El circo de la temporada política (desde la incontinencia de los ya sospechosos habituales a los despropósitos sobre el referéndum de pertenencia a la UE en el Reino Unido, pasando por polémicas más locales), deja tiempo y espacio para controversias más profundas y, quizá, con más efecto en la manera en que consumimos información.
No hay nada más estratégico, dicen muchos conservadores, progresistas e independientes estadounidenses, que evitar que una persona con dificultad para controlarse y para hablar sin cometer errores de bulto, se convierta en presidente del país más influyente del mundo.
La era sin conflictos de interés (para unos pocos)
Pero este tema-elefante, crucial para la agenda informativa y para la ciudadanía tanto de Estados Unidos como del resto del mundo, no debería impedir que otras conversaciones decisivas tengan su espacio público merecido.
Por ejemplo, cuando se trata de temas que exponen a la luz pública el conflicto de intereses entre inversores de empresas que aspiran a distribuir la información que consumimos y los propios creadores de la información.
Si la prensa ha ofrecido a Donald Trump una cobertura desaforada desde el inicio de las elecciones primarias, pocos medios han investigado posibles escándalos relacionados con un magnate ya polémico, contradictorio y poco consistente entre discurso y actuaciones desde sus inicios como constructor en Manhattan.
Jugando a hacer periodismo en un mundo post-periodismo
Mother Jones, una pequeña publicación californiana conocida por su periodismo independiente e irreverente, ha sido una de las pocas cabeceras activas contra la campaña -poco crítica con un personaje con semejantes tics- de Donald Trump, revelando, por ejemplo, que uno de los delegados del presunto candidato republicano a la Casa Blanca es un supremacista blanco llamado William Johnson.
Otro de los presuntos delegados de Trump en California, protagoniza un escándalo mayor, sobre todo en sus efectos potenciales a medio y largo plazo: el magnate de Silicon Valley, inversor inicial y miembro del consejo de dirección de Facebook (principal fuente de información electrónica en Estados Unidos), Peter Thiel, reconoció hace unos días haber financiado durante una década el juicio que enfrenta a un polémico luchador retirado con una cabecera sensacionalista de Gawker.
Una de superhéroes y supervillanos
El escándalo simboliza el enfrentamiento (a escala de “superhéroes” y “supervillanos”, gracias a la creatividad de la legión de periodistas tecnológicos a sueldo, demasiado próximos a Silicon Valley como para mantener una cierta independencia narrativa; un ejemplo) entre el mundo periodístico y el tecnológico:
- el cofundador de Paypal, inversor de capital riesgo (pionero en su apoyo a un Facebook en ciernes) y autor del ensayo Zero to One, Peter Thiel, por un lado;
- y el fundador de Gawker Media, Nick Denton, poco susceptible a las simpatías del mundo periodístico, cuya imagen de villano sensacionalista no ha impedido que la prensa seria analizara el caso con preocupación, ya que la mayoría de medios (salvo las excepciones enumeradas por Felix Salmon periodista de Fusion: Murdoch, Bloomberg, Reuters y pocos más) podrían quebrar, de recibir un ataque similar por parte de algún multimillonario, informa The New York Times.
Los intereses velados en torno a Silicon Valley a duras penas salen a la luz, pero ¿qué ocurrirá a medida que Facebook concentre cada vez más poder?
El caso contra Gawker, justificado por muchos debido a las antipatías contra el tipo de periodismo que promueve esta casa, destapa una realidad subyacente que explicaría (tanto como su debilidad económica) la falta de agresividad del periodismo de investigación estadounidense en los últimos tiempos.
Algo tendrá que ver el hecho de que los casos más polémicos se enfrentan a juicios financiados por terceros que pueden arruinar a cualquier medio de comunicación que no sea financiado por un multimillonario.
El arte de cerrar la barraca a los incómodos sin dar la cara
Sin ir más lejos, Mother Jones ha sufrido el ataque “por litigación”, con la intención velada de comprometer su viabilidad económica y su propio futuro, cuando el empresario Frank VanderSloot y su empresa, Melaleuca Inc., llevaron a la publicación a juicio por difamación; Mother Jones ha cuantificado lo que el litigio -ganado- podría haber supuesto para su labor periodística.
En 2007, un reportero gay de Valleywag, polémica cabecera que se ganó la enemistad del mundo tecnológico por sus prácticas sensacionalistas, había publicado la condición de Thiel de homosexual sin el consentimiento de éste.
La información se refería a una personalidad pública ni faltaba a la verdad, supuestos protegidos por la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos (libertad de prensa y libertad de expresión).
Como han expuesto algunos analistas, son a menudo los casos menos amables los que nos recuerdan los límites legales de la libertad de expresión, y el papel del periodismo implica que su actividad sea incómoda -incluso molesta- en los centros de poder.
Un escándalo difícil de vender como caso aislado
Y Silicon Valley concentra tanto poder mundial en estos momentos que no mantener un espíritu crítico en torno a sus personalidades más influyentes es un riesgo que ni la sociedad estadounidense ni el resto del mundo se pueden permitir.
Hay sospechas más que fundadas de que la litigación financiada por Thiel contra Gawker partan de una venganza personal, ya que los casos judiciales contra la compañía (además del caso mencionado, hay otros juicios contra Gawker que Thiel podría estar financiando), podrían arruinarla. Es un ataque velado destinado a derribar un adversario, más que a escarmentarlo.
El caso se complica cuando se analiza su dimensión real, después de que la mayoría de colegas de Thiel (a excepción de fundador de eBay, Pierre Omidyar, inversor del medio The Intercept; y, en menor medida, de Sam Altman, de la incubadora Y Combinator, matriz de Hacker News), hayan aplaudido o apoyado en Twitter su comportamiento, hayan mostrado connivencia o, a lo sumo, hayan callado sus desacuerdos.
El propio Sam Altman, crítico con Nick Denton y con lo que han representado Valleywag y el trabajo periodístico de Gawker (sensacionalista y, sobre todo, alejado del control de los centros de poder de Silicon Valley, algo doblemente incómodo), reconocía implícitamente la hipocresía de la cruzada personal de Peter Thiel, al declarar irónicamente (nótense las comillas usadas por Altman, aludiendo a Thiel):
“Personalmente, apoyo con firmeza la libertad de expresión, excepto cuando [lo expuesto] no me gusta o hiere mis sentimientos o me ofende”.
El consejo de dirección de Facebook
Este apoyo casi unánime sitúa a Silicon Valley en una posición incómoda para el futuro, justo cuando varias de sus empresas más innovadoras aspiran a atraer y distribuir la información mundial, ya que la connivencia con la cruzada personal de Thiel sienta un precedente que podría convertirse en conflicto de interés, sobre todo si nuevos casos vuelven a enfrentar a inversores influyentes en repositorios como Facebook con intereses que debiliten a algún medio de comunicación:
Varias informaciones sugieren que Mark Zuckerberg tiene un problema con el consejo de dirección de Facebook, pero la persona más influyente de la compañía, su directora ejecutiva Sheryl Sandberg, no pidió a otro miembro del consejo, el inversor (y coinventor del navegador de Internet) Marc Andreessen, que dejara su puesto después de una polémica sobre los proyectos de Facebook en la India, que tildó de “colonialismo” amable.
Eso sí, Andreessen abandonó Twitter una temporada (al principio, con intención de hacerlo de manera permanente) y se ha desmarcado públicamente de unas declaraciones realizadas en un medio que, como Twitter, invita a las reacciones en caliente.
La muerte de la discrepancia
El comportamiento de Peter Thiel con la prensa no es equiparable y el fundador de Palantir ha dejado claro en The New York Times que no sólo no se arrepiente de su comportamiento, sino que defiende su legitimidad con la actitud de un superhéroe de Marvel… Ocurre que, ni Thiel es un superhéroe, ni Gawker es su supervillano, como argumenta Justin Peters en Slate.
Al parecer, lejos quedan los días en los que era fácil defender ante la opinión pública el derecho a la libertad de prensa, incluso en casos desagradables como el narrado, que ofrecen poca simpatía con el medio y su código ético.
(Imagen: portada de la novela Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño; en el libro, dos escritores saldan una rencilla del único modo a la altura: un duelo público a cara descubierta)
O, en palabras de Evelyn Beatrice Hall, biógrafa de Voltaire en referencia al ilustrado francés (y erróneamente atribuidas a éste): “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.”
Thiel y su visión a medida del significado de transparencia y libertad de prensa, demuestra su auténtica estatura al influir entre bastidores, oculto para no dañar su imagen y proyección públicas, y no como el héroe tolkeniano o randiano que quizá le gustaría representar.
¿La sombra de la “herramienta” Palantir en una futura Administración?
Thiel justificó su acción asegurando que es una de sus inversiones filantrópicas más preciadas, sin comprender quizá el auténtico alcance de la acción: una personalidad influyente en Silicon Valley, propietario de una polémica -y hermética- compañía de análisis de datos que acapara las oficinas del centro urbano de Palo Alto, Palantir Technologies, con silla en el consejo del principal repositorio de información (Facebook), no sólo contribuye a decidir la estrategia del futuro de la información y la privacidad, sino que financia campañas informativas próximas a sus simpatías e intereses (como el periodista James O’Keefe y sus vídeos sobre ACORN).
La conversación sobre los grandes temas, dominada por la inmediatez polifónica -y agresiva, gregaria, tendente al troleo- de las redes sociales, puede contener la profundidad de se merece… ¿o acaso nos encontramos en un punto de inflexión, en una lucha soterrada por el control del tono informativo mundial, cada vez más interconectado?
Una conversación recurrente, con tal cantidad de información velada e interesada que impide al gran público comprender en profundidad qué ocurre es el estado de la prensa: en nuestro imaginario colectivo, la prensa tradicional sigue siendo el Cuarto Poder, el vigilante que haga rendir cuentas a poderosos y salvaguarde tanto la separación de poderes como los intereses del público, a su vez arrojando luz sobre temáticas incómodas.
Una cena periodísticamente incorrecta
El Cuarto Poder y la libertad de prensa, pilares de las democracias avanzadas desde la Ilustración, ha dejado de brillar, o así lo perciben al menos personalidades acostumbradas a la antigua capacidad de influencia (y vigilancia) de un modelo debilitado que no ha sido del todo sustituido por una alternativa viable en términos económicos y de credibilidad:
- Barack Obama dedicó su última cena anual con representantes de la prensa y el espectáculo (en resumen: la crème de Washington-Los Ángeles, o política y cine, por un lado; y la televisión y prensa, con epicentro en Nueva York, por el otro), a criticar la connivencia de la prensa con fenómenos como el ascenso de la popularidad de Donald Trump; el presidente se mostró especialmente molesto al constatar que la polémica y el conflicto generan más atención que el análisis y el debate razonado de las ideas;
- el periodismo de investigación es una sombra de lo que fue, pese al interés del público por su carácter heroico y servicio a la sociedad: lo demuestra el aplauso unánime a Spotlight, filme basado en el célebre equipo de investigación con el mismo nombre del Boston Globe (otra de las grandes cabeceras en apuros, lejos de un pasado en que periodistas bien pagados y formados a la antigua podían dedicar semanas o meses a indagar en una temática).
El trabajo “insider-outsider”, perseverante y lleno de arriesgados trompicones que caracterizó al periodismo de análisis e investigación en eras como la de los grandes periódicos, el Nuevo Periodismo (y sus cabeceras-altavoz Rolling Stone, Playboy, etc.) y los semanarios de influencia perenne se agota por falta de modelo profesional y económico, pero también por un cambio de los medios y la propia audiencia.
De Memex a Facebook
Muchos de los cambios han mejorado o, al menos, potenciado el acceso a la información: cualquiera puede confirmar cualquier dato o recuperar algún artículo sobre la temática más inverosímil sacando su móvil del bolsillo y haciendo una búsqueda instantánea.
El acceso al repositorio universal de información con el que soñaran Vannevar Bush en 1945 (Memex) es una realidad, pero el acceso ha puesto en entredicho otros supuestos sobre los que se habían asentado conceptos ilustrados y propios de sociedades prósperas como el de periodismo libre, opinión pública crítica e informada o incluso libertades individuales:
- todo el mundo participa, pero el acceso y la participación en el mensaje se confunde ahora con el concepto académico ilustrado de experiencia: los expertos (así como los periodistas, académicos y políticos), pierden autoridad (en detrimento de discursos demagógicos y superficiales, que priman el conflicto y el sensacionalismo);
- la instantaneidad gana a menudo la partida al análisis sosegado en conversaciones (y micro-revueltas) en redes sociales y las secciones de comentarios de los medios;
- nace un nuevo conflicto de interés que se superpone a la tradicional connivencia entre los círculos políticos y económicos de poder y los medios: los creadores de las nuevas herramientas que aspiran a nuevos repositorios de la información mundial (de Facebook a Medium) son también inversores o parte interesada en el mensaje transmitido, que lucha por mantener valor económico, relevancia y autonomía.
Silicon Valley como repositorio de contenido
La prensa sigue siendo importante, pero sus dificultades económicas, así como el ascenso de Internet (con sus ventajas de acceso y democratización de la cosa pública, pero con los excesos de un medio descentralizado donde todo el mundo puede decir algo), ponen a prueba su viabilidad a largo plazo y la calidad de su contenido.
El núcleo de la conversación -o, al menos, la conversación más influyente, al implicar las mayores inversiones en medios de nuevo cuño y empresas tradicionales en apuros- sobre el futuro del periodismo se ha centrado en el aspecto tecnológico: algoritmos, naturaleza de los “repositorios” de información, modelo comercial y publicitario.
La tecnología supera estratégicamente al contenido y al modelo económico, con lo que tanto la información como sus creadores se convierten, a su pesar, en la “palabra maldita”, si uno quiere permanecer en el lado amable de la inversión: contenido (y sus creadores) son, en gráficos y decisiones de tanto inversores de capital riesgo como fortunas que diversifican sus apuestas (Jeff Bezos en The Washington Post, Carlos Slim en The New York Times, etc.), la “mercancía”. Y “commodity” no es una palabra demasiado esperanzadora.
Contenido, contenido, contenido
Las cabeceras tradicionales han apostado por Internet con un éxito dispar, como estudian el centro de estudios sobre periodismo Nieman Journalism Lab o el propio centro de I+D de The New York Times, NYTlabs, entre otros.
Tanto Nieman Labs como NYTlabs coinciden en que el futuro de la información no se encuentra en el tradicional formato del artículo, sino en nuevas modalidades que liberen a lo noticiable de límites que tenían sentido en un formato jerárquico, estático y con un espacio limitado.
El nuevo contenido, sugiere el trabajo de laboratorios como los mencionados, será más contextual, se actualizará constantemente y ofrecerá tanto sumarios concentrados como toda la profundidad necesaria para quienes deseen indagar sobre una temática, tipología, acontecimiento, contexto, etc.
Contenido estratégico vs. fungibilidad
De fondo, asistimos a una batalla soterrada entre dos modos de concebir y tratar la información:
- contenido: desde el punto de vista del periodismo, la información ponderada y reflexiva es esencial para que el público pueda tomar decisiones que afectan a lo individual y lo colectivo;
- repositorio: quienes quieren almacenar y distribuir este contenido en plataformas que tratan el contenido como una mercancía fungible y poco decisiva (desde redes sociales como Facebook y su nueva plataforma informativa Instant News, a la plataforma de publicación abierta a cualquiera Medium).
En palabras Nate Silver, periodista de FiveThirtyEight, “los periodistas tienen una convicción empática, reflexiva -y no pragmática o fungible- en la libertad de expresión”, pero duda que Silicon Valley comparta los mismos valores, empezando por considerar la información una mera mercancía de entretenimiento (como la música o el cine), y despojándola de su valor tradicional de sustento catalizador de la opinión pública.
Para los inversores tecnológicos, el periodismo es contenido intercambiable, fungible en un entorno donde gana el pragmatismo dictado por los algoritmos.
Mondo “clickbait”
Silicon Valley avanza para tomar las riendas del periodismo sin conformarse con su, de momento, amable papel de distribuidor justo, transparente y amable de noticias a través de plataformas que ponen en contacto a medios con lectores (y aprovechando, de paso, esta posición estratégica para innovar en nuevos formatos publicitarios que controlará).
Los creadores de contenido están a expensas del dictado de condiciones de quienes tienen acceso a un mercado publicitario creciente y una audiencia garantizada: los propietarios de los repositorios, sobre todo Facebook. El repositorio (o herramienta de distribución) se convierte en mediador estratégico de la información consumida, mientras el periodismo pierde valor publicitario.
Como consecuencia, el modelo reflexivo tradicional de la información según el periodismo se devalúa con la presión de la rentabilidad inmediata y nuevos medios surgidos en Internet que evitan rigideces ontológicas tradicionales en el oficio (como la connivencia con agendas políticas, grupos de presión, etc.) y optan por información más ligera y adaptable al mandato del “clickbait”.
Facebook manda
Además de la información azucarada y tendenciosa, acompañada con titulares, imágenes y localización en las páginas que garanticen los clics, en la nueva estrategia gana peso el vídeo, el único formato que aumenta claramente sus ingresos publicitarios.
Mientras tanto, un estudio de Pew Research seala que el porcentaje de adultos estadounidense que consulta las noticias en Facebook aumenta desde el 49% en 2012 al 62% en la actualidad.
Para comprender el impacto de la red social en la agenda informativa, basta con observar que el 67% de los adultos estadounidenses usa Facebook y, de éstos, el 44% consulta las noticias en el sitio: hay más gente consumiendo noticias en Facebook que en el resto de redes sociales combinadas (YouTube -10% de los adultos-, Twitter -9%-, Instagram -4%-, LinkedIn -4%-, Reddit -2%-, Snapchat -2%-, Tumblr -1%-).
Si se consolida el número de usuarios en redes sociales y éstos, según la encuesta de Pew Research, sólo consumen la información en el sitio de referencia (el 70% de los usuarios de Reddit se informa sobre todo en este sitio, por un 66% de los usuarios de Facebook, o un 59% de los de Twitter), los medios, tanto los surgidos en Internet como los tradicionales que se han adaptado al nuevo escenario, aumentan su dependencia de las redes sociales.
El riesgo del periodismo incrustado
A medida que el mundo periodístico cede su distribución electrónica y gestión publicitaria a los repositorios tecnológicos, que imponen sus condiciones, se crea una dependencia económica que aumenta tanto el valor estratégico como la responsabilidad de Facebook y canales tecnológicos análogos.
Asimismo, muchos de los nuevos medios llamados a “revolucionar” el periodismo incurren en prácticas que ponen en entredicho si buena parte de su contenido puede considerarse siquiera periodismo. Ejemplos:
- los “listículos” y artículos de “clickbait” con titulares más largos que el cuerpo de texto y testimonio gráfico pasado de azúcar;
- y contenido condescendiente sobre productos, servicios y compañías habitual en el periodismo tecnológico que se extiende ahora a otro tipo de artículos gracias a la connivencia de medios como Vice, que ha pasado de promesa del periodismo a publicar publirreportajes incrustados en cabeceras tales como Motherboard, tal y como explica Evgeny Morozov en un artículo para The Guardian.
¿Contendrán Facebook y Medium el periodismo irreverente del futuro?
Gawker fue irresponsable y casi nadie puede sentir simpatías por una publicación de periodismo de saldo como Valleywag (no peor, por cierto, que muchas de las nuevas cabeceras financiadas por los mismos inversores de capital riesgo que ahora acuden en apoyo de Peter Thiel), pero la maniobra del fundador de Palantir y delegado de Donald Trump establece un peligroso precedente, recuerda Ezra Klein en Vox.
Es más importante que nunca recordar que, mientras escribo este artículo, el autor del recomendable ensayo Zero to One (comentado -y loado- en *faircompanies) continúa en el consejo de dirección de Facebook.
Mark Zuckerberg no ha declarado nada acerca de la polémica, aunque la apuesta de Facebook como repositorio abierto, transparente y defensor de las libertades, aspirante a situarse como facilitador de la conversación entre ciudadanos y medios de comunicación (y anunciantes).
En los próximos meses, Facebook (y otros repositorios con vocación ética global similar, como Medium) deberán especificar cuál es su postura ante el riesgo que estrategias de costosa litigación supone para la libertad de prensa, así como su punto de vista sobre el hecho de que el fundador de una empresa que recaba información crítica como Palantir, apoye abiertamente al candidato presidencial estadounidense más polémico que se recuerda.
Valores en Silicon Valley
Las reacciones empiezan a llegar desde personas clave de Silicon Valley, que conocen la estrecha relación entre el éxito tecnológico y la cultura (abierta, tolerante, comunicativa hasta lo caricaturesco, aspirante al ideal de transparencia y su relación con el progreso científico à la Karl Popper) del valle de Santa Clara.
Sin cultura, no hay reconocimiento unánime del resto del mundo, y una industria que se basa en la libre voluntad de personas de todo el mundo para depositar la confianza en ellos, deberá asumir la responsabilidad ética que acompaña a intangibles tan importantes como la confianza y la credibilidad.
Por eso, para salvaguardar el activo con -potencialmente- mayor valor estratégico, su credibilidad para usuarios y empresas de todo el mundo, Michael Lazerow, directivo de Salesforce, firma un artículo en LinkedIn donde argumenta que el comportamiento de Peter Thiel contradice los valores que representa la entidad “Silicon Valley”.
Si desde el valle de Santa Clara no se tienen en cuenta riesgos como el mostrado por decisiones de dudosa ética en una industria que aspira a lo contrario (aleccionando con productos y declaraciones de principios que el resto del mundo acepta hasta ahora), Silicon Valley podría empezar a perder su insustituible liderazgo.
Reinventar la rueda
Los propios errores difíciles de justificar de personalidades clave en el mayor centro de inversión e innovación tecnológica del mundo son, de momento, una pequeña preocupación.
Si Donald Trump se convierte en presidente de Estados Unidos, otros centros de innovación atraerán talento y capital, y Silicon Valley tendrá dificultades para mantener su atractivo.
¿Y si la reinvención del periodismo no estuviera en los algoritmos, sino en dos viejas herramientas que deben ser, como la pluma, afiladas de nuevo?
Mentalidad y autonomía financiera. Ambas difíciles de recuperar. Habrá que recordar que Henry David Thoreau pasó de paisano puritano a referencia de la coherencia moral simplemente manteniendo el sentido común y la autosuficiencia, defendiendo lo que estimaba oportuno sin ocultarse. Lo llamó desobediencia civil.
Aunque la expresión ha perdido, como otras (periodismo, periodismo de investigación, etc.) su significado original. Quizá el error menos defendible de quienes muestran sus simpatías hacia Thiel es la incapacidad de éste para mostrar su desacuerdo con el periodismo de baja calidad de Gawker a plena luz del día. Como decía un comentarista, “la luz del sol es el mejor desinfectante”.
Roberto Bolaño describe en su biografía-ficción Los detectives salvajes un duelo entre dos escritores que pretenden saldar una afrenta. Cuando hablamos de un duelo de honor entre personas civilizadas, la realidad-ficción sugerida por Bolaño es lo único que parece a la altura de las circunstancias.
Un duelo entre sofistas, en el ágora y a cara descubierta, y no una batalla judicial entre personajes en la sombra.
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