Otear el futuro es una fuente de inspiración imprescindible que alimenta invenciones a las que a menudo parece haber llegado su momento histórico, al existir el caldo de cultivo para que florezcan (“adyacente posible”).
Leonardo da Vinci y otros polímatas menos célebres u olvidados (a menudo por no pertenecer al canon occidental) son los precursores de la disciplina, a medio camino entre humanidades y ciencia, de la imaginación, esbozo y diseño de prototipos que muestran anhelos humanos con raíces que se hunden en la mitología prehistórica, de tanto interés para antropología y ciencia cognitiva desde Claude Lévi-Strauss a Gregory Bateson.
Da Vinci legó esbozos que muestran el origen poético y metafísico de los artilugios que imaginamos para el futuro distante: desde máquinas para volar a técnicas de ingeniería civil que inspiran, siglos después, inventos como los grandes puentes suspendidos.
Novela moderna como campo de pruebas del futuro
El nacimiento de la novela moderna espoleó un género que canalizaría visiones sobre el futuro e inspiraría la imaginación de futuros inventores: la primera ciencia ficción del siglo XIX y su inocente combinación de la ingenuidad mecanicista de la Ilustración, con la nostalgia por el pasado lejano y la naturaleza del romanticismo.
El mismo afán de combinar el progreso científico de la sociedad ilustrada con el gusto romántico por lo orgánico, misterioso y trascendental que desaparecía de la nueva mentalidad industrial (positivismo, materialismo dialéctico, etc.), inspiró las ferias y exposiciones técnicas de gran envergadura de Francia o el Reino Unido, que derivaría en las exposiciones universales a partir de mediados del siglo XIX.
Las exposiciones universales se convirtieron en escaparate del cambio de mentalidad y las posibilidades de la ciencia al servicio de las humanidades, y mostraron el lado amable de la técnica: muchas invenciones procedían directamente de la investigación militar, patrón de desarrollo e innovación que ha llegado hasta nuestros días: la informática moderna, Internet o la geolocalización son servicios cotidianos originados en agencias militares.
Del diorama a la realidad aumentada
La literatura de ciencia ficción y las exposiciones universales sirvieron de campo de pruebas en arquitectura, ingeniería y obra civil, transporte, maquinaria, y avances en nuevas disciplinas científicas (hasta entonces, la enseñanza conservaba su estructura de materias preindustrial) y humanidades (las ferias universales promocionaban el preeminente eurocentrismo de las potencias imperiales de la época, cuyos hallazgos antropológicos combinaban teorías pseudo-científicas y el afán de “civilizar”.
Los objetos más célebres de las exposiciones combinaron pronto la tensión entre ciencia y romanticismo del XIX: desde edificios como el Cristal Palace londinense a la Torre Eiffel, pasando por avances en transporte terrestre, marítimo y aéreo, nuevas técnicas y materiales para grandes obras de ingeniería, etc.
Los prototipos de las ferias universales a menudo fallaron en sus previsiones sobre el futuro, y otras veces se adelantarían varias décadas a avances posteriores. Las viviendas, oficinas, automóviles, barcos, submarinos o aviones de hoy no son los imaginados hace décadas, pero heredan la ingenuidad de quienes imaginaron el futuro con la ayuda de una novela de ciencia ficción o de un prototipo en alguna feria universal (en forma de mural, diorama, fotografía o vídeo, según la época).
Cuando una ciudad tomada por el tráfico era una aspiración
Así, las casas, oficinas, ciudades o vehículos del futuro mostradas en exhibiciones como Futurama, diseñada por Norman Bel Geddes -diseñador industrial pionero, junto a Buckminster Fuller, de la forma aerodinámica- para la Feria de Nueva York de 1939, muestran una visión sobre el futuro con connotaciones positivas en la época de la muestra, que al observador actual sorprenden por su acierto y/o carácter distópico.
Lo mismo nos ocurre ahora cuando aventuramos tecnologías, espacios, productos y servicios del futuro a décadas vista: al proyectar nuestras necesidades actuales hacia el futuro y carecer de información fehaciente sobre qué acontecimientos y avances forjarán las principales tendencias, surgen prototipos que los ciudadanos del futuro considerarán como mínimo cómicas.
Cuando Ford presentó su modelo conceptual de automóvil propulsado con un reactor nuclear, el Ford Nucleon, priorizó el contexto tecnológico de la época, que había sucumbido a la carrera nuclear de la Guerra Fría, a consideraciones como las consecuencias que semejante producto tendría en la realidad cotidiana, donde existen los accidentes entre automóviles.
Para qué sirve equivocarse sobre el futuro
No todo son previsiones oníricas, cómicas o distópicas como las representadas por el Ford Nucleon, o las ilustraciones modernistas a cargo de artistas franceses en 1899 (exhibición En L’An 2000 para la Feria Mundial de París de 1899), mostrando imágenes cotidianas de, según ellos, “el mundo en el año 2000”.
Otros diseños conceptuales, tecnologías diseñadas para la exploración espacial o el ejército, han influido decisivamente sobre productos integrados en la vida diaria: desde los vehículos de Buckminster Fuller y Norman Bel Geddes que influirían sobre el diseño de autocaravanas a decenas de innovaciones que surgieron de encargos específicos de la NASA (listado).
El físico atómico Niels Bohr, célebre por sus discusiones sobre física cuántica mantenidas con Albert Einstein (que sacaría de quicio a Bohr al contestar que la acción a distancia, que contradecía el principio de localidad de la relatividad, no podía ser cierto ya que “Dios no juega a los dados”), afirmaba que “la predicción es muy difícil, especialmente si es sobre el futuro”.
El fanzine que mantenía despierto a un adolescente
La ironía de Bohr se cumple con cierta consistencia, si bien hay autores de ciencia ficción y diseñadores que, abstrayéndose del ruido del presente, así como pasado y futuro inmediatos, conciben tendencias, productos y servicios con acierto notable: Julio Verne, H.G. Wells, Walt Disney, el Club de Roma, Isaac Asimov, Alvin Toffler, Robert Zemeckis y Bob Gale en su guión para Regreso al futuro, o más recientemente Stewart Brand, Kevin Kelly, Tim O’Reilly (de O’Reilly Media; no confundir con el O’Reilly de TED), Vernor Vinge y Peter Thiel, entre otros, se caracterizan por su acertado olfato en futurología.
Uno de los mencionados, Stewart Brand, el creador del fanzine contracultural Whole Earth Catalog -que inspiró al Steve Jobs adolescente (el Jobs anterior al Homebrew Computer Club, su amistad con Steven Wozniak y su trabajo en Atari)-, cree que el mejor modo de iterar con herramientas actuales para pensar en el futuro es evadirse del “ensanchado” presente tecnológico en que vivimos, donde las tecnologías de la información dominan el pulso cotidiano y dejan poco espacio para pensar sin restricciones.
Otro de los mencionados, el más joven de la lista, Peter Thiel, inversor de capital riesgo y autor del ensayo sobre innovación Zero to One, coincide con Stewart Brand en la necesidad de evitar restricciones actuales cuando se trata de crear cosas que no existen y que ni siquiera concebimos necesitar… hasta que se convierten en imprescindibles.
Cuando el presente aumentado abarca futuro y pasado inmediatos
Thiel lo resume en una frase que aparece como epígrafe en el sitio web de la firma de capital riesgo que dirige en Silicon Valley: “Queríamos coches voladores y a cambio nos dieron 140 caracteres”.
Hay autores que critican lo que consideran un “culto al futuro” que, combinado con lo que Evgeny Morozov llama “solucionismo” (creer que la tecnología nos solucionará todo con sólo apretar un botón, descargar una app, etc.), ligado a un nuevo tipo reduccionismo filosófico, nos conduce a un cansino “superfuturo” donde habitaríamos, gracias a la cámara de resonancia de las redes sociales.
Uno de los críticos con el supuesto “superfuturo” en que vivimos, que dejaría poco espacio para la ingenuidad individual, es el artista del Google Cultural Institute de París y futurólogo Douglas Coupland, que en un artículo para el Financial Times expone que, “en algún momento en los últimos años, el presente se fundió con el futuro… y ahora vivimos dentro de él 24/7”.
Atrapados entre memes y fragmentos de Netflix
Y vivir constantemente en el futuro, dice Coupland, es extenuante y mina la capacidad individual para reflexionar, divagar, practicar la lenta introspección que alimenta el pensamiento complejo y reflexivo. Un ejemplo de esta transformación, según Coupland, es la tendencia que tenemos todos a leer artículos cortos e ir de meme en meme, sin superar la superficialidad de esta nueva cámara de resonancia de la actualidad (The New York Times explica los últimos hallazgos sobre hábitos de lectura y un posible incremento de déficit de atención cultural).
Lectores de novelas con cierta extensión, escritores o artistas sienten la necesidad de “desconectar” del “superfuturo” 24/7, trabajando sin conexión a Internet, evitando el uso continuo del teléfono inteligente, etc.
Los comentarios del artículo de Douglas Coupland ofrecen algunos consejos para oxigenar nuestra experiencia en el “hiperpresente” con una introspección que no dependa de lo popularizado en medios y redes sociales.
Cuando el futuro próximo pisa al presente
Pero el comentario más sosegado de todos, y el que ofrece una visión más ponderada y optimista sobre el futuro, procede precisamente de Stewart Brand, que explicaba a Coupland su propia experiencia y visión sin tono sermoneador.
Brand, creador de The Long Now Foundation, escribe: “Hablas del agobio de que el futuro próximo pisotee el propio presente. Ello explicaría la popular evasión hacia el pasado próximo, nostalgia.”
Como ejemplo de esta nostalgia, Stewart Brand menciona el reciente remake de la saga Star Wars.
Otear horizontes: aprendiendo con una mirada larga
Stewart Brand: “El mejor escape es el pasado lejano, representado de algún modo por libros y un tiempo sin interrupción. Cuanto más envejezco, más saboreo la historia, quizá porque ya haya vivido lo suficiente para creer la historia de otra gente y otras épocas”.
“Y luego está el futuro lejano -prosigue Stewart Brand-. Se percibe sin tanto agravio, o incluso como fuente de profundo alivio. Nos obcecamos con quejarnos al futuro próximo sobre qué puede hacer por nosotros. No puedes tener esa actitud con el desconocido futuro lejano. Lo único que puedes preguntar es qué puedes hacer por él”.
“Una vez uno renuncia a la inmortalidad personal y también al apocalipsis general, el futuro lejano que nos queda es realmente interesante”, concluye el creador de Whole Earth Catalog y The Long Now Foundation.
Cuando se trata de rescatar una efeméride del pasado relativamente cercano, muchos optimistas que conservan, a pesar de los pesares, la ingenuidad compartida por los creadores, se refieren a la frase del discurso de toma de posesión de JFK: “no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino qué puedes hacer tú por éste”.
El valor de la ingenuidad
Esta sentencia se asocia con la llegada del primer hombre a la luna, cumbre de la carrera espacial.
Desconocemos, por ejemplo, si la oficina del futuro carecerá de sillas y será una pesadilla para los creadores que prefieren evitar la interrupción constante.
Lo que sí sabemos es que, en el futuro lejano, habrá un porcentaje mucho menor de creadores que el número de quienes se benefician de la ingenua brillantez de su trabajo, obcecados con nuevas soluciones para cuya inspiración es necesario eludir el ruido del presente, pasado y futuro inmediatos.
Y quizá recurrir a los inicios epopéyicos de cada tradición literaria, o imaginar el futuro lejano mientras descansan bajo un árbol, o miran desde un umbral, o navegan en una barca, o se desplazan por el espacio, o caen en un ascensor tan rápido que, como en el ejemplo de Einstein, reproduce el estado de reposo representado por la gravedad cero.