En los 70, un reconocido ingeniero averiguó que la empresa donde trabajaba se trasladaba a una oficina sin luz natural.
Decidió entonces dejar Silicon Valley y vivir de acuerdo con la naturaleza entre los robledales del norte de California. Construyó allí su casa minimalista/wabi-sabi, un árbol más de la suave colina que corona.
Esta es la historia de la búsqueda, exterior e interior, de Loren Amelang.
Explicando la historia
Desde la mirada de un europeo, los paisajes y gentes de California conforman un país. Interior y costa, norte y sur, campo y ciudad, desierto y bosque cerrado, alta montaña y profundo valle, viñedos e industria tecnológica, etc.
Decidí levantarme el último día de 2011 sin demasiado equipaje mental, tratando de centrarme en el momento. Kirsten había contactado con un ingeniero californiano que vive en Reilly Heights, una zona de suaves colinas con espaciados robles americanos de copa gigantesca, magnánima, en el condado de Mendocino, 122 millas al norte de San Francisco.
Partíamos desde Cloverdale, en el vecino condado vitivinícola de Sonoma, así que nos tomamos como recreo el corto viaje de 33 millas hacia el interior por la una vieja carretera estatal llena de curvas.
Elogio de las casas que no transforman el paisaje aledaño
Loren Amelang, nuestro anfitrión, había explicado a Kirsten cómo llegar a su retiro: el poste exacto donde debíamos tomar una pista de tierra y, tras 3 millas de oteros con bellos robledales con alguna que otra casa desperdigada con moradores sin intención de transformar el paisaje a su alrededor sino de adaptarse a éste, oteamos la casa de Amelang desde una portilla.
Loren Amelang vive una casa de madera de un limpio e intemporal diseño, construida justo frente a un viejo granero de madera recubierta con una capa de musgo invernal.
Ambos edificios parecen un árbol más del puñado de gigantescos robles americanos que, desde la lejanía, parecen escalar la colina: árbol, árbol, árbol, casa, granero, árbol. En esta ecuación, los factores “granero” y “casa” equivalen a “árbol”.
Desde la lejanía, pues, simplemente estudiando el tamaño, disposición y estilo de los edificios que componen la propiedad del veterano ingeniero informático, tuve la impresión de que visitábamos la casa de alguien que se adaptó a la colina que habita, y no a la inversa.
La colina no tuvo que adaptarse a la persona: no hay césped, ni intención de domeñar el terreno; acaso un mantenimiento respetuoso.
Del descubrimiento del cubismo al inicio de una nueva vida
La historia personal de Loren Amelang, un hombre alto y delgado con vestimenta casual, profundos ojos azules y los ademanes gesticulares de alguien más mental que físico, cambió radicalmente tras un corto viaje a Nueva York hace tres décadas.
Entonces, trabajaba para una importante compañía tecnológica de Silicon Valley: bien pagado, respetado, sin problemas económicos. En Nueva York, “ocurrió algo que transformó mi percepción de las cosas. Visité una exposición sobre el cubismo de Picasso”.
Escrito, puede parecer algo pretencioso; no cuando Amelang lo explica en persona, tras haber visto su casa, haber conversado con él, conocido el espacio y repasado por encima algunas de sus lecturas.
Aprender a decir no puede cambiar nuestra vida
De vuelta en California de aquel viaje en que reconoció en Picasso una manera de entender la luz y el espacio con la que se identificó al instante, su compañía le notificó que se trasladaban de oficina a un edificio recién construido.
“La nueva no tenía luz natural y la empresa no permitía a sus trabajadores personalizar su espacio”. Todos debían trabajar según las nuevas directrices, y hacerlo bajo iluminación fosforescente. “Así que me dije: es momento de irse”.
Dejar su trabajo era un movimiento arriesgado, pero al menos sabía dónde quería vivir: durante años, había visitado con su pareja una apartada colina con robles de Reilly Heights, en el condado de Mendocino, apenas tres horas al norte de Silicon Valley.
El viejo granero y los grandes robles
Los anteriores propietarios conservaban el lugar como lo habían dejado los moradores originales: una pequeña cabaña y un viejo granero de madera con tejado a dos aguas. Cuando llegó el mandato del condado de realizar unas modificaciones que superaban su presupuesto, vendieron la propiedad a Amelang.
Eran los 70. Empezaba entonces su vida en aquella apartada zona de oteros y robledales con espectaculares vistas y placentera vegeración mediterránea de la localidad de Philo, Mendocino.
Ya entonces, Amelang cultivaba el minimalismo y aprendía conceptos sobre vida sencilla, diseño intemporal, etcétera. De destacado ingeniero en los inicios de Silicon Valley a explorador de la vida sencilla y el minimalismo.
De retiro en una cabaña
En los primeros años, una diminuta cabaña le sirvió como retiro a lo Henry David Thoreau en Walden, aunque el diseño del pequeño abrigo de madera, que Amelang todavía conserva almacenado en el interior de su granero y repara en estos momentos, se asemeja más a la cabaña de trabajo giratoria de George Bernard Shaw, aunque más grande; de madera, sencilla y diáfana, con un estilo funcional e intemporal.
Al cabo de un tiempo, Loren Amelang decidió construir su casa actual, un edificio también de madera que transmite la misma sensación que su pequeña cabaña: diseño de madera limpio y diáfano, sin acabados, con generosos ventanales y dos elementos que aportan personalidad: paneles solares en la pendiente del tejado de la fachada sur, coronados por un cubo que sirve como concentrador solar; y lo que Loren describe como “habitación solar/invernadero“.
- Ver fotogalería completa de nuestra visita a la casa de Loren Amelang en las colinas del norte de San Francisco.
Danza de la luz
El tránsito lumínico en el interior y el exterior de la casa parece inspirado en el modo en que la luz invernal, rica en texturas, muestra los imponentes troncos retorcidos de los grandes robles entre los que se erige el edificio, recubiertos de un tupido musgo con un verde que cambia de intensidad en función de la incidencia de los rayos solares.
Una vez dentro de la casa, es como si Loren Amelang y el arquitecto que le ayudó con el proyecto hubieran tratado de aprender de los robles anejos: la luz invernal se posa sobre la madera sin tratar y los ladrillos de cemento usados en la pared interior de la fachada orientada hacia el sur (la que necesita mayor resistencia térmica debido a la incidencia del sol), describiendo escenas que pueden ser distintas cada día.
Tanto por fuera como por dentro, la casa puede ser descrita como un ejemplo de minimalismo en el uso de madera y la integración de energías renovables y tecnología térmica propia de las casas pasivas, con el estilo intemporal de influencia oriental wabi-sabi: simpleza rústica, calidez desnuda procedente de colores y objetos de la naturaleza, ausencia de ornamentos, funcionalidad, aspereza, modestia.
El objetivo no es terminar, sino el proceso de aprender
Se usen o no estas analogías, la casa de Amelang explica al visitante que su morador ha “comprendido” que vive en el interior de un cobijo sencillo e inacabado, sin pretensiones, que cambia con la luz como el ramaje de un árbol.
En esta casa de Reilly Heights, el diseño rugoso y funcional, con aire racional y empírico (“occidental”, si esta palabra sigue teniendo alguna connotación positiva) ha sido conjugado con madurez con la asimetría, aspereza y austeridad de la madera noble no tratada.
Es fácil citar una ecuación que explicaría por qué la “humilde” casa de Loren Amelang resulta tan placentera a la manera educada. Uno puede incluso teorizar explicando que los ideales de belleza occidentales (explicados por Marco Vitruvio en De Architectura) son aquí conjugados con la belleza de la asimetría y aspereza naturales de la tradición zen (wabi-sabi).
Entre dos tradiciones
La fusión de estas dos tradiciones puede entenderse en otras coordenadas: Amelang estudió ingeniería avanzada y trabajó en este campo, aunque también se licenció en psicología. Tecnología y humanística. Empirismo científico siguiendo los pasos de Roger Bacon y trascendentalismo intuitivo mezclado con sabiduría ancestral (Thoreau, Emerson y los clásicos orientales).
Pero el maduro y placentero resultado de la casa de Amelang puede expresarse con palabras más profanas: hay mucho sentido común en la construcción, lecciones de viviendas bioclimáticas del pasado y diseño limpio y austero con aire centro y norteeuropeo (tan presente tradicionalmente en la arquitectura, buena y mala, del Pacífico Noroeste de Estados Unidos, desde San Francisco hasta Seattle).
El compromiso de la autogestión energética
Bromeando con Kirsten y conmigo mismo, Loren Amelang declaraba: “decidí construir la casa porque quería una estructura suficientemente sólida y espaciosa para instalar los paneles solares que necesitaba para que la vivienda se autogestionara energéticamente”.
Desde el inicio de la construcción, “hace ya 27 años”, Loren Amelang reconoce haber estado “hackeando” su casa, para encontrar la mejor solución, el mínimo común denominador que despeje el espacio, en lugar de recargarlo. “En ocasiones, las soluciones que aplicas a determinados problemas no son las más adecuadas, algo que aprendes cuando ya has cometido el error”.
Amelang no se ha preocupado en estos años por “detalles” o “cosas” que no aportan nada a su vida y “quizá lleguen algún día”, tales como cortinas para las ventanas orientadas al sur de la planta superior, una única estancia a la que se accede por unas pequeñas escaleras con librerías como baranda, dormitorio en el Poniente y zona de trabajo en el Naciente.
Ausencia de puertas, fronteras y desorden
En cambio, “he dedicado mi trabajo a regular la generación de energía, temperatura y confort de la casa, lo esencial”. Mientras habla, Amelang menciona la luz sobre la madera, tanto el suelo como la mayoría del escaso mobiliario. Todo cambia, y el devenir influye sobre las decisiones de cada momento.
No sólo la elección de los materiales (la mayor parte, vieja madera reciclada, vidrio para los ventanales y bloques de cemento) ha sido respetuosamente curada.
Destacan la ausencia de puertas o cualquier tipo de frontera, la presencia de viejos electrodomésticos en uso (una cocina canadiense de acero de principios del siglo XX, una cocina americana con varias décadas, así como lavadora y nevera de los 70) y el reducido número de objetos.
Editar una existencia
La casa ha sido “editada”, siguiendo un espíritu minimalista que concuerda con una comprensión del feng-shui. Todo está a la vista; no falta nada y nada sobra.
Pese a que el interior de la vivienda es un espacio abierto, con líneas claras y ausencia de cosas amontonadas, lo que permite a la luz entrar cruzar las estancias con elegancia, su carácter minimalista se fusiona con tecnología puntera diseñada por el propio Amelang.
Su formación como ingeniero le sirvió para programar el sistema domótico que regula los paneles solares, su colector térmico, la temperatura de la casa y la respuesta de todo tipo de sensores dispersados discretamente por la casa, para abrir o cerrar trampillas o apagar totalmente electrodomésticos.
10,000 líneas de código fuente
El sistema de automatización doméstica está compuesto por un programa informático (10.000 líneas de código escritas y mantenidas por él mismo en el lenguaje de programación “C”).
A modo de muestra, abrió y cerró la trampilla del colector térmico de la instalación solar, el punto más elevado del tejado de la casa, desde su teléfono móvil. Cualquier terminal con acceso a Internet desde cualquier lugar le garantiza acceso al sistema domótico.
Loren Amelang nos explicó su cuidado por evitar al máximo que los electrodomésticos usados creen campos electromagnéticos: “hay evidencias científicas que muestran que los campos electromagnéticos creados por electrodomésticos y sus transformadores afectan el reloj interno de la vida, al correr todos al mismo ciclo”.
Algo así como una sincronización con la que Amelang prefiere no jugar. “No quiero asustar a nadie. Pero, personalmente, me fío más de las ondas electromagnéticas de la telefonía móvil que de los campos creados por todo tipo de electrodomésticos funcionando constantemente a nuestro alrededor”.
Sobre herramientas y usuarios
Para evitar el gasto de energía y el funcionamiento de transformadores que afecten el ambiente de la casa, cada interruptor de la casa incluye varios botones para usar distintos tipos de corriente, alterna y continua. Una demanda a la altura del usuario de la herramienta, adaptada a sus necesidades.
Por encima de los detalles, la luz y el aire fluyen en el interior de la casa, como lo hace bajo la enorme copa redondeada de los robles aledaños. Y Loren Amelang no ha dejado un solo día de “hackear” su existencia en su espacio, un árbol más de esta colina de Mendocino.
Un ingeniero incapaz de trabajar en una oficina sin luz natural ni espacio personalizable que prefirió trabajar en una proyección exterior de su progreso interior, siguiendo el sentido común ancestral, con tantos nombres en función de la tradición (feng-shui, wabi-sabi, minimalismo, vida sencilla, estoicismo, eudemonía, trascendentalsmo).
La eleganicia de la aspereza
Sentido por la elegancia de la aspereza, sin caer en la pedantería. Intemporal y duradero, funcional, mejorado constantemente con soluciones imaginativas que retan la convención, uso de productos y materiales de segunda mano: desde un par de asientos de primera clase de un avión Boeing dispuestos como sofá a una elegante cocina canadiense de principios del siglo XX, que funciona tan bien como el primer día.
Es necesario comprender profundamente el lugar que queremos habitar para construir y vivir con el respeto de Loren Amelang. Para Amelang, su casa y su propia existencia son algo que merece ser mejorado, rediseñado en cada momento.
Devenir
Lo que cuenta es el proceso de aprendizaje, no la meta ilusoria. “No me interesa acabar mi casa, sino mejorarla”.
Lao-Tsé: “un buen viajero no tiene planes fijos, y no tiene la intención de llegar”.