India, la mayor democracia del mundo, está a punto de superar a China como país más poblado; su economía, si bien más modesta que la china, es la tercera más grande de entre las potencias emergentes, por detrás de China y Brasil.
Los retos de India son tan gigantescos como sus números y posición histórica. Su ambición ya se ha demostrado en su apuesta espacial y nadie debería descartar a la agencia espacial india en la carrera por la conquista humana de Marte. Pero los problemas que aborda el país podrían sumirlo en la mediocridad o posición de comparsa.
El historiador británico Felipe Fernández Armesto se ocupa en sus ensayos (entre ellos, 1492) de describir el mundo con el que se topó la modesta y pobre Europa durante la Era de los descubrimientos.
Potencias tradicionales en Eurasia
Entonces, el marasmo de culturas y reinos del subcontinente indio era un lugar tan poblado, próspero y comercialmente potente como China. Pero la falta de unificación política y de aspiración geopolítica más allá del control comercial del Índico permitieron a los reinos europeos sentar las bases comerciales que culminarían con el control colonial británico del subcontinente.
Una de las falacias más extendidas en Occidente expone que China e India eran más pobres y atrasadas que Europa en tiempos históricos. Nada más lejos de la realidad. Ambas potencias, unificadas o atomizadas en función del momento histórico, han superado en población y prosperidad comercial a Europa durante la mayor parte de la historia…
Hasta precisamente la Era de los descubrimientos, espoleada por el Renacimiento (con Portugal y España iniciando la conquista de otros lugares en busca de, precisamente, una ruta comercial hacia la India), y el posterior dominio durante la Ilustración del Reino Unido y Francia, con Holanda, Alemania, Bélgica y otras potencias en posición de comparsa.
Cuando India abandonó las manufacturas
Numerosos académicos han indagado en los procesos y causas que llevaron a los pueblos del subcontinente indio, ricos en comparación con el resto del mundo durante buena parte de la historia documentada, a empobrecer y caer en la insularidad comercial por primera vez en su historia.
Una de las explicaciones más aceptadas por autores y escolares del Imperio Británico (incluido los intelectuales indios Rabindranath Tagore y Mohandas Gandhi, que se encuentran entre los fundadores del concepto moderno de India) desde la época victoriana, indica que India empobreció cuando dejó de ser la gran fábrica de artesanía textil del mundo.
Hasta mediados del siglo XIX, la India era el principal fabricante y comerciante textil mundial; la industrialización de la metrópolis colonial cambió la autonomía productiva india, que hasta entonces había producido tejidos y ropa.
Efectos del auge de la metrópolis
La industrialización permitía producir en grandes factorías británicas más rápido y por una fracción del coste, y se impulsó desde Londres una política productiva que otorgaba a los productores indios el papel de productores de materias primas, enviadas luego a las grandes fábricas del Reino Unido, donde se convertían en manufacturas.
Unas décadas después, el sistema productivo indio había aumentado su dependencia de la metrópolis colonial, mientras los productores y artesanos habían empobrecido: el talento textil debía convertirse en producción bruta de materias primas.
En términos generales, la región histórica hindú (incluyendo, además de la India actual, Pakistán y Bangladés) pasó en el siglo XIX de la prosperidad a la miseria.
El economista Tyler Cowen explicaba en The New York Times que, en 1750, la India concentraba 1/4 de la producción mundial de bienes (incluyendo sus potentes manufacturas textiles). En 1900, esta cifra se había colapsado hasta el 2% de la producción mundial de manufacturas.
Cuando no se puede parar la inercia
La explicación no es meramente tecnológica, aunque la Revolución Industrial y la competencia de las materias primas de las colonias americanas aumentaron la productividad de Occidente, mientras las manufacturas indias perdían todos sus mercados exteriores y, a inicios del siglo XIX, ni siquiera abastecía al mercado en el subcontinente, que importaba los productos donde había destacado del Reino Unido.
Los académicos usan el caso de India en el siglo XIX como un ejemplo de los riesgos de la desregulación comercial sin que esta apertura al comercio mundial se acompañe con un aumento local de la productividad.
Las regulaciones internas en la India del siglo XIX, la falta de desarrollo tecnológico y los errores británicos obraron una transformación de la balanza comercial tan negativa que el declive fue imparable, algo que ocurre, explica Tyler Cowen, “cuando una economía no está preparada para orquestar una respuesta flexible”.
Globalización y movimiento swadeshi
Ahora, las tornas se giran y el comercio mundial es una oportunidad para India, China y el resto de emergentes, mientras que Occidente y Japón experimentan un fenómeno similar al que vivió India desde 1750 hasta finales del XIX: falta de flexibilidad para adaptarse a cambios fundamentales en el comercio mundial.
No es casual que Mohandas Gandhi, educado en la metrópolis y curtido como funcionario del Imperio en Sudáfrica, desde donde empezaría una fructífera relación epistolar con Lev Tolstói, combatiera la colonización británica con una protesta sobre la producción textil o “swadeshi” (evitar la compra de productos textiles foráneos para promover la producción local).
Este movimiento pretendía convertir a cada familia hindú en productora de sus propios bienes para transformar de nuevo a la India en productora de manufacturas y no de materias primas. La política de Gandhi no funcionó, pero inspiró el autogobierno.
Demostrando el poder de la innovación frugal
Pero India es mucho más que una alegoría. Pese a sus problemas históricos (desde una burocracia legendaria por su interpretación flexible del tiempo hasta la pervivencia de los efectos de la estratificación social a niveles preocupantes de corrupción), el PIB de India ajustado al poder de compra sólo es superado por el conjunto de la Unión Europea, China y Estados Unidos.
Asimismo, India entró de lleno en la actual carrera espacial multipolar con un sorprendente éxito: situando en el primer intento un satélite en la órbita de Marte, el Mangalyaan; la hazaña aumenta su envergadura histórica si se tiene en cuenta su presupuesto, apenas 74 millones de dólares (inferior, por ejemplo, al coste de la película Gravity).
La India moderna es capaz de sacudirse el polvo de la legendaria burocracia con la creatividad y pujanza de sectores como el tecnológico, el cinematográfico y el espacial…
Matemáticas, metafísica, estética
Pero la oportunidad de India también debe recuperar su influencia cultural en el resto del mundo,
- ya se trate de las matemáticas (el concepto de “cero” surgió en India y se extendió a Occidente a través de los escolares árabes); – de una interpretación de la coexistencia, la cultura y la sensualidad presentes en la literatura en sánscrito, el Kama sutra, el Taj Mahal, etc.;
- de su interpretación metafísica del universo y de la aventura humana, tan distinta de la occidental, con aportaciones como la idea (tan nietzscheana) del eterno retorno y la reencarnación, o el propio nacimiento del budismo, una más de las cosmogonías surgidas de la interpretación dhármica del universo, o “camino correcto” (las otras religiones dhármicas -hinduismo, jainismo y sijismo-, no tuvieron la repercusión en el resto de Asia del budismo, que encontraría sus interpretaciones más sofisticadas en China y Japón);
- o de un sistema estético ancestral con aplicaciones en la vida cotidiana -la construcción de viviendas y edificios, la ordenación del paisaje, la construcción de ciudades- que influiría en Oriente tanto como el budismo: el vastu shastra, que precedió al chino feng shui o al japonés wabi -sabi en celebrar la influencia de la naturaleza sobre las construcciones humanas.
Armonización entre individuo y entorno
La historia metafísica de la India se inicia, como la lingüística, con el influjo de pueblos de la estepa póntica, en los montes Urales (entre el norte del mar Negro y el mar Caspio), o proto-indoeuropeos, cuyo influjo histórico a través de los pasos montañosos del Hindu Kush (por ejemplo, el paso Jáiber, que separa los actuales Afganistán de Pakistán) dio lugar a la lengua sánscrita, pariente lejana de las lenguas europeas, así como a las religiones védicas o vedismo, emparentadas con el zoroastrismo persa (el “Zaratustra” al que se refiere Nietzsche) y precursoras del hinduismo.
Por el desfiladero Jáiber pasaron pueblos arios (indoeuropeos), persas, griegos, mongoles y afganos, además de los británicos.
Coincidiendo con la extinción de la religión védica, cuya enseñanza había originado los Vedas, influyentes textos en sánscrito, aparecieron en el subcontinente indio religiones que abogaban por la introspección, el pacifismo y la reconexión entre el ser humano y la naturaleza (ideas recuperadas, una vez más, por Nietzsche en la filosofía moderna de finales del XIX, que buscaba una alternativa al idealismo).
Sobre la percepción dhármica de la realidad
La percepción del tiempo en la India es muy distinta de la occidental; si en Occidente, bastó un milenio para el ascenso, hegemonía y caída del Imperio Romano, la India había adquirido ya muchos de los rasgos que definirían su cultura hasta la actualidad en el siglo IV a.C.
En el siglo IV a.C., poco después de que Atenas diera a los mayores filósofos y dramaturgos de Occidente en apenas 4 generaciones, la India contaba ya con 100 millones de habitantes y nacían hinduismo, budismo y jainismo.
Cualquier erudito de aquella época habría detectado algunos rasgos todavía perceptibles en la India actual: el subcontinente no es un país, sino una cultura y cosmogonía, una de las más viejas y consistentes del mundo, existente ya en la época del Egipto de los Faraones e inalterada a grandes rasgos cuando Mohandas Gandhi (inspirado en los escritos de Thoreau -éste, a su vez, influenciado por la cultura hindú- y Tolstói), lideró la descolonización.
En el centro de esta cosmogonía, hay un modo de vida y una religión, el hinduismo, hegemónico en el subcontinente desde el siglo III a.C. hasta que el influjo del Islam lo apartó de las élites en el siglo XVII.
Una cultura y un estado mental
Cuando Alejandro Magno llegó al río Indo y sus tropas se negaron a seguir hacia el Oriente después de la batalla de Hidaspes, observaría comportamientos y estructuras que pervivirían en el subcontinente gracias al hinduismo.
Esta idiosincrasia cultural y metafísica, tan insular e impermeable a las ideas de invasores hasta que el Islam avanzara ya durante la Era de los Descubrimientos, ha frustrado a filósofos y misioneros occidentales desde tiempos inmemoriales.
Los árabes se encontraron con estas particularidades en el siglo XI, cuando mostrarían la misma perplejidad expresada después por los visitantes occidentales. Alberuni, un escolar que estudió la cultura india durante 13 años, explicaba entonces:
“El lector debe siempre tener en cuenta que los hindúes difieren íntegramente de nosotros en cada aspecto… Difieren de nosotros en lo que el resto de naciones tiene en común… Difieren totalmente de nosotros en religión… En todas las maneras y usos son tan diferentes hasta tal punto que [los foráneos] asustamos a sus hijos”.
Sobre la percepción de progreso, tradición y poder
Estas diferencias han sido interpretadas como limitaciones, si bien para los trascendentalistas (el mencionado Thoreau, por ejemplo), Rabindranath Tagore o Mohandas Gandhi, entre otros, se trata de peculiaridades con más matices si se carece del punto de vista de un colonizador ilustrado o un misionero.
Las principales críticas de Occidente a la cultura hindú:
- actitud conservadora ante el progreso (equivalente, en cierto modo, al papel jugado por el confucianismo en China como freno a su conquista del mundo): la interpretación hindú de “progreso” tiene en cuenta las limitaciones sociales y de la naturaleza, por lo que éste tiene límites, tales como la propia naturaleza (esta interpretación tradicional de “progreso” es más similar a los postulados del ecologismo moderno, crítico con el consumo desaforado de recursos, que a las ideas de la Ilustración);
- visión hereditaria de la sociedad, que perpetúa oficios y tradiciones a partir de un sistema rígido de castas: si bien el sistema de castas es criticable desde múltiples puntos de vista, la impermeabilidad de viejos y “nuevos” grupos creados ex profeso (por ejemplo, un grupo de inmigrantes se convertía en una casta, en lugar de ser asimilado o combatido), permitió a los atomizados reinos hindúes mantener la estructura de su producción y evitar la eterna dialéctica europea o de otros pueblos de acción y reacción: guerras, pogromos, hegemonías y vuelta a empezar;
- atomización del poder: la falta de habilidad histórica para unificar a los pueblos hindúes en un solo imperio o un puñado de ellos evitó, con la asistencia del sistema de castas, la dinámica de guerras intestinas que evitó el progreso en otras regiones del mundo hasta la llegada de los europeos.
La pervivencia del relativismo hinduista
La estructura de castas y los fundamentos de la filosofía hinduista (una evolución, en esencia de los vedas hasta convertirse en las mencionadas religiones dhármicas) son responsables de casi cada logro -y fracaso- de la India histórica.
Pero las mayores diferencias y quebraderos de cabeza para el pensamiento occidental desde los primeros viajes portugueses al subcontinente, son tan sutiles como profundos: el concepto de tiempo, el concepto de verdad absoluta, el concepto ético de causa y efecto, así como la interpretación de la muerte, difieren en el hinduismo con respecto a las principales tradiciones monoteístas.
Estas interpretaciones atrajeron a los trascendentalistas (Thoreau, Emerson), a los filósofos críticos con el idealismo (entre ellos, los pre-existencialistas Soren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche), acabando en la influencia de estas ideas en la cultura popular occidental contemporánea (empezando por los beats, pasando por The Beatles y Maharishi Mahesh Yogi, así como Jiddu Krishnamurti y Van Morrison, Bruce Lee, etc.; y acabando en el influjo estético y conceptual de Bollywood).
Los absolutos de Occidente vs. los matices de la India
- tiempo que avanza vs. círculo del tiempo: el mundo occidental concibe el tiempo como una constante e imparable progresión, a partir de la cual “sabemos” que hay pasado, presente y futuro y que, cuando un momento ha pasado, lo ha hecho para siempre. En cambio, para la tradición hindú, todo lo que ocurre ha ocurrido antes y ocurrirá de nuevo, mientras que lo que no ha pasado nunca lo hará; el tiempo hindú es un círculo en movimiento, sin inicio ni fin, y todo lo contenido en el universo (incluyendo conciencia humana y dioses) está dentro de este círculo temporal en constante repetición;
- verdad absoluta vs. relativismo: en Occidente, y gracias a la influencia griega en la verdad razonada y de las religiones abrahámicas (“verdad” dogmática), un hecho es verdadero o falso, y lo que es verdadero para una persona lo es para todas; los hindúes creen, por el contrario, que hay muchos tipos de verdad según la edad, la ocupación o la posición social de un individuo;
- ética “finita” vs. ética permanente (karma): como ocurre en Occidente, la tradición hindú relaciona un acto “bueno” (justo, adecuado) con un buen resultado, mientras cualquier acto mezquino es considerado malvado (una idea muy socrática); el hinduismo va más allá y establece algo así como una ley universal de causa y efecto, o “karma”, una ley natural, imparcial e inexorable de la bondad;
- interpretación de la mortalidad: en Occidente, las religiones abrahámicas exploraron la idea filosófica de la vida más allá de la muerte, debido a que el ser humano sólo viviría una vez; el hinduismo tomó del brahmanismo (una religión transitoria entre el vedismo y el hinduismo) la idea de la reencarnación, o transmigración de la “esencia” de un ser desde un cuerpo a otro, por lo que cada individuo incorpora a su propia experiencia la bondad o maldad de vidas previas (y la predisposición de vidas futuras).
Hinduismo y spinozismo
Tiempo relativo, verdad relativa, reencarnación. No extraña que la ancestral cosmogonía y acervo de los pueblos del subcontinente indio hayan inspirado a los intelectuales occidentales más preocupados por las limitaciones de la visión eurocéntrica del mundo.
Se han comparado las ideas panteístas y monistas de Baruch Spinoza con las doctrinas hindúes del Samkhya y el Yoga, que tratan de reconectar al individuo con la naturaleza (la llamemos “universo”, “eternidad”, “Dios”, etc.) mediante la introspección (meditación, contemplación, trascendencia).
Al fin y al cabo, en el corazón del spinozismo reside la idea de que el individuo no necesita más intermediario con Dios que su comprensión de que él mismo forma parte de un organismo infinito e interdependiente.
Desde Spinoza, los filósofos más contestatarios han, como mínimo, buceado en las ideas del subcontinente indio, a menudo encontrando más que una mera inspiración (es el caso de los trascendentalistas o de muchos existencialistas).
Vagabundos del dharma (o no)
Y qué hay más consciente de la supuesta interrelación de todo con todo en este supuesto organismo infinito imaginado por Spinoza y los hindúes que el propio concepto hindú por antonomasia, que carece de equivalente en Occidente: el dharma.
“Dharma” es la vida que hay que vivir, que varía en función de cada individuo y de su posición en este universo donde cabe todo lo ocurrido y por ocurrir.
Seamos o no vagabundos del dharma, merece la pena revisar la visión del mundo y la existencia con ojos bañados por las montañas, ríos, valles y gentes de la India.