¿Ha cambiado la gente su comportamiento por la recesión, o se trata de una simple bajada del consumo y la actividad por falta de confianza en la situación económica y miedo a la pérdida de empleo?
Dos recientes sondeos, uno del Departamento de Trabajo de Estados Unidos y otro encargado conjuntamente por The New York Times y CBS News, corroboran que los estadounidenses dedican menos tiempo a ir de compras, mientras han aumentado su dedicación a otras actividades de carácter sencillo y con poco o ningún coste económico, muchas de las cuales implican la participación de familiares y amigos.
Menos gasto superficial, más cultivo del espíritu
Entre estas actividades catalogadas por ambas encuestas como sencillas y de bajo coste, se incluyen las “asociativas, cívicas y religiosas”; así como aficiones domésticas tales como la gastronomía y la jardinería; deportes que pueden practicarse en familia, tales como los paseos por zonas naturales próximas a los centros urbanos; además de actividades culturales (ir al cine, acudir a museos, etc.).
El consultor Ron Ashkenas, especializado en aconsejar a empresas sobre técnicas que simplifiquen procesos y aumenten la productividad, argumenta en Harvard Business Review, a propósito del resultado de ambos estudios, que este claro cambio de comportamiento en la ciudadanía no es sólo consecuencia de que la gente tenga menos dinero para gastar.
“El dramático aumento del ahorro (desde menos del 1% de los ingresos a finales de 2007 a más del 4% en la mayor parte de 2009) sugiere que incluso con ese dinero extra están actuando de manera distinta”.
Recuperar el dominio del tiempo
Durante los últimos años, trabajadores de distinto tipo, desde altos ejecutivos hasta profesionales independientes que practican el teletrabajo, han incrementado el tiempo que dedican a descansar, practicar aficiones y estar con la familia.
A las puertas de la recuperación (aunque no se atisbe, ni siquiera en una economía tan flexible y dinámica como la estadounidense -en comparación con la europea-, la rápida recuperación de los empleos destruidos), nuevos estudios confirmarán si los profundos cambios de comportamiento observados se consolidan, tanto en el entorno cotidiano como en el laboral.
En palabras de Ashkenas, “las incógnitas reales son si estos cambios de comportamiento señalan nuevos patrones para la sociedad estadounidense y cómo estos cambios pueden desencadenar cambios en las organizaciones”.
Porque no sólo existe una mayor inseguridad laboral, sino que “muchas empresas dependen de largas cantidades de profesionales adictos al trabajo y cargos medios que dedican largas horas a su tarea, están disponibles a cualquier hora, y están dispuestos a sacrificar familia y tiempo personal en favor de sus actividades profesionales”.
¿Qué ocurriría si un porcentaje significativo de los profesionales que Ashkenas cataloga como “workahólicos” (adictos a su trabajo) decidieran aportar más tiempo a sus aficiones y familia en detrimento de un mayor salario y la supuesta promoción de su carrera profesional? ¿Y qué relación -de existir- tiene este cambio de actitud con la riqueza material, la actitud ante la vida y un acontecimiento como una recesión mundial?
Tiempo más productivo
El economista Tyler Cowen, autor del blog Marginal Revolution, firmaba un artículo a principios de 2009 en The New York Times donde ilustraba los profundos cambios acaecidos en la sociedad tras la Gran Depresión, que acaso afectaron más al comportamiento cotidiano de la población que a la propia macroeconomía.
En esferas como la del entretenimiento, “varios estudios han mostrado que cuando un trabajo es más duro de encontrar o menos lucrativo, la gente emplea más tiempo en la formación personal y en distracciones relativamente baratas”.
“Durante la Depresión de los años 30 –prosigue Cowen-, ello significaba escuchar la radio y jugar a juegos de mesa y salón, a veces en detrimento de una noche glamourosa en la ciudad. Estas tendencias de permanencia en el hogar persistieron hasta al menos los años 50″.
Cowen ya explicaba, en enero de 2009, lo que ahora reafirman las encuestas del Departamento de Trabajo de Estados Unidos y del New York Times / CBS News: “en la recesión actual, podemos esperar también un giro hacia actividades menos costosas -y quizá se mantendrán esos hábitos durante años-. Pueden tomar la forma de un mayor interés en el contenido gratuito en Internet y los simples placeres del paseo cotidiano, en lugar de caras vacaciones y asientos VIP para ver partidos de la NBA”.
Un artículo de los profesores en economía de la Northwestern University, Jonathan A. Parker y Anette Vissing-Jorgenson, explica cómo en momentos de fuerte recesión, sobre todo en la presente crisis, quienes sufren mayores pérdidas, tanto económicas como de prestigio social, son los más ricos, debido a que buena parte de sus ingresos estaban relacionados con el sector financiero y bursátil, los más castigados.
El culto por quienes muestran de forma material su éxito económico se diluye e incluso se considera de mal gusto en momentos de penuria económica. De modo que, intuyendo un cambio social, el resto de la población evita “imitar” actitudes supuestamente mostradas por los ciudadanos de mayor poder adquisitivo, como la visita frecuente a restaurantes de lujo, por actitudes que no cortejan a los más ricos. Por ejemplo, especifica Cowen, aumenta la visita a lugares como las bibliotecas públicas.
Peor economía, ¿mejor salud?
Es especialmente curioso que, pese a un aumento de los problemas relacionados con la salud mental (en Estados Unidos, debería preocupar sobre todo el empeoramiento de la salud mental de los jóvenes, según un informe de Canadian Press), los períodos de fuerte recesión económica e incertidumbre laboral conducen a una mejora de la salud física en Estados Unidos y el resto de los países ricos, según Tyler Cowen.
El psicólogo y profesor de Harvard Daniel Gilbert documenta en su libro Stumbling on Happiness cómo “la gente guarda a menudo recuerdos positivos de momentos realmente duros, que pueden incluir extrema pobreza o luchar en una guerra”, lo que explicaría por qué las sociedades muestran mayor cohesión en momentos especialmente complicados, o por qué, durante los duros años 30, en lugares como Estados Unidos y Australia disminuyó la tasa de suicidios.
“En efecto, es estresante perder un salario, pero la eliminación de la presión relacionada con el trabajo puede tener efectos beneficiosos”. Entre ellos, la disminución de los desplazamientos por carretera y la consiguiente reducción de accidentes mortales, la reducción en el consumo de alcohol, bebida y disminución de prácticas de riesgo como el juego, con un aumento proporcional en el tiempo dedicado a realizar ejercicio, dormir, cocinar, comprar alimentos frescos prácticamente a diario en lugar de optar por precocinados, etc.
Incluso hay estudios que muestran cómo la tasa de mortalidad y el porcentaje de suicidios disminuyen consistentemente en las sociedades desarrolladas en períodos de penuria económica.
Somos lo que vemos
Para lograr la placided cotidiana y felicidad simple evocada por el grupo barcelonés Manel en su vídeo musical En la que el Bernat se’t troba, las futuras generaciones no se decantarán por la inversión bursátil para obtener dinero fácil, equivalente durante períodos de bonanza a conceptos como el de “felicidad” o “consumo conspicuo” (seguir comprando para tener tanto como el vecino), al poder adquirir un mayor número de bienes.
Otro estudio, esta vez de la Universidad de California, constata que las generaciones que crecen en períodos de bajo retorno bursátil tienden a desarrollar una actitud inusualmente cautelosa con la inversión, incluso décadas más tarde.
Renunciar a ser lo que uno compra
La relación entre poder adquisitivo, consumo de bienes y felicidad ha sido estudiada con fruición desde finales de la II Guerra Mundial. Al fin y al cabo, erigir una exitosa sociedad de consumo implicaba cambiar la cultura de la necesidad por un consumo basado en las emociones, como explica Adam Curtis en la serie de documentales de la BBC The Century of the Self (disponibles para su visionado en Internet).
Pero, como se pregunta Leo Hickman en The Guardian, de entre todo lo que compramos, ¿cuántas cosas son realmente necesarias para nosotros? O cuántos productos que ya poseemos necesitan, atendiendo sólo a criterios objetivos, ser sustituidos.
Hickman arguye que, si bien en las últimas décadas se ha relacionado prestigio social y felicidad con la capacidad para comprar bienes y servicios que, a su vez, tienen un significado social, la crítica a esta visión ya está presente en Walden, libro en el que Henry David Thoreau, ya en 1894, contraponía los estragos de la industrialización a la frugalidad de la vida simple, experimentada por él mismo durante los dos años que vivió aislado, describiendo lo que en los últimos años se ha convertido en movimiento de búsqueda de lo esencial.
La vida simple (también downshifting) descrita por Thoreau inspiró a Gandhi y a varios de los líderes de la contracultura y la lucha por los derechos civiles de los 60. Como recalca Leo Hickman, en referencia a Gandhi, “se decía que el líder indio podía contar sus propias posesiones con los dedos de las manos, y éstas incluían sus gafas, un reloj de bolsillo y unas sandalias (todas las cuales fueron adquiridas en una subasta por un millonario indio en 2009, por 1,8 millones de dólares)”.
5 seguidores contemporáneos de Thoreau
Abundan los seguidores contemporáneos de Thoreau, tanto quienes se declaran ecologistas como un grupo de personas de todo el mundo, mucho más heterogéneo y difícil de etiquetar, entre las cuales existe un común denominador: el respeto por los demás, la toma de conciencia un problema medioambiental planetario relacionado con un estilo de vida, y el aprecio de la frugalidad.
Para la mayoría de estos seguidores contemporáneos de Thoreau, no hay vuelta a las cavernas, sino la necesidad de administrar cuanto antes el mundo de acuerdo con preceptos sostenibles. No existe una “rabia contra la máquina“, sino que la tecnología puede acelerar un cambio positivo, en su opinión.
Quienes abogan por una reducción de la complejidad aportada por una vida excesivamente dependiente de la acumulación de bienes, experimentan con modos distintos de disminuir su impacto, cultivando la frugalidad.
Hay numerosos ejemplos que muestran estilos de vida que pueden considerados como extremos o radicales, si son comparados con el ciudadano medio contemporáneo.
Sus experiencias aportan, no obstante, información de primera mano e ideas que pueden servir de ayuda para un público más amplio, interesado en realizar pequeñas mejoras en su cotidianeidad y, de paso, enriquecer sus vidas y reducir su huella medioambiental:
- Jay Shafer, fundador de la empresa californiana Tumbleweed Tiny House company, especializada en construir casas diminutas, algunas de ellas de 9 metros cuadrados. El propio Shafer vive en una de las casas construidas por su pequeña empresa.
- Daniel Suelo no tiene problemas mentales, no carece de educación ni nació en la más absoluta pobreza. Simplemente, decidió renunciar al uso de dinero y vivir en una cueva de Utah, donde lleva 9 años. Su estilo de vida es parecido al descrito por el propio Thoreau durante su estancia en la cabaña que construyó con sus propias manos en el lago Walden. Gracias a sus frecuentes visitas a una cercana biblioteca pública, Suelo puede mantener un sitio web que actualiza a menudo.
- Bakari Kafele, usuario de nuestro sitio, al que visitamos en su lugar de residencia hace ya algún tiempo, vive en una caravana de 14 metros cuadrados situada en un parque de remolques de Silicon Valley, con conexión a Internet e iluminación de bajo consumo, desde donde gestiona su propia empresa, especializada en las mudanzas con bajo impacto ecológico (su camioneta emplea biodiésel de la zona).
- Mark Boyle decidió vivir un año sin dinero, por lo que consiguió una caravana abandonada, gastó las últimas 360 libras empleadas antes de iniciar su experimento en un panel solar para poder generar la electricidad que emplearía durante los siguientes 12 meses. Boyle aparcó la caravana junto a una granja orgánica de las afueras de Bristol, a cambio de ayudar voluntariamente 3 días a la semana. Consiguió alimentarse con su propia cosecha orgánica, a través de la recolección de alimentos silvestres y con restos de comida de establecimientos de la zona.
- Ken Ilgunas decidió acudir a una de las más prestigiosas universidades de Estados Unidos, Duke, pero quería evitar a la vez el endeudamiento que la educación privada provoca en algunos jóvenes. De modo que Ilgunas decidió instalarse en 2009 en una caravana junto al campus de Duke. Él lo llama “radical living” y cree que es una experiencia positiva que también forma parte de su formación.
Según Boyle, “algunos de mis mejores amigos son gente que sólo conocí porque tenía que construir relaciones reales con otros basadas en confianza y bondad, no dinero”.
Existen otros ejemplos de quienes experimentan con métodos para simplificar sus vidas, lograr un ahorro, administrar su tiempo con mayor plenitud e incluso cultivar sus propios alimentos, o rediseñar su ropa con prendas viejas o de fuera de temporada.
Te invitamos a que los busques en *faircompanies.