant Feliu.
La guerra de los botones (con la cementera de fondo)
Volveré una vez más sobre mis propios pasos, cuando, hace más de 20 años, improvisaba junto al resto de los niños del barrio juegos y montábamos trifulcas que no tenían nada que envidiar a las explicadas en La guerra de los botones de Louis Pergaud, solíamos usar los caminos y prados que se convertían, montaña arriba, en bosque mediterráneo; y, a media hora de camino, en el recinto vallado de una fábrica de cemento.
En 1987, cuando yo tenía 10 años, se creó el Parc de Collserola, un parque periurbano con una superficie de 8.465 hectáreas y gestionado por la Diputación de Barcelona y los 9 municipios que lo conforman.
Si bien el patronato del parque ha evitado la urbanización descontrolada en una zona de especial interés natural junto a una de las metrópolis más industrializadas y densamente pobladas de Europa, no ha actuado como grupo de presión para evitar la contaminación y degradación de sus lindes: las cementeras de Sant Feliu y de Montcada i Reixac, las extracciones mineras de Papiol y Sant Cugat, la contaminación y urbanización ilegal junto a rieras como la de Vallvidrera, y el incivismo de algunos visitantes del parque.
Curiosa, la simetría entre las cementeras de Sant Feliu de Llobregat y Montcada i Reixac. Cada una de ellas se sitúa a un extremo del parque (suroeste y noroeste, respectivamente); ambas escoltan a los dos ríos que sirven de límite natural a Barcelona, Llobregat y Besòs.
Ambas factorías sirvieron, igualmente, como proveedoras de la explosión demográfica de la Barcelona metropolitana a partir del desarrollismo franquista.
El noble pasado del Cemento
Aunque indirecta, siempre he mantenido una relación con el cemento, que he llegado a admirar inconscientemente, pulido, en el interior de algún edificio construido o reformado con criterio (por ejemplo, en esta casa, de un familiar, situada en Fitzroy, el barrio más cosmopolita de Melbourne, Australia). O, sin saberlo, al observar el hormigón romano del Panteón.
El cemento no es un invento nuevo; sus variantes naturales se emplean en Occidente desde la Antigüedad, tales como morteros elaborados con arcilla, yeso o cal, usados para unir mampuestos. La bóveda del Panteón de Roma debe su imperturbable estado a la dureza de este material, que era obtenido a los inicios de nuestra era en Pozzuoli, zona volcánica cercana al Vesubio, lo que explicaría que el cemento de origen orgánico o volcálico sea llamado puzolánico.
En los últimos años, la puzolana, o ceniza volcánica empleada para elaborar este tipo de cemento, ha sido sustituida por la ceniza del carbón procedente de las centrales termoeléctricas, escoria de fundiciones o empresas cerámicas, o usando residuos obtenidos al calentar cuarzo.
Además del cemento puzolánico, existe otro tipo básico de cemento, de origen arcilloso, obtenido con la mezcla de 1 parte de arcilla por 4 partes de piedra caliza.
Poco tiene que ver el resultado obtenido por los romanos en la cúpula del Panteón, cuya técnica constructiva no fue recuperada y entendida hasta 15 siglos más tarde, cuando Brunelleschi dirigió la construcción de Santa María de las Flores (el Duomo de Florencia).
El papel contemporáneo del cemento
Desde que fuera patentado en 1824, el cemento Portland se ha impuesto en la producción de cemento, debido a su mayor maleabilidad y a su idoneidad para el revestimiento externo de edificios y su uso en obra civil.
Las mayores aberraciones urbanas de las últimas décadas, así como algunos de los mejores edificios, han empleado grandes cantidades de cemento Portland. Ciudades enteras, tales como Brasilia, invento de la élite tecnocrática brasileña y campo de pruebas para la experimentos de alta arquitectura contemporánea durante su construcción (a partir de 1956, en una gigantesca obra liderada por Oscar Niemeyer), no se entienden sin el cemento. Ocurre lo mismo con campus universitarios, estadios deportivos, centros de convenciones, aeropuertos y grandes infraestructuras. Sin olvidar algunos de los peores edificios de la historia: las funcionales y gigantescas cajas de zapatos que albergan centros comerciales periféricos en todo el mundo.
Sin ánimo de comparar la Catedral de Brasilia con el Panteón, se trata de dos edificios cuya construcción no habría sido posible sin el uso de hormigón.
El brasileño Oscar Niemeyer ha sido reconocido como pionero de las posibilidades constructivas y plásticas del hormigón armado, un tipo de hormigón reforzado con estructuras de acero, llamadas armaduras, que permite crear grandes edificios a partir de formas imposibles.
Más cerca de la Brasilia de Niemeyer: el propio Antoni Gaudí, que nunca padecería el rumor lejano de la fábrica Sanson de Sant Feliu de Llobregat, usó bloques prefabricados de cemento en la construcción de varias secciones de los Pabellones Güell de Pedralbes, que en el momento de su proyección, entre 1884 y 1887, constituían la frontera noroeste entre una ciudad de Barcelona en expansión y Collserola.
No es difícil imaginar algún paseo de Antoni Gaudí y Eusebi Güell más allá del monasterio de Pedralbes, adentrados en la sierra de Collserola. Quizá llegaron, acompañados de alguna interesante conversación, hasta la montaña de Olorda, situada a no más de 1 hora de camino por senderos rurales. Quizá vieron un Puig d’Olorda sin cementera.
El impacto del cemento
Lejos de evocaciones y paseos imaginarios, el impacto del cemento sobre el medio ambiente es considerable:
- El cemento produce el 5% de las emisiones de CO2 provocadas por el hombre, el 50% de las cuales procede de la minería y el proceso químico de elaboración y el 40% restante del consumo de combustible fósil.
- Por cada 1.000 kilogramos de cemento producido, se emiten 900 kilos de CO2. Cuesta pensar en un peor escenario en términos de eficiencia medioambiental y sostenibilidad, digan lo que digan las principales compañías cementeras, que tienen alcance global en la actualidad debido a un intenso proceso de concentración.
Se habla a menudo del impacto mundial de la industria del cemento, al ser la actividad con mayores efectos medioambientales en el sector de la construcción. El impacto local, sin embargo, no es nada desdeñable; la actividad está muy mecanizada y no tiene una incidencia dramática o decisiva sobre la creación de empleo en las zonas donde se instalan cementeras, normalmente junto a las canteras de extracción de caliza, para así reducir los costes de producción.
La producción de empleo local es el único impacto de carácter positivo de este tipo de industria, a juzgar por la documentación que consulto mientras escribo estas líneas, más allá de mi propia experiencia.
Como impactos negativos locales, se destruye el paisaje, se genera polvo y cenizas volantes, que pueden tener un impacto negativo sobre el medio ambiente y causar enfermedades respiratorias sobre la población, si la actividad se realiza junto a zonas densamente pobladas.
En el caso de la fábrica Sanson, el polvo de la cementera ha afectado históricamente los bosques de pino carrasco y pino piñonero, encinares con robles, bosques de ribera, maquias, matorrales, garrigas, huertos y prados de el pico de Olorda y el valle de Sant Feliu.
Sin olvidar la disrupción de la biodiversidad, el ruido y los efectos añadidos que el tráfico de camiones-hormigonera con gran tonelaje pueden tener sobre la vida cotidiana y la calidad del aire de toda una zona.
Reitero que nunca he asistido a una protesta de gran alcance sobre las actividades de plantas como la fábrica Sanson de Sant Feliu de Llobregat, actualmente explotada por Valenciana de Cementos-Cemex.
La omnipresencia de China en los grandes números
En 2002, la producción mundial de cemento hidráulico ascendía a 1.800 millones de toneladas métricas; la suma de la producción de los tres países con mayor actividad cementera suponía más de la mitad del total mundial.
Sólo la producción de China en 2002, China produjo 704 millones de toneladas métricas; aunque, a diferencia de otros grandes productores, China no exporta una parte considerable de su producción, sino ésta es absorbida por el colosal crecimiento chino en los últimos años. India, segundo productor mundial, producía en 2005 año el 6,35% de todo el cemento, mientras Estados Unidos alcanzaba también en 2005 el 4,38% del total.
España, con 45 millones de habitantes, muy lejos de los 300 millones de Estados Unidos y sobre todo del tamaño continental de las poblaciones de India (1.173 millones) y China (1.334 millones de habitantes), era en 2005 el sexto productor mundial de cemento, con un 2,19% del total, por delante de cualquier país europeo, incluido Rusia (141 millones de habitantes), lo que da una pista sobre la intensidad constructiva en España durante los últimos años, hasta lo que se ha llamado estallido de la burbuja inmobiliaria.
Además de los ya mencionados China, India y Estados Unidos, sólo Japón y Corea del Sur han producido y consumido más cemento que España durante los últimos años. Entre los grandes consumidores de cemento, España es el país menos poblado.
Se estima que China produjo sólo en 2006 1.235 millones de toneladas métricas de cemento, el 44% de la producción total.
Soluciones para disminuir el impacto del cemento
Los científicos coinciden en que al menos el 5% de todo el CO2 producido por el ser humano procede de la industria del cemento, tanto por su intensivo uso energético (la mayoría de procesos de fabricación necesitan mantener la caliza y resto de materiales a 1400 grados centígrados para elaborar cemento), como por las emisiones generadas por la minería y la propia combustión del combustible empleado para su fabricación.
Si bien es más complicado reducir el impacto de la industria cementera sobre el territorio donde la producción es emplazada, debido a molestias tan intangibles como difíciles de gestionar tales como el ruido, el tráfico de camiones, el polvo y la emisión de cenizas volantes, etc., numerosos estudios corroboran que el cemento reabsorbe pequeñas cantidades de CO2, incluso décadas después de haber sido empleado en un edificio u obra civil, cuando en la combinación de materiales aparecen grandes cantidades de roca caliza.
Varias compañías han creado en los últimos años cementos que multiplican este efecto reabsorbente de dióxido de carbono y partículas en suspensión, entre ellas la italiana Italcementi y la británica Novacem.
Tanto Italcementi como Novacem están dispuestas a demostrar a sus clientes que sus cementos capaces de absorber CO2 durante décadas tienen un impacto ecológico negativo a lo largo de su vida útil, un concepto muy atractivo sobre el papel que, de confirmarse, arrojaría nuevas perspectivas sobre una industria tan contaminante como necesaria, al no existir alternativas claras al cemento para la construcción a gran escala y la obra civil.
Estas y otras firmas tienen una importante tarea por delante: convencer a consistorios de cualquier tamaño, tanto de grandes urbes como de pequeñas ciudades, para emplear a gran escala cementos y hormigones que absorban el CO2 y las partículas en suspensión que se concentran en las ciudades, como ya realiza la ciudad sueca de Malmö, urbe que, como Bilbao, ha sabido reconvertir su economía, basada en una industria pesada en decadencia y, a la vez, revitalizarse arquitectónicamente, empleando técnicas basadas en la sostenibilidad.
Ello sería posible, según Italcementi, construyendo no sólo edificios, sino aceras y mobiliario urbano con cementos que incluyan tecnologías como la que ellos han patentado en sus cementos técnicos, capaz de atrapar el dióxido de nitrógeno del ambiente.
El cemento con un impacto ecológico negativo ha despertado tanto interés que se ha convertido en uno de los focos de interés de la industria de las tecnologías sostenibles para los próximos años, tanto en Europa como en Estados Unidos y el resto del mundo.
Europa lidera, de momento, el esfuerzo, impulsada por los proyectos ya comerciales de Italcementi y Novacem.
Asimismo, un proyecto sueco-finlandés en el que participan las firmas Skanska y Cementa, espera desarrollar cemento y hormigón “inteligente”, con una mezcla que incluirá dióxido de titanio. El objetivo es crear muros, aceras y carreteras que limpien el aire de las ciudades mediante la absorción del CO2 y las partículas en suspensión.
La industria del cemento dispuesta a cambiar, a través de proyectos como los expuestos, cree que pronto podrá generalizarse cementos activos y ecológicos, gracias al uso de técnicas de nanotecnología y al empleo de materiales reciclados, procedentes de otras industrias.
El objectivo no es sólo construir los edificios nobles del presente (un ejemplo, la iglesia Dives in Misericordia de Roma, que emplea hormigón absorbente de Italcementi) y el futuro con cementos que amorticen en unos años la energía empleada para su elaboración, y contribuyan positivamente sobre su entorno con la absorción de partículas en suspensión e incluso ruido; también es necesario dar con el cemento Portland del futuro.
Tanto los panteones o las cúpulas de Brunelleschi del futuro como los edificios más funcionales o menos ambiciosos arquitectónicamente, aunque necesarios, podrían tener una huella ecológica negativa, en lugar de contribuir a aumentar el ya de por sí elevado impacto de la industria del cemento sobre el clima.
Sueño con un cemento Portland que no moleste, durante su producción, a ninguna población local. Barato. Capaz de crear un ambiente más limpio.
Convertiría la actual fábrica Sanson de Sant Feliu de Llobregat en un centro puntero en I+D+i de cementos ecológicos. Ello eliminaría las externalidades negativas de la fábrica (ruido, contaminación, tráfico de camiones, afeamiento del paisaje) y crearía puestos de trabajo con mayor valor añadido, los tan ansiados trabajos de “cuello verde”, o de la economía sostenible.
Mensaje a consistorios y empresarios
Si fuera un tecnócrata capaz de influir sobre la planificación urbanística de una localización, exigiría cemento “vivo”, que actúe como un árbol o un bosque: absorbiendo CO2, óxido de nitrógeno y otras partículas en suspensión.
Si fuera empresario del desangelado sector de la construcción, en lugar de dedicarme a luchar por las migajas que van cayendo, como el suero de un moribundo, sobre los planes E de los pueblos y ciudades de España, me informaría sobre los trabajos de investigación y desarrollo en cemento y materiales técnicos similares realizados por Novacem, Italcementi, Skanska, Cementa, etcétera.
Si no es en Barcelona, junto al parque de Collserola, será en cualquier otro sitio, pero está claro que ha llegado el momento para el hormigón ecológico.