Se encuentran en el epicentro de la crisis alimentaria, al aumentar la inflación derivada de su demanda. También amenazan la biodiversidad y la herencia genética de cultivos milenarios.
Por Álex Lasmarías
La primera señal de alarma la dio México en 2007, cuando cientos de miles de personas salieron a la calle para protestar por el aumento de precio del maíz, imprescindible para la elaboración de las tortillas, elemento esencial de la alimentación de millones de mexicanos.
El último grito de rabia de los más desfavorecidos llega desde Camerún. Una protesta de los taxistas de la capital Yaundé por el encarecimiento del combustible provocó violentas manifestaciones contra el aumento de precio de los productos alimentarios, con las severas dificultades de buena parte de la población para acceder a productos básicos como la harina o el arroz de fondo.
Cuánto valen los alimentos básicos
Estos dos episodios son los cabos de una geografía de la desesperación que se extiende por 37 países en los que, con mayor o menor virulencia, la subida de precios de los alimentos básicos amenaza con devolver al término hambruna el siniestro protagonismo que ya adquiriera a principios de los ochenta o mediada la pasada década.
Con más presteza que en ocasiones anteriores, pero con la misma abundancia de medias tintas y tibiezas, la ONU ha llamado la atención sobre un problema con consecuencias imprevisibles.
Con el objetivo de mitigar los efectos de la crisis alimentaria, el organismo regido por el coreano Ban-Ki Moon ha anunciado la creación de un equipo de urgencia que coordine los esfuerzos de las agencias humanitarias de la ONU y el Banco Mundial y la convocatoria de una cumbre a celebrar en Roma entre el 3 y el 5 de junio para abordar la actual situación.
Además, Naciones Unidas ha solicitado a la comunidad de donantes 1600 millones de Euros (2500 millones de dólares) con los que poder activar un paquete de medidas urgentes que incluya ayudas a los países afectados y alivie la situación actual de iniciativas como el Programa Mundial de Alimentos, del cual dependen de forma directa 75 millones de personas y que ha visto como el alza de los precios reducía su poder adquisitivo en un 40% en el corto periodo de 3 meses.
Derecho a la alimentación
Pero mientras desde la ONU se pone el acento en adoptar medidas paliativas, algunas voces del foro internacional han llamado la atención sobre el origen y las causas de una situación que amenaza la existencia de millones de personas.
Y una de las voces más rotundas y que con mayor fuerza se ha dejado oír ha sido la de Jean Ziegler, relator de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación.
Como ya ha hecho con anterioridad, Ziegler ha vuelto a señalar al Banco Mundial (BM) y, muy especialmente, al Fondo Monetario Internacional (FMI) como actores responsables de la actual situación y no ha dudado en calificar de “aberrantes” las políticas impuestas por estos organismos a los gobiernos de muchos países en vías de desarrollo.
Aunque el relator no ha agotado con el FMI y el BM sus dardos. Ziegler también responsabiliza de la crisis alimentaria a la Organización Mundial del Comercio (OMC) por el impulso que ofrece a las políticas proteccionistas de los países desarrollados, a la acción perversa de los especuladores y, sobre todo, al auge de los biocombustibles, según sus propias palabras, un verdadero “crimen contra la humanidad” frente al que se deberían impulsar medidas como la controvertida imposición de una moratoria especial de 5 años a la producción de este tipo de combustibles.
Iniciativa que, por otra parte, ya reclaman desde hace tiempo organismos como la Red para la Biodiversidad de África (ABN en sus siglas en inglés), que ve en la expansión de los cultivos destinados a convertirse en combustibles no contaminantes una seria amenaza contra la seguridad alimentaria del continente y su valioso patrimonio natural.
El dedo acusador de Ziegler
Las palabras del relator de Naciones Unidas pretenden luchar contra la tentación de ver en las dificultades climatológicas o en el azar de una trágica coyuntura las causas de una situación que puede cobrarse vidas por millones y amenazar la estabilidad política y social del planeta.
Con su particular j’accuse, Ziegler pone en entredicho el papel de los biocombustibles como panacea de un mundo capaz de compatibilizar el nivel actual de consumo energético de sus estratos económicamente más favorecidos con la sostenibilidad ecológica.
Y en otro plano, desvela el papel regulador e impositivo de organizaciones como el FMI, el BM o la OMC en la perpetuación de un sistema de explotación de tintes coloniales en el que los destinos de los países en vías de desarrollo son contemplados como meros engranajes del liberalismo económico y simples bienes auxiliares para el provecho de las grandes potencias.
Modelos alimentarios para el futuro
El hambre de hoy es la tempestad que recogemos tras décadas de políticas que en buena parte del mundo han impuesto regulaciones en la posesión de la tierra que invariablemente han acabado por beneficiar a poderosas transnacionales.
Políticas que han impuesto la substitución forzosa de la tradicional agricultura de subsistencia por una agricultura orientada a la exportación tan necesaria para los mercados desarrollados como incapaz de asegurar el acceso a una alimentación suficiente de las poblaciones de los países empobrecidos; políticas que han permitido a la Unión Europea y los Estados Unidos blindar sus respectivos sectores agrícolas y ganaderos al tiempo que obligaban a los gobiernos de los países más desfavorecidos a abrir sus mercados, especialmente a la muy subvencionada producción de cereales y productos lácteos.
Una tempestad que amenaza con llevarse millones de vidas y frente a la cual la ONU no puede volver a abandonarse a la volátil voluntad de los donantes. Es necesario gestionar la crisis y aplicar medidas urgentes, pero más allá de reacciones inmediatas, hay que pensar en cercenar las causas profundas de una situación que se repite con dramáticas consecuencias periódicamente.
Los síntomas deben ser tratados, pero, de una vez por todas, hay que afrontar también la enfermedad. Y el diagnóstico de Jean Ziegler parece un excelente diagnóstico del que partir.