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Yo, ¿robot?: humanos y máquinas convivirán, más que competir

La tecnología demanda que desarrollemos las capacidades cognitivas más difíciles de reproducir artificialmente: pensamiento abstracto, capacidad creativa y asociativa, ingenuidad, propósito, estrategia, divagación

Ante los ensayos e ideas neoluditas que advierten de la supeditación del ser humano a las máquinas y el fin de la clase media debido a fenómenos como Internet y la robotización, nuevos estudios confirman que el ser humano seguirá asumiendo los roles imposibles de reproducir con un algoritmo.

Tecnología y comportamientos sociales

Cada vez más asequibles, sofisticadas e interconectadas, las máquinas mejoran su condición de herramientas, pero todavía estamos lejos de que los primeros intentos comerciales de realidad aumentada se conviertan en entidades con “conciencia“.

Mientras tanto, nuevos estudios que permiten realizar comparaciones cualitativas con experimentos sociológicos análogos de hace medio siglo confirman que las nuevas tecnologías no han aumentado nuestra alineación, al menos en relación con el uso del espacio público.

Más y mejores robots, sensores, interconexiones

Dos libros reflexionan sobre la creciente importancia de máquinas y robótica en la sociedad: The Second Machine Age (Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee, profesores del MIT) y Smarter Than You Think (Clive Thompson, Wired) exponen por qué muchos oficios profesionales desaparecerán.

The Second Machine Age explora los cambios que las nuevas relaciones entre hardware, software e interconexiones propulsan: las máquinas asumirán actividades hasta ahora humanas, exponen los autores, y obligarán a individuos y sociedad a adaptarse.

Muchos oficios desaparecerán y los trabajadores del futuro deberán combinar competencia tecnológica con carácter humano: la ingenuidad será una ventaja competitiva.

Más listos de lo que pensamos

En Smarter Than You Think, Clive Thompson expone argumentos de peso para defenestrar la idea de que las nuevas tecnologías (que absorberían parte de nuestra atención y nos liberarían de tareas de memorización, cálculo, planificación, etc.), no sólo nos harían más inteligentes, productivos y creativos… sino también más inteligentes, tanto a título individual como colectivo.

Para probar su hipótesis, Thompson nos presenta a varias personas que usan las nuevas tecnologías para aumentar su capacidad con inventiva; por ejemplo, realizando tareas como resolver enigmas médicos de manera colaborativa.

Clive Thompson reflexiona sobre las herramientas que mejoran nuestra memoria y aquellas que propulsarán profundos cambios, tanto positivos (aumentar nuestra inteligencia) como negativos (las tecnologías y procesos que minan el avance).

Sea como fuere, Erik Brynjolfsson, Andrew McAfee y Clive Thompson coinciden en la transformación del modo de trabajar, informarnos, divertirnos, relacionarnos, investigar, etc., debido al impacto de la tecnología en nuestras vidas.

El potencial de la creatividad humana

Hay competencias relacionadas con la experiencia, la creatividad y el conocimiento artesanal, donde las máquinas seguirán siendo herramientas de operarios humanos: las máquinas acelerarán los procesos creativos, pero no sustituirán del todo al ser humano.

Varias tareas-responsabilidades seguirán en la órbita humana y los grandes ganadores, en opinión de David Brooks en un artículo para The New York Times, sobre todo las relacionadas con táctica, estrategia, pensamiento abstracto, dirección conceptual de tareas y objetivos.

La capacidad de análisis de datos y automatización de unidades de proceso independientes o trabajando en grupo, aliándose con otros robots-ordenadores, etc., acelerarán procesos conducidos por humanos, que seguirán al mando creativo.

Nuestro secreto: interpretar, entender, emular la esencia de lo observado

La razón por la que será mucho más difícil sustituir a profesionales creativos -tanto conceptuales como artesanos- es la misma que explica la diferencia entre un objeto convencional y una pieza de arte: el ser humano es capaz de entender (o imaginar) la “esencia” de conceptos abstractos y objetos.

Ello explicaría nuestra capacidad para relacionar conceptos y experiencias aparentemente inconexas, o la predilección humana por la impostación y el relato: cualquier bebé, recuerda David Brooks, es capaz de observar a un perro y asumir el rol del animal, imitando su ladrido y rasgos de comportamiento más obvios.

(Imagen: explicación del servicio de automatización de tareas usando “scripts” visuales IFTTT -if ‘this’ then ‘that’-)

Incluso las máquinas más sofisticadas padecen para destilar la esencia de lo que observan; lo que para un bebé (que piensa: “voy a imitar a un perro”, así que “seré” un perro durante un rato) es un proceso sencillo, carece de sentido para una máquina.

El fin de los oficios automatizables

David Brooks reflexiona por qué las máquinas acompañarán a los mejores trabajadores, pero serán incapaces de sustituirlos por completo:

“En los años 50 -concluye Brooks-, la burocracia era el ordenador. La gente se organizaba en sistemas tecnocráticos para interpretar procesos rutinarios de información”.

Estos roles han sido asumidos por la informática moderna y tanto Internet como la nueva robótica acelerarán la destrucción de oficios de intermediación rutinaria, pero los oficios más premiados requerirán (como el arte) no a “operarios” desapasionados, despersonalizados o neutrales, sino entusiastas con ingenuidad y voracidad para entender, aprender, mejorar, realizar cambios radicales.

Las máquinas no acabarán con el trabajo tal y como lo conocemos, sino que nuevos niveles de automatización y robotización, así como la interconexión entre todo tipo de objetos interaccionando entre sí, acelerarán el declive de oficios automatizables, a la vez que aumenta el valor de las habilidades difíciles de emular por un conjunto de complejas instrucciones (scripts).

El mundo programable: los “scripts” del futuro

La automatización será cada vez más asequible y personalizable, también para artesanos y pequeños talleres, que podrán fabricar bajo demanda con la tecnología y sofisticación de la gran industria.

Además de herramientas más baratas (Internet, sensores y placas base de código abierto, impresoras 3D y fresadoras caseras, sistemas de control de versiones y colaboración remota por Internet), la propia programación, todavía dominada por el código fuente (básicamente, escribir complejos comandos de texto), se hace más intuitiva y visual, con algunos lenguajes básicos o sistemas de “scripts” comp primeros ejemplos: IFTTT o Zapier, por ejemplo.

A medida que la propia programación se hace más intuitiva y visual, cualquiera podrá experimentar con sus propios servicios e integrarlos en productos físicos. 

Pese a las dudas sobre cómo filtrar la privacidad y acomodar la tecnología para proteger las libertades individuales, los servicios del llamado mundo programable se popularizarán en los próximos años según los expertos.

Poner a nuestro contexto a trabajar para nosotros

La startup IFTTT se presenta en su página web como un sistema para poner Internet a trabajar para uno mismo, elaborando “órdenes”  o “scripts” compuestos por un desencadenante (“Si ocurre ‘ésto’…”) y una acción (“…entonces, realiza ‘aquéllo'”).

Un entorno más automatizado y programable por cualquiera conduce al fenómeno de la consumo y fabricación en masa de productos personalizados, ya se trate de arte, información, bienes de consumo o, incluso productos tan sometidos a regulaciones como automóviles:

  • el arte y el diseño se emulan el esquema descentralizado y capilar de Internet, con pequeños talleres de producción personalizada y bajo demanda (impresión 3D, artesanía, colaboración), con fuerte presencia del profesional-amateur y el espíritu del “hazlo tú mismo” (DIY);
  • medios culturales y medios de comunicación evolucionan hacia modelos similares que combinan periodismo ciudadano y modelos que conectan al profesional creíble con su audiencia sin intermediarios (se trate de un músico, un productor de vídeo o un periodista); en Estados Unidos aparecen nuevos medios de comunicación con firmas consolidadas y sin el peso de una “casa editorial” detrás;
  • además de colaborar con las grandes empresas como han hecho tradicionalmente, diseñadores industriales, creativos y todo tipo de “individuos orquesta” (capaces de concebir, diseñar, elaborar y distribuir productos y servicios) se financian sus propias creaciones o acuden a la financiación colectiva por Internet (servicios de “crowdfunding”).

Efectos sociológicos de la robotización 

Dada la evolución de los oficios y roles del trabajador industrial (“cuello azul”) y profesional (“cuello blanco”), en permanente transformación en los últimos años, se estudian los efectos de la transformación sobre el ser humano.

Hasta ahora, existía la convicción de que Internet, las redes sociales y la personalización de servicios como los bienes culturales e informativos que consumimos, más que acercarnos, nos estaban “deshumanizando”, separando (porque, por ejemplo, usamos el teléfono en lugar de observar e interaccionar fuera de casa), polarizando (porque consumimos infomación sobre nuestras filias y evitamos las fobias).

(Imagen: el servicio web Zapier conecta aplicaciones y automatiza tareas como un mayordomo vitual personalizable)

Un artículo de Mark Oppenheimer para The New York Times refuta la idea preconcebida de que la tecnología nos está separando, aislando, deshumanizando, empobreciendo nuestra vida social.

Recuperando el “proyecto de vida urbana”

Oppenheimer basa su argumentación en los resultados de un estudio conducido por Keith Hampton, profesor de la Universidad de Rutgers, y dos de sus alumnos en el parque Bryant, junto a la Biblioteca Pública de Nueva York.

El estudio registró con una cámara los movimientos de los neoyorquinos en la zona en 2008, siguiendo un modelo de investigación sociológica granular de los lugares públicos neoyorquinos en los 60 y 70 a cargo de William H. Whyte: el proyecto de vida urbana (Street Life Project).

Whyte había sido el primero en preguntarse cómo se comporta la gente en estos espacios, analizando el aparente caos (similar a la entrada de un hormiguero en plena ebullición) a través de preguntas como dónde prefiere la gente sentarse, dónde quedarse de pie, dónde se encuentran con conocidos, cuánto duran las conversaciones, etc.

Usar más tecnología no nos aliena (en todo caso, al contrario)

El proyecto de observación de la vida urbana conducido por Whyte en los 60 y 70 transformó la planificación urbanística y los estudios sobre interacción humana en espacios públicos.

A diferencia de William H. Whyte, que pretendía combatir los efectos atomizadores y alienantes de la vida urbana, Keith Hampton se conformaba en 2008 con comprobar si nuevas tecnologías tan extendidas como el teléfono inteligente y las redes sociales nos habían separado, atomizado, alienado, como sugerían otros estudios y ensayos.

Las conclusiones de Keith Hampton a partir de la observación empírica constatarían que la tecnología no nos separaría de la socialización, sino que la estaría incrementando de media:

  • los asiduos de nuevas tecnologías reconocían de media 3 veces más vecinos que los menos conectados;
  • hablaban con sus relaciones por teléfono con una asiduidad 5 veces superior a los menos activos con las nuevas tecnologías;
  • acudían a más eventos públicos;
  • afrontaban con mayor éxito los problemas locales como conductores temerarios o cuestiones de seguridad ciudadana.

Según las conclusiones de Hampton, nuestra urbanidad, entendida como capacidad para interaccionar con otros en público ha aumentado desde la década de los 70 y no a la inversa. 

Más mujeres que hombres

Los vídeos registrados por la organización Project for Public Spaces (PPS), fundada en 1975 por Fred Kent a partir del trabajo de William H. Whyte, muestran que en 1979 el 32% de quienes visitaban los lugares registrados iban solos; en 2010, sólo el 24% acudía en solitario.

Mark Oppenheimer destaca otro hallazgo sorprendente de Keith Hampton, emulando desde 2008 los estudios en lugares públicos que sus colegas William H. Whyte y Fred Kent habían realizado en los 60-70: hoy las mujeres superan proporcionalmente a los hombres en lugares públicos.

El fenómeno se ha observado en puntos como Chestnut Street, en Filadelfia (donde hay un 33% más de mujeres que de hombres), las escaleras del Met y Bryant Park (donde hay un 18% más de mujeres que del sexo opuesto), ambos lugares en Nueva York.

En definitiva, Hampton “comprobó que la historia de los lugares públicos en los últimos 30 años no ha sido de soledad, o distracción digital, sino de equidad entre géneros”.

Al menos en Estados Unidos, lo que diferenciaba el uso de espacios públicos con respecto a la actualidad era la menor proporción de mujeres, y no otros comportamientos supuestamente relacionados con una menor alienación tecnológica.

Cuando la tecnología enriquece

Más que separarnos y empobrecernos, la tecnología -usada como herramienta y no como fin en sí misma ni objeto de comportamientos obsesivos-, agudiza cada vez más nuestra capacidad para relacionar intereses con información relevante, anécdotas, teorías, experiencias de terceros que enriquecen nuestro punto de vista, etc.

La informática, la robótica y tecnologías que convierten cualquier garaje o taller en una microfactoría de I+D+i a la última no tienen por qué degradar o aislar al individuo, sino todo lo contrario: le ofrece más oportunidades para enriquecerse con interacciones curadas con más esmero y filtradas por intereses, objetivos, etc.

A tenor de estos resultados, las personas no están empobreciendo sus experiencias y relaciones debido a una mayor interacción con máquinas y algoritmos cada vez más útiles y personalizados, sino que el ser humano camina más bien hacia una simbiosis con la tecnología para “aumentar” su realidad, enriqueciendo su contexto y capacidades.

La computación nos acompaña, más que competir con nosotros

En una conversación con Rob Copeland para The Atlantic, el profesor de ciencia computacional del MIT Rob Miller argumenta que, más que competidores, máquinas y humanos caminan más bien hacia una revolución de la “computación en masa” que les convierte en compañeros, más que en competidores.

El software, cada vez más sofisticado y personalizable por cualquiera, usará cada vez más la colaboración remota entre usuarios y capacidad de computación.

En los próximos 10 o 20 años existirán complejos sistemas y comunidades donde la computación por algoritmos capaces de “aprender” serán cada vez más autosuficientes, pero requerirán ayuda y atención humanas.

Para el profesor del MIT, un futuro distópico donde las máquinas superen a la humanidad y la esclavicen debido a su obsolescencia, como ocurre en Yo, Robot o en The Matrix, es eso: ficción.

Individuo, colectivo y software

Rob Miller: “La inteligencia humana y la inteligencia artificial son una simbiosis increíble. El software no se está comiendo el mundo de manera autónoma”.

Al contrario, Miller, describe la situación actual y la evolución en los próximos años como un diagrama en forma de triángulo: individuo, colectivo y softwate son los vértices de este triángulo.

En según qué tareas, un grupo colaborando remotamente será más efectivo que un individuo, y un software personalizado acelerará todavía más procesos y soluciones.

La simbiosis de estos tres procesos -especialistas, colaboraciones puntuales de grupos colaborando remotamente y software adaptado- será mucho más poderosa que cualquier combinación de dos de estos elementos.

Isaac Asimov: “No tengo miedo a los ordenadores. A lo que tengo miedo es a la falta de ellos”.