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¿Twitter, Facebook y YouTube la imprenta de Oriente Medio?

Ya hay quienes comparan el uso de Facebook, Twitter o YouTube en las revueltas del Magreb y Oriente Medio con el papel de la imprenta de Gutenberg al extender la Reforma de Lutero, mientras varios autores minimizan e incluso ridiculizan su influencia, que califican como testimonial. 

Es fácil maximizar la importancia de las redes sociales en los acontecimientos del norte de África y Oriente Medio, pero es incongruente desestimar su innegable papel en la organización de las manifestaciones.

En las últimas semanas, se ha abierto un debate, explicado por el escritor y periodista Jay Rosen, sobre el crédito que las herramientas sociales deberían recibir en las revueltas y revoluciones en Túnez, Egipto, Irán y Oriente Medio.

Desde quienes creen que las nuevas herramientas pueden ser controladas y usadas de un modo perverso a quienes, como Malcolm Gladwell, minimizan su importancia de un modo, como mínimo, precipitado.

La interpretación interesada de un fenómeno

Si hay una temática tan interesante como las revueltas populares que se producen en las últimas semanas en varios países musulmanes, es su interpretación, tanto en los medios tradicionales como en Internet.

Sería pretencioso, de acuerdo con la mayoría de los analistas, atribuir la caída de los gobiernos de Túnez y Egipto, así como las revueltas inspiradas en estos levantamientos populares en África del norte y sahariana, así como en Oriente Medio, al uso de las redes sociales.

No hay que olvidar a Al Jazeera

Twitter y Facebook son los servicios más mencionados en relación con las revueltas, pero los mejor informados han atribuido, no sin razón, un cometido decisivo (según, por ejemplo, The New York Times) a la cadena de televisión por satélite Al Jazeera, con sede en Qatar, cuya influencia en los países musulmanes es muy superior a la de cualquier otro creador de opinión.

Es innegable que Twitter y Facebook han sido usados por una parte de los jóvenes en las revueltas como puntos de encuentro para el intercambio de opiniones e inicio de las movilizaciones, pero cuantificar su grado de influencia con exactitud es tan difícil como definir de manera clara a lo que llamamos opinión pública (existe una teoría clásica sobre la opinión pública, surgida durante la Ilustración, que sigue predominando; pero no por ello debe ser confundida con la verdad irrefutable).

Se confirma el fin del monopolio de la información

Internet y las redes sociales transforman las teorías de la opinión pública, y los líderes de opinión ya no aparecen exclusivamente en los diarios, programas televisivos o radiofónicos. Los medios tradicionales han informado desde las revueltas, pero su contribución no es comparable a la de las redes sociales. ¿O sí?

Entre las distintas interpretaciones y opiniones relevantes sobre las revoluciones en Egipto y Túnez, además de las movilizaciones en otros países, destaca la polémica entre Malcolm Gladwell, colaborador del New Yorker y uno de los ensayistas más leídos de Estados Unidos, un escéptico de la fuerza de las redes sociales sobre las revueltas; y quienes sí creen que Internet, la ubicuidad y carácter democrático de sus herramientas llevaron a miles de jóvenes y profesionales sin oportunidades a las calles.

Efectivamente, Gladwell tiene razón en que la falta de democracia, la prolongada injusticia, la falta de oportunidades en el propio país o la reciente escalada del precio de los alimentos son un caldo de cultivo que habría estallado con redes sociales o sin ellas, con teléfonos móviles o sin ellos. Sin embargo, ¿habría ocurrido del mismo modo?

Malcolm Gladwell se mete en un jardín que no acaba de entender

Si algo ha cambiado con las nuevas herramientas sociales es el nivel de participación sobre el debate público. Internet permite, por ejemplo, que Malcolm Gladwell reflexione en un artículo del New Yorker sobre si Egipto necesitaba a Twitter para iniciar una revuelta.

Con Internet, cualquier persona con acceso a Internet, independientemente de su localización geográfica, puede leer e interpretar el artículo, y compartirlo, a partir de su propia experiencia y opinión, con su red de contactos. Sirva como ejemplo el comentario realizado por mí mismo tras leer el artículo, donde respondía a Gladwell y expresaba mi interpretación, leída quizá por otros a posteriori. “¿Necesita Egipto a Twitter? Quizá no, pero los medios sociales aceleran tendencias”. Ese fue mi comentario.

Es irresponsable determinar que esta metodología de comunicación, con respuestas encadenadas, o repeticiones de un mensaje que uno respalda o simplemente encuentra interesante, es incapaz de influir sobre la opinión pública en momentos especialmente dedicados, cuando existe un descontento que todavía no ha sido canalizado.

Con Internet, el monopolio informativo de los líderes de opinión se resquebraja y el papel de los medios de comunicación tradicionales también pierde su posición predominante, sobre todo entre los más jóvenes.

Todos consumimos, recomendamos y creamos información

También en el contexto de las revueltas en Egipto, Tim O’Reilly, editor y personalidad del mundo tecnológico de Silicon Valley, compartía a través de su cuenta en Twitter un artículo escrito por Joshua-Michéle Ross en O’Reilly Radar, blog tecnológico relacionado con su compañía.

El artículo refleja sobre las consecuencias involuntarias de la democratización de la tecnología. Cualquier ciudadano anónimo puede armarse con una cámara de fotos, una videocámara, un teléfono móvil, un dispositivo con Internet o un aparato que compile todas estas funciones (un teléfono inteligente), y retratar su experiencia, sin filtros.

Pero, reflexiona el artículo, como las protestas en Egipto mostraron, las tecnologías que democratizan las comunicaciones pueden también utilizarse para centralizar el control. O pueden ser bloqueadas, como ocurre en muchos lugares del mundo, a distintos niveles. En ocasiones, se trata de la censura de determinados contenidos e ideas, como ocurre en Irán y China. A veces, se apela al estado de excepción para, simplemente, desconectar a la población de Internet y de la red de telefonía móvil.

Si algo sorprendió a los primeros reporteros en informar desde las protestas con epicentro en la plaza de Tahrir de El Cairo, fue el elevado número de personas acudiendo a las protestas con sus teléfonos móviles, como muestra esta imagen de The New York Times, citada por Joshua-Michéle Ross en su artículo.

Se trata de comunicar ideas

Ross: “expandir la habilidad de la gente para comunicarse -desde la imprenta al telégrafo, al teléfono, a los mensajes de texto-, es siempre un acto revolucionario. Las tecnologías de la comunicación no crean las condiciones para la acción civil (el malestar en Egipto se debe a la represión política prolongada), pero pueden acelerar todo el proceso”.

Las redes sociales lograron acelerar los acontecimientos, según Ross, multiplicando el número de personas involucradas en recolectar, distribuir y consumir información; y permitiendo un clima de opinión positivo a sus acciones en todo el mundo en tiempo real, lo que reforzaba simultáneamente el compromiso de los participantes con la causa.

Si una acción es aplaudida al instante por miles de personas informadas de todo el mundo, la mayoría ajenas a los intereses políticos y mediáticos de sus gobernantes, quienes realizan la acción conocen al instante esta legitimación, sin necesidad de acudir a los filtros informativos tradicionales, centralizados, lentos e inoperantes, en comparación con el tiempo real de Internet.

Tras leer el artículo de Ross desde mi casa en Barcelona, hice algo aparentemente insignificante, similar a lo llevado a cabo por otros individuos en distintos lugares del mundo: comenté mis impresiones, en este caso también a través de Twitter.

Mi opinión influye sobre mi círculo, y a la inversa

En mi opinión, tan poco valiosa (o tan valiosa) como la de cualquier otro individuo, el hecho de que tantas personas narraran lo ocurrido en Tahrir en primera persona y ello causara impresiones en otras personas de otros lugares del mundo, produce una disrupción del modo en que hemos consumido y compartido información hasta ahora. Los viejos medios ya no están en el centro de los acontecimientos, sino que, en todo caso, los interpretan, a menudo con calidad, y en otras ocasiones con escasa calidad y plagados de intereses.

En Internet, las fotogalerías de los grandes medios sobre la revuelta de Egipto, por ejemplo, tienen una repercusión indudable. Como ejemplo, valga una recopilación en The Big Picture.

Del mismo modo, las imágenes de los propios manifestantes, que disparaban sus cámaras con la intención de servir como testimonios directos de lo ocurrido, tienen el mismo valor que la recopilación de imágenes filtrada por los grandes fotógrafos, agencias, grandes medios de comunicación. 

A menudo, los filtros de las “casas de información” conservan un tufo a mal refrito

Es la ausencia del filtro “occidental” la que interesa a menudo al ciudadano que se acerca a Internet, para contrastar la visión de la realidad que comparte con su comunidad más cercana, sobre la que influyen los medios y condiciones locales, y así situar en perspectiva ideas, opiniones. A mayor información, dice el método empírico sobre el conocimiento defendido desde la Ilustración, mejor la toma de decisiones posterior.

Por eso, como ciudadano y comunicador en Internet, me acerqué a las fotogalerías del Boston Globe, The New York Times o The Atlantic (cuya sección In Focus es ahora dirigida por Alan Taylor, antiguo editor de The Big Picture, la mencionada sección del Boston Globe); pero también leí los comentarios de los egipcios que estaban en las manifestaciones, consulté las fotografías tomadas por ellos mismos, o sus vídeos. 

Incluso usé las fotografías compartidas por un participante (Ramy Raoof) a través de Flickr y con licencia Creative Commons, en un artículo reciente. De algún modo, tomé parte en la revuelta, al dejar mi opinión personal en una de las imágenes del fotógrafo aficionado egipcio.

Internet transforma la comunicación unidireccional de los gobiernos y medios tradicionales en una conversación más difícil de manipular por su naturaleza descentralizada. Siempre y cuando, claro, no exista una censura sistemática contra las herramientas que permiten a cualquier persona convertirse en creadora y filtro de información, cuyas opiniones influirán sobre otros, ya se trate de relaciones o de usuarios anónimos.

Negacionistas

Malcolm Gladwell cree que Twitter y Facebook son meras herramientas que poco han tenido que ver con las revueltas. Gladwell otorga el peso de los acontecimientos a las profundas raíces sobre las que se construye el descontento, citando un artículo propio para argumentar su punto de vista.

Gladwell: “a buen seguro, el hecho menos interesante sobre ellas [las protestas] es que algunos de los manifestantes quizá hayan usado (o quizá no) en un momento u otro algunas de las herramientas de los nuevos medios para comunicarse entre ellos. Por favor. La gente ha protestado y derribado gobiernos antes de que se inventara Facebook. Lo hicieron antes de que Internet apareciera”.

Resulta extraño el maximalismo casi militante usado por Malcolm Gladwell en su argumento, sobre todo teniendo en cuenta que sus conocidos ensayos, todos en la lista de best sellers de The New York Times, se caracterizan por construir interesantes argumentos y tesis a partir del uso de hechos, fenómenos y tendencias sin relación aparente entre sí.

Blink, The Tipping Point y Outliers, sus títulos más difundidos, todos con edición en varios idiomas (el castellano entre ellas) y difundidos en todo el mundo, relacionan magistralmente fenómenos que no están directamente vinculados.

¿Pero no estábamos en que gente como Paul Revere crea revoluciones?

Para mayor escarnio, su aplaudido The Tipping Point (en España se ha titulado La clave del éxito) documenta magistralmente cómo a menudo, de manera aparentemente fortuita, hay situaciones que experimentan un punto de inflexión. El autor explica cómo varios productos y tendencias pasan del ostracismo a convertirse en un fenómeno de masas; para que ello ocurra, es necesario que existan -dice Gladwell- responsables de difundir nuevas ideas y tendencias, los creadores naturales del boca a oreja.

Gladwell examina la moda, los programas infantiles de televisión, la conducta de los fumadores o la publicidad directa para explicar cómo ocurre el proceso de contagio de ideas.

El autor es capaz de analizar con clarividencia fenómenos del mundo físico que forman parte de su experiencia, pero niega los mismos fenómenos, regidos por mecanismos similares, acaecidos en Internet, a través de herramientas como Twitter, Facebook, comentarios en las bitácoras y ediciones digitales de los diarios, etcétera.

La intransigencia de Gladwell con lo que llama “nuevos medios” me llevó a comentar en voz alta una cierta perplejidad personal, al recordar el excelente inicio de su novela The Tipping Point. Realicé el comentario en Twitter: “gracias a los medios sociales -comenté-, en terminología Gladwell, todos somos Paul Reveres, pero actualmente ya no se necesitan caballos”.

Un mensaje aparentemente críptico o sin sentido, pero no para quien haya leído el mencionado ensayo del autor, que comienza narrando cómo un solo hombre de Nueva Inglaterra, desplazándose a caballo para comunicar a los vecinos de Massachusetts las injusticias cometidas por los ingleses, bastaría para encender la mecha de la Revolución americana que desenvocó, a finales del siglo XVIII, en la independencia de Estados Unidos.

Actualmente, una persona con un comentario igualmente decisivo sobre el futuro de su patria, debido a una situación de injusticia prolongada en el tiempo, no lo comunicará desplazándose a caballo. Es más probable que use el teléfono móvil, Facebook, Twitter. En cierto sentido, en la actualidad todo el mundo puede tener un poco de Paul Revere, ya que cualquiera tiene las herramientas para comunicar una injusticia, o interpretar una voluntad de cambio.

Líderes de opinión 

Eso sí, hay opiniones y opiniones, como siempre ha ocurrido. Los líderes de opinión, los creadores de tendencia, las personas con determinados atributos de comunicación y credibilidad pública, descritos por el propio Gladwell en The Tipping Point, comparten opiniones que tienen una repercusión mucho más elevada. Casi siempre.

Lo argumentado me ayuda a presentar ahora la pieza de información que mejor ha respondido, en opinión del creador de protocolo de sindicación de contenidos, Dave Winer, el influyente periodista tecnológico canadiense afincado en Silicon Valley Mathew Ingram, o el fundador de la página de clasificados Craigslist.org Craig Newmark, a los argumentos de Malcolm Gladwell sobre la supuesta exageración de la influencia de los medios sociales en las revueltas del mundo árabe.

Se trata de un artículo publicado por el periodista estadounidense Jeff Jarvis en su bitácora personal “una importante pieza sobre el papel de los medios sociales”, en palabras de Newmark.

Es remarcable que el artículo, que ha sido aplaudido y ha tenido amplia difusión, fuera publicado en una bitácora, y no en un respetado medio de comunicación tradicional, cuyo carácter decisivo como canal informativo queda diluido con un medio ubicuo, que permite la comunicación descentralizada y bidireccional.

Influir y ser influido cómo y cuándo uno decide

Leí el artículo cuando comprobé que varias de las personas a las que estoy suscrito en Twitter (en terminología del servicio, a las que “sigo”) lo recomendaban. Tras leerlo con detenimiento, decidí recomendarlo a mis amigos a través de Facebook, explicando algo que consideraba curioso.

Junto al enlace al artículo, escribí: “debería haber leído algo como esto en un ‘respetado’ diario. Lo que ocurre es que están demasiado ocupados haciendo muchas otras cosas. De modo que este tipo de reflexiones en profundidad aparecen a menudo en las bitácoras”.

Una impresión personal, que quizá mis relaciones en la red social hayan leído y compartido, o quizá no. Pero la pasmosa facilidad con que se intercambian artículos, ideas y opiniones a través de los nuevos medios es tan poderosa que ni siquiera el muy articulado Malcolm Gladwell puede negarlo conservando su credibilidad.

El exquisito Gutenberg de Arabia

Jeff Jarvis tituló su artículo, acertadamente, Gutenberg de Arabia.

Empieza recordando que, en uno de los momentos críticos de las manifestaciones en Egipto de enero y febrero de 2011, una de las personalidades más influyentes en organizar la protesta organizada fue Wael Ghonim, un ingeniero de Google de origen egipcio, quien explicó a sus “seguidores” en Twitter que usaría desde aquel momento en adelante una página de Facebook para canalizar entrevistas y comunicarse con sus “compatriotas egipcios”.

“Después de que Mubarack dejara el poder -escribe Jarvis-, Ghonim declaró a CNN que quería encontrarse con Mark Zuckerberg para agradecerle el haber creado Facebook”.

Una reacción que, salvando las distancias, recuerda a Jeff Jarvis la de Martín Lutero durante la Reforma protestante en el norte de Europa, quien quiso agradecer a Gutenberg el haber inventado la imprenta, el medio que aceleró la difusión de sus ideas. La imprenta, comentó Lutero, “es el más alto y extremo acto de gracia de Dios”. Lo que lleva a Jarvis a afirmar, divertido: “los buenos revolucionarios alaban las herramientas que usan y a sus creadores”.

Jarvis critica la aparición de un debate equívoco sobre los medios sociales y su capacidad de influencia, con cascarrabias cargando contra los que consideran deterministas y triunfalistas tecnológicos, un fenómeno que se observa en la interpretación de la importancia de Twitter y Facebook en las revueltas del norte de África y Oriente Medio, pero también en el papel de la imprenta en la época de Lutero.

La importancia de las buenas cajas de herramientas

Es el caso de Elizabeth Eisenberg, citada por Jeff Jarvis, cuyo libro The Nature of the Book es crítico con la visión de la imprenta como un invento que generó un cambio radical en la historia humana. No es extraño que Eisenberg declare que no use las redes sociales, pero resulta curioso que la primera parada de sus investigaciones sea Wikipedia.

También lo es que, en una entrevista con Jarvis, declaró que Oriente Medio se había perdido a Gutenberg, saltando desde la fase oral a la fase de las tecnologías de la información. Jarvis: “hoy, se me ocurre que Facebook, Twitter y YouTube podrían ser la imprenta de Oriente Medio, herramientas que permiten a la gente hablar, compartir, informar”.

Es crucial, según Jarvis, que los revolucionarios de Oriente Medio usen -de hecho, dependan- de las nuevas herramientas sociales. “Es la razón por la cual debemos protegerlas, porque haciéndolo protegemos al público y sus libertades. Si seguimos a Gladwell y compañía, y creemos que todas las herramientas sociales son meros juguetes y chorradas, entonces, ¿qué importa si son cerradas?”.

Diálogo de charlatanes

Es por eso, defiende el periodista estadounidense, que la polémica iniciada por lo que cataloga como un diálogo de “charlatanes” importa, “porque podría hacer daño; podría derivar en rechazar las herramientas de discusión pública justo cuando más necesitamos protegerlas”.

En el mundo occidental, se relaciona el debate sobre la neutralidad de Internet como una cuestión de si podemos o no ver películas o consultar determinados contenidos y en qué términos. En España, por ejemplo, sesudos “especialistas” con distinta talla y cintura, han dedicado tanta energía al tema que ello quizá les reporte a la larga un problema de salud.

En Oriente Medio, como recuerda Jeff Jarvis, la neutralidad en la Red tiene un significado mucho más profundo: el derecho humano de “conectarse”, en el sentido que Lutero había alabado la invención de la imprenta de Gutenberg y sus consecuencias inmediatas.

Al final de su artículo, Jarvis llama a una discusión sobre un conjunto independiente de principios para el ciberespacio que pueda mantenerse por encima de los intereses de gobiernos y corporaciones, y su voluntad de restringir y controlar “nuestras” herramientas de debate público.

Principios universales de Internet

No hay mejor final para un artículo con la importancia del de Jeff Jarvis que la propuesta de un conjunto de principios universales, que permitirían a los ciudadanos del mundo conservar su derecho a consultar, compartir y crear información que contribuye al debate público a través de Internet:

  1. Tenemos derecho a conectarnos.
  2. Tenemos derecho a hablar.
  3. Tenemos el derecho de reunión y actuación.
  4. Lo privado es una responsabilidad de saber.
  5. Lo público es una responsabilidad de compartir.
  6. La información debería ser pública por defecto, secreta por necesidad.
  7. Lo que es público es un bien público.
  8. Todos los bits son creados iguales.
  9. Internet debe ser operada de manera abierta.
  10. Internet debe ser distribuida.

Tras leer el artículo de Jarvis, tuve necesidad de compartirlo con amigos, conocidos y desconocidos. Gracias a los medios sociales, todos tenemos un poco de Paul Reveres, aunque no difundimos las noticias que causarán -o no- cambios y revoluciones en románticos caballos, sino desde el ordenador o el teléfono móvil.

Los medios sociales no lo sustituyen todo, pero es precipitado negar su incidencia, por los motivos expuestos magistralmente por Jeff Jarvis.

Ni Internet ni ninguna herramienta de comunicación, por muy sofisticada y universal que sean, pueden cambiar el funcionamiento de los poderes fácticos del mundo. O, al menos, hacerlo de la noche a la mañana.

Uninstalling dictator

Prueba de ello es la evolución de dos Tweets. El primero, una exquisita ocurrencia con tintes “geek” (de experto en cuestiones tecnológicas), muy apreciado entre los jóvenes profesionales de todo el mundo, destila euforia. Aparece el texto “Desinstalando dictador… 99% completo”; a continuación, una barra de tareas aparece casi completa, a punto de finalizar.

El segundo, es una versión realista del primero, tras la marcha del dictador y la larga espera, bajo tutela del ejército, que aguarda a los egipcios hasta que puedan celebrar elecciones libres, siempre que los poderes fácticos actuales cumplan escrupulosamente con su palabra.

En esta segunda versión, aparece el el mismo texto al principio, así como la barra de tareas, casi completa: “Uninstalling dictator… 99% complete”. Tras la barra de tareas, el texto “-ERROR-“. Esperemos que no sea permanente.

Malcolm Gladwell tiene innegablemente su parte de razón. Pero sus futuros libros descenderían en calidad si cae, por primera vez en su carrera, en maximalismos inútiles basados en el sesgo personal.

Relativizar con una buena justificación y enriquecimiento de un argumento no debería equivaler, en un brillante pensador, a negar la mayor.