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AMEE, Google y Tendril quieren medir nuestro impacto

Por primera vez, varias empresas tecnológicas relacionan las innovaciones de la llamada Web 2.0 -sistemas que aumentan su valor e “inteligencia colectiva” con la participación de los usuarios-, con otros espacios de innovación.

Uno de los sectores donde esta innovación despierta interés entre inversores e incluso ciudadanos de todo el mundo es el de la eficiencia energética.

Destacan, entre otras iniciativas, las ideas de las firmas tecnológicas AMEE, Tendril y Google.org, filial filantrópica de Google. Sus iniciativas pretenden medir la energía que gastamos y aumentar nuestro conocimiento y responsabilidad sobre el consumo de recursos.

En última instancia, conocer con detalle cuánta energía consumimos con nuestras acciones nos permitirá consumir de un modo más eficiente. También más inteligente.

Por fin se habla de “smart grid”

No es una casualidad que Barack Obama tenga como prioridades la reforma de la educación, el sistema sanitario y el sistema energético.

Estas tres esferas sociales pueden mejorar, según la nueva Administración estadounidense, promoviendo la transparencia para que los ciudadanos sepan dónde se gasta hasta la última partida pública y cómo repercute en tiempo real el esfuerzo de todos (empresas, Estado, ciudadanos) sobre la mejora del sistema en su conjunto.

Por ejemplo, una red eléctrica inteligente (“smart grid“, una de las mejoras planteadas en Estados Unidos) que permita a un usuario saber cuánto gasta cada aparato, cuál es el precio de la energía en un momento determinado (tanto para comprarla como para vender energía que él mismo haya podido generar en casa) y de qué fuentes procede ésta (renovables, combustibles fósiles), facilita no sólo el libre mercado y la transparencia, sino que fomenta la responsabilidad en el consumo de los ciudadanos, o incluso se convierte en oportunidad de ahorro o negocio.

¿Un mercado energético realmente libre?

Siguiendo la misma premisa de las ventajas de una red eléctrica inteligente, si la energía está demasiado cara en un momento de sobrecarga de la red, el usuario puede renunciar a consumir mucha electricidad en ese momento, lo que facilita que quienes realmente requieren el uso de electricidad en el mismo instante tengan garantizado un mejor servicio, sin interrupciones ni cortes inoportunos, y sin que sea necesario construir gigantescas infraestructuras diseñadas sólo para funcionar cuando la red principal está colapsada.

Asimismo, si un usuario está produciendo energía renovable en casa y su infraestructura está conectada la red principal, podría vender su excedente cuando el precio en el mercado fuera especialmente ventajoso.

Esta dialéctica de libre mercado, capaz de detectar los errores y desviaciones en tiempo real, así como favorecer el acceso a la información y la decisión individuales, llevaría a la red eléctrica a funcionar como un auténtico sistema Web 2.0.

Recordando a Jeremy Rifkin y su “economía del hidrógeno”

Si, a su vez, el usuario empleara un coche eléctrico, la misma red eléctrica inteligente estaría proporcionando la energía del medio de transporte privado de éste.

Sería el principio del fin de una red de distribución de derivados del petróleo de la que todavía dependen los automóviles actuales, fruto a su vez de la mayoría de grandes conflictos geopolíticos del mundo moderno.

Varios centros tecnológicos van todavía más allá. Un usuario podría no sólo recargar su coche eléctrico en casa cuando fuera más económico o eligiendo sólo hacerlo con energías renovables (o recargar el coche con renovables en días especialmente ventajosos para la producción de este tipo de energía, lo que reduciría su precio en la red inteligente).

El usuario también podría adquirir un coche capaz no sólo de recargar su batería mediante la conducción (a través de, por ejemplo, el accionamiento del freno, como ocurre con el Toyota Prius y vehículos híbridos similares), sino que sería capaz de crear un excedente en la batería de su coche que, a continuación, podría repercutir sobre su consumo doméstico o incluso vender.

De este modo, conducir no sólo no costaría dinero en combustible sino que, cuando se cumplieran las condiciones necesarias (por ejemplo, conducir lo necesario como para poder recargar lo suficiente la batería del coche), podría generar dinero al usuario.

No se trata de ideas alocadas; la Administración de Estados Unidos está poniendo la primera piedra de esta nueva “economía de la energía”. El profesor de Wharton -también asesor de gobiernos y empresas en Estados Unidos y Europa- Jeremy Rifkin, planteaba ya hace unos años un sistema similar, basado en el hidrógeno como energía renovable, en su ensayo La economía del hidrógeno.

Rifkin habla de una red energética basada en el uso de hidrógeno y de alcance local, regional y estatal a la que se conectan millones de usuarios, basada en los mismos principios que hicieron posible la World Wide Web.

En ella, los usuarios podrían compartir la energía de igual a igual y crear un modelo descentralizado de acceso a la energía. Este diseño sobre la generación y acceso descentralizado a la energía paliaría, según Rifkin, la dependencia del mundo respecto del petróleo y restaría importancia al juego geopolítico existente entre los países productores y los principales importadores.

Consumir con conocimiento de causa

El planteamiento de la nueva Administración estadounidense es similar en algunos aspectos a la idea de Jeremy Rifkin, aunque menos ambiciosa. No obstante, la red eléctrica inteligente o “smart grid”, como empieza a ser conocida por el gran público, constituye la primera piedra de un sistema que acabaría pareciéndose a los postulados de Rifkin.

La red inteligente actual seguirá dependiendo de la producción energética fósil, aunque existen planes para aumentar la importancia de las renovables en el sistema, que seguirán siendo de todos modos una pequeña porción de las necesidades energéticas de Estados Unidos durante las próximas décadas, de no encontrarse un modo de producir energía verde que sea igual o más barata que el carbón.

Si esta energía, ya sea solar, hidráulica, eólica, marina o geotérmica, o el conjunto de éstas, logra ser a corto plazo más barata que el carbón, se habría resuelto la sencilla ecuación planteada por Google.org:

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La red eléctrica inteligente no puede esperar siquiera años a ser diseñada y, además, puede ser concebida con la perspectiva de ir reduciendo la generación eléctrica procedente de fósiles a medida que se incorpore caudal de energías renovables a la red.

Si se lograra generar energía limpia en cantidades suficientes y a un precio inferior al del carbón, principal combustible fósil en el mercado de la generación eléctrica, se habría dado carpetazo a uno de los principales generadores de gases con efecto invernadero.

Medir la energía para, a continuación, ahorrar

Vivimos en un mundo en que las empresas, las organizaciones y los ciudadanos desconocen con exactitud cuánta energía consumen durante su cotidianeidad: no sabemos lo que gasta exactamente cada electrodoméstico, cuánto emite o cuánto ha costado, en términos energéticos, construirlo y llevarlo hasta el hogar.

Un desconocimiento presente en todas las esferas de la sociedad: sólo pagamos por la energía que consumimos, a la vez que nos despreocupamos de cómo se produce, de dónde proviene o cómo podríamos emplearla con mucha mayor eficiencia sin renunciar a nada.

La energía, como el agua potable y otros recursos preciosos del planeta, ha sido tratada históricamente como si su caudal fuera inagotable y su empleo no causara efectos secundarios en el medio ambiente.

La era de la impunidad sobre el uso de la energía y el agua ha terminado.

Mayor información = mejores decisiones

Como había planteado Jeremy Rifkin, varias startups parten del modelo de innovación que ha permitido el surgimiento Internet y, más tarde, de la ola de innovación bautizada como Web 2.0 (con Google, YouTube, Facebook y Twitter, entre otros servicios, como estandartes): quieren proporcionar a los usuarios la máxima información para que éstos, a través de esta mayor transparencia informativa, puedan efectuar mejores decisiones para ellos mismos.

La idea auténticamente disruptora es tan antigua como la propia definición de democracia y libre mercado efectuada por pensadores de la teoría neoclásica de la economía como Adam Smith: perseguir lo mejor para uno mismo (como la famosa “pursuit of happiness“, o búsqueda de la felicidad, una de las frases más famosas de la Declaración de Independencia de Estados Unidos y escrita por Thomas Jefferson a partir de escritos de John Locke) refuerza el sistema en su conjunto.

Aunque, como ocurre en el mundo real, es necesario un marco regulatorio que asegure que todos los individuos de este sistema “juegan limpio”. No es una apreciación nimia, si echamos un vistazo a la actual situación de la economía mundial, debido al exceso de algunos actores del mercado financiero.

Nuevos métodos para mejorar la eficiencia energética

Aumentar la eficiencia de la energía que se consume en el mundo implica ahorro económico, menor presión sobre los ecosistemas, menores tensiones geopolíticas y reducción de la emisión de gases con efecto invernadero, que inciden sobre el cambio climático.

Los proyectos Google PowerMeter, Tendril y AMEE constituyen originales innovaciones que quieren acelerar la adopción de una red eléctrica inteligente, descentralizada y abierta, en la que empresas y usuarios no sólo sean consumidores, sino también vendedores de energía y servicios para su captura o distribución.

Representantes de las tres iniciativas presentaron sus respectivos proyectos en el evento tecnológico Demo 09, celebrado en Silicon Valley (vídeo de sus intervenciones).

Matt Marshall, responsable del blog tecnológico VentureBeat y productor ejecutivo de Demo, explica que, durante demasiado tiempo, el sector energético ha sido controlado por grandes empresas que no han sentido la necesidad -ni la presión política o social- de ser transparentes acerca que cuánta energía utilizamos.

“Si fueras a entrar a un supermercado a por una barra de pan y la tienda no tuviera ninguna información inteligible sobre su precio o ingredientes, probablemente saldrías a prisa del establecimiento”, dice Marshall.

“Es básicamente lo que está suciediendo con nuestro consumo energético. Gastamos demasiado pero somos benditamente ignorantes acerca de lo que nuestro comportamiento está causando al medio ambiente”.

Marshall clarifica, además, que la red eléctrica está conformada por un sistema cerrado y protegido en su mayor parte, “y necesitamos desesperadamente una visión abierta de ésta si vamos a hacer efectivo el cambio [desde un sistema cerrado y opaco a una red eléctrica inteligente]”.

Google PowerMeter, Tendril, AMEE e iniciativas similares quieren contribuir a acabar con esta opacidad del modo más rápido posible, pese a que reconocen que buena parte del cambio estructural debe emprenderse desde los gobiernos, ya que el mercado energético no sólo está controlado por gigantes energéticos, sino que está fuertemente regulado y, en países como España, subvencionado para alterar el precio de la energía y abaratarla a los usuarios finales.

Es decir: los ciudadanos españoles, como los de otros países, estamos acumulando una deuda con las compañías energéticas que tendremos que pagar con intereses en los próximos años.

En el contexto mundial y en el mundo anglosajón en particular, una mayor adopción de ideologías económicas liberales no ha incidido sobre la estructura opaca y oligárquica del sector energético: el libre mercado implica un marco transparente que todos los interesados deben respetar, en igualdad de condiciones.

La Administración competente en cada caso sólo debe actuar para evitar deformaciones interesadas de este juego limpio, ya se trate de evitar el monopolio o la creación de carteles comerciales que fijen el precio de un determinado servicio.

La realidad ha demostrado que tanto el monopolio -formal o de facto- como los carteles energéticos han sido frecuentes en Occidente en las últimas décadas.

¿Principales perjudicados? La ciudadanía y el medio ambiente: la opacidad de este sistema ha evitado su supervisión efectiva por la opinión pública (“accountability”) y ha perjudicado la innovación o el aumento de la eficiencia en la generación y consumo de energía.

Un mercado atractivo que necesita trazabilidad

Las posibilidades de un mercado energético libre y justo son inmensas. Sólo en Estados Unidos, el mercado energético supone al menos 1 billón de dólares (billón europeo: millón de millones).

Durante la próxima década, se realizarán en el país anglosajón inversiones en este mercado por valor de 100.000 millones al año. Los emprendedores de Estados Unidos y el resto del mundo quieren aplicar ideas disruptoras a un sector que incide decisivamente sobre la marcha de la sociedad y el mundo.

Existen compañías de distintos sectores que se declaran “sin huella ecológica” (de “carbon neutral”), además de asegurar que ayudarán al usuario a reducir su propio impacto sobre el medio ambiente; el consumidor debe ser cauto con los mensajes que únicamente incluyen palabras vacuas.

En estos casos, es recomendable familiarizarse con el término “greenwashing“, literalmente “lavado verde”, al que recurren los departamentos de marketing.

La trazabilidad es empleada en la Unión Europea para obtener el impacto que va dejando un producto a lo largo de la cadena de suministros, desde la producción de sus materias primas hasta su llegada al consumidor, incluyendo manipulaciones, composición, materiales y maquinaria empleados, naturaleza y temperatura de los procesos de producción, lote, etcétera.

Actualmente, existen tecnologías para rastrear con precisión el recorrido de un producto a lo largo de la cadena productiva y de comercialización, gracias a Internet, redes y sensores de comunicación, tecnologías inalámbricas, sistemas de posicionamiento (GPS) y otras mejoras.

La trazabilidad ha sido empleada, aunque con resultados difusos, en ámbitos como la gestión de calidad, la gestión medioambiental y sistemas de control conocidos como cadena de custodia.

Tanto Estados Unidos como la UE incluyen sistemas de trazabilidad embrionarios, obligatorios en sectores como el alimentario: tanto Norteamérica como Europa demandan a los países exportadores de productos alimenticios contar con sistemas comprobables sobre el recorrido del producto hasta llegar a las aduanas.

Seguir el rastro ecológico a la energía: AMEE

Todavía no existe un estándar universal para seguir todo tipo de productos, desde su inicio al final de su vida útil, reciclaje y empleo para crear otro producto.

Cuando compramos un refresco, ¿hay manera de saber desde dónde llegó hasta el punto de venta, así cuánto costó producirla  y distribuirla en términos energéticos?

La llamada emergía, con “m” (del término inglés “embodied energy”) define a “la energía útil (exergía) de un determinado tipo, que ha sido usada tanto directa como indirectamente en el proceso de elaboración de un determinado producto o servicio”, según quienes acuñaron este nuevo modo de calcular el auténtico coste de un producto o servicio, David M. Scienceman y Howard T. Odum.

Si la “emergía” ha sido empleada para calcular el impacto de los materiales empleados en la construcción de edificios sostenibles, a través de los estándares de certificación británico (Código para Casas Sostenibles) y estadounidense (LEED, del inglés Directivas en Energía y Diseño Ambiental), AMEE pretende hacer lo mismo con la energía que generamos y consumimos.

Los objetivos de esta startup británica son tan ambiciosos como complementarios con la creación de redes eléctricas inteligentes: “AMEE pretende mapear, medir y trazar toda la información sobre dióxido de carbono y energía de la Tierra”.

Ello incluye sistemas y metodologías para medir CO2 y evaluaciones energéticas (individuos, empresas, edificios, productos, cadenas de suministro, países, etc.), y todos los datos de consumo energético (combustibles, agua, desechos, factores cuantitativos y cualitativos)”.

En palabras del editor de la versión británica del blog tecnológico TechCrunch, Mike Butcher, “AMEE es como un OpenID para tu huella ecológica“, al pretender convertirse en estándar independiente y abierto para realizar las mediciones sobre el impacto energético de todos nosotros y el mundo que nos rodea, desde los productos que compramos a los viajes que realizamos, la casa donde vivimos o la ciudad donde hemos nacido.

OpenID (lo usamos también en *faircompanies) es un estándar descentralizado para el acceso a varios sitios web mediante el uso de un único identificador; de ahí la analogía de Butcher.

He aquí un mercado con un potencial colosal, aunque todavía en ciernes: medir de un modo fidedigno el impacto energético de la actividad humana sobre la Tierra.

De momento, AMEE ha despertado el interés de corporaciones tan poderosas como el propio Gobierno del Reino Unido, uno de sus clientes. La sede de la empresa es Londres, demostrando, que no todas las ideas innovadoras se conciben o maduran en entornos como Silicon Valley.

No obstante, la firma no es totalmente ajena a la Bahía de San Francisco, ya que la filial de capital riesgo de O’Reilly Media, AlphaTech Ventures, ha invertido en la empresa.

AMEE construye un servicio web (API, o interfaz de programación de aplicaciones) que otros sitios web podrán integrar, en el que se combinarán mediciones, cálculos, perfiles y sistemas transaccionales.

Un algoritmo capaz de aplicar factores de conversión entre energía y emisiones de CO2, y representar datos procedentes de 150 países y regiones.

La intención de AMEE es, por tanto, medir el consumo energético producido por el ser humano y facilitar esta medición, en diferentes formas, a otros servicios web o empresas que quieran integrarlo para mejorar sus productos o servicios.

La API proporcionará ayudas para “facilitar puntos de referencia común para la medición, el seguimiento, la conversión, la colaboración y presentación de informes”.

Google PowerMeter

Google intenta influir decisivamente sobre la nueva Administración de Estados Unidos para que la nueva red energética sea construida de un modo abierto. De momento, Barack Obama ya tiene el borrador de los presupuestos de 2010, que destinarán 26.300 millones de dólares en inversiones y préstamos a iniciativas sobre energías limpias, dinero que incluiría fondos para sentar las bases de una “red eléctrica inteligente”.

La empresa con sede en Mountain View, junto a San Francisco, cree que es crucial evitar que toda la red dependa de un solo protocolo tecnológico, que favorecería a quien diseñe y mantenga esta tecnología. General Electric es una de las empresas que presionan en este sentido.

Lo que queda claro en cualquier caso es que Google no iba de farol con la iniciativa filantrópica Google.org, que se está convirtiendo en uno de los pilares estratégicos de la firma, a medida que las innovaciones de Internet se trasladan a otros ámbitos como la telefonía móvil y pronto todo tipo de aparatos y utensilios, como explicamos en el reportaje Después de la Web 2.0: sensores y hardware libre.

Google PowerMeter es uno de los esfuerzos de la empresa para aportar un sistema de medición energética a los ciudadanos, que les permita tomar decisiones en tiempo real a partir de información real, inteligible y que podrá ser consultada en distintas plataformas.

Thomas Sly, responsable del proyecto, comparaba recientemente la compra de energía con la de alimentos. Actualmente, comprar energía es para un usuario algo así como hacer la compra sin una receta que incluya todo lo que has comprado.

Parece un objetivo corriente, pero Google PowerMeter pretende arrojar luz sobre una tarea que será más difícil de realizar que de plasmar sobre el papel o la web: recolectar y ayudar a distribuir toda la información posible sobre uso energético de cualquier persona, lo que repercutiría sobre una mayor responsabilidad del usuario sobre su propio consumo.

Google PowerMeter, todavía un prototipo, recibirá información de los contadores y proporcionará a quien se registre en el servicio acceso a su consumo eléctrico doméstico a través de, por ejemplo, su página iGoogle (página que los usuarios pueden personalizar con la incorporación de distintas aplicaciones, “gadgets” o “widgets”, en función de la jerga empleada).

Está por ver qué nivel de colaboración conseguirá Google de los principales proveedores energéticos de Estados Unidos, por no hablar del resto del mundo. La idea es, no obstante, atractiva e innovadora. También fresca, para una empresa que hace tiempo que dejó de ser una startup.

Facilitar el diálogo entre consumidores y proveedores energéticos: Tendril

Como AMEE y Google PowerMeter, Tendril también pretende aumentar la concienciación del usuario con respecto a su consumo energético facilitándole toda la información necesaria para tomar la decisión más acertada en cada momento. Asimismo,Tendril también cree que más información, proporcionada de un modo claro e inequívoco, conducirá a un consumo energético más eficiente.

A diferencia de los contadores de consumo energético que han aparecido en los últimos tiempos, Tendril -firma con sede en Boulder, Colorado- no sólo explica cuánta energía se consume en un espacio en un momento determinado, sino tomar decisiones en función de los datos recibidos a cada instante.

Tendril pretende que su solución, que incluye un contador que costará, según el consejero delegado Adrian Tuck, entre 30 y 50 dólares, así como un servicio web compilará la información recibida por el dispositivo instalado en el hogar.

El proyecto de medición energética de Tendril cumple con las especificaciones proporcionadas por la Alianza Zigbee, un “sistema inalámbrico global que conecta diferentes dispositivos para que trabajen conjuntamente y mejoren la nuestra vida diaria”.

Medir nuestra huella ecológica

Varios proyectos se han comprometido a medir en números exactos nuestra huella ecológica. Pretenden que dejemos de comprar y consumir energía sin tener factura detallada de la compra que realizamos que, además, en la mayoría de los casos está subvencionada por nosotros mismos.

Los precios de la energía son artificialmente bajos, pero esta diferencia entre el precio de venta y el coste de producción no constituye un regalo altruista de los gigantes energéticos, sino un aplazamiento en el pago que todos los ciudadanos deberán realizar. Estamos consumiendo energía en estos momentos y queremos que la paguen nuestros hijos. Desgraciadamente, no es demagogia.

Hay que seguir muy de cerca a AMEE, Google PowerMeter y, en menor medida, Tendril. Son iniciativas que emprendedores de todo el mundo deberían estar imitando.