Si la biotecnología se convirtió en los 70 en la disciplina científica más prometedora, la segunda década del siglo XXI empieza con el anhelo de encontrar otra disciplina con potencial para cambiar no sólo a las sociedades humanas, sino al Planeta.
La geoingeniería promete, para muchos científicos y empresas, combatir los peores efectos del cambio climático y de las emisiones con efecto invernadero sin que sea necesario siquiera reducir el ritmo de esas emisiones.
Si fallaran las políticas para reducir emisiones
Pero, como también ocurrió cuando el mundo evaluaba las posibilidades de la biotecnología, la idea misma de aplicar técnicas de geoingeniería suscita controversia y la mayoría de quienes abogan por la acción para mitigar los efectos del calentamiento global provocado por el ser humano prefieren hacerlo reduciendo las emisiones.
Pero un cambio climático de origen antropogénico, dicen los defensores de la geoingeniería, requiere que las políticas que se pretenden aplicar en la Unión Europea y el resto del mundo, una vez exista el consenso para ello, no serán suficientes y la solución también pasa por que el ser humano vuelva a influir sobre el clima, esta vez a la inversa.
Usar la ciencia que provocó el problema para remediarlo
Los medios han recogido algunas de las ideas para emprender acciones a gran escala y paliar los efectos del calentamiento global en las próximas décadas, sobre todo las más insólitas.
Desde pintar los tejados y azoteas de los edificios del mundo de color blanco para, de este modo, devolver los rayos solares a la estratosfera; hasta reducir el consumo de carne y el impacto ecológico de cada ciudadano; pasando por la monitorización en tiempo real para impedir la tala de bosques y aumentar su superficie; o incluso emplear organismos como los hongos micelios para tejer una estructura capilar subterránea (las “neuronas” de la Tierra) que favorezcan su bioremediación.
Geoingeniería de consenso: o reflejar el sol, o capturar el CO2 acumulado
Más allá de las ideas más peculiares, existen dos grandes propuestas de geoingeniería consensuadas por la comunidad científica, según The Economist. La primera consiste en reducir la cantidad de luz solar absorbida por el Planeta, mientras la segunda pretende capturar la mayor cantidad de dióxido de carbono posible y almacenarla a buen recaudo, a poder ser fuera de la atmósfera.
Reducir la radiación solar absorbida por la Tierra, es una tarea quimérica, para la mayoría de los científicos.
Aunque se lograra reflejar una cantidad determinante de rayos solares, o reflejarlos una vez incidieran sobre la superficie de la Tierra, la reducción no evitaría el aumento de la temperatura en este siglo en muchos lugares, mientras estas acciones modificarían localmente temperaturas, corrientes oceánicas, patrones de lluvia, niveles de humedad del suelo, etcétera.
Cualquier técnica de bioingeniería aplicada a gran escala para reflejar los rayos solares requeriría una meticulosa regulación y acuerdo político global.
El segundo gran grupo de propuestas de geoingeniería, referido a la captura de CO2 a gran escala, es el que comunidad científica, sector empresarial y clase política consideran más factible, de considerarse necesario recurrir a soluciones extremas para evitar el ascenso de temperaturas previsto.
Tragedia de los comunes (¿o geoingeniería negativa?)
Toda actividad humana, sobre todo en la sociedad moderna, se convierte en un acto de geoingeniería, ya que, aunque perdamos la perspectiva, compartimos un astro con recursos limitados.
Garret Hardin describía ya en 1968 la tragedia de los comunes, situación en la cual varios individuos, motivados sólo por el interés personal y actuando de manera independiente, aunque racionalmente, terminan por destruir un recurso limitado que comparten, aunque sean conscientes de que su interés es contrario a que suceda la destrucción.
La compleja relación entre libertad y responsabilidad, entre propiedad privada y propiedad compartida, puede aplicarse al comportamiento humano en cualquier área y expone la contradicción entre los intereses o beneficios del individuo y el bien común.
La pesca individual ha sido practicada durante miles de años en todo el mundo y los pescadores artesanales de cualquier pintoresca aldea comparten anhelos similares con respecto a su modo de vida con los modernos barcos que han aplicado modelos de escala industrial a la captura de pescado en los caladeros más remotos.
Todos intentan obtener el máximo beneficio propio con su actividad, que se toman muy en serio y al que aplican toda su racionalidad. Sólo hay un Planeta y los océanos están interconectados, de modo que la sobrepesca expone la tragedia de los comunes.
Para algunas especies, la situación es tan alarmante que hay quienes hablan, de un modo cada vez más fundado, sobre el fin de la pesca en una fecha no muy remota.
Cuando buscar el beneficio individual provoca tensiones
Pese a ello, como se ha observado en la Unión Europea a propósito de la pesca del cada vez menos abundante atún rojo del Mediterráneo, la búsqueda del beneficio individual a corto plazo, unida a una errática política de incentivos y subvenciones, ha llevado a la especie, muy apreciada por los amantes del sushi, al borde de la extinción.
Aristóteles ya había observado las tensiones entre el uso de la propiedad individual y el interés común, y cómo buscar el máximo beneficio propio podía minar un recurso finito. Contestando a Sócrates, a favor de la propiedad común, Aristóteles supo ver que el interés propio está mucho más desarrollado y parece inherente a nuestro comportamiento.
“El sistema propuesto ofrece todavía otro inconveniente, que es el poco interés que se tiene por la propiedad común, porque cada uno piensa en sus intereses privados y se cuida poco de los públicos, sino es en cuanto le toca personalmente, pues en todos los demás descansa de buen grado en los cuidados que otros se toman por ellos, sucediendo lo que en una casa servida por muchos criados, que unos por otros resulta mal hecho el servicio”.
Una reflexión de hace casi 2.500 años.
Tragedia de los comunes en la ecología del Planeta
Volviendo a la sociedad contemporánea, el psicólogo estadounidense Barry Schwartz ha explicado cómo, sin planteárnoslo y seguramente buscando nuestro propio beneficio, sin tener en cuenta la tragedia de los comunes (los recursos comunes son limitados), estamos practicando geoingeniería inversa, al alterar el clima.
“¿Cómo escapamos del dilema en el cual muchos individuos actuando racionalmente en su propio interés destruyen un recurso compartido limitado?… Ahora estamos confrontando la tragedia del común global. Hay una Tierra, una atmósfera y una fuente de agua, y seis mil millones de personas [actualmente, 6.697 millones] compartiéndolas. De mala manera. Los ricos están sobreconsumiendo y los pobres no pueden esperar a unírseles”.
La tragedia de los comunes se expone en varios problemas aparentemente irresolubles relacionados con la gestión de recursos que compartimos: agua, territorio, pesca o recursos energéticos.
La gestión de la población, el aire, el agua dulce, los bosques, la energía, los animales los océanos. No existe una propuesta de solución aceptada a escala universal para abordar la tragedia de los comunes relacionada con la ecología del Planeta, del mismo modo que no existe un consenso sobre cómo y cuándo paliar las peores consecuencias del cambio climático.
La búsqueda del máximo interés y beneficio propio, que hitos de la Ilustración tales como la Constitución de Estados Unidos o los motivos fundacionales de la Revolución Francesa relacionan con el desarrollo de una vida plena o la mismísima “búsqueda de la felicidad“, sigue alimentando el dilema de la tragedia de los comunes del mismo modo que fuera expuesto articuladamente por primera vez.
John Locke no necesita ser desempolvado, debido a que renuncia a perder su vigencia y ha sobrevivido a su supuesta tumba, el marxismo. Sus ideas: “tabula rasa” (Gobierno con el consentimiento de los gobernados); argumentar por qué la vida, la libertad y la propiedad debían convertirse en derechos inaliebables.
Cómo proteger lo común: regular, universalizar, privatizar
Entre las posibles soluciones aportadas por gobiernos y pensadores: por ejemplo, los distintos niveles de gobierno de los territorios pueden aplicar regulaciones para limitar la cantidad de un bien común disponible para la explotación por parte del individuo, aunque esta aproximación requiere de la vigilancia efectiva para evitar fenómenos que intenten seguir obteniendo el bien común de modo ilícito.
Se ha comprobado que las reservas naturales que incentivan el desarrollo de las comunidades cercanas evitan la caza furtiva y otros riesgos de un modo más efectivo que la instaurar regulaciones e imponer barreras físicas o prohibiciones, como el naturalista E.O. Wilson explica en El futuro de la vida.
Otra solución parcial del dilema para garantizar la viabilidad de lo común consiste en convertir el bien compartido en propiedad privada y dar al nuevo propietario incentivos que garanticen la sostenibilidad del territorio.
En las antípodas de esta propuesta se encuentra la idea empleada en el Tratado de la Luna, o en relación con el espacio exterior, los océanos y otros acuerdos parciales para proteger bienes como “patrimonio común de la humanidad“. Grandes palabras, bonitas reuniones, poca ratificación, ningún uso práctico ni voluntad de respeto por parte de los principales países.
Ideólogos que abogan por el libertarismo o el liberalismo clásico creen que la solución al dilema de la tragedia de los comunes pasa por privatizar no sólo la propiedad, como apuntara Locke, sino también de los recursos existentes en ese mismo territorio. Según esta idea, el recurso, privatizado, se convierte en un bien que genera réditos e incentivos, lo que generaría un interés por la búsqueda de la mejor gestión posible.
Muchos recursos comunes, no obstante, son complicados de privatizar o incluso de cuantificar de un modo preciso: la capa de ozono, la cantidad mundial de pescado, el oxígeno, la radiación solar, el viento.
¿Y si la geoingeniería se convirtiera en permacultura?
El dilema expuesto por la llamada tragedia de los comunes (los peligros de llevar el beneficio propio hasta sus últimas consecuencias en un Planeta con recursos limitados) puede ser resuelto, según algunos científicos, aplicando técnicas de geoingeniería.
“Geoingeniería” es un término que evoca soluciones de alta tecnología, con estética de ciencia ficción, tales como artilugios que actúen como árboles, absorbiendo CO2 y expulsando oxígeno, o grandes paneles desplegados en la estratosfera capaces de reflejar parte de la radiación solar antes de que siquiera entrara en contacto con la atmósfera.
Muchas posibles soluciones de geoingeniería parecen no requerir dosis de utopía tan elevadas como las expuestas. Algunas de estas técnicas ya han sido, de un modo u otro, puestas en práctica por el ser humano. Aunque a una escala no enteramente planetaria, han modificado para siempre ecosistemas enteros.
Por ejemplo, se ha descubierto recientemente una enorme red de montículos de tierra a lo largo de la costa este de América del Sur creada por una civilización ya olvidada hace entre 700 y 1.000 años.
Los montículos, que se extienden cientos de kilómetros junto a la costa de Guyana, Surinam y la Guayana Francesa, fueron erigidos concienzudamente por una sociedad que creó con éxito tierra de cultivo en un terreno que se inunda la mitad del año, mientras padece sequía durante la otra mitad.
Los montículos crearon ecosistemas poblados por insectos que enriquecieron suelo anteriormente valdío, hasta lograr una fertilidad que duraría siglos, mucho después de que la sociedad que los creó se hubiera desvanecido.
Los miles de montículos creados en el noreste de la Amazonia hace un milenio constituyen un ejemplo de sofisticada geoingeniería. Un hábitat creado por el hombre para conseguir un vasto sistema agrario utilizando técnicas que imitan las relaciones encontradas en los patrones de la naturaleza. Esta civilización amazónica aplicó a gran escala los principios de la permacultura.
Quizá la geoingeniería del futuro, aplicada para resolver el dilema de la tragedia de los comunes antes de que sea demasiado tarde, se parezca más de lo que creemos a las técnicas de sabia ingeniería ancestral puestas en práctica por el olvidado pueblo amazónico.
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