Salvo en las comarcas alejadas de la costa de la “Catalunya Vella“, la explotación agrícola tradicional catalana, el mas, ha sido marginado o reconvertido.
Antiguos y nuevos propietarios reivindican su derecho de adaptar las masías a las nuevas necesidades. Quien se responsabiliza de una masía o un mas en su conjunto, debe añadir a este derecho legítimo el deber moral de preservar el sentido profundo que originó estas explotaciones y conformó algo más que el paisaje.
Derechos y deberes de la cultura rural ancestral
Sobre la masía y sus ligazones, recordar la importancia de la figura del “hereu” en la cultura catalana. El periodista y escritor Josep Pla, cuando ya era una personalidad de primer orden en el periodismo y la literatura, retornó sin rechistar a la masía familiar, al entender y ser consecuente con el significado profundo de su condición de heredero primogénito de una familia “de pagès”. Una visión particular del patriotismo.
Sobre la masía, el propio Josep Pla escribía (Els pagesos, 1968): “Su asentamiento sobre la tierra no obedece nunca a ningún capricho; está justificado por razones de utilidad, generalmente diversa. La realidad meteorológica, a veces una cuarta al este, otras al oeste. Excepto las posadas en la llanura abierta, la necesidad de encontrar un abrigo del viento dominante explica su presencia. La proximidad del agua, del bosque, la calidad de las tierras, son factores determinantes de situación”.
El periodista se fundía con el hereu, en esta evocación literaria de la casa paterna, o “pairal”, realizada por Pla.
El carácter colectivo y vertebrado del mas (como las artes gremiales)
Su carácter estético y organizativo es colectivo y vertebrado en la tradición rural, del mismo modo que los gremios elaboraban productos pegados al sentido de la proporción, practicidad y preferencias del territorio.
Como el sencillo, elegante y algo áspero azulejo gótico catalán, estudiado por Joan Amades (Les rajoles dels oficis, 1937) antes de que sus vestigios se apagaran por completo, la masía responde a una conciencia similar de autenticidad y una lógica de extraer la máxima rentabilidad a los medios disponibles.
El resultado del trabajo para alcanzar un ideal de explotación agraria compartido fue el surgimiento de un lenguaje de patrones compartido y pegado al territorio. Las familias vivían, según el Centre de Recerca d’Estudi Rural de la Universitat de Girona, “con pocas variaciones”.
Una serie encadenada de decisiones sencillas y lógicas
La expansión del mas como ordenación de las explotaciones rústicas respondía a una continuidad con el pasado y se proyectó al futuro, con “la voluntad secreta e incontenible de las manifestaciones colectivas”.
Así, el “seny“, o sentido común con un marcado carácter práctico del supuesto carácter rural catalán, evoluciona conjuntamente con el mas y la casa pairal.
Antoni González, Jeroni Moner y Ramon Ripoll exponen que, “si analizamos cualquier masía, veremos que cada función, cada espacio y cada elemento han tomado la forma más adecuada como resultado de una serie encadenada de decisiones sencillas y lógicas a través de las diferentes generaciones”.
Su carácter, influencia alegórica e importancia en la ordenación territorial ancestral en Cataluña (y Provenza) siguen presentes, más de un milenio después. Aunque algunos estudiosos reivindicarían la continuidad del mas desde hace más de dos milenios, al concatenar su evolución con la de la casa rústica romana.
Sentido común rústico
Más allá de interpretaciones subjetivas, el mas y su masía son un vestigio bien documentado del sentido común rústico en un lugar concreto del Mediterráneo.
Tiene sentido que tanto los distintos edificios y dependencia de un mas como sus campos de cultivo, bosques y pastos conserven su integridad.
Arquitectos y pensadores catalanes de la Renaixença y la corriente reformadora del noucentisme (también conocido como “mediterraneísmo“) creyeron que el ideal constructivo catalán era la casa rústica, como epicentro del mas.
Por primera vez, la alta arquitectura dejaba de lado iglesias, catedrales y monasterios, construcciones con técnicas importadas y extrapolables al resto de Europa, y reconocía la aspereza, sencillez y elegancia práctica de la masía o casa de payés.
Coherencia de la impermanencia: mueren los hereus, el mas permanece
Más que simplemente carolingios, los orígenes de la “casa de pagès” se sitúan en la evolución provenzal y catalana de la villa romana, resaltaba el arquitecto Josep Puig i Cadafalch en 1913.
Los poetas romanos Horacio y Virgilio, así como el arquitecto y autor de De architectura Vitruvio, idealizaron del trabajo en el campo y la vida rural. Relacionaron el trabajo en la casa de campo familiar en tiempos de paz como ideal de autorrealización y vida sencilla.
La dicha, el disfrute del momento, el reconocimiento de la realidad y la conciencia de que el tiempo corre, fueron evocados en el Renacimiento, cuando todas las artes volvieron su mirada a los maestros clásicos.
Interpretación popular de una aspiración renacentista
El “beatus ille“, el “carpe diem”, el “locus amoenus” y el “tempus fugit” retornaron tanto a la conciencia de los maestros del Renacimiento como las ideas filosóficas sobre las que se sustentaban: eudemonismo y sus variantes extremas (hedonismo en el placer, cinismo en la privación), así como la mesurada (estoicismo).
El eudemonismo aristotélico abogaba por lograr la dicha practicando la virtud y viviendo de acuerdo con la naturaleza, buscando el punto medio entre pasiones opuestas. Sus evoluciones más consistentes, como el estoicismo (Séneca, Marco Aurelio), pretendieron una filosofía de vida comedida, similar a la búsqueda del camino medio y el seguimiento del flujo de la naturaleza de las filosofías orientales.
“Beatus ille”, traducido como “dichoso aquel que…”. En la Roma clásica, la villa romana era el abrigo arquetípico para desarrollarse como individuo, una casa de campo ideal donde desarrollar una vida virtuosa y tranquila, de acuerdo con la naturaleza, cuyas principales características se extendieron por todo el Imperio Romano, adaptándose al sustrato cultural, clima y materiales locales de cada lugar conquistado.
La villa romana
Las villas romanas de la húmeda y rica en granito costa gallega, o de las zonas montañosas en Iberia, la Galia o Italia, evolucionaron de un modo distinto a las extensas, geométricas y racionales villas de los valles con latifundios en lugares como Emérita Augusta. La casa de Máximo que Ridley Scott imagina en su película Gladiator evoca las villas de valles y latifundios, más que las montañosas.
Las casas de campo romanas evolucionaron tras el colapso del Imperio, la Alta y Baja Edad Media, hasta que el Renacimiento y la Ilustración reconocieron la fuente de la mayoría de los aciertos organizativos y estructurales: la Época Romana.
Marco Vitruvio, el arquitecto clásico inmortalizado por el dibujo de las proporciones humanas de Leonardo da Vinci, reconoció solo un tipo de arquitectura capaz de acercarse a la percepción del que para él era la construcción ideal, el edificio griego clásico: la cabaña primitiva, concebida por el sentido común pegado al terreno del trabajador rústico, fuente de conocimientos genuinos.
Sentido común y “seny”
La idea ha sido posteriormente recogida por estudiosos de la casa de campo europea. En el libro “La masia catalana. Evolució, arquitectura i restauració”, el experto Ramon Ripoll afirma: “la masía no es el resultado del virtuosismo creativo del constructor, sino la consecuencia del sentido común y el raciocinio de la cultura rural”.
La evolución de la villa romana es consecuente durante siglos con la reflexión de Ripoll: el “mas”, masía o casa de payés (“casa de pagès”) de Provenza, Cataluña y los territorios influenciados por ambas culturas, es la consecuencia de la adaptación de las villas romanas al colapso del Imperio Romano en toda esta región, y su fragmentación en señoríos y posteriormente en reinos.
Los condados carolingios de la Marca Hispánica, origen de la Catalunya Vella, se fortalecieron como frontera contra el avance musulmán en la Península Ibérica. Ya en el siglo IX, los condados concedieron fuegos derechos sobre el territorio usando el régimen de aprisión, un derecho de concesión de tierras secundarias y boscosas a cambio de que fueran cultivadas.
Ecos del pastoralismo mediterráneo
Nacieron nuevas masías, mientras antiguos núcleos, antaño villas romanas, fueron reconvertidos.
Las villas romanas eran autosuficientes y producían en las localizaciones de clima benigno la tríada mediterránea: vid, olivo y trigo.
El anhelo de Horacio en Epodos pasaría como un manifiesto contemporáneo de la vida sencilla: “Dichoso aquél que lejos de los negocios, como la antigua raza de los hombres, dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con los bueyes, libre de toda deuda, y no se despierta como los soldados con el toque de diana amenazador, ni tiene miedo a los ataques del mar, que evita el foro y los soberbios palacios de los ciudadanos poderosos”.
Para Horacio y Virgilio, la vida rural idealizada que produce su propio vino, aceite y alimentos y vende los excedentes, era un estado mental y una aspiración, más que una realidad extendida entre toda la población libre (además de esclavos, había marcadas clases sociales, así como una clara división entre las poblaciones rústicas y urbanas).
Provenza, Cataluña y Países Catalanes
Si la villa romana era un conjunto rural de edificaciones de una propiedad rústica, su evolución posterior en los distintos territorios, desde el mas (o masía) en Provenza y los Países Catalanes hasta las haciendas, precios y cortijos de la Meseta Central ibérica, mantuvo la esencia de su organización, aunque a menudo se fortificaron o acabaron conformando caseríos y parroquias con varios vecinos, así como monasterios y pueblos enteros.
A diferencia de Provenza, Aragón, el País Valenciano o Baleares, Cataluña ha conservado un amplio catálogo de masías medievales y de principios de la Época Moderna, aunque algunas de ellas tienen una historia cuyos fuegos se remontan a la Alta Edad Media, a menudo erigidas sobre villas romanas.
Los “masos” son mencionados en documentación en latín y catalán desde el siglo XI (“Remaneat in ipsum mas de Alass”), y el cronista Ramon Muntaner enunciaba en el siglo XIII: “Los hòmens de viles e de mases”.
Unidades económicas autosuficientes, sostenibles durante siglos
Sin desmerecer el ideal de Vitruvio, Horacio o Virgilio sobre la vida ideal en la casa rústica, los masos de Cataluña y Provenza evolucionaron desde el principio de la Edad Media como unidades económicas autosuficinetes, que producían su fruta, grano, leche, carne, vino, aceite, tejidos, y a menudo miel, gusanos de seda, etc. Todo un homenaje, en definitiva, a las Geórgicas de Virgilio.
Pero la masía tuvo que adaptarse, como unidades rurales consistentes, a la inestabilidad de la Alta Edad Media, cuando la geometría y racionalidad romanas evolucionan hacia edificios más defensivos, que incluían a menudo muros y torres de defensa, así como graneros capaces de almacenar alimentos para soportar sitios prolongados.
Equilibrio entre observación y proporcionalidad
Las masías catalanas y provenzales mantuvieron durante siglos características arquitectónicas basadas en el equilibrio entre sentido común rústico y proporcionalidad clásica defendido por Marco Vitruvio en De architectura, y copiado desde entonces (o peligrosamente obviado) en la arquitectura occidental.
Por ejemplo, las masías siempre están orientadas hacia el sur, no sólo para aprovechar el sol del modo más adecuado en todas las estaciones, sino como protección contra el viento de mistral procedente del norte.
Debido al mistral, no hay ventanas en los masos provenzales y catalanes, mientras en el resto de fachadas las ventanas son estrechas, para proteger del calor en verano y el frío en invierno.
El mas originario era proporcionado y geométrico, casi siempre rectangular y con tejado a dos aguas, posteriormente también a cuatro, adecuado al estable y apacible clima mediterráneo de la ribera mediterránea desde el Roina hasta Murcia.
Los riesgos de amputar la masía de la tierra
Hasta épocas modernas, las masías eran el núcleo de algunas de las unidades de explotación agrícola administradas más regularmente de Europa, aunque la Revolución Industrial, primero; y el desarrollo turístico y las políticas agrarias europeas, después, han separado las masías de sus tierras.
Hace décadas (en la zona metropolitana de Barcelona, a menudo más de un siglo) que las masías han dejado de ser unidades de explotación agrícola administradas por una saga familiar de manera ininterrumpida.
Las sagas originadas en masías con lazos urbanos trataron de mantener la indivisibilidad de la unidad agraria de la masía con la figura del “hereu” (primer varón, heredero de la explotación, a cambio de dedicar su vida a mantener el patrimonio familiar) y los “masovers”, familias que explotaban la propiedad en régimen de usufructo y atendían a los propietarios en sus visitas esporádicas.
“Mas, la vida em faràs”
El dicho “mas, la vida em faràs”, deriva de los límites del masover por ver reconocido su esfuerzo en la masía, ya que debía pagar arrendamiento al propietario, impuestos y extraer un rédito adicional.
La lengua catalana, así como la occitana, recogen expresiones que denotan el carácter sólido y duradero de sus masías, casas que representan el tránsito de la saga y su posición en el mundo, con atención al pasado, el “beatus ille” del presente y los planes del futuro.
Por ejemplo, “tenir-ne per vida d’hereus” expresa que una cosa es tan sólida o duradera como la vida dedicada del hereu a los trabajos en la casa paterna heredada.
Antoni Gaudí se confesó deudor de la tradición artesanal de los gremios tradicionales que desaparecían en su Reus natal y, sobre todo, la Barcelona industrial de finales del XIX. Trabajó la cerámica, el vidrio, la forja, la carpintería y la azulejería, entre otras artes, para entender su comportamiento en profundidad.
La nación de la familia
Gaudí, que basó su trabajo en la observación de la naturaleza y traspasó las convenciones sobre arquitectura incluso para el contexto del modernismo catalán, defendió no obstante la esencia de la casa rústica mediterránea.
Sobre la casa pairal, o núcleo familiar ancestral: “la casa es la pequeña nación de la familia. La familia, como la nación, tiene historia, relaciones exteriores, cambios de gobierno, etc.”.
“A la casa familiar -anotó Gaudí en sus manuscritos- se le ha dado el nombre de casa pairal. Con este nombre, ¿quién no recuerda un bonito ejemplo en el campo o la ciudad? El espíritu de lucro y los cambios de costumbres han hecho desaparecer de nuestra ciudad la mayor parte de las casas pairales; las que permanecen, padecen una situación tan oprimida e insuficiente, que acabará con ellas”.
“La necesidad de la casa pairal no es sólo de una época y de una familia determinada, es la necesidad de todo el mundo y de siempre”.
Volta catalana
Gaudí, profundo defensor de la cultura ancestral catalana, relacionaba sus convicciones sobre arquitectura con su experiencia personal: el mejor modo para comprobar la entereza de un diseño determinado, consistía en mejorar la idea a través de una maqueta, capa a capa, modelando la idea, hasta acercarse al máximo al modelo conceptual.
De ahí que todos sus edificios, incluso los más imposibles, incorporen en su estructura métodos de construcción tradicionales, tales como la “volta catalana” (bóveda catalana), una técnica importada por los maestros de obras italianos que, desde el Renacimiento, habían perfeccionado la “volte di quarto”, adoptada como propia por los albañiles catalanes desde el siglo XVII.
No extraña, pues, que Antoni Gaudí escribiera: “En fin, la casa que imaginamos tiene dos objetos: primero, por sus condiciones higiénicas, criar seres fuertes y robustos (de los que crecen y se desarrollan); y segundo, mediante las condiciones artísticas, dotarlos, dentro de lo posible, de nuestra proverbial entereza de carácter”.
“En pocas palabras -concluía Gaudí-: hacer de los hijos que allí nazcan verdaderos hijos de la casa pairal”.
Cuando el corto plazo afecta a planes a largo plazo
Varios fenómenos y acontecimientos han labrado la personalidad de los masos (un mas es una unidad de explotación rural que puede contener una o más masías) en los distintos territorios, tanto en la Catalunya Vella como la Catalunya Nova, Aragón, el País Valencià y Balears, así como en Provenza.
Entre estos acontecimientos, destacan la feudalización del territorio de la Marca Hispánica, las crisis demográficas relacionadas con guerras y enfermedades como la Peste Negra, que duró 170 años y deshabitó masías independientes (“masos aloers”, o territorio libre de prestaciones) y a núcleos dependientes de señores feudales o del clero.
El fenómeno del bandolerismo también afectó a las masías, sobre todo en los siglos XVI y XVII. Durante la guerra dels Segadors, las masías tenían la obligación de mantener a los soldados franceses, lo que debilitó su capacidad y demostró que la hermandad carolingia no era tan sólida como los hereus hubieran esperado.
El pillaje de los soldados franceses fue sustituido por el de los tercios castellanos.
Inicio del desapego entre casa rústica y territorio
Tras la Guerra de Sucesión, con consecuencias desastrosas para las masías situadas en torno a los grandes núcleos de población debido al pillaje y la inexistencia de la más mínima seguridad jurídica, se produce la renovación de muchas masías.
El aumento demográfico del siglo XVIII, que coincidió con el florecimiento de las explotaciones vitivinícolas y la Revolución Industrial en torno a Barcelona, diluyó su importancia como unidad de explotación del territorio.
Las explotaciones agrarias y ganaderas trataron de suplir la demanda originada por el aumento de la población y su carácter más urbano, lo que comportó otro cambio profundo en el siglo XIX: muchos masovers decidieron renunciar a sus derechos o los renegociaron.
En las últimas décadas del siglo XIX y en el XX, la presión de la Cataluña industrial y la competencia de los productos agrarios exteriores acentuaron la marginación de las masías con explotaciones menos rentables, fomentando su empobrecimiento, el absentismo de dueños y masovers y posterior abandono.
De realidad práctica a atracción turística
Las riquezas de la industrialización, el comercio con América y, más recientemente, el turismo, acabaron gestando el estado actual de la casa rústica tradicional catalana y provenzal. El mas es ahora una reminiscencia romántica poco real, dedicado al turismo rural, reconvertido en segunda residencia o simplemente desaparecido.
El absentismo de los amos y el abandono de los masovers, así como la regulación agraria española y, en las últimas décadas, europea, han incentivado la fragmentación de la unidad tradicional en torno a la masía y sus tierras, pero buena parte del patrimonio arquitectónico permanece, en ocasiones abierto al público.
Catalunya Vella
Si bien la Provenza y la Cataluña litoral han perdido densidad en número de masías y muchas casas con indudable valor histórico-artístico se han derruido en lugares como Barcelona hasta la actualidad, las comarcas del Prepirineo y Pirineo, sobre todo las de la Catalunya Vella, mantienen una ordenación territorial diseminada como consecuencia de la idiosincrasia de sus masos.
La densidad de masías habitadas en la Catalunya Vella entre los siglos XVII y XIX fue más elevada que en cualquier otro territorio de influencia de la casa rústica catalana, diseñada mirando al sur y sin ventanas al norte, para evitar el azote de los vientos de mistral.
Debido a esta mayor densidad de masías, las comarcas de Osona, el Berguedà, la Garrotxa y el Solsonès conservan todavía hoy municipios con población diseminada en masías. En el Solsonès, de 14 municipios, sólo 2 tienen población concentrada, Sant Llorenç de Morunys y Solsona.
Más arquitectura sobria y consistente que ornamientación
A diferencia de otras casas rústicas dedicadas a cultivo y la ganadería en la Europa mediterránea, también derivadas de la villa romana, la masía catalana, edificio emblemático del mas, no incrementó su ornamentación en paralelo con el aumento de su importancia.
El valor arquitectónico de la casa rústica catalana (y la provenzal) es superior al valor ornamental: no existe una profusa decoración externa, pese a que a menudo la piedra labrada en ventanas, cornisas y otros elementos infieren carácter al edificio.
Uno de los distintivos icónicos de la masía es su puerta, siempre en la fachada principal, orientada al mediodía: un gran arco de medio punto formado por grandes dovelas (“dovelles”), piedras labradas en forma de cuña para formar arcos o bóvedas.
El uso de dovelas en el portal de medio punto de la fachada principal es una declaración de principios de la masía, el edificio central del mas: la casa pairal trasciende al individuo, el hereu circunstancial, que se convierte en usufructuario temporal de un edificio erigido para permanecer.
Arco de medio punto
El arco de medio punto de la puerta principal, extendido en los siglos XV y XVI, se usó en construcciones y renovaciones posteriores, que en ocasiones incorporaron escudos familiares y años de construcción o renovación.
Como si se tratara de una lenguaje de patrones ancestral relacionado con el carácter de la personalidad rústica catalana, mediterránea y carolingia, las pequeñas ventajas de las masías son tan variadas como los materiales de construcción usados.
En las masías renovadas, se impusieron los balcones y pequeños ventanales con regusto urbano; en algunas masías, sin embargo, sobrevivió la ventana con arco románico y, sobre todo la ventana gótica, con sus característicos arcos, capiteles y columnas.
Las remodelaciones de los siglos XVIII, XIX y principios del siglo XX incorporaron detalles urbanos e incluso modernistas (sobre todo, en las comarcas de Osona, Berguedà, Ripollès, Maresme y Vallès); el carácter predominante de la masía es el gótico catalán, con su sobriedad característica.
Adaptación al Territorio
Desde la Edad Media, las incursiones de piratas y corsarios obligaron a los masos de la costa a fortificarse. Incorporan desde entonces torres de defensa, ventanales especialmente pequeños y elevados y otros elementos adaptados a los riesgos más recurrentes.
Muchas de estas masías costeras datan de los siglos XIV a XVIII y permanecen en pie, dando fe del acierto en las técnicas de construcción de los maestros de casas de la época. Son especialmente conocidas las situadas entorno a Torroella de Montgrí, Pals y l’Estartit, en la Costa Brava.
Si los elementos exteriores mantienen su consistencia a lo largo del tiempo, la distribución interior de las masías es igualmente coherente.
Distribución interior de la masía
El vestíbulo, en el centro de la planta baja, tenía una escalera, de madera o piedra. La primera planta incluía la sala, las cámaras y, a menudo, la cocina.
La cocina concentraba la vida de la masía, sobre todo durante los meses en que no se podía realizar en el exterior. Su situación variaba: en las zonas ganaderas, aparece en el primer piso, al lado de la sala; en las zonas de cultivo, se encuentra a menudo en la planta baja.
En la cocina, destacaban la chimenea (“llar de foc”) y el horno de pan, un espacio cerrado con una trampilla de madera o hierro, cuya estructura redondeada sobresalía a menudo de una de las paredes laterales de la masía.
El desván (“golfes”), es también un espacio crucial en la casa de pagès tradicional.
Descripción de una masía, por Josep Pla
Josep Pla sintetiza, con la ventaja del cronista que es a su vez hereu de la masía paterna, el diálogo entre vida funcional y arquitectura existente en la casa rústica catalana:
“La puerta principal da acceso a la entrada, generalmente rectangular. En la entrada, suelen haber las herramientas, las cribas, los sacos y unos bancos para sentarse; a un lado y otro del rectángulo, están la cocina, las dependencias, las cuadras, el pajar, la bodega. Ligado con las cuadras, como un anexo de la casa, está el porche para los carros, la tartana y las hierbas”.
“En el porche -prosigue Pla con su descripción-, a menudo duermen las gallinas. El primer piso al que se accede por una escalera situada a veces al fondo de la entrada, otras veces puesta en un lateral, es la réplica de la planta. El rectángulo del centro es la sala; al lado están los dormitorios. La sala está amueblada con las cajas, las cómodas, a veces un sofá de espadaña, un espejo, unas sillas y el reloj de caja”.
“En el segundo piso suele estar el granero. El tejado suele tener pendiente suave. A menudo el segundo piso abre, sobre la fachada, una serie de arcos de una gracia aérea. Delante de casa, mirando al exterior, suele haber un ciprés, signo de hospitalidad, según una tradición antigua”.
“La fachada puede llegar a ser tan reposada y soleada que a veces alberga, tocando sus piedras, un naranjo o un limonero. En la derecha suele haber una higuera vieja, que en el verano sirve para que los payeses hagan, en su sombra clara, una siesta…”.
Ritmo natural, impermanencia, sentido común
Qué mejor, que una descripción del Pla escritor, periodista y hereu sobre su propia casa, para entender su ritmo profundo, acorde con la naturaleza, catalán, romano y estoico, con reminiscencias del beatus ille, la impermanencia expresada por Heráclito con el símil del río y la filosofía eudemonista posterior. El tao.
El carácter distintivo del mas y su edificio principal, la casa pairal o masía, los impulsores de la Renaixença catalana y, posteriormente, el “noucentisme”, reinvindicaron el valor genuino de la casa rústica catalana, una evolución que se consideró genuina, a diferencia de los grandes monasterios y catedrales, hasta entonces las únicas reconocidas por los grandes académicos, consideradas importadas a partir de entonces.
El arquitecto modernista Puig i Cadafalch fue uno de los grandes impulsores de la idealización de la masía como ideal catalán de casa rústica, morada y continente de una familia ancestral con unos valores determinados.
Como una flor en el paisaje
Puig i Cadafalch, Joaquim Folch i Torres y otros arquitectos noucentistas ensalzaron la sencillez rústica, sobriedad románica y gótica de los principales signos distintivos, tanto estéticos como organizativos de la masía.
Folch i Torres dejó claro que había que prestar menos interés a monasterios y catedrales, y admirar “la casa del payés, que se conserva pura y se va modelando de acuerdo con la naturaleza”.
La masía era, para este arquitecto, un “monumento nacional”. Estas casas, más que obra del arquitecto, lo eran de la naturaleza: “la gente de payés crece como una flor en nuestro paisaje, hecha de la piedra de sus montañas, y del barro de sus valles”.
10 masías de la Catalunya Vella:
La masía es la casa pairal rústica catalana, de raíz carolingia y romana, paradigma y símbolo de la practicidad, industriosidad y sentido común atribuidos al carácter catalán. Un vestigio casi extinto del “seny”, expresado en los libros de contabilidad que algunas sagas de masos han mantenido de manera responsable e ininterrumpida durante 20 generaciones.
20 generaciones. Llevar libros de contabilidad honestos y sostenibles durante 20 generaciones. Repetido, no deja de parecer imposible. Ha ocurrido en decenas de masos hasta hace pocas décadas. En estos libros, se empezó contando en sueldos carolingios.
Como expresan Antoni González, Jeroni Moner y Ramon Ripoll, “algunos pensadores del sentido común han observado que el seny permite experimentar, mediante la experiencia, situaciones nuevas. Por tanto, el seny lo podemos entender como una mezcla de discreción, prudencia, acierto y saber interpretar el entorno”.
“Desde este punto de vista, el seny supone un paso más que el sentido común porque implica a la vez la experiencia colectiva y personal”.
1. Mas Vilanera (L’Escala, Alt Empordà)
Masía señorial fortificada de los siglos XVI y XVII, con torre de defensa de planta rectangular.
Situada en el lugar de Vilanera, junto a un viejo bosque, a la izquierda de una carretera de l’Escala a Albons.
2. Mas Txec (Palamós, Baix Empordà)
Mas documentado en el siglo XIV, con una torre de planta circular citada en documentos del siglo XI.
Situada junto a Sant Joan de Palamós, a la salida de la población.
3. Torre Colomina (Campllong, Gironès)
Masía con una modesta torre de defensa en la vertiente septentrional, y fachada meridional tradicional, con la puerta de dovelas.
Se encuentra en el vecindario diseminado de Can Pou, en la carretera de Riudellots de la Selva a Cassà de la Selva.
4. El Callís (Vall de Bianya, la Garrotxa)
Masía típica de este valle prepirenaico, cuya fachada de levante muestra una amplia arcada y una galería con arcos de medio punto en el primer piso. La familia Callís dio nombre a la masía y conservó el apellido entre el siglo XV y el XIX. El actual propietario es heredero de la saga.
Situada a la izquierda de la carretera de Olot a Sant Pau de Segúries.
5. El Cavaller de Vidrà (Vidrà, Osona)
Masía documentada ya en el siglo XIII y reformada en el siglo XVIII, cuando se convirtió en casa pairal de los Vila-Abadal. Destacan las grandes proporciones y el tejado a cuatro aguas.
Al sureste del pueblo de Vidrà.
6. Can Cabanyes (Argentona, el Maresme)
Masía de planta rectangular, tejado a cuatro aguas y fachada principal de estilo renacentista. Incorpora cuatro garitas de defensa en los cuatro vértices del tejado.
La familia Cabanyes vivió en la casa de manera ininterrumpida desde el siglo XV hasta finales del XX, 18 generaciones en total.
Al nordeste de Argentona, a la izquierda de la riera con el mismo nombre.
7. Can Cànoves (Pineda de Mar, el Maresme)
Masía con torre y muros de defensa, como la casa pairal de tantos masos costeros, que debían hacer frente a incursiones corsarias.
En la vertiente de levante del castillo de Montpalau.
8. Can Cortada (Horta, Barcelona)
Una de las masías históricas de los barrios anexionados por Barcelona a principios del siglo XX. Casa pairal con ventanas góticas.
Se construyó sobre una villa romana sobre la que se edificó la casa de los señores de Horta, que dan nombre al mas originario, el municipio y posterior barrio. Se transformó en masía en el siglo XVI y en el XVIII pasó a la familia Cortada, que procedía de Vic.
En la calle Campoamor de Horta (antiguamente rambla Cortada).
9. Castellnou (Llinars del Vallès, Vallès Oriental)
Masía renacentista de 1558 con planta cuadrada, patio central (según la evocación de la villa romana) y puerta dovelada, sobre la que se encuentra el escudo de los Corbera.
Al levante de Llinars, junto a la población.
10. Can Capellera (Costoja, el Vallespir)
Antiguo edificio-fortaleza, con sólidas paredes, pequeños ventanales, torre de defensa lateral y puerta dovelada. Su nombre ancestral es la Castellera.
En la alquiería de Vila-roja, al poniente de Costoja.