Las redes sociales nos exponen al lado absurdo de la tragedia, y también a su vertiente poética. Una imagen de Kim Jong-un ante un cohete que evoca a Pink Floyd, un lanzamiento balístico de Japón que, a través de una imagen, evoca el simbolismo pictórico nipón, una imagen vía satélite de los fuegos en torno a la bahía de San Francisco…
Mi familia política vive en la zona. Mis suegros fueron evacuados de la localidad al norte de Santa Rosa, en el condado vinícola de Sonoma, y al partir de su casa observaron la devastación, describiéndola a la familia por correo electrónico.
El norte de California arde con virulencia debido a la sequedad del terreno, no habiendo bastado el invierno lluvioso para contrarrestar la sequía de varios años en el subsuelo. El paisaje lunar de las zonas afectadas por el fuego ponen el foco en la bahía de San Francisco: cuesta distinguir las últimas fotos de devastación en Santa Rosa con las imágenes más crudas del conflicto sirio.
Turismo virtual de desastres
En esta ocasión, la sorpresa es que no se trata ni de productos tecnológicos ni de la polémica en torno al acceso a la vivienda en una región que crea empleos y no construye, manteniendo la presión sobre el precio, un fenómeno que no se solucionará mientras los propietarios de la zona puedan votar (sirviéndose del mecanismo de democracia directa) para restringir cualquier proyecto de densificación urbanística en el gigantesco suburbio de viviendas unifamiliares en torno al valle de Santa Clara, epicentro del mercado tecnológico mundial.
This is the actual footage I saw when I watched Zuckerberg's virtual tour of Puerto Rico. (Background is survivors on the island.) pic.twitter.com/X9Zhyrn7G9
— Anil Dash (@anildash) October 10, 2017
Los árboles carbonizados son también la evocación macabra de un ángel caído: la pérdida del estado de gracia de otra industria poderosa en Silicon Valley, la de las relaciones públicas, que había logrado mantener una opinión eminentemente positiva en todo el mundo, conservando la pátina de sector simpático e irredento, compuesto por talentosos empollones que plantan una bandera pirata en su dormitorio universitario.
Ha sido precisamente la falta de tacto y sintonía con el público frente a una catástrofe natural, la devastación de Puerto Rico tras el paso del huracán María, la que suscita las últimas críticas a la hasta hace poco intachable imagen pública de las grandes firmas de la zona, personificadas en Mark Zuckerberg, que se dedicó el 10 de octubre a promocionar la división de realidad virtual de Facebook, Oculus, compartiendo un vídeo en que su avatar se pasea de la mano de una compañera de la empresa entre imágenes tridimensionales de un Puerto Rico inundado y en plena crisis humanitaria.
— Anil Dash (@anildash) October 10, 2017
La empatía de Clippy vs. la de Mark Zuckerberg
El programador neoyorquino y pionero del bloguero Anil Dash, crítico con la aparente falta de sensibilidad social de un sector cuyas innovaciones presumen de destruir sectores tradicionales sin sustituir los impuestos y empleos perdidos por un equivalente para las sociedades donde se produce el cambio, fue uno de los primeros en compartir el recorrido virtual de Zuckerberg por Puerto Rico, asociando una parodia protagonizada por Clippy de Microsoft Office, donde el infame asistente virtual declara con el intrusismo y falta de empatía que lo caracterizaron:
“Parece que ha habido un desastre natural. ¿Cómo puedo ayudar?
– Plantar una caricatura frente a un vídeo de gente sufriendo
– Promover tu último lanzamiento de producto
– Simplemente extiende un maldito cheque”
Los ánimos están caldeados, y la confianza de la opinión pública en el mundo tecnológico como herramienta para promover cambios eminentemente positivos en la sociedad se ha puesto en cuarentena, sobre todo a medida que se conocen detalles cada vez más escabrosos sobre la participación activa de empresas como Facebook en las elecciones estadounidenses -no sólo con algoritmos que analizan el contenido en función de beneficios y no veracidad, sino con trabajadores en la campaña de Donald Trump.
Facebook, Twitter y Google pondrán todas las trabas posibles para compartir con el Congreso estadounidense y otros organismos que lo demanden la mínima información posible sobre la influencia real de la desinformación difundida en sus redes sociales sobre la conformación de la opinión pública en temas esenciales, recordándonos que los principales teorizadores sobre la sociedad abierta -Henri Bergson, Karl Popper, Hannah Arendt- subrayaron que toda sociedad tolerante y democrática depende de mecanismos que difundan información de calidad entre sus ciudadanos, pues su pensamiento crítico marcará la calidad y salubridad del debate público.
Cuando los creadores restringen el uso a su familia
En el escenario actual, con medios tradicionales debilitados incapaces de contrarrestar la caída de modelos tradicionales con su baza electrónica -a su vez supeditada a la popularidad en redes sociales, canales de desinformación-, ha debilitado los espacios de mediación sosegada en el centro político del debate, escorándolo hacia el grito en los extremos.
El último ejemplo es el enroque de posiciones en la política española, con un gobierno central legitimado jurídicamente frente a un movimiento independentista catalán que juega toda su baza a ganarse una supuesta legitimidad en la calle (a sabiendas de que, en la información pública de hoy, el barullo y el ruido animan las causas sin razón jurídica como la pólvora, y atraen a tiburones de la desinformación como el mil veces desacreditado Julian Assange, repartiendo sanciones chamánicas desde su cubículo entre el selfie onanista y el FSB ruso).
No ayudan los últimos detalles que hemos conocido sobre la siempre saludable y precavida reticencia a exponer a los niños durante horas a servicios digitales en las distintas pantallas conectadas a Internet que ya forman parte del día a día de la mayoría.
Un ejemplo descorazonador: imitando el comportamiento de un camello callejero (“nunca te enganches a lo que vendes a terceros si no quieres meterte en problemas”), trabajadores clave de Silicon Valley conocen el peligro adictivo de los servicios que promueven, enviando a sus hijos a escuelas donde se prohíbe expresamente cualquier asistente digital y se limita el uso de wifi.
3. "Never get high on your own supply": "younger technologists" allegedly sending kids to schools where tech is banned, cutting off wifi… pic.twitter.com/L4nDDrltJq
— Adam Khan (@Khanoisseur) October 8, 2017
Cuando ruido y debate son uno
Los mismos tecnólogos que encargan estudios e interaccionan en laboratorios para mejorar la experiencia del usuario (en jerga: UX) en dispositivos y sus servicios, comparten algunas de sus preocupaciones con Paul Lewis, que escribe algunas de las perlas oídas en un reportaje para The Guardian.
Conscientes de los efectos comprobados por sus diseños, su propia experiencia con ellos y los resultados de estudios que confirman los efectos sobre terceros, estos expertos sentencian algo tan gordo que Paul Lewis decide abrir con ello en su titular: nuestras mentes pueden ser hackeadas. Sí, claro, un nuevo título diseñado como cebo de clics, pensarán los cínicos.
Sí y no. Los expertos con quien habla Lewis temen tanto los efectos más perniciosos de la sofisticada tecnología que se ha colado en nuestro mundo como el propio tejido de lo que llamamos “realidad”, ofreciendo su faceta más irresistible en forma de caramelo neurológico a través de la pantalla de alta resolución del móvil inteligente en el bolsillo, repositorio de llamadas de apareamiento dirigidas al acoso y derribo de nuestra capacidad para distinguir el ruido o la propaganda del pensamiento crítico.
Satellite image of California last night.
Those aren’t lights.
They’re wildfires. pic.twitter.com/MGQoEg87Ne— ian bremmer (@ianbremmer) October 10, 2017
Este ataque de denegación de servicio a nuestra tranquilidad y capacidad de discernimiento ha disparado las alarmas incluso entre quienes han diseñado la herramienta y los anzuelos de atención que contienen.
No extraña su aparente conservadurismo a la hora de exponer a sus propios hijos a la tecnología, una vez conocidos algunos detalles sobre publicidad cortada a la medida de las filias y fobias de cada usuario de Facebook.
Vender la debilidad de los usuarios
Un documento interno de la red social publicado en The Guardian expone cómo Facebook explicó a contratantes de publicidad cómo identificar a adolescentes sintiéndose “inseguros” o “de poco valor”. Imaginemos lo que ocurre cuando cualquiera que pueda pagarlo es capaz de diseminar desinformación entre los tipos de persona influenciable que mejor pueden servir como tontos útiles para sus fines. ¿Novela distópica digna del peor pulp? La realidad actual muestra historias dignas de los folletines futuristas de la mejor calidad.
Hemos permitido, e incluso celebrado, que empresas que no están tan interesadas en nuestra salud mental, tranquilidad o autorrealización como en beneficiarse de nuestros anhelos y monstruos, nos ofrezcan falsas soluciones a los conflictos irresueltos que nos convierten en humanos.
Resulta obsceno que, como explica The Guardian, Facebook detecte y comparta con anunciantes (¿y gobiernos o agencias de dudosa procedencia?) información sobre usuarios que se muestran activos en temas que muestran sus inseguridades, desde a la falta de formación a los conflictos con el aspecto o el peso.
Antes de que la tecnología personal pasara del estado incipiente de “amplificadora de las capacidades humanas”, como Steve Jobs había considerado la informática personal accesible que ayudó a masificar, a amenaza contra nuestra capacidad de raciocinio, minando de paso la convivencia, el propio Jobs compartió algún detalle familiar que no pasó desapercibido: en su casa, los niños tenían un acceso muy restringido a la tecnología, para no convertirla en sustitutivo “all you can eat” de carencias y pequeñas miserias cotidianas.
Un tecnólogo que prefiere libreta y boli
No hace falta leerse la recomendable biografía oficial de Jobs, firmada por Walter Isaacson, para conocer la lucidez del cofundador de Apple con respecto al futuro de la tecnología personal y su potencial adictivo: hay pistas suficientes en la entrevista que concedió a Playboy en febrero de… 1985 (la firma David Sheff).
Why I've never carried an iPhone. https://t.co/JvPeWSMCAP
— Paul Graham (@paulg) October 7, 2017
Otro veterano tecnólogo que no suscita sospechas contrarrevolucionarias, el fundador de la incubadora Y Combinator, matriz del agregador de noticias Hacker News, Paul Graham, ha compartido el artículo de The Guardian sobre la preocupación de los expertos en la propia tecnología que diseñan cuando se trata de sus hijos y allegados.
Graham, criticado por el apoyo velado de Y Combinator a Peter Thiel, espada de Donald Trump y la autodenominada Alt-Right, corriente supremacista de la derecha estadounidense, se sincera en Twitter sobre sus propios hábitos, hasta el punto de que muchos “seguidores” le piden que se aclare en su sorprendente comentario para así descartar que les esté vacilando.
Graham comenta, incluyendo un enlace al reportaje:
“[La razón] Por qué nunca he llevado encima un iPhone.”
El usuario y su sombra
No hablamos de un hippy de la apacible loma del monte Tamalpaís en los apacibles suburbios de Mill Valley al norte de San Francisco ahora amenazados por el fuego, sino de uno de los promotores e inversores de muchas de las ideas más populares en el dispositivo que menciona.
En los comentarios a su reflexión, Paul Graham aclara que sí ha usado y usa teléfono inteligente, pero lo maneja por casa, impidiendo que el dispositivo le gane la iniciativa y acabe controlando su nivel de atención y concentración (y, en última instancia, tanto su discernimiento como su agenda y, a largo plazo, su salud).
La mejor respuesta llega cuando un tuitero pregunta a Graham, ¿ah, sí? ¿Qué llevas, entonces? A lo que contesta que prefiere una libreta de anotaciones Miquelrius (marca conocida por muchos de nosotros desde la infancia) que corta para que tenga el tamaño de una tarjeta de crédito:
“…y si tengo suerte, un bolígrafo.”
Sobre excesos sistémicos
Alguien que ha mostrado en los últimos años una visión más crítica de los servicios tecnológicos que hoy acaparan nuestra atención y hacen que la perdamos en otros quehaceres, el fundador de eBay Pierre Omidyar comparte su pesimismo con respecto a la influencia de las redes sociales en nuestro ánimo y opinión.
A Miquelrius notebook I had cut down to the size of a credit card, and if I'm lucky, a pen.
— Paul Graham (@paulg) October 7, 2017
En un artículo para The Washington Post, Omidyar enumera 6 maneras en que los medios sociales se habrían convertido en un riesgo para la democracia (que es decir que lo son para la sociedad abierta).
Omidyar tiene la suficiente experiencia como para leer la raíz de la principal tensión en los servicios de Internet actuales: el utilitarismo (la búsqueda del beneficio máximo como único bien intrínseco que hay que proteger) se ha impuesto a cualquier tipo de ética en forma de restricción autoimpuesta, pues las voces más influyentes de Silicon Valley han convencido con el relato de que cualquier limitación forma parte del problema (equivalente para ellos a cualquier tipo de regulación pública), y no de la supuesta solución.
Herramientas tecnológicas y opinión pública
Este utilitarismo a ultranza no afecta únicamente a individuos, sino que muta en riesgo sistémico. Omidyar:
“Pese a todas las maneras en que la tecnología nos une, la monetización y manipulación de información nos está dividiendo paulatinamente. Desde interferencias externas en nuestras elecciones a campañas personalizadas diseñadas para confundir y dividir sobre temas sociales importantes, grupos que buscan un modo efectivo de infiltrarse e influenciar nuestra nuestra democracia han encontrado generosos huéspedes en el mundo de los medios sociales.”
El fundador de eBay financia una investigación para identificar los principales puntos débiles derivados de la exposición de Silicon Valley al utilitarismo automatizado sin ética ni responsabilidad sobre el contenido, al considerarse paraíso de repositorios y rechazar la tarea editorial en el contenido:
- cámaras de eco, polarización y extremismo político;
- diseminación de información falsa o tendenciosa;
- confusión de popularidad con legitimidad;
- manipulación política;
- manipulación, desinformación personalizada e influencia sobre el comportamiento;
- intolerancia, exclusión y discurso del odio.
Utilitarismo y ética
Hay lugares en el mundo que, en estos momentos, cantan bingo con la lista de riesgos que la tecnología agravará en los próximos años.
He aquí la trinchera del mundo tecnológico, pero también la que decidirá qué tipo de opinión pública surgirá en los próximos años, y con qué calidad se defenderá el necesario centro de valores humanistas capaz de sostener los resortes de lo que Henri Bergson llamó sociedad abierta.
De modo que la trinchera tecnológica, que es la dialéctica utilitarismo-ética, es también el futuro de la democracia, aunque tardemos años en detectarlo o reconocerlo con cierta clarividencia.
Expertos tecnológicos como el propio Anil Dash proponen soluciones para el futuro, que pasan por una especie de cosmopolitismo techie y humanista próximo al discurso de valores universales con el que están cómodos políticos como Emmanuel Macron.
The tech world has an obligation to be more humane, argues @anildash via @TheAtlVideo https://t.co/44DyA5JRq2 pic.twitter.com/mRmp2a0NAH
— The Atlantic (@TheAtlantic) October 9, 2017
Ciclos
Habrá que ver si las grandes declaraciones pueden concretarse en algo que se acerque a la idea de mundo ilustrado, informado y abierto que soñaron Stefan Zweig o el Friedrich Nietzsche de las reflexiones sobre el “buen europeo”.
La Unión Europea es una de esas ideas que, bien entendida, son más oportunidad que problema. Siempre y cuando no se pierda el tiempo en atender a situaciones como la catalana y se avance a la velocidad franco-alemana en lo esencial.
De momento, la tecnología parece que se alía más con el lío nativista y la llamada visceral de la tribu que con el cultivo humanista por el que luchó Zweig. La visión del destello de todo lo que se avecinaba, que ahora se vuelve a repetir en la gesticulación, como la herida de la memoria colectiva, postró a Nietzsche en su porche. Y desde allí se dedicó a mirar atardeceres mientras sus allegados tergiversaban su obra.